- Buenos días Don Pablo, muchas gracias por venir. Estoy que no me llega la camisa al cuerpo.
- Al grano Juanito. He venido solo porque conocí y aprecié a tus padres desde niños pero quiero que sepas desde ya que el crédito se ha agotado y que la subasta de la semana que viene no se va a suspender.
- Pues de eso quería hablarle. Conociéndome desde siempre y conociendo a mis padres, no me parece justo cómo me ha tratado. El viernes pasado vino a casa un subastero llamado Tristán que me dijo que había sido un gran error pedirle el primer préstamo, que debería haber dejado que la casa se subastase la primera vez, que ahora la pesadilla habría acabado y que con el dinero que me hubiera sobrado habría podido comprar un pisazo en cualquier sitio. Ahora no va a sobrar nada para mí.
-¿Y te das cuenta ahora, majadero? ¿Y por qué no lo pensaste el día que viniste llorando a mi despacho? Eres un desagradecido y el Tristán ese no es más que un gilipollas que se anda metiendo donde no le llaman y más le valdría ocuparse de sus subastas y dejarnos a los demás en paz.
- Por favor, Don Pablo, sin faltar, que yo a usted siempre le he tenido muchísimo respeto y yo lo único que quiero es estudiar la posibilidad de dar marcha atrás y que todo vuelva al momento en que le visité por primera vez en su despacho.
- ¿Eso te ha dicho el gilipollas ese, que cogiera la goma de borrar y que olvidara los cuatrocientos mil euros que me debes? ¿Que le pague a mi abogado con mi propio dinero y que dé por perdidos los intereses de los últimos cinco años?
- No, no, Don Pablo. El subastero ya me dijo que eso no podía ser y que usted no podría aceptar esa solución ni de coña, que era una barbaridad. Pero es que Tristán no conoce la relación de amistad familiar que hay entre nosotros, ni que somos del mismo pueblo.
- ¿Y eso qué significa hoy en día? Nada en absoluto. Mira Juanito, tú viniste lloriqueando porque iban a subastar la casa de tus padres y yo te libré de aquello y te advertí muy claramente que un año después me tendrías que devolver los ochenta mil junto a sus intereses y que no lo hicieras si no estabas seguro de conseguirlos porque si fallabas sería yo mismo quien subastara la casa. Y en esas estamos.
- Ya, pero lo que no me dijo fue que usted ni siquiera iba a desembolsar los primeros ochenta mil euros. Porque ahora me he enterado -me lo ha contado el subastero ese que le digo- que usted se limitó a regularizar aquella primera hipoteca, la que yo había pedido para pagar el Impuesto de Sucesiones, y que se ha limitado a ir pagando las cuotas para que no la volviesen a ejecutar. Por eso ni siquiera se ha borrado la inscripción y por eso ahora los subasteros no van a pujar mucho por mi casa, porque quien la compre tendrá que pagar esa hipoteca que se supone que ya debería estar pagada con el primero de los créditos que me usted me dio.
- Dices bien. Porque hubo otros créditos ¿Verdad? Y encima me acusas de estafador. No si ya sabía yo que no debía mezclar amistad con negocios. Al final el malo voy a ser yo.
- Yo no digo eso, Don Pablo, pero es que para pagar ese crédito (que resulta que usted realmente no pagó) hacían falta ochenta mil euros pero yo tuve que firmar como si me hubiera prestado cien mil. Ya se, ya se que la diferencia eran los intereses del primer año, pero el caso es que cuando usted me demandó tres años después yo ya le debía ciento cincuenta mil y cuando aceptó renovarme la letra hipotecaria por otro año, resulta que ya le debía doscientos mil y tuve que firmar como si fueran doscientos cincuenta. ¿Se le hace eso a un medio pariente, se le cobra un 25% de intereses? Y tampoco canceló registralmente la primera hipoteca que me dió, por lo que ahora en la nota simple aparecen tres hipotecas, la que hice con la caja de ahorros y las dos que he firmado con usted. Vamos que la subasta se va a quedar desierta y se va a quedar usted con una casa de un millón de euros y encima le voy a seguir debiendo un pastizal.
- Me estás ofendiendo Juanito, y muy gravemente. Yo a ti te aprecio mucho, pero una cosa son los negocios y otra muy distinta el cariño. Van por distintos caminos, por decirlo de alguna manera. En cualquier caso, hoy me debes unos cuatrocientos mil y no hay manera de que te renueve la letra porque la casa está vieja y le hace falta mucha obra. Hoy no vale más de seiscientos mil y tendré suerte si a algún subastero le interesa. Me temo que voy a tener que quedármela yo, con lo mal que está el mercado. Ahora bien, Juanito, hablando se entiende la gente. ¿No heredaste tú también las tierras aquellas que lindan con el molino? Eso sería otra cosa.
- Puff, no se qué hacer Don Pablo. Porque además está lo otro. Niñooooo, sírveme un trago... ¿Sabe usted, Don Pablo, que encima de todo esto mi mujer me ha dejado por un negro que la tiene tal que así?
- Jooodeeer, Juanito. Eso sí que es grave. Y tú preocupándote por tonterías. Si ya decía yo que a esa real hembra la tenías mal follada.