Fernando Esteve Mora
No se si también a los lectores de este blog, pero a mí ya me irritan profundamente las cansinas llamadas al diálogo que desde todos los frentes se hacen como mecanismo para resolver la crisis política generada por el desenvolvimiento del procés soberanista catalán. Pero ¡qué pesados y de pensamiento homogéneo por no decir único son los miembros de nuestra casta política! Todos, desde el "amado líder" de Podemos, don Pablo Iglesias, hasta el "romántico cruzado" don Oriol Junqueras de ERC (sus declaraciones acerca de que a los responsables del procés se les persigue por hacer el "bien" dan miedo pues colocan un enfrentamiento político en el ámbito teológico de la lucha del bien contra el mal), pasando por todos los demás, incluidos personajes tan estrambóticos como el ínclito y ubérrimo Alcalde de Marinaleda, el señor Gordillo (quien -debe ser cosa de la edad- parece no haber oído nunca las opiniones que los independentistas catalanes han tenido y tienen sobre el PER y demás ayudas a los "vagos" andaluces). Enfin, que todos, todos, parecen niños de un colegio de primaria en la que tras una reyerta en el patio, la maestra les convoca para que hagan las paces.
Es el caso que para mí, esas repetidas llamadas al diálogo no son muchas veces sino una muestra clara de pensamiento infantil o mágico, al mismo nivel intelectual del "sana, sana, culito de rana" como terapia clínica. No es por cierto por azar que tal forma de abordar los conflictos sea la forma tradicional de abordarlos por parte de la Iglesia, pues sólo desde la fe se puede pensar que la repetición de jaculatorias y otros rezos a una divinidad invisible e inactuante pueden alterar los problemas del mundo.
La Economía y la Ciencia Política saben desde hace mucho tiempo que no todos los conflictos pueden resolverse por negociación y diálogo. En un artículo seminal de James Fearon titulado "Rationalistic Explanations for War", aparecido en la revista International Organization en 1995, se demuestra cómo en el caso de un conflicto o disputa entre dos agentes o actores por quedarse con un bien indivisible, el diálogo y la negociación son una pérdida de tiempo y un recurso al pensamiento mágico.
En efecto, supongamos que X es un bien o recurso que dos agentes se disputan y que ambos estiman (o es) indivisible (en nuestro caso, X sería el espacio territorial catalán tal como se definió y estableció en 1833 por Javier de Burgos, de donde quizás vengan todos los líos territoriales en nuestro desvencijado país). Pues bien, resulta claro que a menos que se admitiera (cosa que no he oído por ninguna parte) que Cataluña pueda "trocearse" de modo que pudieran coexistir una Cataluña española y una Cataluña "catalana"/ República Catalana, Cataluña es un recurso "indivisible", y se le pueden aplicar los argumentos de Fearon.
(De paso hay que señalar obligadamente que es por cierto extremadamente curioso que los mismos que señalan que España no es "una", o sea, que afirman que España puede trocearse y aspiran a ello, o sea, los independentistas catalanes se les "abran las carnes" de sólo pensar que Cataluña pudiera perder una sola hectárea de su actual extensión. Para ellos, Cataluña es tan "una, grande y (ojalá pronto) libre" como lo es España para una parte de sus ciudadanos)
Veamos. Dado que X es indivisible, no hay obviamente manera de repartirlo: o se lo queda uno de los que se lo disputan o el otro. Hay, obviamente, una "solución" conflictiva: X se lo queda el más fuerte. Pero, sin duda, esa "solución" no es eficiente pues supone arrostrar muchos costes e incluso acabar con X. Imaginemos que dos personas quieren quedarse con una estatua. Si se ponen a luchar por ella, ello consume recursos a la vez que en el fragor de la pelea pueden romperla.
Esta ineficiencia significa que, técnicamente, cabe imaginar alguna solución no conflictiva. Y seguro que a cualquiera se le viene a la mente una fácil alternativa a la "solución" violenta pues es de uso cotidiano en muchas disputas de este estilo: en vez de pegarse por ver quién se queda con X echarlo a suertes, de modo que se lo lleve el que gane en una lotería. Imaginemos que estas navidades los niños del Colegio de San Ildefonso en Madrid tuvieran una tarea adicional a la de extraer y cantar los premios de la lotería tradicional, y es la de resolver de una vez por todas el "problema catalán" por el sencillísimo y pacífico procedimiento de que uno de ellos sacara una bola de una bolsa. De tal manera que, si la bola fuera blanca, Cataluña seguiría siendo española, y las cosas seguirían entonces como hasta ahora salvo porque los independentistas dejarían de dar el coñazo; si fuera negra, Cataluña se independizaría de buenas maneras, es decir, sin enfrentamientos ni venganzas ni "malos rollos", de "buena manera"- pues- al estilo de la separación de "terciopelo" entre Chequia y Eslovaquia, que se separaron formando ambas parte de la Unión Europea, aunque esto no significa que sin costes, pues la "guerra económica" entre lo que quedase de España y la República Catalana estaría seguramente garantizada, como de hecho ha existido y existe entre Chequia y Eslovaquia si se atiende a la caída brutal en las relaciones comerciales. Pero, bueno, al margen de esto, el sorteo sería una buena forma de acabar con el problema. Asunto solucionado, ¿no?
No del todo, no. Pues está la cuestión previa de cuántas bolas de cada color ha de haber en la cesta. Pues, si se piensa un momento, para aceptar la lotería como medio de zanjar la disputa, cada uno de los que disputan ha de pensar que ello les conviene. Y en términos económicos, eso pasa si cada uno estima que la probabilidad de ganar en la loteria por lo que para él vale quedarse con todo X es mayor que el coste esperado de luchar por X (el coste de la pelea más los costes que supone la destrucción de parte de X en la misma). Ahí la negociación y el diálogo tienen su papel.
Por poner un ejemplo. Supongamos que X vale 100€ para el agente A , y que el coste de pelearse es de 50€. Entonces A exigiría para aceptar un reparto por lotería más de un 50% de probabilidad de ganar en ella, por ejemplo un 51%, de modo que el beneficio esperado por participar en la loteria (el producto de la probabilidad de ganar (51%) por el valor de X (100€), o sea 51€) sea mayor que el coste esperado de luchar (50€). Sería por otra parte necesario que el otro agente, el B. aceptase participar en la lotería, es decir, debiera acepatr que su probabilidad de ganar fuese sólo" de un 49% o menos.
En el caso de la "cuestión catalana", ¿qué probabilidades de ganar en el sorteo serían aceptadas por el gobierno de España y también por el govern de la Generalitat? Es difícil imaginar qué probabilidad de ganar exigiría como mínimo el primero a la vez que también aceptara el segundo, pero dado que el Estado español es más "fuerte" política, militar y económicamente que la Generalitat está claro que no se conformaría con un 50% de probabilidades de ganar. Podemos imaginar, por seguir jugando mentalmente, que como mínimo el Estado exigiría un 65%-70% de probabilidades de ganar en la lotería, y que la Generalitat lo acabase aceptando dada su relativa debilidad. Ello daría a la Generalitat un 35%-30% de probabilidades de éxito que corresponde (o quizás incluso supera) al porcentaje de votantes independentistas sobre el censo electoral.
Así que, si se llegara a este acuerdo, los niños de San Ildefonso encargados de resolver de una vez por todas el cansino problema del encaje de Cataluña que tantas neuronas ha consumido de tantos eminentes pensadores, deberían de sacar un bola de una cesta que contuviese 100 bolas, 65 "blancas" y 35 "negras". Tal distribución de bolas de color respondería, por otra parte, a las "recomendaciones" internacionales de Venecia o al dictamen del Tribunal Supremo de canada que pedía para una independencia de Quebec de una mayoría cualificada de electores.
Sencillo, ¿no? Y, además, barato. ¡Que ya está bien de perder el tiempo y de destrozar arboles para carteles y propaganda y de ensuciar la bella Barcelona y de aguantar a prepotentes líderes políticos ocupando el espacio televisivo y radiofónico!. Pero, ¡ay! Resulta que esta solución tan equilibrada y amable no es factible por una sencilla razón que recibe (en la Teoría de Juegos) la denominación de "el problema del compromiso", o por decirlo más fino en inglés, "the commitment problem".
Y es que sucede, como señalara Fearon en su artículo, que tras el sorteo del bien indivisible, quien perdiera no tendría el menor incentivo en aceptar el resultado, o sea, en respetar el compromiso previo, por la sencilla razón que quien pierde ha de ponderar esa pérdida real (el resultado del sorteo) con el beneficio esperado de desdecirse y no aceptar el resultado y volver a la casilla inicial e iniciar una "guerra" de algún tipo (ya económica ya militar) por quedarse con todo X. Imaginemos que el niño o niña de San Ildefonso saca una bola negra, ¿es imaginable que el estado aceptase que Cataluña se "fuese" sin más ni más y actuar como si nada hubiese pasado? Y si la bola que saca es blanca, ¿abandonarían los independentistas su objetivo que para muchos es la razón de su vida? Me resulta difícil imaginar que cualquiera de los perdedores, fuera quien fuese, aceptase de buen grado la pérdida y no recurriese al conflicto.
Para no quedarnos con "mal sabor de boca" y dado que el título de esta entrada era inequívocamente optimista, puede decirse que hay un atisbo de esperanza frente a las implicaciones que surgen del "problema del compromiso". Y ello pasaría porque apareciese otro actor (¿la Unión Europea?) con capacidad para castigar a quien no respetase la solución a la que se llegase por sorteo (por ejemplo, expulsión y aislamiento de la UE). Quizás, en tal caso, en la medida que los costes de incumplir el compromiso fuesen lo suficientemente elevados, la solución de sorteo tendría una viabilidad.