Si, como he dicho en el post anterior, fuese cierto que no se pudiese culpar de modo claro a los "intermediarios" por los bajos precios en origen de los productos agrarios a consecuencia de su capacidad monopolística para fijar unos margenes abusivos sobre lesos precios, hay que buscar en otra parte para tratar de dar cuenta del malestar económico de muchos agricultores y ganaderos.
Pieza básica pasa a ser entonces darse cuenta de que los precios en origen surgen -como es obvio- en los mercados en origen, pero lo que parece que no lo es tanto es que, en esos mercasos, los precios surgen de la interacción entre la oferta de sus productos que hacen lo agricultores y la demanda DERIVADA que de los mismos hacen los intermediarios. Y aquí lo importante es la palabra derivada.
Por ella los economistas quieren recalcar que la demanda que aparece en los mercados de "factores de producción", y está claro que los productos agrarios en origen son un "factor de producción" del producto final que llega a las fruterías tras pasar por una cadena de valor, NO es una demanda propia o autónoma, sino que procede de la demanda FINAL que hacen los compradores últimos o finales de los bienes. es decir, que los intermediarios no demandan ajos, cebollas y tomates por sí mismos y para ellos mismos, sino porque trasladan a los agricultores la demanda final que de esos productos hacen los consumidores.
De igual manera, a la hora de explicar los mercados de trabajo, los economistas los analizan como la interacción entre la oferta de trabajos que hacen los trabajadores y la demanda de los mismos que procede de la demanda de los bienes finales que los trabajadores producen. O sea, que la demanda de trabajo también es un demanda derivada. Y en consecuencia se tiene que lo que les pasa económicamente a los trabajadores en una ocupación es consecuencia directa de lo que le pasa a la demanda de los bienes finales que se produce en esa ocupación. Y, claro, si la demanda de un bien cae, como por ejemplo cayó la demanda de carruajes cuando aparecieron los automóviles, la demanda de conductores de coches de caballos y de los carpinteros y ebanistas que los producían se hundió paralelamente, y con ella sus salarios. Pues, mutatis mutandi, algo similar pasa con los precios de los productos agrarios.
En efecto, la implicación de analizar la demanda de los productos agrarios en origen como una demanda derivada es obvia. Y es que los precios agrarios en origen provienen de los precios finales, y no a la inversa. O sea, es el precio de los ajos y las cebollas en las fruterías de las ciudades lo que determina los precios de las cebollas y los ajos a los que puede vender el agricultor, y no, como parece sugerir el sentido común, al revés. O lo que es lo mismo, si se quiere que los precios en origen suban para arreglar las maltrechas economías de los agricultores el camino NO pasa por fijar unos más altos precios mínimos más "justos" en origen, como machaconamente exigen los agricultores en las mesas de negociación, sino que pasa porque los precios finales suban, de forma que esta subida se traslade a través de la cadena de fijación de precios, paradójicamente, hacia atrás, llevando así al ascenso de los precios de la "materia prima", o sea, de los precios de los productos agrarios en origen.
Por contra, el establecimiento de unos precios mínimos en origen, lo que implica es el encarecimiento de la oferta de productos agrarios en los mercados finales, lo que con toda seguridad acabaría traduciéndose en una disminución de la cantidad demandada de productos agrarios en esos mercados finales. Esa caída en la cantidad demandada por parte de los consumidores finales en las ciudades llevaría de modo inmediato a la aparición de unos excesos de producción brutales de productos agrarios en el campo, pues a la vez que los consumidores demandarían menos frutas y hortalizas, los agricultores tendrían un incentivo para producir aún más.
O sea, que las rentas de los agricultores y ganaderos no crecerían lo que estos esperarían pues si bien cobrarían unos precios más elevados por cada kilo que vendiesen, venderían menos a la vez que producirían aún más. Sólo el mecanismo de precios mínimos sería "eficaz" para sostener las rentas agrarias si, paralelamente, el "estado" o "quien fuese" se comprometiese a comprar los enormes y crecientes excedentes que se producirían de esos bienes. En suma: un completo absurdo económico. Un despropósito. NO HAY POLÍTICA ECONÓMICA MÁS TONTA E INEFICIENTE PARA EL PROBLEMA DE LAS RENTAS AGRARIAS QUE LA FIJACIÓN DE PRECIOS MÍNIMOS EN ORIGEN.
Y ello sin contar con las importaciones de otros países que moderarían el ascenso en los precios finales, por lo que unos precios mínimos en orígen más altos harían a los productores españoles aún menos competitivos. Una vez más se han dejado oír las patochadas y estupideces de un grupo político de descerebrados que, frente a ello, propone "prohibir" las importaciones de productos agrarios de fuera de la Unión Europea, o sea, fundamentalmente de los países del Norte de Africa. Por respeto a la inteligencia de los lectores de este blog no les rebajaré a tener que "analizar" los efectos de todo tipo de esa delirante política.
Afrontar el problema de las rentas agrarias pasa, pues, no por intervenir en los mercados en origen (caso de que, como aquí se ha argumentado no haya en ellos prácticas "monopolísticas" por parte de los demandantes, o sea, los intermediarios) sino por actuar en los mercados finales. Y aquí sólo hay dos vías. Por un lado, la cualificación, o sea, la producción de productos agrarios que tengan un mayor valor añadido, alcancen precios finales más elevados y se dirijan a mercados donde la competencia de Marruecos, Argelia o Túnez es inexistente. Francia e Italia llevan décadas señalándoles el caminos a los agricultores españoles. No es de recibo que, por ejemplo, se venda aceite y vino español a granel para ser procesado como producto propio por la industria oleícola y vinícola italiana y francesa.
Y también, por otro lado, los agricultores han de plantearse encontrar usos alternativos a su "capital". El uso de la tierra como "factor de producción" de energía solar es ya una obvia realidad. Y se me ocurre que, en un entorno de cambio climático y de transición ecológica, cabe soñar con otro tipo de cultivo que, paradójicamente, ha sido históricamente el tradicional rival de los agricultores y ganaderos a la hora de usar económicamente sus tierras: el "bosque". Y es que la corteza vegetal ha pasado a tener un valor económico muy distinto a su tradicional uso forestal como madera. Ahora, el bosque más que como madera sirve como sumidero de CO2, y al igual que cada vez habrá que pagar más por emitirlo a la atmósfera, el valor de su eliminación crecerá inevitablemete. Quizás no fuera absurdo, en un marco de transición ecológica, fomentar el que los agricultores cambien su dedicación hacia de la producción de bienes de consumo a la de productos básicos ecológicos: oxígeno, humedad, retención de suelos, sumidero de CO2, etc.