Hoy quiero mencionar a dos empresarios que han encarado de manera muy diferente las dificultades por las que atraviesan sus respectivas empresas. Ambos las crearon de la nada y consiguieron, con su esfuerzo y su talento, dar trabajo a muchas personas y de paso enriquecerse considerablemente.
Lamentablemente, en 2.009 llegaron las dificultades, la facturación se redujo e inmediatamente llegaron las pérdidas.
Antonio había levantado una empresa de comercialización de materiales electrónicos, teniendo una nave grande en Madrid y sucursales comerciales en varias provincias españolas. Tanto la nave como las sucursales estaban a su nombre (no al de la empresa), además de un pisazo de 400 m2 (sí, cuatrocientos) en una zona estupenda de Madrid y varios locales comerciales, todos arrendados. O sea, que estaba forrado.
Cuando empezaron las dificultades el banco le exigió nuevos avales para mantener el crédito y él, incapaz de concebir la pérdida de la empresa o el despido de ninguno de sus trabajadores, hipotecó todas sus propiedades con la esperanza de capear el temporal. Al fin y al cabo, pensaba, la crisis no iba a durar para siempre.
Pero tras tres años perdiendo pasta ya no queda nada de colchón financiero y más pronto que tarde va a salir a subasta todo el patrimonio de Antonio, quien se va a quedar sin nada. Ha intentado vender la empresa pero hoy no le dan nada por ella a pesar de que antes de la crisis una empresa italiana le ofrecía un pastizal por comprarle el 60% de la misma.
Según mi punto de vista Carlos ha sido mucho más listo. Al igual que Antonio, Carlos se hizo con un patrimonio bastante importante durante los veinte años de existencia de su empresa de publicidad, pero a diferencia de él, Carlos no comparte la idea romántica de que una empresa es como una familia ni tampoco las chorradas acerca de la responsabilidad social de las empresas ni esas milongas. Para él la empresa es un conjunto de capital y trabajo dedicados a satisfacer una necesidad del mercado con el objetivo de maximizar las ganancias y el valor de sus inversiones. Nada más.
Así, cuando empezaron las dificultades, Carlos siguió gestionando y defendiendo su negocio lo mejor posible pero teniendo siempre muy clara la línea divisoria entre lo que era la empresa y lo que era su patrimonio, de manera que cuando empezó a agotarse el exiguo colchón financiero de la empresa, redujo en lo posible el negocio, empezaron los despidos y, finalmente hace unos meses cerró y santas pascuas.
Antonio no va a tener ni dónde caerse muerto y, sin embargo Carlos conserva íntegro su patrimonio, sigue igual de forrado que siempre y en cuanto vea que cambia el panorama económico volverá a la carga creando riqueza y empleo como si nada hubiera pasado.
Qué queréis que os diga, y no es porque sea mi amigo de toda la vida, pero yo me quedo mil veces con la actuación de Carlos. Además ahora sus ex-empleados no le odian más de lo que odian a Antonio los suyos. Ambos son odiados, pero mientras eso ocurre, uno de ellos se fuma un puro y el otro se va a quedar en la calle con una mano detrás y otra delante.
Postdata: Tras el comentario de un lector quiero dejar claro que Carlos no ha dejado deudas sin pagar ni ha descapitalizado la empresa "llevándoselo crudo" al estilo de Gerardo Díaz Ferrán. No ha dejado ni una sola deuda y tras el cierre ha indemnizado legalmente a los empleados.
Cerrar tras haber dejado a la empresa sin activos para evitar pagar las deudas a sus proveedores y a sus ex-empleados es un delito que Carlos no ha cometido, sino que tras muchos trimestres de pérdidas la empresa se ha quedado sin colchón financiero para seguir funcionando y ya solo quedaba la alternativa de pedir créditos aportando garantías personales o hacer ampliaciones de capital con el mismo resultado y él no ha querido apostar al caballo perdedor.