El caso es que hace unos días intentaba explicarle a un amigo por qué me parecen interesantes FCC y ACS a estos precios. Aunque él estaba de acuerdo en que son dos empresas muy buenas con puntos muy interesantes, su principal inconveniente era que si estamos a las puertas de una recesión, es muy probable que el precio sufra mucho durante los próximos dos o tres años.
Como la bola de cristal que uso para predecir precios futuros no funciona (o, por lo menos, funciona mucho peor que la de mi amigo) no supe responder más que encogiéndome de hombros. “Y yo qué sé qué va a pasar con el precio de aquí a tres años”. No tengo ni idea, no tengo manera de saberlo y, por tanto, ni me preocupa (o, mejor dicho, ni me preocupo en intentar saberlo).
Lo importante, lo que sí puedo saber (aunque de forma aproximada y siempre con un montón de “peros”) es que el precio de hoy, pasada la recesión, pasada una pandemia de peste negra por Europa, tres elecciones, un credit-crunch, un carry trade (que sigo sin saber qué es) y dos crisis energéticas, es atractivo a largo plazo porque, sencillamente, FCC y ACS cuestan mucho menos de lo que valen.
Y si compro hoy no sé qué va a pasar mañana (si lo supiera, probablemente, compraría mañana). Pero si pienso a años vista, creo que tengo muchas probabilidades de rentabilizar mi decisión. No puedo decir más. Claro que sería mejor comprar FCC mucho más abajo pero ¿y yo qué sé hasta dónde y hasta cuándo va a caer? Si el precio actual es bueno para el largo plazo, me planto, compro y espero. Para explicar esto a mi amigo, le hice un dibujito (siguiendo los consejos de mi profesor) con mi forma de enfrentarme a este problema del timing:
Vemos que si la diferencia entre precio y valor es suficiente, hay que comprar sin pensar en qué va a pasar en los próximos meses. Nadie lo sabe. Podemos haber comprado cerca del suelo y que no caiga mucho más pero pasarnos varios años esperando (Opción A), Podemos haber comprado justo en el suelo y poco tiempo después de la compra empezar a tener beneficios (Opción B). Podemos haber comprado a la mitad de la caída y tener que aguantar un largo periodo de pérdidas (Opción C). O podemos... vaya usted a saber (Opción D – la más probable).
¿No sería mejor ignorar las opciones A, B, C y D comprar justo cuando empieza a subir? Naturalmente. Pero si yo fuera capaz de hacer eso, no estaría escribiendo ahora y, si fuera usted capaz de hacerlo, tampoco estaría leyendo esto. Digamos que el gráfico anterior es la resignación del inversor en bolsa.
Llamadme tonto pero si alguien me vende 1€ a 30 céntimos, lo compro sin importarme si mañana me lo va a vender a 20 céntimos. Lo único que hay que hacer es no ser tan tonto como el que me lo vendió a 30 céntimos y venderlo, asustado, si su cotización cae a 15 céntimos.
Por tanto, si hacemos los deberes, si analizamos una empresa con vistas al largo plazo, si la valoramos de forma razonable y si el margen de seguridad es suficiente, el momento de la compra es algo que carece de importancia (al menos para mí, claro). Pero hay que ser conscientes de que después de haber comprado puede pasar de todo. Mientras tengamos claro el flujo de dinero de la empresa, podremos ignorar los movimientos de corto plazo (sean cuales sean) y esperar mientras valor y precio convergen.