Está Vd. invitado, le dijo el camarero mientras con la mirada le indicaba a Pedro quien le había pagado el café. Pedro sonrió al hombrecillo acomodado al fondo de la barra. Eso era lo que le gustaba del campo, de los pueblos: la buena gente, personas sencillas que, sin conocerte se abrían a ti, que hacían sentirse al forastero uno más. Gente auténtica. Y eso le llevaba a estar cada vez más convencido de lo correcto de su decisión, de abandonar la ciudad y montar un negocio de turismo rural, a pesar de dejarse en el mismo los ahorros de una vida y de lo dura que había sido la negociación con Jorge, al que a última hora, y bajo presión de una venta que creíoa hecha, Pedro le había logrado arrancar un descuento de 25.000 euros. Valía la pena.
Así que se acercó al hombrecillo y se saludaron. Se llamaba Juan, el típico agricultor de piel quemada por el sol y manos asperas como los troncos de los árboles. Pedro le contó que en breve serían paisanos, que había comprado la casona de Vega, y que su idea era convertirla, amén de en su vivienda, en un pequeño hotel rural. Por supuesto, Juan y los suyos estaban invitados a la fiesta de inauguración que daría en cuanto terminasen las obras, que esperaba que fuese en breve, ya que estaba loco por abrir.Tanto que, a pesar de que realmente iba a escriturar hoy ante Notario el vendedor le había dejado iniciar las obras con dos días de antelación.
Juan, como buen hombre de campo, apenas hablaba, sólo sonreía. Cuando finalmente Pedro acabó su presentación le dijo que le gustaría mucho asistir a la inauguración del sueño de aquel. Especialmente teniendo en cuenta que iban a ser vecinos-vecinos, ya que sus tierras de labranza lindaban con las de Pedro, lo que acabo de iluminar el rostro de Pedro que se dijo que era fantástico contar con alguien así al otro lado del mojón.
Claro que antes tenía que solucionar un pequeño asunto sin importancia, le señaló Juan. Pedro había comprado realmente dos fincas.La casona, urbana, que daba a vial en la parte delantera, amén de otra, en la parte trasera de la casa que era un prado, calificada como rústica, en el que Pedro le había contado que pensaba montar carpas para bodas, eventos, etc,. Pues bien, según el Código Civil, el art. 1523, Juan, como colindante tenía derecho de retracto sobre ese prado, sobre ese terreno rústico al ser menor de una hectárea. Y siempre había deseado ejercitarlo.
Pedro estaba blanco. ¿Retracto?, ¿a qué se estaba refiriendo aquel aldeano? Juan terminó de explicárselo. La Ley, redactada mucho tiempo antes de que a los pijos de ciudad les diese por el turismo rural, buscaba concentrar los terrenos agrarios para asegurar su viabilidad. Juan tenia 9 días a partir de la inscripción en el Registro, o si ésta no se llevaba a cabo desde que la venta se hubiese producido, para ejercer su derecho de retracto. O lo que es lo mismo, igualando el precio de Pedro se quedaba con el prado.
Llegado ese punto Juan sonrió, le puso una mano en el hombro a Pedro, y mirándole fijamente le dijo que si tenia dudas que le consultase al notario, que no entendía como Pedro podia desconocer la ley y que no hubiese sido asesorado por la agencia que había intermediado. Ahora bien, apuntó, le había caido bien, y despues de lo que le había comentado era consciente del marrón en que se había metido el bueno de Pedro y el, como vecino, no le iba a dejar en la estacada, que estaba dispuesto a arreglarlo y no ejercer el retracto, a cambio de que Pedro asumiese lo que Juan entendía como los perjuicios derivados de no acudir al mismo: 50.000 euros.
Pedro no daba crédito. Habían pactado la compra del el terreno en una cantidad misérrima, especialmente teniendo en cuenta que había entregado una fuerte suma en B, pero sin el prado, como zona de expansión, la casa bajaba espectacularmente de valor, no le era de ninguan utilidad, el proyecto carecía de viabilidad. Por otro lado las cantidades entregadas en B, el desembolso que ya había realizado en el proyecto del arquitecto, en la reforma, le obligaban imperiosamente a tirar hacia adelante, teniendo que hacerse con esos 50.000 euros fuese como fuese. Pero sobre todo necesitaba aire, y sin decir nada a Juan, salió fuera del local a dar unas bocanadas.
Juan aprovechó el momento para sacar su smartphone de ultima generación del bolsillo, y abrir el Whatsapp, desde el que envió a su amigo Jorge un mensaje: "creo que nos hemos ganado un café, vamos a pachas".
NdA: Dedicado a todos aquellos a los que les gustaban los Episodios Económicos