FERNANDO ESTEVE MORA
En 1817, el gran economista David Ricardo publicó sus Principios de Economía Política y Tributación, el primer libro no de Economía Política sino de Teoría Económica. En él, además de otros modelos teóricos, se incluía un modelo/explicación/teoría del comercio internacional que ha sido desde entonces repetidamente debatido pues sus conclusiones chocan con el sentido común: la teoría de la ventaja comparativa.
Veamos. Hasta la contribución ricardiana, la explicación acerca del mecanismo que regía el comercio internacional era el que Adam Smith había propuesto en su obra, la Riqueza de las Naciones (no el primer libro de Economía pero sí el primer libro teórico de Economía Política). Para Adam Smith el comercio internacional se guiaba y explicaba por el mismo principio que el comercio intranacional o local: el principio de la ventaja absoluta.
Según este principio, por tanto, las empresas de un país exportarán a otro país los bienes en los que sus precios de venta sean más bajos que aquellos a los que venden las empresas nacionales en el otro país, y a la inversa, importarán los bienes que resulte más barato comprarlos en el extranjero.
Ahora bien, en la medida que los precios dependen de las condiciones de costes (no sólo de ellas, pues hay que considerar también los márgenes de beneficio que se ponen a los costes a la hora de fijar precios), el principio de la ventaja absoluta se puede definir también como el principio de los costes absolutos, pues viene a decir que un país exporta a otro los bienes cuyos costes unitarios de producción son más bajos que los que hay en es otro otro país, y a la inversa, importan aquellos en los que sus costes unitarios son más altos. Y un último paso, dado que en los costes por unidad o unitarios de un producto tienen un peso muy relevante los costes salariales, se tiene que si dejamos al margen las materias primas cuyos precios tienden a ser homogéneos en los mercados mundiales, los costes unitarios de los productos guardan una relación directa con los costes laborales unitarios o por unidad producida, que a su vez se definen como el cociente entre los costes salariales y el valor de la producción, o lo que es lo mismo, el cociente entre el salario medio y la productividad media del trabajo. Por lo que, en general, un país tendrá una ventaja absoluta en las producciones en los que sus costes salariales unitarios sean más bajos, o sea, tendrá ventajas absolutas si sus salarios son más bajos y/o la productividad de sus trabajadores es más elevada.
Obvio, ¿no? Es de sentido común, si los sueldos que cobran los trabajadores de un país son más bajos y si su productividad es más elevada que las de otro, las empresas del primer país podrán vender a precios más bajos que las del otro, con lo que las arrasarán en los mercados internacionales. Es lo que ha pasado con los productos chinos, ¿no?
Pues bien, esta "obviedad" es la que puso en solfa David Ricardo, al señalar que aunque país tuviera ventaja absoluta en la producción de todos los bienes que se intercambian en los mercados internacionales, no arrasaría en todos ellos, sino que se especializaría en la producción de aquellos bienes en donde tuviera no una ventaja absoluta sino una ventaja comparativa. Es decir, se especializaría en los bienes donde su ventaja absoluta fuese relativa o comparativamente mayor. Esto significa que un país, aunque tuviera unos costes unitarios más elevados que los de otro en todos los bienes que se intercambian, no sería expulsado de esos mercados, sino que se especializaría en la producción de aquellos bienes en los que sus costes unitarios aunque fuesen más altos que los del otro fuesen relativamente menos desfavorables. Un sencillo ejemplo puede aclarar la cuestión.
Supongamos dos países, el A y el B, que operan en un mercado internacional donde sólo se intercambian dos bienes, el X y el Y. Supongamos, adicionalmente, que las condiciones salariales y de tecnología en A y en B hacen que A tenga una ventaja absoluta (costes unitarios más bajos) sobre B en la producción de los dos bienes. Es decir, que -por ejemplo- el precio de X producido en A es 20€, y el precio de X en B es de 30€; en tanto que el precio de Y producido en A es 25€ y el precio de Y producido en B es 100€. Está claro que A produce tanto X como Y a precios más competitivos que B.
Para Adam Smith ello supondría que las empresas de B que producen X e Y desaparecerían de su propio y nacional mercado porque no podrían resistir la competencia extranjera. Es lo que el sentido común le haría pensar a cualquiera, ¿no?. Pero no deducía lo mismo David Ricardo. Ricardo se dio cuenta de que el País A tenía una ventaja absoluta relativamente más alta en la producción del bien Y, pues podía producir y vender Y a un precio 3/4 más barato del precio al que puede producir y vender B (Precio de Y de A/precio de Y de B=25/100 = 1/4), en tanto que su ventaja absoluta era más baja en la producción del bien X, pues el precio al que puede producir y vender ese bien es sólo un tercio más bajo del precio al que puede producir y vender X el país B ( precio de X de A/ precio de X de B = 20/30= 2/3).
En consecuencia, si bien A tiene ventajas absolutas en la producción de ambos bienes, tiene una ventaja absoluta relativamente mayor o ventaja comparativa en la producción del bien Y (pues en ella sus costes unitarios no son sólo más bajos sino comparativamente más bajos que en la producción del otro bien); ventaja comparativa en Y , que dado que podemos suponer que los salarios en cada país son los mismos en las empresas que producen los dos bienes, se debería a que si bien la productividad de los trabajadores del país A es más alta que la de los trabajadores de B en los dos sectores, es relativamente más alta en la producción del bien Y.
Y de ahí se sigue que el país A le vendría en cuenta especializarse en la producción del bien Y y dejar la producción del bien X para el país B, aunque este lo haga menos eficientemente, a precios más altos. Haciendo las cosas de este modo, ambos países ganan con el comercio internacional, pues los niveles de producción totales o mundiales crecen.
La teoría de la ventaja comparativa se puede aplicar a muchas otras situaciones, y en esta entrada propongo aplicarla a la debatida cuestión del machismo en nuestra sociedad.
Veamos, es frecuente oír que una de las consecuencias de vivir en sociedades patriarcales y machistas es que las mujeres han sido históricamente relegadas a las tareas hogareñas (cuidado de los hijos y del entorno familiar), excluyéndolas por tanto de la participación en los mercados de trabajo. Si bien esta situación ha ido cambiando poco a poco en los último tiempos, todavía las mujeres no sólo encuentran difícil incorporarse a las ocupaciones en los mercados de trabajo más remunerados (lo que se conoce como el "techo de cristal") sino que en todos las ocupaciones se puede discernir una clara discriminación laboral que se manifiesta en unas diferencias salariales entre hombres y mujeres para empleos iguales. Y, por supuesto, siguen recayendo en ellas la parte fundamental del entero conjunto de trabajos domésticos asociados al mantenimiento de la estructura familiar necesaria para el cuidado de los hijos.
Propongo aquí observar esta situación con el prisma de la teoría ricardiana de la ventaja comparativa. Es, por otro lado, algo inmediato,. Basta con hacer un pequeño cambio: donde lo que antes eran países, serán ahora sexos o géneros (me pierdo con las bizantinas disquisiciones acerca del uso políticamente correcto de estos términos) .
Adicionalmente, voy a sostener algo que cada vez está más demostrado, y es que las mujeres por término medio son más productivas/ eficientes que los hombres en TODAS las tareas productivas que pueden hacerse por ambos sexos. La lectura del muy recomendable libro de la antropóloga Helen Fisher ("El primer sexo") me convenció hace unos años de ello. Y es que, salvo en las actividades no productivas sino destructivas (o sea, las que usan de la violencia física), y no se si será porque tienen un "trozo" de cromosoma más que los hombres, el caso es que es difícil negar la evidencia de que -de nuevo por término medio- las mujeres son más eficientes que los hombres en todo tipo de tareas productivas. Y que no se objete a esto la existencia de actividades que requieren de fuerza física, pues, por un lado, las mujeres no son físicamente débiles, y en segundo lugar incluso esas tareas ya no son "lo que eran". O sea ya no requieren de grandes músculos pues, ahora, se ejecutan con la ayuda de máquinas que potencian de modo enorme la fuerza física personal, y por eso en ellas se requiere más de habilidad y coordinación manual que de fuerza bruta. Y aquí también las mujeres son mejores. Obviamente.
En suma que podemos razonar a partir del supuesto de que las mujeres son más productivas en todas las actividades en las que pueden competir con hombres. Son, por seguir con el ejemplo anterior, como lo era el país A, que era más eficiente produciendo tanto el bien X como el Y que el país B
¿Significa eso que las mujeres deberían hacer todos los trabajos y tareas? Pues bien, si seguímos con la misma lógica que enseñó David Ricardo, se tiene que no, que lo eficiente es que las mujeres se especialicen en aquellas actividades donde no sólo tengan una ventaja absoluta sino que tengan una ventaja comparativa, en tanto que los hombres lo hagan en aquellas otras donde su generalizada desventaja sea comparativamente inferior o más pequeña.
Y, entonces, ¿en cuáles actividades la general ventaja absoluta de las mujeres es comparativa o relativamente superior? Habría que verlo con detalle explorando actividad tras actividad, pero -creo- que en principio puede decirse que las mujeres tienen una clarísima ventaja comparativa tanto en la "producción" de seres humanos como en las actividades posteriores a su "producción" o nacimiento, es decir, en las actividades de su cuidado y mantenimiento.
La implicación que se sigue de lo anterior es inmediata. Al igual que el país A se especializaba en la producción del bien Y en el que tenía una ventaja comparativa, con arreglo a la Teoría de la Ventaja Comparativa de David Ricardo, las mujeres se deberían especializar en las tareas "domésticas" de producción y cuidado de los hijos. Y debieran hacerlo no por estar sometidas a una autoridad patriarcal o al machismo, sino porque ello es lo más eficiente.
En conclusión, la teoría de la ventaja comparativa aplicada no al comercio internacional sino al comercio entre esos dos "países" que son los sexos o géneros suele entenderse como una justificación teórica de lo que se ve en la realidad: la especialización de las mujeres en los trabajos del hogar y la especialización de los "hombres" (dejo aquí de lado la consideración de las parejas homosexuales) en los trabajos de fuera del hogar.
Y más aún. A lo que en estos tiempos estaríamos asistiendo, es decir a la plena y generalizada incorporación de las mujeres en los mercados de trabajo "externos" o formales, se le podría calificar desde esa teoría como un fenómeno económicamente ineficiente, una "desafortunada" (desde el punto de vista de la eficiencia) consecuencia de la pérdida de poder adquisitivo de los varones en los mercados de trabajo a consecuencia de las crisis económicas, la deslocalización, la globalización, la pérdida de fuerza de los trabajadores asociada al auge del neoliberalismo y la consiguiente desaparición de los sindicatos, y la misma incorporación de la mujer al trabajo que al aumentar la oferta de trabajo conlleva la presión bajista sobre los salarios (lo que a su vez incentiva a que más mujeres se incorporen a los mercados de trabajo).
Y es que a las mujeres no les habría quedado otro remedio que incorporarse a los mercados de trabajo, adicionalmente a sus trabajos en el hogar, no porque ello sea eficiente, sino por simple y acuciante necesidad familiar de dinero, porque los salarios de los trabajadores varones se han estancado y el desempleo estructural ha crecido. En la medida que mantener el mismo nivel y calidad de vida que antes con un sólo sueldo (el del trabajador varón) ahora ya no sería posible, las mujeres de modo complementario -no sustitutivo- habrían tenido que aportar dinero a la economía familiar, y para ello han tenido que salir a trabajar.
Esta "manera de ver" las cosas a partir de la teoría de la ventaja comparativa, este punto de vista, -se dice-, "explicaría" fenómenos como el de que la participación laboral de las mujeres de clase "alta" es proporcionalmente más baja que la participación laboral de las mujeres de clase "baja". De igual manera, la discriminación laboral que sufren las mujeres no sería tal. El que ganen menos que sus colegas varones en las mismas ocupaciones vendría "explicado" por el hecho de que sus trabajos y sueldos son complementarios de los de su parejas masculinas, por lo que no es de extrañar que las empresas no estén dispuestas a pagar lo mismo a unas trabajadorAs cuyo compromiso con ellas es menor que el de sus colegas varones en la medida que su incorporación laboral es de tipo circunstancial o complementario y sujeto por tanto a las necesidades familiares, de las que se ocupan de forma primaria las mujeres. No sostienen este punto de vista sólo los "analistas" política e ideológicamente conservadores, un antropólogo materialista y nada conservador como Marvin Harris lo sostiene de alguna manera en el capítulo 5 de su excelente libro "La cultura norteamericana contemporánea. Una visión antropológica".
¿Apoya pues la "teoría económica" los argumentos machistas? ¿Tiene la "teoría económica" un sesgo machista? Quizás. Es un asunto muy debatido por las economistas feministas en el que ahora no me quiero meter. Pero lo que sí puedo decir es que hay una clara falla lógica en el argumento precedente que invalida en buena medida sus conclusiones.
En efecto, recuérdese que en la lógica de Ricardo, lo eficiente es la especialización en las actividades con arreglo a la ventaja comparativa, es decir, con arreglo a los costes unitarios comparativos. Es decir que aunque "alguien" tenga ventajas absolutas en todas las actividades, pues puede producir a un coste unitario más bajo que otro "alguien" en cualquier actividad, lo eficiente es que se especialice donde su coste laboral unitario (ventaja absoluta) sea más bajo en términos relativos. Pero, como se dijo más arriba, el coste laboral unitario no depende sólo de la productividad sino también del salario.
Y ¿qué es lo que ocurre? Pues que las mujeres tienen una ventaja comparativa en todo lo referente a las tareas domésticas no sólo por ser diferencialmente más productivas en ellas sino adicional y fundamentalmente por una sencilla y "curiosa" razón: que no se les paga nada por hacerlas. Y esto es manifiestamente absurdo económicamente. Es curioso, socialmente estamos dispuestos a pagar por una vaca en cuanto es capaz de producir terneros, pero -al menos en las sociedades modernas- jamás se les paga nada a ninguna mujer por su capacidad de ser madre o sea por poder "producir" los bienes más valiosos: otros seres humanos. Ninguna mujer recibe el más mínimo pago monetario no sólo por ser madre sino por ninguno de los trabajos domésticos que hace, por lo que no es de extrañar que tenga una total "ventaja comparativa" en esas tareas del hogar. De igual manera, una empresa tendría una ventaja comparativa sobre sus competidoras si pudiese coaccionar a sus trabajadores hasta el punto de no pagarles ningún salario por su trabajo y tan sólo mantenerlos vivos con pagos en especie.
Y algo semejante sucede en el hogar: Para los varones, que no pagan ningún salario a sus mujeres, el coste unitario de esas actividades les resulta ser cero: les sale "gratis". Y, como la Economía del Comportamiento enseña, no es nada extraño que -encima- desprecien ese tipo de trabajos y a quienes los hacen, o sea, a las mujeres que se dedican a ellos: Es lo que pasa cuando algo nos sale gratis, que no lo valoramos. En consecuencia, el origen de la explotación económica de las mujeres puede situarse en el hecho de las tareas básicas de la reproducción social, las de la producción, cuidado y educación de los hijos dentro de las familias, no se remuneran, no se pagan.
Pero, ¿qué ocurriría si, como sería lógico y eficiente económicamente, se les pagase a las mujeres por las tareas del hogar un sueldo equivalente al "coste de oportunidad" que para ellas tiene el dedicarse a esas tareas, es decir, el sueldo que podrían ganar en las ocupaciones que sus capacidades les posibilitasen? En tal caso, la ventaja comparativa de las mujeres en las tareas domésticas disminuiría o, se invertiría, es decir que en muchos casos habría una desventaja comparativa en que las mujeres se dedicasen a esas tareas "femeninas".
En efecto, y como ya lo dice Ricardo, podría ocurrir que para muchas de ellas sucediese que aunque su productividad en las tareas domésticas fuese muy superior a la de sus compañeros varones, incluso aunque su productividad en esas tareas fuese además comparativamente superior, ocurriese no obstante que fuese ineficiente el que "ellas" las llevasen a cabo pues el coste unitario de que ellas las hiciesen fuese más elevado que el coste unitario caso de que las hiciesen sus compañeros masculinos, aunque estos fuesen menos productivos haciéndolas. En suma, y merece la pena repetirlo, en esas situaciones lo eficiente sería que fuesen esas mujeres y no sus compañeros varones los que "saliesen" a trabajar.
Y esto está empezando afortunadamente a verse en la realidad. Ya no es raro encontrarse con familias donde es él quien dadas sus posibilidades en el mercado de trabajo se dedique a las tareas del hogar, aunque sea menos eficiente en ellas que ella. La mayor productividad general de las mujeres por el hecho de serlo genéticamente así como sus más elevados niveles de educación determinan que su productividad diferencial respecto a sus compañeros varones en todas las ocupaciones lleva a que -con arreglo a la Teoría de la Ventaja Comparativa- debieran ser "ellas" las que en el reparto de tareas intrafamiliar debieran en muchos casos, por mera eficiencia, las que se especializaran en los trabajos de fuera del hogar y, en consecuencia, debieran ser ellos quienes se ocuparan primordialmente de las tareas del hogar, aunque sean más inútiles comparativamente en ello.
En consecuencia, y para acabar puede decirse que la Teoría de la Ventaja Comparativa de David Ricardo no justifica en absoluto el machismo. Aunque, eso sí, tampoco refrenda o avala el habitual discurso feminista.