Josep Burgaya nos trae con este libro, ganador del premio Joan Fuster en 2013, una reflexión tomando la economía como el centro de nuestras vidas, en torno a lo que gira todo, incluyendo la política. Los consumidores del primer mundo nos dejamos llevar por las modas y sólo pensamos en parte buena que se nos muestra, sin asumir nuestra responsabilidad como ciudadanos del mundo.
Así, nos cuenta cómo la economía se desarrolla sin tener en cuenta a las personas, siendo un juego macabro en el que hay ganadores y perdedores.
- Título: La economía del absurdo.
- Autor: Josep Burgaya.
- Editorial: Deusto.
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I. LOS CAPITULOS DEL LIBRO
1. Se derrumba en Bangladesh el Rana plaza, ¿un cisne negro?
El Rana plaza era un edificio que fue construido en Savar, Bangladesh, en 2006 sin los correspondientes permisos urbanísticos y que fue ampliado sin reforzar las estructuras. Allí se alojaban múltiples fábricas textiles de diferentes empresas occidentales y trabajaban miles de trabajadores en condiciones deplorables.
Son comunes los turnos de quince horas, en una especie de cubículos sin ventanas ni ventilación, donde la temperatura suele alcanzar fácilmente los 40ºC. Fuera de la fábrica malviven en barrios de chabolas, mientras van perdiendo la adolescencia y la primera juventud.
La huelga y la sindicación están prohibidas, no sea que alguien se metiera en camisas de once varas y ni siquiera está permitido hablar durante las largas jornadas de trabajo.
El 24 de abril de 2013 se derrumbó este edificio, que ya llevaba mucho tiempo con importantes grietas y por esta razón fue desalojado. Sin embargo, ese día la mayoría de los trabajadores fueron a trabajar, convencidos por sus jefes y temerosos de perder su escaso salario. Fueron alrededor de 3800 personas las que estuvieron allí ese día.
Pero las fábricas que albergaba el Rana plaza no son sino un ejemplo más de la subcontratación llevada a cabo por las grandes firmas textiles, las cuales lideran las ventas en occidente.
2. La magia de Apple se difumina en las factorías de Foxcoon.
Foxcoon es una de las mayores multinacionales fabricantes de productos electrónicos, y aunque no es un nombre que nos resulte familiar, es el principal proveedor de empresas como Apple, Sony, HP o Dell, y se encuentra, como no, en China.
En un periodo de tiempo muy concreto de 2010 se sucedieron una serie de suicidios por parte de los trabajadores de esta compañía. Al parecer, son sometidos a situaciones extremas de estrés.
...las cadenas de producción no se paraban nunca y que muchos obreros se veían obligados a laborar durante veinticuatro horas de manera ininterrumpida. Muchos de ellos trabajaban de pie y no se movían durante horas, hasta el punto que, de vez en cuando, dejaban caer objetos al suelo para poder agacharse y dar una pequeña tregua a sus entumecidas piernas tras tantas horas de pie.
Las autoridades chinas se alarmaron por esta situación y Apple llegó a incorporarse a la FLA (Fair Labor Asociation) para que esta asociación auditara a sus proveedores.
3. El modelo de Zara revoluciona la producción y el consumo de ropa.
El Grupo Inditex, compuesto por Zara y otras siete tiendas de moda, sigue siendo un ejemplo de competitividad y de cómo hacer las cosas para lograr triunfar en el sector textil. Con un modelo de negocio centrado en los gustos de los consumidores, en dar en cada momento lo que la demanda quiere, y creando una ropa barata y no de excesiva calidad con una innovación constante enfocada a la renovación de armarios por parte de los consumidores.
Sin embargo, y a pesar de ser una empresa tan competitiva, Zara no ha seguido las mismas prácticas que la mayoría de empresas pues, a pesar de que parte de sus proveedores sí están deslocalizados, una parte importante de la producción se hace en España, así como en Portugal y Marruecos.
4. Wal-Mart: el elevado coste de los bajos precios.
Wal-Mart es la mayor empresa minorista de Estados Unidos caracterizada por tener grandes alamacenes de descuento en los que se pueden adquirir gran variedad de productos a unos precios bastante por debajo de los de sus competidores.
Pero ¿en qué descansan estos precios? ni más ni menos que en la capacidad de presión sobre el sistema de abastecimiento que tiene la empresa gracias a sus gigantescas dimensiones, además de los bajos salarios que cobran sus más de dos millones de empleados y los de las empresas que tienen subcontratadas.
Sus proveedores se lamentan de la exigencia de Wal-Mart de adquirir siempre los productos como mínimo a un precio un 5 por ciento inferior al que pagan sus competidores más fuertes, además de exigir unos estándares altos de calidad y unos plazos de entrega muy rígidos.
Una parte significativa de sus empleados cobra el equivalente a ocho dólares la hora y es muy raro que lleguen a nueve dólares, lo que sitúa sus ingresos anuales por debajo de lo que en Estados Unidos se considera el umbral de la pobreza.
5. La globalización de la economía: un proceso incontrolable y con múltiples disfunciones.
Burgaya hace un repaso histórico sobre el comienzo de la globalización desde que comenzasen la colonizaciones y reflexiona sobre los pros y los contras de la globalización aduciendo que la misma no sólo afecta a la economía sino que afecta a las personas, a los hábitos de consumo y a la distribución de la riqueza.
El carácter asimétrico que ha caracterizado el proceso de mundialización ha reforzado, y mucho, la posición de los sectores críticos que desconfían del mantenimiento del intercambio desigual en el comercio, de los movimientos especulativos del capital financiero, de la deslocalización industrial que busca aprovechar la mano de obra barata, del menosprecio de las estructuras políticas y los derechos sociales, de la contaminación y los efectos nocivos sobre el medio ambiente, de la destrucción de las economías locales y del aumento de la pobreza y la desigualdad a escala mundial.
6. El cuarto oscuro de la producción industrial en los países pobres y en los emergentes.
La globalización ha provocado que la producción se desplace hacia países pobres como Pakistán, Tailandia, Indonesia, Vietnam o Singapur. El modelo de negocio de las grandes empresas occidentales se parece cada ves más: para poder ofrecer al consumidor del primer mundo, que cada vez tiene un menor poder adquisitivo, un producto barato, es necesario externalizar actividades y subcontratar.
Y no sólo esto sino que los países dónde se produce este fenómeno quieren atraer a estas empresas con instalaciones de trabajo ruinosas, poco acondicionadas y con importantes ventajas fiscales, lo que a su vez provoca que la contribución de estas corporaciones al estado del bienestr sea más bien escaso.
7. El derrame de la pirámide ha resultado ser poco más que un goteo.
El proceso de globalización no ha repercutido en un beneficio, en un desarrollo de las economías de los países pobres que les permitan subsistir por ellos mismos. No han llegado a estos países los procesos productivos ni la tecnología necesaria porque sigue tratándose de economías basadas en las exportaciones.
Por el contrario, siguen teniendo una falta de estructuras y de sostenibilidad que hace que, por mucho que nos fijemos en que el PIB sube, no nos da una idea del nivel de bienestar general de la población, reflejado por ejemplo en los índices de mortalidad o el nivel de educación. Pero las alternativas al desarrollo del sector exportador que tienen los Gobiernos de los países pobres son escasas.
El sector industrial exportador, a pesar de los ínfimos salarios, tiene un aspecto que lo hace atractivo para la población, como es la puesta en valor de la capacidad de trabajo jóvenes y adolescentes, las cuales son consideradas una carga en el mundo agrario, mientras que, en la ciudad, con su escaso salario industrial, pueden contribuir penosamente al difícil sostenimiento de las familias...
8. Las fábricas vacías de los países industriales ¡Qué paradoja!
El hecho de que la producción se haya desplazado a otros países de mano de obra barata ha hecho que las fábricas de occidente cada vez estén más vacías, que zonas que eran típicamente industriales vayan albergando cada vez menos trabajadores.
A pesar de la desindustrialización producida hasta ahora en el mundo occidental, el peso es todavía relativamente importante en su PIB y en el empleo, lo cual, más que un consuelo, no es sino el indicador de que al camino del empobrecimiento manufacturero todavía le queda un largo camino por recorrer hacia el aumento de la precarización, el retorno a la economía informal y el desempleo.
La presión sobre el precio es cada vez mayor, y por ende la presión para reducir los costes salariales. Esta presión salarial también afecta, y en gran medida, a los trabajadores de occidente, que ven como en ocasiones desde organismos internacionales, como el FMI, se demandan bajadas de salarios.
9. El espejismo de convertirse en postindustrial.
La "sociedad postindustrial" es un concepto que hace referencia a los cambios que ha sufrido la economía moderna junto con la sociedad, en el sentido de que se ha pasado de un sistema económico basado en la industria, como el que surgió tras la revolución industrial, a un sistema basado en los servicios, debido al desarrollo de las tecnologías de la información y a una nueva consideración del capital humano como algo más importante que cualquier otro recurso productivo.
Burgaya cuestiona y crítica este concepto, argumentando que la sociedad moderna vive del sector industrial de las grandes empresas, que se sitúa lejos, y advirtiendo que en los países occidentales sólo pervive la imagen de la marca.
Los grandes centros emergentes que concentran talento y capital humano están en India, China o Rusia Oriental. En Europa y en Estados Unidos se van concentrando los jubilados, los turistas, los pobres... y los indignados que no pueden irse porque no tienen un lugar bajo el sol en la economía global.
10. La apoteosis de las marcas.
Las grandes corporaciones ya no se centran en la fabricación de un poducto bueno, de un buen proceso de producción, la fabricación ya no es la prioridad sino la marca. No buscan el proceso que aporte al producto la mejor calidad sino que la marca se convierte en el centro de todo: el consumidor ha de asociar unas emociones, unos valores, unas sensaciones a la marca y por esa razón es por la que compra.
Producir es algo que todo el mundo puede hacer y por esa razón resulta más barato externalizar ese departamento de la empresa, para que salga lo más rentable posible y centrarse en el desarrollo de la marca mediante marketing.
11. Un mundo de fantasía para los consumidores.
En Canadá, una camisa de GAP cuesta al consumidor unos 34 dólares, un precio bastante razonable y atractivo para una prenda de moda asequible. La trabajadora que lo ha confeccionado en El Salvador ha cobrado 27 centavos de dólar por la pieza, lo cual supone un margen comercial que no está nada mal.
Así comienza este capítulo del libro en el que el autor habla de como la sociedad se ha convertido en la sociedad del hiperconsumo, el ciudadano ha pasado a convertirse en un consumidor y las compras ya no se basan en necesidades sino en deseos.
12. La hegemonía de las corporaciones.
Las grandes corporaciones empresariales pueden llegar a tener más poder que muchos de los países modernos, entre otras cosas porque su facturación es mucho mayor que la de algunos países, especialmente cuando se trata de países pobres.
A menudo los miembros de los consejos de administración están formados por exmiembros de importantes cargos políticos y, sobre todo en Estados Unidos, las decisiones políticas están supeditadas a la voluntad de grandes multinacionales, incapaces de ser controladas por ningún Gobierno dada sus dimensiones en un mundo con una economía globalizada.
Probablemente es una exageación, pero, si la facturación de empresas como Wal-Mart es 120 veces superior al presupuesto anual de, por ejemplo, Haití, resulta evidente que el poder de muchas grandes corporaciones supera ampliamente el que puedan tener algunos Estados, especialmente porque en la lógica del mercado desregulado y en un mundo sin fronteras económicas, las posibilidades de control desde las instancias políticas y gubernamentales son nulas.
13. Todo fuera de control: la disolución del poder político.
La política se encuentra diluida, sin fuerza, en relación con la economía. Los políticos ya no son lo que eran y su función de representar a la ciudadanía parece que ya no se cumple, y los ciudadanos los saben.
Es por eso que cada vez la ciudadanía está más desmotivada, cansada de las promesas electorales vacías, con menos ganas de votar en las elecciones o produciéndose el triunfo de partidos extremistas.
La indefensión e incapacidad de los Gobiernos ante la crisis (de algunos más que de otros) ha puesto en evidencia la escasez de sus prerrogativas actuales, especialmente las de aquellos que forman parte de la Unión Europea, los cuales incluso han perdido la posibilidad de utilizar el instrumental monetario una vez transferido a Alemania, aunque formalmente lo hayan hecho traspasado al Banco Central Europeo.
14. La era postideológica ha resultado ser muy idiológica.
Se habla de que hay una era postideológica porque ya no hay, como en otras épocas de la historia, grandes movimientos sociales que persigan grandes metas para el conjunto de la sociedad. Hoy en día se asume que no hay clases sino, simplemente, diferentes grupos de personas con diferentes niveles de vida y de renta.
Ya no hay un sentimiento de pueblo, de ciudad o de sociedad como conjunto sino que se tiene una visión individualista, de forma que cada uno es responsable de lo que le pasa y debe labrarse su futuro; y también se tiene muy en cuenta el factor suerte.
Este es precisamente un signo de que sí hay ideología pero que se trata de una ideología dominante que es la que se ha instaurado en nuestra sociedad: el individualismo, el hecho de tener que conseguir las cosas por uno mismo, el consumismo y la valoración por encima de todo de la riqueza y de lo material.
15. La crisis económica: una oportunidad ¿para quién?
Burgaya habla de la crisis económica, de sus causas y de las políticas de austeridad que se han instaurando, criticando el hecho de que se están aplicando, más que para asegurar la recuperación de la economía, para asegurar que se le page la deuda a los prestamistas.
Así, esta crisis no significa ni mucho menos que se haya habido un distanciamiento de las ideas de liberalismo de la economía hacia una configuración del sistema económico con una importante labor de regulación por parte de los poderes públicos, sino que se siguen confiando en los métodos que nos han llevado a la situación en la que nos encontramos.
Durante la crisis, el 1 por ciento más rico ha logrado aferrarse a una porción mayor de renta estadounidense (el 20 por ciento), a pesar de que sus inversiones se vieran inicialmente afectadas por la crisis financiera. En cuanto a la riqueza, este 1 por ciento de personas muy ricas ha logrado acumular el 30 por cierto de la riqueza del país
En España se han destinado, en varias oleadas, flujos de dinero extraordinarios a la banca para ayudar a sanear y recuperar la liquidez del sistema. Se han inyectado 87.397 millones de euros directamente en capital, se han comprado activos por valor de 67.888 millones de euros y se han comprado activos por valor de 67.888 millones de euros y se han hecho avales del Tesoro para 64.112 millones de euros. La factura asciende a 219.397 millones de euros.
II. CONCLUSIÓN
La crisis de 2008 no es sólo una crisis financiera sino que pone de manifiesto que nuestro sistema económico ha llegado a un colapso, llegandose a niveles de desigualdad en la distribución de la riqueza y de pobreza insostenibles. La lógica de la globalización de la economía y de las finanzas decía que dicho proceso iba a redundar en un mayor beneficio para todos pero no ha sido así.
Muchos apuntan a que después de la crisis todo volverá a ser igual pero no es cierto porque se está implantando un nuevo modelo social, económico y político. Los consumidores parece que nos encontramos en el Olimpo por tener a nuestra disposición una cantidad ingente de bienes a precios baratos pero cada compra supone la continuidad de un modelo en el que la presión sobre los precios es cada vez mayor y por, ende, la presión sobre los salarios, cada vez más precarios y sobre la fiscalidad, con descuentos en territorios en los que pretenden atraer la sección industrial de grandes empresas.