Entre las brumas de la España profunda, en un lugar de cuyo nombre no quiero acordarme, se ha celebrado recientemente una subasta vergonzosa a la que ha asistido un mafiosillo local rodeado de guardaespaldas y se ha comido la tarta él solito. Así de fácil, por la cara.
Por lo que me cuentan testigos presenciales, el capo, dueño de los prostíbulos locales donde se vende la carne de hembra a tanto el kilo, se presentó acompañado de dos o tres rumanos de anchas espaldas y rasgos raciales muy marcados y directamente, sin disimulo, comenzó a amenazar a los postores que estaban presentes.
Y ya puestos, con esa osadía típica de los que acostumbran a flotar por encima de la Ley, el tipo llegó incluso a amenazar a la procuradora con que no se le ocurriera pujar por encima de la deuda reclamada.
Me dicen que al principio comenzó con amenazas veladas, pero como vio que algún postor persistía en entrar a la subasta a pujar, dejó los disimulos y pasó a mayores, comenzando a subir el tono y terminando por decir claramente que le partiría las piernas a quien pujara contra él.
Alucinantemente se salió con la suya y compró sin competencia.
Y después de la subasta el tiparraco todavía tuvo la desvergüenza de decirle a los presentes ¿véis como hablando se entiende la gente?
El que me lo contó lo hizo en cuanto llegó a su casa desde la subasta y aún le temblaban las teclas mientras me escribía el relato.
Dos cosas: Primera, nunca, en veinte años de negocio subastero, había oído nada semejante ni concebía que algo así pudiera ocurrir.
Segunda, esto no se puede consentir.
Precisamente hace pocas semanas publicaba en mi nueva web Subastanomics el siguiente post:
El lado oscuro de los subasteros
Pero ese problema que explicaba entonces no tiene nada que ver con lo que hoy estamos tratando. Los que ponen el cazo son gentuza, pero no amenazan con daños físicos sino que se limitan a pujar contra ti obligándote a comprar más caro. Lo de estos otros tipos es otra cosa.
Los subasteros somos inversores profesionales y este es nuestro negocio. Si permitimos que cualquier matón de pueblo nos intimide estaremos invitando a todos los violentos de España a robar nuestro medio de vida.
No se trata solo de defender nuestra dignidad de hombres libres que toman decisiones empresariales en un contexto de libertad, sino que se trata de que hay ocasiones en que estamos obligados a defender lo que nos pertenece por derecho.
Además, que no es tan difícil. la Ley está de nuestra parte.
Este Soprano de pacotilla cuenta con que nos vamos a acongojar y le vamos a dejar el sitio, pero si en ese momento entramos en el despacho del juez, denunciamos los hechos y le pedimos amparo, su señoría estará obligado a llamar a la policía y ordenarles que tomen los datos de los matones.
A partir de ahí el problema habrá cambiado de orilla. Intervendrá el fiscal y a poco que los testigos se juramenten en no venirse abajo, habremos desterrado el problema de raíz.
Solo así se puede parar semejante amenaza.
Además, tampoco es tan fiero el león como lo pintan, ¿recordáis cómo acabó el lobo feroz del cuento de Caperucita Roja?
Pues eso.