Un fantasma recorre Europa y América: el fantasma de la inflación. Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias intelectuales de la vieja Europa, la directora del Banco Central Europeo y la presidenta de la Comisión Europea, Larry Summers y Neil Ferguson, los radicales neoliberales franceses y los polizontes fiscales alemanes y holandeses. No hay un solo partido de oposición a quien los adversarios gobernantes no motejen de proinflacionista, ni un solo partido de oposición que no lance al rostro de las oposiciones más avanzadas, lo mismo que a los enemigos reaccionarios, la acusación estigmatizante de proinflacionista. De este hecho se desprenden dos consecuencias:
Primera, que si ese miedo al fantasma de la inflación se generaliza el futuro está escrito. Y es la profundización de la crisis. Pues a los potenciales efectos contractivos para combatir al espectro inflacionista se añadirán con toda seguridad la obligación de que la política fiscal contribuya a ello. O sea, que los Estados gasten menos de lo que ingresan por impuestos para así "sacar" dinero de los mercados, dedicando ese dinero a recomprar la deuda en la que han incurrido para que las sociedades pasaran lo mejor posible por la penuria provocada por el COVID-19. Matarían así, dicen esos austericídas dos pájaros de un tiro: la posible inflación y los desajustes fiscales. Eso sí, a costa del sufrimiento de las ya más que sufrientes poblaciones. Pero eso les da igual a estos economistas, políticos y opinadores. Si ya el señor Freud relacionó las políticas económicas de retención y austeridad fiscal con el carácter anal (véase https://www.rankia.com/blog/oikonomia/4013326-fijacion-anal-alemana-crisis-zona-euro ), me atrevo aquí a sugerir que el tal gusto o preferencia en infligir el mal a otros de los economistas austericídas se corresponde a una perversión económico-sexual: el sadismo económico. No me corresponde juzgar la ética de los comportamientos privados , por lo que nada tengo contra la práctica del sadomasoquismo en la intimidad. Pero sí que tengo y mucho contra la práctica del sadismo económico no deseado por las sociedades que lo padecen, no consentido, que los economistas académicos aconsejan, además, como la política o la práctica económica normal y adecuada. No lo es. es una perversión económica, política y moral.
Segunda, que tal miedo a la inflación, como pasa con todo miedo, sólo refleja el desconocimiento, la ignorancia de lo que es la inflación.
La inflación se define por oposición a la estabilidad de los precios. Es aquella situación en que los precios de los diferentes bienes y servicios que se intercambian en los mercados crecen de modo generalizado en un periodo. Dadas las dificultades de que nuestras mediciones de un índice adecuado de la evolución de la enorme variedad de precios a tenor de los cambios que el progreso técnico supone, se suele estimar que un incremento anual del valor de un índice de precios (ya sea el IPC, ya sea el del deflactor de precios del PIB) refleja la existencia de inflación. ¿Por qué un crecimiento del 2% y no del 3 o el 4% es lo que marca el que se diga que hay inflación? Pues, como sucede con otras cifras santificadas en economía (las que aparecen, por ejemplo, en el Tratado de Maastricht respecto al tamaño del deficit público o el volumen de la deuda pública respecto al PIB aceptables), carecen de lógica económica. No son, como a veces se intenta hacer creer, como las constantes de la Física ( por ejemplo, la velocidad de la luz, la atracción gravitatoria, la constante de Planck, etc.). Son fruto de una "reglas" numerológicas que -eso sí- reflejan como siempre en economía unas relaciones de poder.
Para una escuela de austericídas, los monetaristas seguidores de un antiguo profeta del paraíso capitalista en la Tierra, Milton Friedman, la inflación es solamente y siempre un fenómeno monetario. Su "lógica" sería la siguiente. Se parte de la llamda identidad cuantitativa que dice que la cantidad de dinero existente en un periodo dado M) multiplicada por la velocidad a la que este dinero circula o pasa de mano en mano (V) determina el valor que puede alcanzar todo lo producido e intercambiado en los mercados, es decir, el producto del PIB (Y) como indicador del conjunto de bienes producidos y vendidos e intercambiados en todos los mercados multiplicado por un indice de precios (P), el deflactor del PIB como índice o medida del comportamiento de los precios. O sea:
M . V = P .Y
el valor monetario de todo lo producido e intercambiado (PY) ha de ser igual al valor de los medios usados para hacer esa valoración y todos los intercambios (MV). Esta igualdad sería más que una igualada. Sería una identidad, o sea una igualdad cierta por definición, la llamada identidad cuantitativa.
Y si se reflejan con letras minúsculas las tasas de variación de las magnitudes de esa identidad cuantitativa se tiene:
m + v = p + y
o sea, que la tasa de crecimiento de la cantidad de dinero más la tasa de variación de la velocidad de circulación del dinero ha de ser igual a la tasa de inflación (p) más la tasa de crecimiento económico (y).
Y de ahí, se sigue la siguiente obviedad:
p = m + v - y
Es decir que la tasa de inflación es la suma de la tasa a la que crece la cantidad de medios de pago más la tasa a la que crece la velocidad de circulación del dinero menos la tasa de crecimiento económico.
Friedman supuso entonces que y era una variable exógena que no dependía de factores monetarios, y que la velocidad de circulación del dinero dependía de factores institucionales y sociológicos que evolucionaban poco a poco, por lo que en el corto y mneio plazo se podría suponer que no variaban mucho (o sea, que v = 0). De ahí resultaba que si M crecía más que la tasa de crecimiento económico (o sea si m - y > 0 ) habría inflación.
Y ¿cómo se aplicaría esta manera de ver las cosas a la actualidad? Pues muy fácil. Debido a la crisis provocada por el coronavirus la producción se ha contraído en todos los países en mayor o menor grado (o sea, que y < 0), y también ha sucedido que la cantidad M de dinero ha crecido a consecuencia de las necesidades de financiación de los enormes deficits que los Estados han debido de incurrir para hacer las políticas compensatorias (o sea, m >0). Sin embargo, esto no se convirtió en un proceso inflacionista descontrolado porque V , la velocidad a la que circuló ese dinero, cayó. ¿Por qué? Porque las restricciones provocadas por las políticas anticovid , han supuesto una restricción al uso de los mercados (nada de viajes, ni de consumo hostelero ni de ocio) o lo que es lo mismo el dinero no ha pasado de mano en mano porque estaba desaconsejado o prohibido por razones sanitarias el hacerlo, por decirlo así la prohibición del darse la mano ralentizóa la velocidad a la que el dinero pasaba de mano en mano.
Pero, ¿qué está pasando ya ahora y va a acelerarse en el futuro cercano? Pues que conforme ha ido volviendo la normalidad y han ido reabriendo los mercados, V crecerá mucho, y más aún por el cambio que ha supuesto la COVID en el uso cada vez más medios electrónicos de pago. Cierto que Y (el PIB) es previsible que crezca muco, una vez que se vayan superando los actuales cuellos de botella que las "cadenas de valor" de la economía mundial están padeciendo en estos tiempos fruto del obligado parón que supuso la caída del comercio mundial en la pandemia. Pero si la suma de m y de v supera ese crecimiento en y, p -la infación- crecerá inevitablemente. El fantasma de la inflación se hará real. Y para impedirlo solo habría una opción desde esta perspectiva: restringir m, o sea, politica monetaria y fiscal contractiva.
Pero, ¿es esta interpretación monetarista aceptable? Pues no. Y ello por dos razones, una para cada lado de la identidad cuantitativa.Veremos aquí solamente la que afecta a la parte de la derecha de esa identidad.
Veamos. Las necesidades de dinero para hacer las transacciones se determinan no sólo por las transacciones reales de bienes y servicios sino también por el volumen de las transacciones financieras. Dicho de otra manera, el dinero no sólo se usa para comprar bienes y servicios (o sea, el PIB) sino también para comprar con él una especie de "cajas" mágicas (activos financieros, se las llama) donde meterlo (o donde colocarlo, según se dice en el argot de las finanzas) y esperar a ver si dentro de ellas, el dinero crece....por arte de birlibirloque, o sea, mágicamente Es decir, el dinero se usa para comprar activos líquidos y no líquidos (por ejemplo, casas) en mercados de primera o de segunda mano. Es decir, que resumir el valor de todas las transacciones que se realizan en una economía en un periodo al valor del PIB nominal (P.Y) es una simplificación excesiva: hay mercados de bienes de segunda mano (que por el hecho de estar ya producidos no aparecen reflejados en la cifra del PIB) y hay mercados financieros (los mercados bursátiles y de dinero). Si, para incluir ese uso del dinero, ampliamos la identidad cuantitativa tendríamos así:
Primera, que si ese miedo al fantasma de la inflación se generaliza el futuro está escrito. Y es la profundización de la crisis. Pues a los potenciales efectos contractivos para combatir al espectro inflacionista se añadirán con toda seguridad la obligación de que la política fiscal contribuya a ello. O sea, que los Estados gasten menos de lo que ingresan por impuestos para así "sacar" dinero de los mercados, dedicando ese dinero a recomprar la deuda en la que han incurrido para que las sociedades pasaran lo mejor posible por la penuria provocada por el COVID-19. Matarían así, dicen esos austericídas dos pájaros de un tiro: la posible inflación y los desajustes fiscales. Eso sí, a costa del sufrimiento de las ya más que sufrientes poblaciones. Pero eso les da igual a estos economistas, políticos y opinadores. Si ya el señor Freud relacionó las políticas económicas de retención y austeridad fiscal con el carácter anal (véase https://www.rankia.com/blog/oikonomia/4013326-fijacion-anal-alemana-crisis-zona-euro ), me atrevo aquí a sugerir que el tal gusto o preferencia en infligir el mal a otros de los economistas austericídas se corresponde a una perversión económico-sexual: el sadismo económico. No me corresponde juzgar la ética de los comportamientos privados , por lo que nada tengo contra la práctica del sadomasoquismo en la intimidad. Pero sí que tengo y mucho contra la práctica del sadismo económico no deseado por las sociedades que lo padecen, no consentido, que los economistas académicos aconsejan, además, como la política o la práctica económica normal y adecuada. No lo es. es una perversión económica, política y moral.
Segunda, que tal miedo a la inflación, como pasa con todo miedo, sólo refleja el desconocimiento, la ignorancia de lo que es la inflación.
La inflación se define por oposición a la estabilidad de los precios. Es aquella situación en que los precios de los diferentes bienes y servicios que se intercambian en los mercados crecen de modo generalizado en un periodo. Dadas las dificultades de que nuestras mediciones de un índice adecuado de la evolución de la enorme variedad de precios a tenor de los cambios que el progreso técnico supone, se suele estimar que un incremento anual del valor de un índice de precios (ya sea el IPC, ya sea el del deflactor de precios del PIB) refleja la existencia de inflación. ¿Por qué un crecimiento del 2% y no del 3 o el 4% es lo que marca el que se diga que hay inflación? Pues, como sucede con otras cifras santificadas en economía (las que aparecen, por ejemplo, en el Tratado de Maastricht respecto al tamaño del deficit público o el volumen de la deuda pública respecto al PIB aceptables), carecen de lógica económica. No son, como a veces se intenta hacer creer, como las constantes de la Física ( por ejemplo, la velocidad de la luz, la atracción gravitatoria, la constante de Planck, etc.). Son fruto de una "reglas" numerológicas que -eso sí- reflejan como siempre en economía unas relaciones de poder.
Para una escuela de austericídas, los monetaristas seguidores de un antiguo profeta del paraíso capitalista en la Tierra, Milton Friedman, la inflación es solamente y siempre un fenómeno monetario. Su "lógica" sería la siguiente. Se parte de la llamda identidad cuantitativa que dice que la cantidad de dinero existente en un periodo dado M) multiplicada por la velocidad a la que este dinero circula o pasa de mano en mano (V) determina el valor que puede alcanzar todo lo producido e intercambiado en los mercados, es decir, el producto del PIB (Y) como indicador del conjunto de bienes producidos y vendidos e intercambiados en todos los mercados multiplicado por un indice de precios (P), el deflactor del PIB como índice o medida del comportamiento de los precios. O sea:
M . V = P .Y
el valor monetario de todo lo producido e intercambiado (PY) ha de ser igual al valor de los medios usados para hacer esa valoración y todos los intercambios (MV). Esta igualdad sería más que una igualada. Sería una identidad, o sea una igualdad cierta por definición, la llamada identidad cuantitativa.
Y si se reflejan con letras minúsculas las tasas de variación de las magnitudes de esa identidad cuantitativa se tiene:
m + v = p + y
o sea, que la tasa de crecimiento de la cantidad de dinero más la tasa de variación de la velocidad de circulación del dinero ha de ser igual a la tasa de inflación (p) más la tasa de crecimiento económico (y).
Y de ahí, se sigue la siguiente obviedad:
p = m + v - y
Es decir que la tasa de inflación es la suma de la tasa a la que crece la cantidad de medios de pago más la tasa a la que crece la velocidad de circulación del dinero menos la tasa de crecimiento económico.
Friedman supuso entonces que y era una variable exógena que no dependía de factores monetarios, y que la velocidad de circulación del dinero dependía de factores institucionales y sociológicos que evolucionaban poco a poco, por lo que en el corto y mneio plazo se podría suponer que no variaban mucho (o sea, que v = 0). De ahí resultaba que si M crecía más que la tasa de crecimiento económico (o sea si m - y > 0 ) habría inflación.
Y ¿cómo se aplicaría esta manera de ver las cosas a la actualidad? Pues muy fácil. Debido a la crisis provocada por el coronavirus la producción se ha contraído en todos los países en mayor o menor grado (o sea, que y < 0), y también ha sucedido que la cantidad M de dinero ha crecido a consecuencia de las necesidades de financiación de los enormes deficits que los Estados han debido de incurrir para hacer las políticas compensatorias (o sea, m >0). Sin embargo, esto no se convirtió en un proceso inflacionista descontrolado porque V , la velocidad a la que circuló ese dinero, cayó. ¿Por qué? Porque las restricciones provocadas por las políticas anticovid , han supuesto una restricción al uso de los mercados (nada de viajes, ni de consumo hostelero ni de ocio) o lo que es lo mismo el dinero no ha pasado de mano en mano porque estaba desaconsejado o prohibido por razones sanitarias el hacerlo, por decirlo así la prohibición del darse la mano ralentizóa la velocidad a la que el dinero pasaba de mano en mano.
Pero, ¿qué está pasando ya ahora y va a acelerarse en el futuro cercano? Pues que conforme ha ido volviendo la normalidad y han ido reabriendo los mercados, V crecerá mucho, y más aún por el cambio que ha supuesto la COVID en el uso cada vez más medios electrónicos de pago. Cierto que Y (el PIB) es previsible que crezca muco, una vez que se vayan superando los actuales cuellos de botella que las "cadenas de valor" de la economía mundial están padeciendo en estos tiempos fruto del obligado parón que supuso la caída del comercio mundial en la pandemia. Pero si la suma de m y de v supera ese crecimiento en y, p -la infación- crecerá inevitablemente. El fantasma de la inflación se hará real. Y para impedirlo solo habría una opción desde esta perspectiva: restringir m, o sea, politica monetaria y fiscal contractiva.
Pero, ¿es esta interpretación monetarista aceptable? Pues no. Y ello por dos razones, una para cada lado de la identidad cuantitativa.Veremos aquí solamente la que afecta a la parte de la derecha de esa identidad.
Veamos. Las necesidades de dinero para hacer las transacciones se determinan no sólo por las transacciones reales de bienes y servicios sino también por el volumen de las transacciones financieras. Dicho de otra manera, el dinero no sólo se usa para comprar bienes y servicios (o sea, el PIB) sino también para comprar con él una especie de "cajas" mágicas (activos financieros, se las llama) donde meterlo (o donde colocarlo, según se dice en el argot de las finanzas) y esperar a ver si dentro de ellas, el dinero crece....por arte de birlibirloque, o sea, mágicamente Es decir, el dinero se usa para comprar activos líquidos y no líquidos (por ejemplo, casas) en mercados de primera o de segunda mano. Es decir, que resumir el valor de todas las transacciones que se realizan en una economía en un periodo al valor del PIB nominal (P.Y) es una simplificación excesiva: hay mercados de bienes de segunda mano (que por el hecho de estar ya producidos no aparecen reflejados en la cifra del PIB) y hay mercados financieros (los mercados bursátiles y de dinero). Si, para incluir ese uso del dinero, ampliamos la identidad cuantitativa tendríamos así:
M . V = P.Y + Pf .F
donde por Pf se expresa un indice de precios de acciones, deudas y otros títulos financieros o cajas donde meter dinero, y F representa un indice de cantidad de esos titulos.
Pues bien, por lo que se sabe, el crecimiento en M no habría llevado a un incremento en P, no sólo porque V hubiera caído sino porque ese dinero se habría orientado hacia los mercados de activos (como muestra el comportamiento de los índices bursátiles) en la pandemia. Sencillamente, dado que no había dónde comprar, ese dinero extra introducido en el sistema a consecuencia de las necesidades de financiación de las políticas instrumentadas para afrontar los efectos de la pandemia se habría traducido no en más inflación sino en más ahorro financiero.
La idea de que, ahora, tras la vuelta a la normalidad ese dinero saldrá de las cajas donde ahora está y se dirigirá hacia los mercados de bienes y servicios provocando una inflación descontrolada es injustificada. Obviamente, los "cuellos de botella" en las cadenas de valor están provocando subidas de precios de corto plazo en la medida que la producción no puede crecer instantáneamente para satisfacer el ascenso en la demanda que instantáneamente la normalización post-COVID genera. Pero eso no es una estanflación como la de los años 70 del siglo pasado, la coexistencia estructural de inflación y desempleo. La "estanflación" actual es -o mejor, puede y debería ser- meramente transitoria o coyuntural, asociada como acaba de decirse a esos ritmos diferenciales en los crecimientos de las ofertas y las demandas de bienes y servicios en sus ajustes a la normalización. Y tratarla como si fuese una "estanflación" de verdad como están proponiendo los austericidas es no sólo absurdo, sino que puede ser contraproducente.
Y es que, más bien, puede argüirse lo contrario de lo que estos austericídas dicen, o sea, que a menos que corra la expectativa de que los austericidas, estos auténticos y peligrosos "cazafantasmas", van a salirse con la suya y van actuar otra vez y van a golpear de nuevo la economía generando otra recesión, con lo que ello supone sobre la rentabilidad de las inversiones, el mantener el dinero en sus cajas mágicas puede ser para los agentes económicos una buena opción para obtener buenos rendimientos. Dicho de otra manera, las políticas antiinflacionistas de los austericídas pueden, al final y paradójicamente, provocar una inflación en el medio plazo si el dinero invertido en esos activos financieros "sale" de ellos por considerar que su rendimiento puede verse seriamente comprometido porque las economías van a entrar en recesión a causa de la instrumentación de esas mismas políticas, y dirigirse alternativamente a los mercados de bienes y servicios.
Pues bien, por lo que se sabe, el crecimiento en M no habría llevado a un incremento en P, no sólo porque V hubiera caído sino porque ese dinero se habría orientado hacia los mercados de activos (como muestra el comportamiento de los índices bursátiles) en la pandemia. Sencillamente, dado que no había dónde comprar, ese dinero extra introducido en el sistema a consecuencia de las necesidades de financiación de las políticas instrumentadas para afrontar los efectos de la pandemia se habría traducido no en más inflación sino en más ahorro financiero.
La idea de que, ahora, tras la vuelta a la normalidad ese dinero saldrá de las cajas donde ahora está y se dirigirá hacia los mercados de bienes y servicios provocando una inflación descontrolada es injustificada. Obviamente, los "cuellos de botella" en las cadenas de valor están provocando subidas de precios de corto plazo en la medida que la producción no puede crecer instantáneamente para satisfacer el ascenso en la demanda que instantáneamente la normalización post-COVID genera. Pero eso no es una estanflación como la de los años 70 del siglo pasado, la coexistencia estructural de inflación y desempleo. La "estanflación" actual es -o mejor, puede y debería ser- meramente transitoria o coyuntural, asociada como acaba de decirse a esos ritmos diferenciales en los crecimientos de las ofertas y las demandas de bienes y servicios en sus ajustes a la normalización. Y tratarla como si fuese una "estanflación" de verdad como están proponiendo los austericidas es no sólo absurdo, sino que puede ser contraproducente.
Y es que, más bien, puede argüirse lo contrario de lo que estos austericídas dicen, o sea, que a menos que corra la expectativa de que los austericidas, estos auténticos y peligrosos "cazafantasmas", van a salirse con la suya y van actuar otra vez y van a golpear de nuevo la economía generando otra recesión, con lo que ello supone sobre la rentabilidad de las inversiones, el mantener el dinero en sus cajas mágicas puede ser para los agentes económicos una buena opción para obtener buenos rendimientos. Dicho de otra manera, las políticas antiinflacionistas de los austericídas pueden, al final y paradójicamente, provocar una inflación en el medio plazo si el dinero invertido en esos activos financieros "sale" de ellos por considerar que su rendimiento puede verse seriamente comprometido porque las economías van a entrar en recesión a causa de la instrumentación de esas mismas políticas, y dirigirse alternativamente a los mercados de bienes y servicios.