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                                     FERNANDO ESTEVE MORA

Como bien sabrá quien siga este blog no me suelo "meter" habitualmente en asuntos de economía empresarial. Lo cual no significa que nunca lo haga: a fin de cuentas soy un economista. Hace tiempo me "inventé" una clasificación de las empresas un tanto sui generis: las clasifiqué en masculinas y femeninas. (https://www.rankia.com/blog/oikonomia/548338-empresas-masculinas-femeninas-promiscuidad-versus-fidelidad-comerciales). Una clasificación que hoy, en estos tiempos de lo políticamente correcto, no me debería permitir hacer para no ser tachado de sexista, pero que me permito hacerlo por pensar que es una clasificación empíricamente relevante.

Lo que quiero hacer en esta entrada es proponer una ampliación del análisis que ya hice señalando una implicación del mismo que quizás sea útil.

Partamos de una ecuación elemental ya que es una definición. Concretamente es la definición de beneficio que, dejando de lado todas las infinitas sutilizas contables y ciñéndose a su más sencillo y estricto sentido, puede definirse de forma muy simple como la diferencia entre los ingresos y los gastos de una empresa en un periodo de tiempo . Dado que cabe argumentar que  el objetivo empresarial más obvio, por ser necesario,  es hacer grande la cifra de beneficios, de la ecuación anterior se sigue que hay dos tipos de políticas empresariales básicas para buscar incrementar los beneficios:

a) las que buscan incrementar más los ingresos que los gastos
b) las de buscan rebajar más los gastos que los ingresos.

Por supuesto, cabe argüir que habría un tercer tipo de políticas empresariales, las que buscan incrementar los beneficios consiguiendo a la vez incrementar los ingresos y reducir los gastos, pero, por lo general y lamentablemente, estas deseable e ideales políticas son irreales y no están a la disposición de las empresas en el mundo competitivo y cruel de las economías de mercado

Pues bien, en los últimas décadas  en el mundo empresarial se ha ido generalizando una preferencia entre los dirigentes de empresas hacia las políticas de reducción de costes, como medio de generar valor para los accionistas, es decir como medio de acrecer los beneficios. Así no es nada extraño que cualquier política empresarial que busque reducir gastos (despidiendo personal, externalizando funciones y productos, automatizando tareas, etc.) se ve aclamada por los analistas y premiada en bolsa, caso de que la empresa esté en el mercado.

Ni qué decir tiene que ese tipo de políticas de reducción de gastos, de "adelgazamiento" o fitness empresarial, son típicas de lo que yo he llamado empresas masculinas que, además, en la medida que en ese proceso de adelgazamiento se ven necesariamente forzadas a reducir el ámbito o gama ("scope") de sus actividades para ir centrándose o especializándose en aquellas donde gozan de alguna ventaja comparativa frente a sus competidoras, pueden definirse adicionalmente como unidimiensionales.

Pero, también, y a pesar de toda su aparente modernidad como viejas. Y no solamente en el sentido temporal o existencial de la palabra, es decir, empresas que llevan ya mucho tiempo en su mercado, sino también en el sentido vivencial, como carentes de vitalidad juvenil.  Para explicar esta última característica de las empresas que eligen el segundo tipo de políticas empresariales, acudiré a un texto literario que describe más que perfectamente lo que quiero decir. Se trata de la trascripción de una historia que parece en el Nocturno de Primavera, una de las pocas obras narrativas de Josep Pla.

Cuenta en ese cuento Pla, la historia de una pareja, los Perdigó, que en una pequeña localidad del interior de Cataluña, montaron una empresa, concretamente una ferretería de considerable éxito, del cual era fundamentalmente responsable la señora Perdigó gracias a "su naturalidad y modo comprensivo de tratar a los payeses" así como por la adopción de una política empresarial caracterizada por "tener la ferretería aprovisionada al máximo. Fue una de las primeras tiendas de la población bien iluminada, primero con gas , después con luz eléctrica. Todo el mundo que entraba en la ferretería, aunque se viese que no tenía nada que comprar, era recibido con una sonrisa en los labios. Siempre estuvieron dispuestos a ofrecer las facilidades que fuesen compatibles con una concepción del negocio desprovista de estrechez y rapacidad. El resultado de los diez primeros años de trabajo fue espléndido: crearon, a través de dos o tres ampliaciones costosas , la primera tienda en Vilaplana , la más grande , la de un aspecto comercial más visible , y se crearon una clientela de volumen comarcal muy vasta y, sobre todo, de una gran fidelidad, creada y mantenida por la reiterada constatación de que si algo no se encontraba en la Ferretería Perdigó se había de encargas a una casa especializada de Barcelona de un modo fatal; es decir, que allí en la ferretería de los Perdigó se encontraba casi todo..."
 
Pero, con el paso del tiempo, y a consecuencia de la acentuación del carácter avaricioso del señor Perdigó, que hasta entonces había sido compensado por "el espíritu de su mujer abierto, alegre y positivo", se empezó a producir un cambio en la política empresarial de la ferretería pues incluso, al final, también la señora Perdigó cayó en la avaricia:

"Les entró el frenesí del ahorro, y la tienda se fue marchitando. La idea de gastar menos, de gastar cada día menos, les llevó a no reponer las existencias. Respecto al negocio establecieron un sistema opuesto al que les había llevado a a ganar tanto dinero. Escatimaban la luz al máximo y el establecimiento tomó un aire mortecino y crepuscular; cuando descubrieron que los sellos eran caros y el papel de escribir valía un ojo de la cara, atrasaban la correspondencia; con la excusa de que el polvo no les afectaba, la tienda se volvió sucia y abandonada, perdió aquel brillo animado que incitaba a sacra dinero de la cartera y a comprar; con el pretexto de que el teléfono se utilizaba más por los otros que por ello, se dieron de baja. Aplicaron un cálculo frenético a todas las operaciones, a toda su actividad comercial, familiar y personal -un cálculo que, a medida que se iba tornando insidioso, microscópico, helado, colocó entre el establecimiento y su clientela un muro infranqueable....La clientela se fue desviando lentamente y por último fue imposible ver entrar un cliente. La tienda se convirtió en una tumba incierta, llena de cubos polvorientos, de cajones vacíos y de bártulos extraños".

Bonita historia, ¿no? Y, en mi opinión, muy ilustrativa de lo tratado en esta entrada, pus basta con cambiar lo que obviamente ha de ser cambiado para poder aplicar  esa historia empresarial de primeros del siglo XX para ser interesante para las empresas del siglo XXI.

Quizás merezca la pena comentar un poco la causa eficiente y lejana de la quiebra de la Ferretería Perdigó, es decir, la razón última por la que se fue a pique en opinión de Josep Pla. Para Pla, obviamente, la causa cercana fue el cambio de política empresarial consecuencia de la transformación de la ferretería de ser una empresa femenina y multidimensional (un cambio transgénero empresarial, pues) en una empresa masculina y crecientemente unidimensional, por usar de la terminología aquí propuesta.

Y el porqué de este cambio lo sitúa Pla en un cambio de carácter o psicológico asociado a la edad y a la riqueza de la pareja de propietarios: su creciente avaricia, porque -dice Pla- "llega un momento -cada persona en este punto es distinta- en que el dinero satura el organismo y lo transforma . El dinero es un factor de desequilibrio humano. Se volvieron avariciosos y cuanto más dinero tenían más intenso era su miedo a convertirse en pobres" lo que les condujo a la política de reducción de gastos.

Es aplicable esa explicación subjetiva al comportamiento de una empresa no unipersonal. No parece. por más que pretendan decir que son como humanas, con una "misión", una "visión" y un "carácter", es obvio que toso eso son metáforas propagandísticas. Si acaso, quizás, esos cambios trans en las empresas se deban a la influencia de sus directores y gerentes que, como buenos egresados de cualquiera de los múltiples Master en Business Administration que hay por ahí seguro que no han tenido el menor incentivo en leer a tipos como Josep Pla, capaces de ver el mundo, incluso el empresarial, con una nitidez que ningún MBA proporciona.

Y, sin duda, la edad empresarial también aquí cuenta. Pues con el tiempo, las empresas pierden dinamismo para ganar más beneficios expándiéndose en sus mercados. Ese dinamismo empresarial juvenil se va haciendo más costoso y difícil de mantener conforme cada vez la competencia se hace más fuerte y hace más duro aumentar la cuota de mercado. Llega entonces para las empresas el momento de cambiar de estrategia. Generar beneficios reduciendo gastos, haciéndose más  "masculinas" con el riesgo obvio de acabar como la Ferretería Perdigó.



 


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