Algunos bancos y cajas se han adelantado a la entrada en vigor de la MiFID y ya han enviado a sus clientes una carta en que les explican en qué les afecta esta norma y cómo deben clasificarles a efectos de la información a suministrarles cuando contraten nuevos productos.
La aprobación de esta norma es importante porque la información suministrada habitualmente es insuficiente para la mayoría de los usuarios, que no tienen formación financiera suficiente para entender los riesgos y operativa de muchos productos del sector. Así, por ejemplo, poca gente sabe que con un fondo de renta fija se corren riesgos, que es posible que baje su valor; e incluso con un fondo monetario: pasó con la quiebra de Enron, que dio lugar a que los fondos que tenían bonos suyos perdieran esa parte de su inversión.
Sin embargo, una vez más, el problema no es tanto la existencia o bondad de la norma, sino su aplicación. Un ejemplo es que la obligación de entregar el folleto de los fondos en los que se invierte se incumple casi sistemáticamente. Y, aunque se cumpla, lo más probable es que el cliente no la entienda. Lo deseable sería que estuviese redactado en términos coloquiales, asequibles a cualquier ciudadano; seguramente es demasiado pedir. Los organismos encargados de supervisar que las entidades respeten los derechos de los usuarios deberían ejercer su función de forma más activa, inspeccionando que las normas se cumplan, sin limitarse a contestar a las quejas recibidas e informar de si se actuó bien o mal; detectada una infracción, debería sancionarse (como ocurre en otros ámbitos del Derecho de Consumo: presentada una denuncia a la OMIC o a la Agencia Regional de Consumo, se abre un expediente que puede acabar en sanción). Ahora bien, el incumplimiento de estas obligaciones puede tener consecuencias negativas para el infractor en el orden civil: se dio el caso de un conocido catedrático de Derecho que suscribió participaciones de un fondo cuyo valor se redujo como consecuencia del pinchazo de las tecnológicas; pero, como no le habían entregado el folleto, reclamó judicialmente la nulidad del contrato y ganó el pleito, con lo que la entidad que le vendió ese producto tuvo que devolverle el dinero que había invertido y comerse las pérdidas.
El problema no es sólo la información a suministrar sobre los productos que el cliente quiera contratar, puede ir mucho más allá. Y es que, a pesar de la existencia de foros, blogs, etc. como los de Rankia, todavía hay mucha gente que se confía al director o incluso al empleado de ventanilla de su oficina bancaria para sus decisiones financieras. Entre otras cosas, porque no todo el mundo tiene acceso a internet, entre otras muchas razones porque el índice de analfabetismo funcional en España es mucho más alto de lo que puede parecer. Yo he visto en mi despacho redactar cartas repletas de faltas ortográficas y gramaticales, dibujar la firma e incluso directamente firmar con una X. El analfabetismo financiero está mucho más extendido, lo que da lugar a que uno se confíe a quien se supone que más sabe del tema, al que maneja tu dinero, controla tu libreta de ahorros, sabe lo que ganas; vaya, al lobo.
El asesoramiento puede ser tan pintoresco como la petición de ayuda. Me contaba una vez un cliente (cliente por otra cuestión distinta), que unas tías ancianas le habían regalado un dinero (unos veinte millones de pesetas, creo recordar, de hace diez años) para comprarse un piso. Que no lo había declarado a Hacienda, ni quería hacerlo, así que preguntó al empleado de la oficina bancaria que le solía atender qué le aconsejaba hacer. Lo metió en un plazo fijo. No sé si Hacienda llegó a descubrirle, pero se lo merecía, por defraudador y por... el calificativo que queráis ponerle.
Tengo la impresión –no sé si por el hecho de que cuando la gente viene a contarme estas cosas es siempre porque le han hecho alguna faena, nadie va a un abogado a contarle lo bien que le han tratado y que le han salido las cosas- de que con demasiada frecuencia lo que hacen en las oficinas bancarias no es aconsejar al cliente la inversión que a él más le interesa en función de su perfil inversor, el plazo al que desea o puede invertir, su situación fiscal, etc.; sino colocar ese dinero en el producto que a la oficina más le interesa en cada momento. Que el Banco acaba de sacar un nuevo producto financiero del que hay que vender tantos millones de euros antes del 20 del mes que viene, pues nada, a colocárselo a todo el que entre por esa puerta. Que este fondo da más comisiones que aquél otro, porque es más arriesgado, a venderlo a todo el que tenga unos cientos de euros, por conservador que sea. Cuando hay que cumplir objetivos y faltan unos cientos de miles de euros para cobrar los incentivos, hay que conseguir clientes como sea. Y veo que otros blogueros de Rankia tienen la misma impresión, leída esta entrada de Alfonso y los comentarios a la misma. Aunque estoy seguro de que hay muchos profesionales serios, honestos y leales con sus clientes, que se ganan merecidamente cada céntimo que ganan, como parece, salvo por los últimos párrafos, el del último comentario a ese artículo.
Vamos a un caso concreto. Esta señora, recién enviudada, quería dejar un dinero, no mucho, para sus nietos. Se lo explicó al director de la oficina del Banco “Y” de su pueblo. Os podéis imaginar que una señora mayor, viuda, del medio rural, busca una inversión segura, con total garantía, y así se lo explica, por si hubiese alguna duda. Así que el Director le coloca el dinero en un producto estructurado referenciado a las acciones de Telefónica. Valor seguro, muy recomendado por los analistas, el blue chip por excelencia, del sector teleco, también muy recomendado; buenos dividendos, crecimiento... Lo malo es que la inversión se realizó en plena crisis bursátil, tras el pinchazo de las punto com. Telefónica ya había bajado hasta unos veintidós euros, desde los cuarenta que había alcanzado, y seguía en caída libre. Pero, obviamente, a la señora no se le explica la complejidad de la inversión, no se le entrega el folleto explicativo, ni siquiera que el producto está referenciado a acciones de Telefónica. ¿Para qué preocuparla con cosas tan abstrusas, a esta pobre paisana, que no las va a entender? Se le explica que es una especie de depósito con una rentabilidad en torno al 6% y listo.
Vencido el depósito, la señora va a recoger su dinero. Aunque las Matildes habían tocado fondo y, por lo tanto, según el contrato, no debían entregarle el dinero sino las acciones que hubiesen correspondido a la compra en el momento de la inversión, lo cierto es que le entregan lo invertido con sus intereses. Unos años después, la señora recibe una notificación del banco en que le carga una comisión de mantenimiento de una cuenta de valores. Extrañada, va a preguntar a la oficina (ya no es la del pueblo, se trasladó a vivir a la ciudad) y allí le informan de que tiene una cuenta de valores con acciones de Telefónica. Entonces pide que le informen de todos los productos que tiene contratados, y resulta que también tiene un préstamo. Pide la información fiscal de los últimos años, y descubre que el préstamo actual es renovación de otro anterior de mayor importe. Ella nunca había firmado esas operativas, nunca había recibido ninguna información al respecto: la información se enviaba a la propia oficina del pueblo, donde la recogía el director; y la notificación del cargo por comisión de mantenimiento de la cuenta de valores se le había enviado a su casa por error.
Así que la señora presenta una reclamación al defensor del cliente para que le den explicaciones de todo lo hecho y la dejen a cubierto de cualquier posible perjuicio que pudiese sobrevenirle, como pudiese ser una eventual reclamación de Hacienda. Algo se movió a partir de entonces porque el delegado de zona (de la zona de la oficina, que ya no es la zona en que ella vive actualmente, tuvo que viajar) acude a visitar a la señora, le explica cómo se operó, adornándolo bien para tratar de salvar la cara del director de la oficina y la imagen del propio banco.
El desaguisado de la inversión en un producto seguro y muy rentable concretado en un estructurado referenciado a acciones de Telefónica que bajaban día tras día se arregló como sigue. Efectivamente, al vencimiento del producto se le entrega lo invertido con intereses, porque la señora había manifestado que tenía necesidad urgente de ese dinero (según el delegado de zona). Ese dinero entregado no era el resultado de la inversión, sino un préstamo para solventar la supuesta necesidad de la señora; el resultado de la inversión era que se le entregaron las acciones de Telefónica que le correspondían. Insisto, préstamo y entrega de acciones de las que la señora no tuvo conocimiento hasta ahora. Nunca se le cobraron plazos para la devolución del préstamo; éste estuvo “hibernando” a la espera de una subida de la cotización de las acciones que permitiese amortizar el préstamo con el producto de su venta. El momento llegó con la reciente subida de esas acciones, y así se amortizó el préstamo, en dos fases sucesivas (primero se vendió una parte, se canceló el préstamo y se abrió otro por cantidad inferior, que finalmente se canceló definitivamente gracias a la más reciente subida del valor en cuestión).
Esto es ingeniería financiera de la buena. Porque además todo debía encajar para que la operativa fuese completamente neutra para Hacienda, no fuese a descubrir el tomate la señora por esa vía. El bancario en cuestión es un verdadero hacha del negocio, hay que reconocerle el mérito. Lo que no sé es el reconocimiento que tendría finalmente por parte de sus superiores, porque a la señora hubo que indemnizarle por el soponcio que casi le da en la oficina cuando empezó a ver el lío que le habían montado y para que no continuase con la queja hasta el Banco de España.