Siempre me ha causado indignación el ambiente de extrema tristeza en tanatorios y cementerios. Entiendo que la muerte de personas cercanas siempre es un hecho triste, claro que sí, especialmente si se trata de personas jóvenes con una vida por delante. Pero nunca me ha entrado en la cabeza, por ejemplo, ver llorar a moco tendido a los nietos de una abuela de noventa años que llevaba ya siete de ellos con diálisis y que ya no oía ni veía... ni prácticamente vivía. Aún así, cuando se trata de personas jóvenes, intento sacar lecciones valiosas, que no sea la muerte en vano. Nunca.
Lo que me pide el cuerpo en este tipo de situaciones, cuando velamos un envoltorio como es un cadáver, es sacar el álbum de fotos del finado, un par de botellas de coñac y repasar su vida junto con sus familiares y amigos. Recordar lo mucho que nos divertíamos de sus ocurrencias, de sus anécdotas, de los paseos que organizaba por la playa, de las excursiones que organizaba al campo, de lo mal que cantaba en el Karaoke y hasta reirnos de sus arrebatos de mal humor. La vida como tal había concluído para esa persona querida. Por tanto, lo mejor que cabe hacer es recordar a esa persona como se merece, mantenerla viva en nuestra memoria para sacar todo lo positivo de ella que podamos.
Esto último me pasó una vez en un cortejo fúnebre de un ser querido y se convirtió en una situación comprometida... de la que jamás me arrepentiré. La situación podría ser tildada de esperpéntica por la mayoría, pero a mí me pareció hasta lógica y natural. Imaginen la escena fúnebre, ese centenar largo de personas que acompañan a viuda, hijos, hijas y parientes del finado desfilando camino del cementerio detrás del coche fúnebre con sus roscos de flores diciendo "tus compañeros de Asesoría Gar&Cía no te olvidan", en plena ceremonia que se supone debe ser un ejercicio de tristeza colectiva, en fin. De repente alguien recuerda en voz no demasiado baja una situación graciosa del muerto, así como quien no quiere la cosa, y las primeras risas empiezan a asomar en las caras, risas que se convierten en carcajadas en decenas de personas cuando alguien añade el segundo chascarrillo. De repente empezamos a vivir una situación hilarante en la que nos empeñamos en esconder la cara para que no nos vean y sepultar las emociones y el cachondeíto, situación imposible de esconder, por el miedo al que dirán, como cuando de niño te contaban algo gracioso en clase y no sabías donde meterte porque te ponías colorado e ibas a estallar de la risa.
Que mal se pasa, ¿verdad?
Pero es que lo que te pide el cuerpo, tributar al muerto con un recuerdo amable incluso en pleno duelo, soltar las emociones que surjan, despedirlo con cariño, no con tristeza. No nos debe avergonzar ni un ápice llevar el dicho del "muerto al hoyo y el vivo al hoyo" a rajatabla, a la vez que se despide con cariño, sensatez y hasta humor al que ya no podrá corretear más por aquí.
Siempre es más duro realizar este ejercicio de despedida "amable" con personas jóvenes, no voy a negarlo. Tratar de insistir en enseñar el lado bueno de la vida a un viudo que se encuentra de repente con dos bebés mellizos porque su mujer se ha matado en un accidente de tráfico es una tarea titánica, sin duda. Pero me parece un error el animar al superviviente a aceptar la nueva situación como una pesada carga, casi como un "castigo". Lo deberías hacer por tus hijos, tira adelante, como si fuera una responsabilidad más, un enorme palo emocional y adicional a la de perder de repente a su ser más querido, a su compañera del alma. Y creo que no deba ser tratado así. ¿No es mejor para el viudo hacerle entender que ella no tuvo tanta suerte como tú, sigues vivo tío, ¡aprovecha!?
No sé que recomiendan los psicólogos profesionales en este tipo de situaciones, igual me equivoco en mis opiniones y valoraciones con respecto a sus diagnósticos profesionales. Pero intuyo de alguna manera que, salvando la necesaria estapa de duelo, imprescindible en este tipo de situaciones y que también creo que debería vivirse en compañía y también con sus dos botellas de coñac, el álbum de fotos, etc, el aferrarse a la vida como el puñetero regalo que es debería ser una de las medicinas más recomendadas para superar estos trances.
Al menos así intento hacerlo yo cada día.
Todos los días me monto en mi coche o en mi bici y sé que me expongo a una de las situaciones de más riesgo de morir, el tráfico. También sé que me puede tocar la china en algún viaje largo, como le pasó ayer a mucha gente que volaban de Barcelona a Düsseldorf, vuelo que he realizado yo mismo no pocas veces y que repetiré sin duda, sin dejar que me embargue el miedo o la superstición.
Aunque esté perfectamente integrado en mi rutina, sé que si por la tarde regreso a casa es sólo porque tengo suerte. La misma suerte que tuve de nacer en un país donde no se pasa hambre, ni frío ni las consecuencias de enfermedades leves pero que en otros sitios truncan una vida para siempre. En eso coincido perfectamente con lo que dice Warren Buffett en lo que él llama la lotería genética:
Tengo la inmensa suerte de haber ganado la lotería genética. Mis posibilidades de nacer en Estados Unidos en lugar de en cualquier otro país en 1930 eran de treinta a uno. Nacer blanco y varón allanó muchos otros obstáculos, hacerlo en una familia que me diese amor y cultura fue ganar el gordo. Por eso ahora ha llegado el momento de devolver lo conseguido.
Recomiendo muy mucho leer el texto original en inglés, extraído del famoso discurso que dio a un grupo de estudiantes universitarios (a partir del minuto 3)
Creo que la sociedad occidental, al menos aquella de la que forma parte un servidor que nació en España, no sabe tratar correctamente el tema de la muerte, y es una verdadera pena. Se mira con estupor a la gente pragmática que insiste en recordar que la vida son cuatro días y hay que vivirla sí o sí, una puñetería lotería de la que sales indemne cada día hasta que llega uno en que te borra del mapa. La mayoría del personal no asume que la vida no es una posesión, NO te pertenece, sino que es un regalo que se te da desde el mismo día en que naces y que se te arrebata cuando la suerte, la enfermedad, la estupidez o la maldad se imponen. Creo sinceramente que reconocer que estamos de prestado en este mundo, y que muy, muy probablemente no hay otra vida después, por más que insistan patéticas supersticiones que nos acompañan desde antes de haber salido de Africa, es una de las mejores medicinas que podemos tomar para alcanzar la felicidad en los días que nos quedan.
El universo no fue hecho a medida del hombre; tampoco le es hostil: es indiferente.
Carl Sagan.
Nuestro paso por este mundo es efímero, sólo podemos luchar por quedarnos retenidos en la memoria de las personas que nos quieren y, si tenemos suerte y "nos lo curramos", impregnar a la propia humanidad con nuestra obra y nuestras ideas para convertimos en una referencia para todos. Lo que los antiguos llamaban alcanzar "la gloria". Como cuerpos no somos sino polvo en el viento, dust in the wind, pero como humanos tenemos mucha más proyección de lo meramente corpóreo y material, no olvides que todos tenemos en potencia la capacidad de trascender más allá de nuestro ciclo vital.
Tu abuela no ha muerto aunque esté convertida en ceniza, porque vive en tí, en tu recuerdo, no sólo en tu código genético. Igualmente Gandhi ha trascendido y está más vivo que nunca en miles de ONGs. Incluso yo siento que una persona que vivió a 7.000 km de mi hogar, y que nunca me conoció, de alguna forma habita en mi interior y ha tenido mucho éxito "colonizando" mi cerebro, mi posesión más valiosa, para que esparza sus ideas, sus mensajes y su amor por la vida.
Así que ya sabes. En tu próxima visita al tanatorio, que espero no la hagas dentro de una caja, pregúntate que puedes hacer por aprovechar el legado del finado. Como puede trascender de su mero envoltorio corpóreo y dejar tu impronta en este mundo, por modesta que sea. Pero sobre todo, te recomiendo ser absolutamente egoísta en esas situaciones, intenta aprender la lección de la vida, pregúntate a tí mismo que más puedes hacer porque merezca la pena aprovechar este regalo que te ha dado el cosmos, piensa en la de besos y abrazos que le darás a tus hijos al volver de una pieza a casa, esa llamada que tienes pendiente para reconciliarte con el capullo de tu primo, aquel con el que no tienes motivos reales para estar enfadada, que puedes hacer para que tu breve paso por este escenario haya merecido la pena. Pero de verdad.
Aprovecha, que sólo se vive una vez y mañana puedes no estar aquí. La vida es puro teatro y tú tienes la inmensa suerte de representar el papel que más te guste. Hazlo pronto, antes de que acabe la función.
Con cariño, para Isa.