- 406.000 millones de euros -
Esto es lo que gastaron en su conjunto los 27 Estados Miembros de la Unión en mantener su dependencia energética durante el año 2012. Esta cifra no tiene en cuenta el comercio interno entre países de la Unión, por ejemplo el petróleo que le pueda vender Gran Bretaña a Alemania, sino que se limita a contabilizar las compras a terceros países, algunos amigos como Noruega y otros tan confiables y afines a nuestros principios y valores europeos como Venezuela o Irán.
Si se tiene en cuenta tan sólo el petróleo que entra por las fronteras de todos los países de la Unión, independientemente de su país de procedencia, seguramente obtendremos una cifra muy similar como ya adelantamos en una entrada al respecto.
España contribuye a esta sangría con una cifra cercana al 10%, dada su altísima dependencia energética, pues el 80% de su energía primaria consta de gas, carbón o petróleo.
Ante esta incontestable mala noticia, que se traduce en una brutal pérdida de competitividad de la Unión y una tremenda contribución al mayor problema ambiental de la historia del ser humano, caben dos posibilidades:
1) Huir hacia adelante, prolongando la situación de adicción a los combustibles fósiles todo lo que podamos, incluso buscando hidrocarburos a 4.000 metros de profundidas con técnicas más que discutibles que prometen ser la nueva panacea energética. No les extrañe que incluso el Comisario de Energía se haya dejado presionar por el lobby fósil para apoyar la idea.
2) Aprovechar que Europa en su conjunto tiene todo lo necesario dentro de sus fronteras, sin necesidad de recurrir a maquinaria o conocimientos de fuera para cambiar el modelo energético europeo (empresas potentes, i+d consolidadada, tecnología punta, capital humano impresionante) basándose en políticas de ahorro y eficiencia y aprovechando su inmenso potencial renovable.
Una de las dos opciones tiene futuro sólo a corto plazo, depende de tecnología extranjera, causa gran controversia y no elimina el problema de seguir alterando la composición de la atmósfera que respiramos. La otra opción no sólo es limpia y produce empleo de calidad dentro de la Unión, sino que no caduca y cumple además con nuestros compromisos para 2020... pero es una amenaza para las grandes multinacionales que controlan los flujos de energía del mundo entero.