Una de las peculiaridades de ser de Madrid es haber sido criado ajeno al hecho diferencial entre españoles. El Madrid de los años 60 y 70 era una ciudad de aluvión en la que se estaba volcando la demografía española. Si me pongo a recordar a mis compañeros de clase, lo cierto es que éramos muy pocos los auténticos madrileños, pues todos o casi todos tenían un pueblo o ciudad de provincias de los que eran originarios.
Y sin embargo, que curioso, nadie hablábamos de ello ni era tenido en cuenta para nada.
Dicen que La Coruña es la ciudad en la que nadie es forastero. Seguro que es cierto, pero para mi que eso también es cierto para Madrid porque no conozco a nadie que diga que aquí le hemos hecho sentirse diferente.
Y toda esa ingenuidad se me cayó en cuanto me embarqué.
Allí, en los barcos, estaban más que claros los hechos diferenciales.
Los que más abundaban -gallegos, vascos, andaluces y canarios- se juntaban más entre ellos que con el resto y aunque el ambiente era en general amistoso, cualquier observador mínimamente despierto no podía sino advertir que allí todos hacían distinciones según fueras de aquí o de allí.
Para aquél joven Tristán de 21 añitos aquello fue un despertar a la realidad de las tribus de España.
De manera que se podría decir que ya debería estar curado de espantos.
Pero no.
Por lo visto los madrileños debemos seguir siendo los últimos que continuamos sin hacer distingos entre compatriotas.
¿Que por qué menciono esto?
Porque hace unas semanas me fui a Levante con la esperanza de hacer una buena inversión y lo que allí presencié no me gustó nada.
Habría unos doce o quince subasteros locales, de los que no conocía a ninguno porque hace bastantes años que no me acercaba por esa zona. Y además de ellos, estábamos una señora andaluza y yo mismo.
El caso es que en cuanto empezó la subasta y la andaluza abrió la boca todos los locales comenzaron a atizarla hasta en el cielo de la boca. Se la iban turnando unos y otros y las cifran aumentaron a toda leche, de manera que en el primer minuto yo ya me quedé fuera de juego.
Y las pujas continuaban subiendo.
En general me equivoco poco al valorar los pisos subastados, pero a tenor de como subían las ofertas me pareció evidente que esta vez la metedura de pata había sido monumental.
Y seguían subiendo.
Al final solo quedaron uno de los subasteros locales y la andaluza.
Y venga a subir.
Cada vez más lentos, ahora ya de cien en cien euros, pero la cosa no se detenía aunque, según mi opinión, ya estaban rozando el valor que yo le había dado al inmueble.
Finalmente el subastero local se calló y la adjudicataria descansó.
Cuando la pregunté me dijo que NO era subastera, que jamás pensó que iba a comprar tan caro y que había continuado pujando solo para que aquel muerto de hambre no quedara por encima de ella. Y también que cuando vio que la cosa seguía subiendo y subiendo pensó que seguramente se habría equivocado al valorarlo (lo mismo que había pensado yo) y que si el otro seguía pujando por algo sería.
O sea, que la pobre era gilipollas.
(Breve inciso: En plena subasta NUNCA hay que dudar de nuestra propia valoración. Podemos habernos equivocado al hacerla, pero ese no es el momento más indicado para planteárnoslo).
Luego le pregunté al subastero local, quien resultó ser aún más gilipollas.
Cuando le dije cuál era mi valoración me confirmó que era correcta, que eso es lo que valía el piso subastado.
¿Entonces por qué has seguido pujando?
"Porque esa señora es de fuera"
Y luego tuvo los santos cojones de decirme que si hubiera sido yo quien pujara a mi me habría hecho exactamente lo mismo.
¿Pero por qué?
"Porque tu también eres de fuera"
O sea, que todavía hay subnormales que acuden a las subastas con el ánimo equivocado, no a hacer buenas inversiones sino a quedar por encima de los demás, no a comprar barato sino a impedir que los forasteros lo hagan.
Lo que me recuerda mucho a cuando era joven e íbamos en moto desde el pueblo de la sierra de Madrid en el que veraneaba a los pueblos de alrededor y los catetos de allí se cabreaban porque decían que éramos forasteros que íbamos a llevarnos a sus chicas.
¡Que pereza de país!
Algo bueno que nos traerán las subastas electrónicas, que acabarán con este aldeanismo pues a partir de octubre les va a resultar muy difícil a todos estos paletos saber si quien está pujando contra ellos al otro lado de la pantalla es de aquí o de allí o de más allá.
Y a vosotros, estimados lectores...
¿Os han hecho los locales piquete en alguna ocasión?