FERNANDO ESTEVE MORA
Se distinguen en Economía dos grandes tipos de competencia: la competencia de mercado y la competencia posicional. La primera es aquella que se puede observar, por ejemplo, en los mercados de bienes y servicios en los que las empresas compiten unas con otras para conseguir clientes, pero que no es necesario que se los quiten unas a otras pues como consecuencia de las rebajas en los precios que usan en esa lucha competitiva, aparecen nuevos clientes, con lo que es posible que ninguno de los competidores pierda ingresos y/o clientes.
Por contra la competencia posicional es mucho más estricta e inmisericorde con los perdedores. Es aquella que se observa cuando los rivales, los competidores, pugnan por acceder a unos puestos o posiciones, cuyo número es limitado, o por quedarse con un bien cuya oferta es rígida, por lo que no es posible que no haya perdedores. Por ejemplo, es competencia posicional la que se da ente los concursantes a una oposición en la que pugnan por cubrir un número más pequeño de plazas que de opositores. Hay también competencia posicional entre los corredores de cualquier prueba atlética que luchan por alcanzar alguna de los puestos del podio. En todos estos casos,y en un sinnúmero más de ejemplos, la competencia posicional tiene las características de un juego de suma cero, o sea, un juego en que lo que gana uno de los jugadores lo gana a expensas de otro. Y es que, en una competencia posicional, si un competidor ocupa uno de los puestos ello significa que otro no lo puede ocupar. Es un "quítate tú pa ponerme yo". En la competencia posicional lo importante para cada competidor no es ser "bueno" en lo que sea que se compite, sino ser "más bueno" que los demás.
En situaciones de competencia posicional, cuantos más competidores haya mayor será el precio que tendrán que pagar los que ganan para conseguir el escaso y deseado bien o el acceso a alguno de los codiciados puestos. Y, además, resulta obvio por otro lado, que todos los esfuerzos de quienes al final resultan derrotados y se quedan sin "puesto", los "perdedores", sencillamente se pierden. En la competencia posicional, no hay para los esfuerzos de los perdedores ninguna compensación. Las horas de estudio y los costes de todo tipo de los opositores que se quedan sin plaza nunca se recuperan, sencillamente se pierden.
Un ejemplo particularmente agudo de esa competencia posicional se da en la Política. Es de sobra conocido que, dado que el número de escaños en cualquier parlamento está limitado, el número de puestos que los militantes de los diferentes partidos pueden ocupar en una lista electoral con posibilidad de salir en una elección también lo está. Estar en una lista electoral es, por lo tanto,y más si se está en puestos "de arriba" es algo muy valorado por los militantes que aspiran a vivir de y en la política, y cada uno de los que se postulan para ello sabe que ha de competir fieramente con sus compañeros para conseguir que le pongan en la lista.
Consideremos ahora adicionalmente lo que ocurre en esa competencia posicional que se produce entre los militantes dentro de cada partido desde la perspectiva de género, o sea, veamos los efectos de esa competencia posicional intrapartidos asociada a la creciente incorporación de la mujer a la política. Y es que está claro que cada vez más hay más mujeres que entran en ese mundo, hasta no hace demasiado tiempo, dominado por los varones. Pues bien, estas mujeres políticas o políticas mujeres han de competir -si quieren subir o escalar en la jerarquía de los partidos- no sólo entre ellas y con el resto de los militantes sino contra la resistencia masculina a dejarles "huecos". Y la implicación es obvia, han de pagar un precio por ello más alto que sus compañeros varones en muchos casos.
¿Qué precio' Pues exactamente igual que en una carrera atlética los puestos de premio los alcanzan los que más esfuerzan y corren más rápido, las militantes que quieren acceder a puestos altos en las listas electorales de modo que puedan entrar en los parlamentos habrán de superara a los varones. ¿En qué? Pues en alguna o algunas de las dimensiones que definen la linea política de los partidos de los que forman parte. Lo cual se observará con nitidez en los partidos políticos más puros, ideologizados o extremados, menos dados a pactos o componendas.
Un ejemplo a contrario aclarará la cuestión. Una de las líneas básicas vertebradoras de la propuesta política de Podemos es su compromiso con el feminismo. Un compromiso que ha ido a más con el paso del tiempo, lo que se ha manifestado hasta en cambios "anecdóticos" como el dejar de llamarse UnidOs Podemos, que es como se denominaba el partido al principio, a ser ahora UnidAs Podemos. La consecuencia es que, en vez de resultar peor tratadas en la competencia posicional dentro de Podemos, se produce una inversión y resulta que son las militantes las que se ven beneficiadas relativamente por ella
En efecto, la implicación de la intensificación de la adscripción al feminismo como central para la línea política de Podemos ha sido una mayor exigencia para sus militantes de una definición feminista. Que, obviamente, es aún mayor para aquellos que aspiren a ocupar los cargos directivos del partido. Estos militantes no sólo tienen que ser feministas como el resto, sino que han de serlo más si quieren optar a esos escasos puestos.
Y, claro está, ahí los varones se encuentran con una desventaja genética: son varones, por lo que por muy muy feministas que lo sean nunca lo podrán ser lo suficiente: siempre UN feminista, por mucho que lo sea lo será siempre en un menor grado que UNA feminista, pues por el hecho de ser varón no habrá sufrido directamente en sus carnes la opresión de la sociedad patriarcal machista. Incluso, para estos varones militantes de Podemos, la opción de cambiar de sexo para competir en igualdad de condiciones con sus compañeras en la carrera posicional para ocupar los deseados cargos, no les permitiría superar ese pecado genético original, el tener cromosomas XY en vez de XX, pues como bien subrayan las mujeres feministas, una mujer trans no es en el "fondo" igual igual de mujer que una mujer genéticamente mujer. No es por ello nada extraño que, cada vez más, la dirección política de Podemos se haya feminizado, y que dentro de ella las muy muy feministas ocupen las posiciones más elevadas. Son ellas las que acaban ganando la carrera posicional en que el ser más feminista es el equivalente a ser el más rápido en una carrera atlética
Pero, ¿qué pasa en los partidos de derecha? Pues algo muy semejante. Sólo que en ellos no es el ser feminista, sino más bien lo contrario el criterio por el que medir la valía de las mujeres militantes de derecha por ocupar puestos relevantes en el PP y VOX.
No dedicaré mucho espacio a mencionar las dimensiones o valores que vertebran a los partidos muy a la derecha. El mantenimiento del "statu quo" como valor fundamental, el respeto a las jerarquías y la autoridad, la valoración de los "triunfadores" en la vida entendida ésta como lucha darwiniana por la supervivencia y la consiguiente minusvaloración y dureza con los "perdedores" son aspectos compartidos por las gentes de derecha. Son "valores" a los que -desde un punto vista histórico- se puede calificar como paternales o "masculinos" en la medida que son opuestos a unos "valores" más maternales o "femeninos" en los que la comprensión, disculpa y cuidado con los "perdedores". Por supuesto, son valores que reflejan una perspectiva de lo masculino y lo paternal (y de lo femenino y maternal) antigua, tradicional, la propia de un partido político conservador.
Resulta obvio entonces, que las mujeres de derechas que traten de ocupar cargos y puestos en las listas electorales en esos partidos no lo tendrán fácil pues tendrán que competir no sólo con sus compañeros varones sino contra ellas mismas, o mejor, contra su propia concepción tradicional de lo femenino como débil, transigente, maternal, etc. Y, obviamente, la manera de superar semejante "handicap" es muy sencilla (o muy difícil): ser más "masculinas" que sus competidores. Ser más duras, inflexibles, intransigentes, agresivas, que sus compañeros varones. Así lo fue quien hoy es su figura más admirada: Margaret Thatcher, a la que con buen criterio se la llamó la Dama de Hierro.
Por ello nada debe sorprender la dureza, la agresividad, de las mujeres políticas de derecha. La lógica de la competencia posicional impone que sólo las mujeres con esas características "masculinas" hipertrofiadas pueden llegar a ocupar cargos directivos en los partidos de derechas. Y es difícil no ver en las últimas hornadas de mujeres dirigentes de la derecha española: doña Esperanza Aguirre, doña Isabel Díaz Ayuso, doña Rocío Monasterio y doña Macarena Olona, ejemplos perfectos de damas de hierro. (Siempre hay excepciones, y me da la impresión que doña Cristina Cifuentes no "daba la talla" como dama de hierro)
Y, ciertamente, la dureza granítica de estas mujeres, dureza que llega a extremos esperpénticos en la brutalidad casi testosterónica de la que hace gala Macarena Olona, pone en evidencia a sus compañeros que, por comparación, o sea, relativamente, se diría que parecen mostrar una cierta debilidad casi "femenina" . Y es que frente a estas "damas de hierro" las pretendidas barbas virilizantes de Casado o de Espinosa de los Monteros o las marcialidades de salón de Abascal y Ortega Smith "cantan": se diría que -más bien- son señales de dureza y "masculinidad" casi fallidas, que desvelan lo que pretenden ocultar: el que sus compañeras son más "hombres" que ellos.
¿Exagero? No lo creo. Basta con poner la oreja a cualquier conversación entre gente de derechas para oír comentarios admirativos acerca de "lo bien que los tienen puestos "la Olona" o "la Ayuso", o que los "la Monasterio" o "la Aguirre" los "tienen más grandes que el caballo de Espartero". Por contra no recuerdo haber oído semejantes elogios a los atributos viriles de los Almeida, Casado, Ivan Espinosa, Abascal u Ortega Smith, lo que redunda a mi favor. Me pregunto, por otro lado, qué opinarán de este tipo de "piropos" estas "damas". Me imagino que no les debe hacer demasiada gracia el que sus gentes se las mienten o imaginen con tamañas masculinidades , como mujeres trans antes de una operación de cambio de sexo. Pero...¡vaya usted a saber!
Y puestos a preguntarse, y metiéndome sin freno en camisa de once varas, me pregunto también si esa preferencia de los votantes de derecha, sobre todo en la Comunidad de Madrid, por este tipo de mujeres dominantes, no ocultará un muy determinado tipo de personalidad subyacente en ellos. Y es que no es necesario ser un Freud para detectar por debajo de ese gusto por las "amas dominantes" una personalidad masoquista. Si así ocurriera, hay que reconocer que tal cosa sería una gran ventaja para los partidos de derecha pues tendrían la suerte -a efectos electorales- de que les daría igual que fueran corruptos o lo mal que lo hiciesen en la gestión de los asuntos públicos ya que tendrían garantizada su permanencia en el poder dado que, para la personalidad masoquista de sus votantes, el sufrimiento infligido por un ama dominante es siempre una fuente de disfrute, un gozo.
Se distinguen en Economía dos grandes tipos de competencia: la competencia de mercado y la competencia posicional. La primera es aquella que se puede observar, por ejemplo, en los mercados de bienes y servicios en los que las empresas compiten unas con otras para conseguir clientes, pero que no es necesario que se los quiten unas a otras pues como consecuencia de las rebajas en los precios que usan en esa lucha competitiva, aparecen nuevos clientes, con lo que es posible que ninguno de los competidores pierda ingresos y/o clientes.
Por contra la competencia posicional es mucho más estricta e inmisericorde con los perdedores. Es aquella que se observa cuando los rivales, los competidores, pugnan por acceder a unos puestos o posiciones, cuyo número es limitado, o por quedarse con un bien cuya oferta es rígida, por lo que no es posible que no haya perdedores. Por ejemplo, es competencia posicional la que se da ente los concursantes a una oposición en la que pugnan por cubrir un número más pequeño de plazas que de opositores. Hay también competencia posicional entre los corredores de cualquier prueba atlética que luchan por alcanzar alguna de los puestos del podio. En todos estos casos,y en un sinnúmero más de ejemplos, la competencia posicional tiene las características de un juego de suma cero, o sea, un juego en que lo que gana uno de los jugadores lo gana a expensas de otro. Y es que, en una competencia posicional, si un competidor ocupa uno de los puestos ello significa que otro no lo puede ocupar. Es un "quítate tú pa ponerme yo". En la competencia posicional lo importante para cada competidor no es ser "bueno" en lo que sea que se compite, sino ser "más bueno" que los demás.
En situaciones de competencia posicional, cuantos más competidores haya mayor será el precio que tendrán que pagar los que ganan para conseguir el escaso y deseado bien o el acceso a alguno de los codiciados puestos. Y, además, resulta obvio por otro lado, que todos los esfuerzos de quienes al final resultan derrotados y se quedan sin "puesto", los "perdedores", sencillamente se pierden. En la competencia posicional, no hay para los esfuerzos de los perdedores ninguna compensación. Las horas de estudio y los costes de todo tipo de los opositores que se quedan sin plaza nunca se recuperan, sencillamente se pierden.
Un ejemplo particularmente agudo de esa competencia posicional se da en la Política. Es de sobra conocido que, dado que el número de escaños en cualquier parlamento está limitado, el número de puestos que los militantes de los diferentes partidos pueden ocupar en una lista electoral con posibilidad de salir en una elección también lo está. Estar en una lista electoral es, por lo tanto,y más si se está en puestos "de arriba" es algo muy valorado por los militantes que aspiran a vivir de y en la política, y cada uno de los que se postulan para ello sabe que ha de competir fieramente con sus compañeros para conseguir que le pongan en la lista.
Consideremos ahora adicionalmente lo que ocurre en esa competencia posicional que se produce entre los militantes dentro de cada partido desde la perspectiva de género, o sea, veamos los efectos de esa competencia posicional intrapartidos asociada a la creciente incorporación de la mujer a la política. Y es que está claro que cada vez más hay más mujeres que entran en ese mundo, hasta no hace demasiado tiempo, dominado por los varones. Pues bien, estas mujeres políticas o políticas mujeres han de competir -si quieren subir o escalar en la jerarquía de los partidos- no sólo entre ellas y con el resto de los militantes sino contra la resistencia masculina a dejarles "huecos". Y la implicación es obvia, han de pagar un precio por ello más alto que sus compañeros varones en muchos casos.
¿Qué precio' Pues exactamente igual que en una carrera atlética los puestos de premio los alcanzan los que más esfuerzan y corren más rápido, las militantes que quieren acceder a puestos altos en las listas electorales de modo que puedan entrar en los parlamentos habrán de superara a los varones. ¿En qué? Pues en alguna o algunas de las dimensiones que definen la linea política de los partidos de los que forman parte. Lo cual se observará con nitidez en los partidos políticos más puros, ideologizados o extremados, menos dados a pactos o componendas.
Un ejemplo a contrario aclarará la cuestión. Una de las líneas básicas vertebradoras de la propuesta política de Podemos es su compromiso con el feminismo. Un compromiso que ha ido a más con el paso del tiempo, lo que se ha manifestado hasta en cambios "anecdóticos" como el dejar de llamarse UnidOs Podemos, que es como se denominaba el partido al principio, a ser ahora UnidAs Podemos. La consecuencia es que, en vez de resultar peor tratadas en la competencia posicional dentro de Podemos, se produce una inversión y resulta que son las militantes las que se ven beneficiadas relativamente por ella
En efecto, la implicación de la intensificación de la adscripción al feminismo como central para la línea política de Podemos ha sido una mayor exigencia para sus militantes de una definición feminista. Que, obviamente, es aún mayor para aquellos que aspiren a ocupar los cargos directivos del partido. Estos militantes no sólo tienen que ser feministas como el resto, sino que han de serlo más si quieren optar a esos escasos puestos.
Y, claro está, ahí los varones se encuentran con una desventaja genética: son varones, por lo que por muy muy feministas que lo sean nunca lo podrán ser lo suficiente: siempre UN feminista, por mucho que lo sea lo será siempre en un menor grado que UNA feminista, pues por el hecho de ser varón no habrá sufrido directamente en sus carnes la opresión de la sociedad patriarcal machista. Incluso, para estos varones militantes de Podemos, la opción de cambiar de sexo para competir en igualdad de condiciones con sus compañeras en la carrera posicional para ocupar los deseados cargos, no les permitiría superar ese pecado genético original, el tener cromosomas XY en vez de XX, pues como bien subrayan las mujeres feministas, una mujer trans no es en el "fondo" igual igual de mujer que una mujer genéticamente mujer. No es por ello nada extraño que, cada vez más, la dirección política de Podemos se haya feminizado, y que dentro de ella las muy muy feministas ocupen las posiciones más elevadas. Son ellas las que acaban ganando la carrera posicional en que el ser más feminista es el equivalente a ser el más rápido en una carrera atlética
Pero, ¿qué pasa en los partidos de derecha? Pues algo muy semejante. Sólo que en ellos no es el ser feminista, sino más bien lo contrario el criterio por el que medir la valía de las mujeres militantes de derecha por ocupar puestos relevantes en el PP y VOX.
No dedicaré mucho espacio a mencionar las dimensiones o valores que vertebran a los partidos muy a la derecha. El mantenimiento del "statu quo" como valor fundamental, el respeto a las jerarquías y la autoridad, la valoración de los "triunfadores" en la vida entendida ésta como lucha darwiniana por la supervivencia y la consiguiente minusvaloración y dureza con los "perdedores" son aspectos compartidos por las gentes de derecha. Son "valores" a los que -desde un punto vista histórico- se puede calificar como paternales o "masculinos" en la medida que son opuestos a unos "valores" más maternales o "femeninos" en los que la comprensión, disculpa y cuidado con los "perdedores". Por supuesto, son valores que reflejan una perspectiva de lo masculino y lo paternal (y de lo femenino y maternal) antigua, tradicional, la propia de un partido político conservador.
Resulta obvio entonces, que las mujeres de derechas que traten de ocupar cargos y puestos en las listas electorales en esos partidos no lo tendrán fácil pues tendrán que competir no sólo con sus compañeros varones sino contra ellas mismas, o mejor, contra su propia concepción tradicional de lo femenino como débil, transigente, maternal, etc. Y, obviamente, la manera de superar semejante "handicap" es muy sencilla (o muy difícil): ser más "masculinas" que sus competidores. Ser más duras, inflexibles, intransigentes, agresivas, que sus compañeros varones. Así lo fue quien hoy es su figura más admirada: Margaret Thatcher, a la que con buen criterio se la llamó la Dama de Hierro.
Por ello nada debe sorprender la dureza, la agresividad, de las mujeres políticas de derecha. La lógica de la competencia posicional impone que sólo las mujeres con esas características "masculinas" hipertrofiadas pueden llegar a ocupar cargos directivos en los partidos de derechas. Y es difícil no ver en las últimas hornadas de mujeres dirigentes de la derecha española: doña Esperanza Aguirre, doña Isabel Díaz Ayuso, doña Rocío Monasterio y doña Macarena Olona, ejemplos perfectos de damas de hierro. (Siempre hay excepciones, y me da la impresión que doña Cristina Cifuentes no "daba la talla" como dama de hierro)
Y, ciertamente, la dureza granítica de estas mujeres, dureza que llega a extremos esperpénticos en la brutalidad casi testosterónica de la que hace gala Macarena Olona, pone en evidencia a sus compañeros que, por comparación, o sea, relativamente, se diría que parecen mostrar una cierta debilidad casi "femenina" . Y es que frente a estas "damas de hierro" las pretendidas barbas virilizantes de Casado o de Espinosa de los Monteros o las marcialidades de salón de Abascal y Ortega Smith "cantan": se diría que -más bien- son señales de dureza y "masculinidad" casi fallidas, que desvelan lo que pretenden ocultar: el que sus compañeras son más "hombres" que ellos.
¿Exagero? No lo creo. Basta con poner la oreja a cualquier conversación entre gente de derechas para oír comentarios admirativos acerca de "lo bien que los tienen puestos "la Olona" o "la Ayuso", o que los "la Monasterio" o "la Aguirre" los "tienen más grandes que el caballo de Espartero". Por contra no recuerdo haber oído semejantes elogios a los atributos viriles de los Almeida, Casado, Ivan Espinosa, Abascal u Ortega Smith, lo que redunda a mi favor. Me pregunto, por otro lado, qué opinarán de este tipo de "piropos" estas "damas". Me imagino que no les debe hacer demasiada gracia el que sus gentes se las mienten o imaginen con tamañas masculinidades , como mujeres trans antes de una operación de cambio de sexo. Pero...¡vaya usted a saber!
Y puestos a preguntarse, y metiéndome sin freno en camisa de once varas, me pregunto también si esa preferencia de los votantes de derecha, sobre todo en la Comunidad de Madrid, por este tipo de mujeres dominantes, no ocultará un muy determinado tipo de personalidad subyacente en ellos. Y es que no es necesario ser un Freud para detectar por debajo de ese gusto por las "amas dominantes" una personalidad masoquista. Si así ocurriera, hay que reconocer que tal cosa sería una gran ventaja para los partidos de derecha pues tendrían la suerte -a efectos electorales- de que les daría igual que fueran corruptos o lo mal que lo hiciesen en la gestión de los asuntos públicos ya que tendrían garantizada su permanencia en el poder dado que, para la personalidad masoquista de sus votantes, el sufrimiento infligido por un ama dominante es siempre una fuente de disfrute, un gozo.