Parece que no se ha entendido muy bien el objetivo de mi última entrada. Probablemente esa incomprensión tenga que ver con el lenguaje que usé. Pues bien, para evitar malentendidos y más consultas por los pasillos, aquí va una aclaración.
El objetivo que perseguía con la entrada era doble. Por un lado, pretendía con ella que se fuese más conscientes de que la cifra que mide los resultados económicos de una sociedad, es decir, su cifra de PIB, es una convención en toda regla, una construcción contable que refleja una selección de datos estadísticas hecha con un determinado propósito. Concretamente, el objetivo final que se persigue con la cifra del PIB no es (o no era en su origen) tanto medir en una única cifra el desarrollo económico de un país, o sea, un indicador del nivel del total de los bienes y servicios económicos producidos en país, sino un indicador de la producción de bienes económicos que se obtiene mediante el trabajo que ejecutan los trabajadores que se contratan en mercados de trabajo legales. No me cabe ninguna duda que sin convenciones como es la cifra del PIB ninguna comunidad puede realizar políticas económicas, pero tampoco me cabe duda alguna de que la cifra del PIB dista de reflejar la producción real de bienes y servicios económicos valiosos para los miembros de la sociedad. Y no sólo porque no se incluye en la cifra del PIB el valor de la producción ilegal, ya sea porque es de bienes ilegales (como las drogas o la prostitución), ya sea porque aún siendo de bienes legales, es una producción que se realiza ilegalmente en la llamada economía sumergida o negra. No, la cifra del PIB se obtiene como se ha dicho a partir de algunas -inevitables- convenciones estadísticas y contables que hacen que su valor aumente o disminuya según que un bien se intercambie o no en un mercado. Esto es algo de sobra conocido. Ya Arthur Pigou señaló a comienzos del pasado siglo (en un comentario deliciosamente decimonónico y quizás algo machista) que si un "señor" se casaba con su "criada" ello hacía disminuír la cifra del PIB (aunque en su tiempo todavía esa cifra no existía) pues, sencillamente, ese cambio en su relación se traducía en que dejaba de pagar un salario por el mismo trabajo, o sea que no disminuía su bienestar medido por su acceso a los bienes y servicios que esa su ahora "señora" seguía produciendo para él, Y, a la inversa, cuando un bien o servicio que antes se obtenía al margen de cualquier transacción mercantil pasa a obtenerse vía un intrercambio de mercado (si su "señora" se divorcia de él pero la sigue contratando como criada), el valor del PIB crece.
Para dar cumplida idea de esta idea utilicé, aun sin citarlo expresamente, una idea que saqué de uno de los más maravillosos textos de Economía que en mi vida he leído, si bien nunca para mi sorpresa aparece en ninguna colección de textos básicos de la historia del pensamiento económico. Se trata del texto escrito por el gran escritor satírico irlandés Jonathan Swift en 1729 que lleva el siguiente título: "Una modesta proposición para evitar que los hijos de los pobres en Irlanda constituyan una carga para sus padres o para su país, y para hacerlos útiles a la sociedad".
Y utilicé este asombroso texto por el otro objetivo que perseguía la entrada: hacer que se fuese consciente de que un incremento en la cifra del PIB puede venir acompañada por un deterioro en la cantidad y calidad de los bienes y servicios que produce una sociedad. A mí al menos me parece que si alguien me cobrase cada vez que preguntase por la hora o por una dirección no habría un incremento en la producción de bienes o servicios útiles, aunque sí hubiese un incremento en su valor que podría acabar reflejado en un aumento de la cifra del PIB. Esto es algo evidente que sucede, por ejemplo, con los gastos en guarderías. Las guarderías pretenden producir unos servicios sustitutivos de los que antes prestaban las familias que hoy las usan, por necesidad en la mayor parte de los casos. El valor de su producción (o sea, lo que les pagan las familias que las contratan) se agrega junto con el valor del trabajo de las madres o padres que ahora no se dedican a cuidar a sus propios hijos a la cifra del PIB, pero, sin embargo el producto total no crece de igual manera, pues a fin de cuentas y en el mejor de los casos, lo que producen las guarderías antes eran producidas por las familias, luego no es un incremento neto de producción.
Y esta idea aparece expuesta con una increíble lucidez y crudeza en el texto de Swift, pues en él, lo que propone como remedio para combatir la pobreza en Irlanda, o sea, para incrementar el PIB irlandés es que los hijos de los pobres sean vendidos como carne, entrando así en las redes de los intercambios mercantiles. El texto no tiene desperdicio y en él Swift lleva a cabo un correctísmo análisis económico de las consecuencias de que la carne de los niños sea usada como bien de consumo que se compre y venda en los mercados como otras carnes de otros animales. Se trata éste de un texto que todo el mundo debiera leer por obligación. Y, aunque es un texto cortísimo, aquí no voy sino a copiar unos breves párrafos para incentivar a su lectura completa. Nos cuenta Swift que
"Un americano" (obsérvese que es un americano, no un inglés o un irlandés el experto antropófago)" muy entendido en la materia, y que vive en Londres, me ha asegurado que un tierno infante saludable y con buena cría llega a ser, al año de vida, el más delicioso de los manjares, nutritivo y susceptible de ser sometido a transacción económica, ya sea servido en estofado, en asado, hervido o al horno...Un niño donará dos buenas fuentes en una comida para los amigos, y, cuando la familia coma a solas, el cuarto delantero o trasero del infante constituirá un plato razonable y suficiente . El niño hervido y sazonado con un poco de pimienta y sal marina resultará sabroso hasta el cuarto día,especialmente si se pone a conservar con los rigores del invierno"
Y, a partir de aquí, Jonathan Swift realiza un impecable -económicamente hablando- análisis de los efectos benéficos para los padres pobres y para la sociedad irlandesa en general, excepto, obviamente, para aquellos niños (que no son todos) destinados a los mataderos y carnicerías que, por otro lado, no se enteran pues son muy pequeños y no se enteran por tanto de nada. Swift realiza su análisis en términos aritméticos pero no tengo la menor duda de que sus cálculos son correctos y que su análisis podría modelizarse formalmente con facilidad. Swift señala, además, que una tal política sería más eficiente que las alternativas tradicionales, como la sustitución de importaciones, el fomento de la emigración o las inversiones en agricultura dada la escasa productividad agraria de la tierra en Irlanda. En resumidas cuentas, se trataría de un "proyecto absolutamente nuevo, sólido y verosímil, de poco gasto y mínimas molestias"
Y concluye:
"Declaro con toda la sinceridad de mi corazón, que no tengo el menor interés personal en esforzarme en la promoción de obra tan necesaria, que no me impulsa otro motivo que la búsqueda del bien para mi patria y el desarrollo de nuestro comercio, el cuidado de los niños, el alivio de los pobres y el dar cierto placer a los ricos. No tengo hijos por los que puedan ofrecerme un solo penique; el más joven de ellos tiene nueve años, y mi mujer ya no puede engendrar".
A nadie se le escapará que con su propuesta Jonathan Swift se anticipa a otros autores como Aldous Huxley cuando en Un mundo feliz pronostica un futuro en el que la ingeniería genética conseguiría crear clases biológicas distintas de seres humanos, y apunta a un problema hoy ya presente como el tráfico de órganos para transplantes. Pero, dejando de lado estas obvias implicaciones, lo que Swift está planteando es la cuestión de qué bienes y servicios han de ser incluidos bajo la égida de la economía, de qué bienes y servicios pueden entrar en la categoría de mercancía, y lo hace acudiendo al expediente de la sátira monstruosa, para que nos demos cuenta del riesgo que se corre cuando se deja Está claro que la carne de los niños no se acepta como bien de consumo alimenticio, aunque sí -ilegalmente- para su uso sexual, tampoco permitimos la compraventa de votos, de órganos, de cargos públicos, de sicarios, etc. Pero también está claro que el ámbito de actividades sujetas a transacción mercantil ha ido progresivamente creciendo, haciendo que crezca en la misma medida la cifra del PIB(*).
Jonathan Swift fue un autor prolífico y en alguna otra de sus obras incluyó también otras opiniones de política económica. Merece citarse aquí su más conocida obra: los Viajes de Gulliver, esa maravillosa obra que incomprensiblemente se considera una obra infantil. Pues bien, fuera de los viajes a Liliput y a Brobdingnag, raro es encontrar quien lea los demás que, en mi opinión, son aún más enjundiosos. Destaca el de viaje a Balnibarbi donde a Gulliver se le permite visitar la Academia de Lagado (Parte III, caps.5 y 6), y en el que escucha
"un debate muy acalorado entre dos profesores sobre las más convenientes y eficaces formas y medios de recaudar dinero sin afligir a los súbditos. El primero afirmaba que el método más justo era establecer un impuesto sobre los vicios y las locuras , y que la suma señalada a cada individuo la estipulara de la manera más imparcial un jurado formado por sus vecinos. El segundo opinaba justamente lo contrario: que se gravaran los atributos físicos e intelectuales por los que los hombres más se estiman a sí mismos, y que la contribución fuera mayor o menor según los niveles de eminencia, quedando la determinación exclusiva de tales niveles a su propia conciencia. El impuesto más alto era sobre hombres que son grandes favoritos del otro sexo, y los gravámenes correspondían al número y carácter de los favores que habían recibido, de lo cual se les permitía ser sus propios garantes. Agudeza, valor y cortesía también proponían que pagaran fuertes tributos, que se recaudarían de la misma manera, cada cual dando su palabra por la cantidad que tuviera. Pero en cuanto al honor, la justicia, la prudencia y la sabiduría, estarían totalmente exentos de impuestos, pues son cualidades de categoría tan singular que nadie las reconocerá nunca en un vecino o las valorará en sí mismo.
A las mujeres proponían que se les gravara la belleza y a destreza en el vestirse, en lo cual tenían el mismo privilegio que los hombres, es decir, quedando la decisión a su propio juicio. pero la fidelidad, la castidad, el buen juicio y la amabilidad no eran imponibles, porque no amortizarían el gasto de cobrarlas"
Siempre he pensado que esta propuesta de fundamentación de la política fiscal de Swift no era ninguna tontería ya que detrás de ella había un profundo conocimiento de la naturaleza humana, ¿no?
(*) Quien quiera profundizar en estas cuestiones ha de dirigirse a la obra de Margaret Radin, Contested Commodities, Harvard University Press, 1996