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La tarde del 18 de mayo de 1.996, a solo dos jornadas para finalizar la competición, el por aquel entonces presidente del F.C. Barcelona, Josep Lluís Nuñez, cesó fulminantemente a su entrenador, Johan Cruyff. Cuentan las malas lenguas que, tras una fuerte discusión con el vicepresidente -Joan Gaspart-, el holandés solicitó el fichaje de algunos jugadores de relumbrón con los que confiaba construir nuevamente un equipo ganador. El problema fue que aquellas peticiones sentaron como cuerno quemado a su presidente al considerar que, para realizar aquella petición, no hacía falta pagar a un profesional de tan alto nivel. Para los anales de la historia del club quedó la frase “¡esa lista la podría hacer hasta la portera de mi casa!”. En honor a la verdad es cierto que si bien figuraban estrellas del fútbol europeo como Ryan Giggs -Manchester United-, David Ginola -Newcastle United- o Rui Costa -Benfica-, otros nombres apenas apuntaban la calidad que posteriormente exhibirían. Este sería el caso de un joven Zinedine Zidane, en su último año de contrato en el Bordeaux y quien, tras la destitución de Johan, decidió cambiar Barcelona por Turín. 
 
Aquel sentimiento de hilaridad que un día experimentara Nuñez al repasar los deseos de un entrenador desnortado, ha sido compartido recientemente por un buen número de partícipes de fondos de inversión al conocer que las diez acciones favoritas entre los gestores profesionales durante el 2023 fueron, tomen nota, Microsoft, Alphabet, Meta Platforms, Amazon y Apple. Solo así se entiende que, paseando por el centro de la ciudad, no haya resultado del todo extraño que durante estos días de fiestas y en más de una ocasión, haya escuchado gritos del tipo “¡para comprar estas acciones ya tengo a mi portera!”. 
 
A pesar de toda la crítica que les rodea, no me tengo por ningún odiador profesional o lo que comúnmente se conoce hoy por hater. No se trata de nada de eso y mucho menos de los gestores profesionales por quienes siento, en algunos casos, mi más profunda admiración. Hasta tal punto esto es así que, cuando se trata de rentabilizar el capital de inversión, acostumbro a recomendar a todo aquel que me consulta, que recurra a los servicios de un fondo de inversión. Mi consejo incluye los nombres y apellidos de los gestores en quienes confiaría mi patrimonio solo si alguien me obligara a ello. Créanme que es una lista muy, muy, muy corta. Y, aunque servidor gestione su propio patrimonio, admito que suelo quemar horas enteras visionando conferencias anuales de inversores de algunos de los fondos más respetados, incluso cuando su filosofía se sitúa en las antípodas de mi forma de operar; nunca se sabe lo que uno puede aprender. Por tanto, es imposible negar que la mayor parte de fondos de inversión ofrecen a sus clientes una aceptable probabilidad de éxito. Otra cosa es valorar si la rentabilidad neta que facilitarán en periodos prolongados de tiempo será o no superior a la que nosotros mismos obtendríamos si invirtiéramos de forma pasiva.  En cualquier caso está claro que si a usted no le interesa absolutamente nada el mundo de la inversión y no quiere perder en ello ni cinco minutos, sin duda, los gestores profesionales son su mejor opción pues probablemente le proporcionarán una rentabilidad que de otra forma no hubiera conseguido y, cuando el mercado vaya en contra, administrarán adecuadamente el riesgo. 
 
Sin embargo, he sido, soy y seré crítico respecto a cómo desarrollan su actividad, incidiendo, no tanto en sus decisiones operativas -que también-, como en la política comunicativa que aplican en una demostración práctica de que por la boca muere el pez. Está claro que, como empresas, compiten por captar el máximo capital posible, así que es absolutamente comprensible que publiciten sus logros por tierra, mar y aire. Empero se advierte una desmedida desproporción entre los resultados obtenidos y el desatado grado de celebraciones, festejos y alabanzas cruzadas que generan en distintas redes sociales profesionales. Es, cuando menos chocante, exhibir a bombo y platillo el resultado puntual de un excelente año, silenciando, maquillando -cuando no ocultando-, el rendimiento de ejercicios no tan afortunados. Incluso presentar paupérrimas rentabilidades como la prueba fehaciente de un trabajo bien hecho, sobre todo si el manido índice de referencia ha registrado un rendimiento notoriamente superior al presentado. Siendo como son los primeros en inundar la prensa especializada con recurrentes artículos en los que lamentan la escasa formación financiera de los ciudadanos de este país, uno esperaría que, a la hora de afrontar la cruda realidad, mostraran una mayor contención pública. No es que esté pidiendo al sector que se persone en plaza pública para ser debidamente flagelado -aunque algunos lo merecerían-, pero no estaría de más empezar esa labor evangelizadora dando mayor importancia al sentido ético que al estético. 
 
Entre los excesos señalados y otros en los que no me extenderé, la última moda consiste en apelar a lo que podríamos llamar ‘el efecto Graham. De todos es sabido el caso de Benjamin Graham -padre del value investing-, quien al frente del fondo de inversión Graham-Newman Partnership, obtuvo un rendimiento anual promedio del 25% (1936 a 1956), superando el 12% de revalorización registrado por Standard and Poor’s 500 en el mismo periodo. Cuenta la leyenda que, a pesar de multiplicar por veinte el valor de dicho fondo en otros tantos años, fueron muy pocos los copartícipes que pudieron aprovecharse de tan extraordinario recorrido pues la gran mayoría de ellos vendieron en las caídas. Sin duda, el caso puede ser representativo de los riesgos que algunos ciudadanos deben de entender, comprender y asumir antes de entregar su patrimonio en manos de determinadas estrategias de inversión. Pero de ahí a extrapolar este ejemplo como modelo de lo que el futuro deparará a todos aquellos copartícipes que, hartos de rendimientos mediocres, decidan recuperar sus fondos, va un mundo pues, ni todos los gestores son la reencarnación de Graham -de hecho, la gran mayoría de ellos está y estará muy lejos de serlo-, ni la paciencia de sus clientes puede ser infinita. Y sino, que se lo pregunten a los damnificados por el crush de Long Term Capital Management. Quizá lo más surrealista que recuerdo haber presenciado sucedió no hace mucho, durante el primer cuarto del 2022 cuando, mientras el equipo comercial en España de cierto banco italiano festejaba por todo lo alto un pírrico hito, la cotización de sus acciones en Italia había sido suspendida (tranding halt), tras registrar importantes pérdidas. Es verdad que uno debería de ser capaz de distinguir entre los méritos de una delegación y la evolución bursátil del valor de la propia empresa. Pero no es menos cierto que, en ocasiones, se echa de menos un mínimo sentido de la moderación. 
 
En otra escala, el elefante en la habitación sale a relucir cuando chocan los intereses de los inversores particulares y los de los propios fondos de inversión. Un hecho que todos sospechamos y que, de vez en cuando, la realidad nos aporta notorios ejemplos. A este respecto, el pasado viernes pude visionar ‘Golpe en Wall Street (Netflix), protagonizada por el magnífico Paul Dano. Al margen de la motivación que impulsó los actos de Keith Gill -Roaring Kitty o DeepFuckingValue, como ustedes gusten-, queda meridianamente claro que mientras la unión del capital proveniente del pequeño inversor converja en determinada operación, contará con la oposición tanto de poderosos fondos, como de las autoridades competentes. Solo de esta forma, el episodio de GameStop -que tanto dio que hablar en este mismo foro-, pudo ser sofocado a partir de la prohibición fáctica de las órdenes de compra canalizadas a través de RobinHood Markets
 
Sabemos que la propia decisión de inversión en mercados financieros supone en sí misma la aceptación de un determinado nivel de riesgo. Un riesgo que, incluso si pensamos en delegar la gestión de nuestras inversiones, nos obligará a un trabajo previo de información que requerirá un proceso formativo y/o el sabio consejo de un tercero que no tenga un ningún tipo de interés. en el caso. Así que no puedo concluir este artículo sin recomendar que la decisión de inversión debe de tener continuidad con la valoración de los pros y los contras que supondrá constituirse como copartícipe de un fondo. Tómese el tiempo necesario para despejar esta y otras variables que finalmente pueden determinar el resultado final.
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  1. #1
    22/01/24 20:33
    Muy buena entrada, gracias!

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