Por fin ya empezamos a saber algo cierto sobre la extensión de esta epidemia en nuestro país ...y se confirman los ¿peores? ¿mejores? pronósticos. Veamos. Así que resulta que sólo un 5% de los españoles han resultado contagiados aún llevando el virus suelto por España desde enero. Pues las implicaciones obvias de este hecho son, a mi entender, dos. Una, la obvia: que no hay en España "inmunidad de grupo". Dos, la menos obvia: puede ser que el virus no sea tan contagioso como se dice.
La estadística está confirmando, pues, lo que la intuición iba malmetiendo por ahí, al menos en mi cerebro. A mí me decía que había casos "extraños" de matrimonios, -no sólo los de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, sino algunos otros de los que he ido sabiendo-, casos en que pasaba algo raro muy raro: que estando uno de los conyuges contagiado, el otro no lo estaba, haciendo vida en común normal. Lo cual si bien no es incompatible con una contagiosidad elevada, sí arrojaba muy serias dudas sobre la probabilidad de la misma, dudas hoy ya resueltas.
Y si no es tan contagioso, pues entonces también se diluyen las razones para que, aun siguiendo como criterio de actuación el llamado principio de prudencia, el gobierno entrara como entró en pánico y adoptara como hizo una versión bastante o muy estricta del llamado "modelo chino" para afrontarla, buscando defender a TODA la población de sí misma.
Eso, esa "política", tenía un claro sentido si TODA la población tuviese una altísima probabilidad de contagio, pero si la contagiosidad es baja, pues ese sentido, si bien no pasa a ser un sinsentido, lo pierde en buena medida por lo que cabe pensar que adscribirse al "modelo chino" no ha sido precisamente la mejor de las decisiones a tenor de los brutales costes económicos de ese modelo.
El modelo correcto para esa baja contagiosidad se me antoja es, si uno no se guía en sus decisiones por el pesimista criterio maximin (aquel que siempre se pone en lo peor, y elige la decisión que minimiza el daño), el que he denominado en un post anterior "modelo bíblico o judío", aquel dirigido a proteger sólo a la población de riesgo de su "enemigo": el resto de la población que no es de riesgo. Dado que la mediana de edad de los fallecidos por o con coronavirus está en los 83 años, la población objetivo NO era toda la población, sino la población mayor y muy mayor.
Obviamente lo peor de esta epidemia está en su mortalidad, que, por lo que sabemos de la primera oleada de datos de la encuesta serológica, va a superar un poco el 1% de los infectados. Una mortalidad brutal, comparada por ejemplo con la de la gripe común. Por ello, sin duda ha sido, es , y será necesario adoptar medidas políticas contra la epidemia hasta que no haya una terapia efectiva.
Adoptar frente al coronavirus una política liberal, una política de no hacer nada, de "laissez faire, laissez passer" buscando alcanzar la llamada "inmunidad de rebaño", sería todavía peor en el campo sanitario que en el campo económico. Se traduciría en una cantidad de fallecidos inasumible, insoportable. Pero ¿por qué sólo esas dos opciones? Ni una cosa ni otra. Ni el el extremo del modelo liberal ni el del "modelo chino". Y, sin embargo, el "modelo chino" con mayor o menor intensidad se ha impuesto en todas partes. ¿Por qué?
1969 fue el año del del gran concierto de Woodstock en agosto en Nueva York. También fue el año de la gripe de Hong Kong. Entró en EE.UU. en el mes de diciembre de 1968 y en los siguientes meses acabó con la vida de más de 100.000 norteamericanos (la población de los Estados Unidos era entonces de 200 millones, hoy son más de 328). Para que el COVID-19 tuviera hoy la misma letalidad en EE.UU que la gripe de Hong Kong debiera causar más de 250.000 víctimas, lo que hoy parece más que improbable (o sea, que por lo que hoy sabemos, la letalidad del coronavirus será menor que la de aquella cepa de gripe. No hubo ni cuarentenas ni cierres de empresas, ni se impidieron conciertos multitudinarios, ni se cerraron por decreto universidades o colegios (cerraron en algunos estados por inasistencia de alumnos), ni se obligó al uso de mascarillas. Como dice Jeffrey Tucker en un reciente artículo en The Institute of Economic Affairs:
"Los mercados bursátiles no se hundieron por la gripe. El Congreso no aprobó legislación especial. La Reserva federal nada hizo. Ni un sólo Gobernador en ningún estado decretó medidas para obligar al distanciamiento social, el aplanamiento de la curva (aunque centenares de miles de personas fueron hospitalizadas) o la prohibición de aglomeraciones de cualquier tipo. Ninguna madre fue arrestada por llevar a sus niños a otras casas. Tampoco fueron detenidos surfistas. Tampoco se cerraron las guarderías incluso aunque hubieron más muertes de niños que con el que hoy estamos sufriendo. No hubo suicidios, ni desempleo, ni sobredosis atribuibles a la gripe" (Jeffrey A. Tucker, https://www.aier.org/article/woodstock-occurred-in-the-middle-of-a-pandemic/)
Por lo demás, esa cepa de la gripe mató a más de 1.000.000 de personas en todo el mundo. Lo que significa que para que la presente epidemia tuviese una mortalidad semejante, deberían de morir por coronavirus más de 4.000.000 de personas en el mundo. Cosa, de nuevo, improbable por no decir imposible. No se cuál fue su efecto en España. Pero por lo que recuerdo y me cuentan, tampoco se vivió como se está viviendo esta epidemia. Tampoco en otros países.
¿Inconsciencia por desconocimiento y estupidez por incapacidad de valorar los riesgos, las de las gentes de entonces, o más bien estoicismo y mera racionalidad? ¿Qué es lo que explica la moderación en la respuesta ante la gripe de Hong Kong de individuos y gobiernos?
Pues yo me inclino a pensar que lo segundo, o sea, cierta combinación de racionalidad, el saber lo que cuestan las cosas y la necesidad consiguiente de medir las reacciones pues para todo hay un coste de oportunidad, así como quizás una mayor capacidad para el sufrimiento, una asunción de la ineludible realidad de la muerte, un estoicismo cultural apoyado en la memorias recientes de las catástrofes de las guerras mundiales (y en EE.UU la guerra del Vietnam entonces en su apogeo). Y, paradójicamente, también, la escasa información, el escaso seguimiento mediático que tuvo esa epidemia.
Y, entonces, ¿qué puede dar cuenta de la desproporcionada respuesta al COVID-19 que se ha visto no sólo en España sino en todo el mundo? Sin duda está, por un lado, el "efecto contagio" entre gobiernos, no del virus, sino de la obligación/necesidad de "hacer algo", y más que "algo", algo eficaz independientemente de su eficiencia, pero "algo" que les librara a los gobiernos de la crítica de pasividad o de ineficacia "homicida" por parte de todo tipo de medios.
Cuenta aquí mucho, en este contagio político-mediático, la audiencia que han recibido las previsiones catastrofistas de un epidemiólogo en concreto, Ted Ferguson, y su equipo del Imperial College de Londres. A mitad de marzo pronosticó, por ejemplo, que la mortalidad en EE.UU. alcanzaría a los 2,2 millones y en Gran Bretaña a 500.000, en el peor de los casos si no se hacía nada. Obviamente, ante tamaña mortalidad cualesquiera medidas de control y cuarentena estarían justificadas.
El problema es que quizás no debería habersele dado tanto crédito a este epidemiólogo y su forma de modelar las epidemias a tenor de su currículo profesional. Fue él quien predijo a mitad de los años 90 que, a consecuencia de la llamada "enfermedad de las vacas locas", morirían sólo en Gran Bretaña 136.000 personas en 10 años. La cifra real de muertes resultó ser de 177. No es que, en esto de la predicción fuesen muchísimo mejores otros pronosticadores, la mayoría estimó que morirían decenas de miles de personas por la enfermedad de Creutzfeldt-Jacob, pero su estimación, la de Ferguson, se desvió de la realidad en varios órdenes de magnitud.
Y es que el arte, que no la ciencia, de la predicción está sujeto a múltiples consideraciones que modifican de modo determinante los pronósticos que de se derivan de los modelos. Unas son de tipo técnico (el modelo de epidemia que se use, el valor del número R0 de la contagiosidad, la velocidad y tasa de recuperación, las tasas de mortalidad, los efectos de variables como la capacidad de resistencia de los sistemas inmunológicos, las mutaciones del propio patógeno, etc.) pero otras son de tipo social y político. Es decir, las previsoones dependen de la efectividad de las políticas públicas que se instrumenten y de las respuestas de las gentes alterando sus comportamientos.
Para la Economía, los individuos responden a incentivos. Ello significa que no se puede suponer que el comportamiento de la gente cuando se produce una epidemia no se ve alterado por este hecho. Y ¿qué mayor cambio en los incentivos es para cualquiera el coste brutal que puede suponer el contacto físico con otro en tiempos de epidemia? Por eso, una epidemia entre humanos es diferente a una epidemia entre animales. Los seres humanos modifican sus comportamientos, los animales no, siguen con sus comportamientos innatos/instintivos como si no pasase nada, como si no hubiese una epidemia. Esto es de sobra conocido, y aún en tiempos en que no se sabía el origen microbiano de las epidemias, los humanos desarrollaron comportamientos para contenerlas.
Algunos, como las preces y ruegos al dios de turno, eran irracionales por ineficaces y absurdos por ilógicos(¿por qué rezarle al tipo que había mandado la epidemia?). Otros, por contra, eran sensatos. Como, por ejemplo, las cuarentenas. Si aún en tiempos precientíficos, es decir cuando no se tenían teorías demostradas que explicasen las epidemias (y se recurría a chivos expiatorios -como los judíos- y al castigo divino como explicación de las epidemias), se encontraron empíricamente y se arbitraron medidas efectivas contra las pestes, ¿no es entonces más sensato aún incorporar los cambios en los comportamientos individuales en los modelos epidemiólogicos?
Pues bien. Precisamente eso es lo que parece que no se hace. Así, un reciente artículo acerca de las debilidades de los modelos epidemiológicos desde el punto de vista económico por parte de varios economistas de la salud aparecido en la muy prestigiosa revista, National Bureau of Economic Research (VV.AA.: POLICY IMPLICATIONS OF MODELS OF THE SPREAD OF CORONAVIRUS:PERSPECTIVES AND OPPORTUNITIES FOR ECONOMISTS,https://www.nber.org/papers/w27007.pdf ) . Entre sus conclusiones se dice:
"El factor de heterogeneidad más importante y retador (para esos modelos) reside en que el comportamiento individual varía a lo largo del tiempo. En particular, la expansión de la enfermedad induce probablemente a los individuos a tomar decisiones para limitar sus contactos con otras gentes, por lo que las cifras reportadas por el Imperial College de 500.000 muertos en Gran Bretaña y 2,2 millones en EE.UU. no se corresponden con las respuestas esperadas en los comportamientos en la realidad"
Si bien la gente es muy "tonta" con las cosas que no le afectan cercana, inmediata y directamente o sobre las que no cree tener capacidad de influencia personal (por ejemplo, a la hora de votar), y toma respecto a ellas decisiones no meditadas, idiotas y contrarias a sus intereses (dicho de manera "técnica", la gente es racionalmente irracional); no ocurre lo mismo con las cosas que le afectan cercana, directa e inmediatamente, y sobre las que sí cree que puede actuar, como lo es la amenaza de sufrir una enfermedad potencialmente mortal o devastadora. Ahí su respuesta es rápida, amplia e incluso frecuentemente también, absurda o "irracional", pero no por defecto sino por exceso, o sea, por ser sobrereactiva.
Nadie quiere ser contagiado y nadie duda en poner defensas contra los otros, las posibles fuentes de contagio, defensa que pueden llegar incluso al ataque. No es necesario que nadie se lo diga o se lo imponga, el personal, por la cuenta que le trae, toma sus medidas de autoprotección, y no ha sido infrecuente que las autoridades hayan tenido que intervenir, no para promocionar estas medidas entre la población, sino para todo lo contrario, para restringirlas. Cuántos judíos fueron asesinados por sus cristianos vecinos en la Edad Media porque estos creían que hacerlo era una buena medida profiláctica contra la peste. Hoy, afortunadamente, las cosas no llegan tan lejos,no más allá de la llamda "policía de balcón", pero ha habido casos en que "buenos" vecinos, a la vez que salían a los balcones a aplaudir a los "héroes de la sanidad" no dudaban luego en acosar a aquellos de esos héroes que vivían en la misma escalera. Y es que estos podían ser una fuente de contagio, y ya se sabe que con la salud no se juega.
Las respuestas individuales no tienen porqué ser aisladas, sino que pueden estar coordinadas, y en esa media pueden autocontrolarse para no caer en el exceso. El ejemplo de Hong Kong en esta epidemia es aquí revelador (véase,https://www.theatlantic.com/technology/archive/2020/05/how-hong-kong-beating-coronavirus/611524/ Si había un lugar donde la COVID-19 hubiese podido causar estragos es la ciudad de Hong Kong, no sólo por sus conexiones con Wuhan (el origen de la epidemia) sino por sus particulares condiciones (densidad demográfica, aglomeración, movilidad, etc.) Y sin embargo, no ha habido epidemia de coronavirus, y no porque haya habido confinamiento o cuarentena estrictos, sino por las respuestas de autoprotección individuales pero coordinadas.
Pero, como ya se ha dicho, en la mayoría de otros lugares, los gobiernos guiados por el tipo de modelizaciones epidemiológicos, se han visto de alguna manera "forzados" a recurrir a alguna versión del "modelo chino", un modelo por cierto, que dado que no toma en cuenta las reacciones autodefensivas individuales, que parece pues ser más adecuado para las epidemias entre animales que entre humanos.
Y, finalmente, aunque no se quiera decir en voz alta a tenor del papel policíaco (no sólo el periodismo de "denuncia" sino también de "juicio" y de "castigo") que están adquiriendo los medios de comunicación hoy en día, hay que reconocer que esta pandemia es muy diferente a las antiguas pues es una epidemia mediática. Es decir, está siendo una epidemia en que la información ha sido más rápida y se ha extendido más que el propio virus. Esto es algo que diferencia las modernas epidemias (SIDA, Ébola, coronavirus) de las viejas. El desarrollo de las tecnologías de la información y de la comunicación suponen un cambio radical en la información sobre las epidemias. Eso puede estar bien... o puede estar mal. Y no sólo por la existencia de "fake news".
Nunca hay que olvidar que los medios de comunicación "viven" económicamente de conseguir clientes (o sea audiencia). Ello les incentiva a elegir las informaciones acerca de la epidemia y, sobre todo, la forma de presentarlas que más audiencia atraiga. Ello sin duda implica que el tratamiento de la información por todos los medios ha estado sesgado hacia el exceso. Si a esto se suma, por un lado, el recurso de los "periodistas" a la "ética" más débil, o sea, aquella que el criterio de bondad se le aplica a todo lo que promueve los "mejores instintos del ser humano", o sea, lo más primario: lo sentimental y lo emocional, de modo que "algo" es bueno si suscita "buenos" sentimientos, "buenas" y sentidas emociones; y, por otro, la singular incapacidad de que hacen gala los periodistas a la hora de entender conceptos tan elementales como el de tasa de crecimiento, por no decir ya cosas tan "abstrusas" como lo que significa el "pico" o el máximo de una función (es curioso que tengan todos los periodistas tan a gala el "ser de letras"), se tiene "la tormenta mediática" perfecta a la hora de enfrentar la pandemia.
¿Qué gobierno puede atreverse a la ponderación y la moderación o la racionalidad cuando desde los llorosos ojos de estos nuevos moralistas de los medios les van a acusar de asesinos insensibles materialistas que anteponen la economía a la salud? Ninguno.
FERNANDO ESTEVE MORA