"Mi problema con las protestas callejeras es que, si no tienes cuidado, los medios acaban creando una situación en la que (los manifestantes) tienen legitimidad no solo en su derecho a protestar, sino en lo que están diciendo"
"escuchar las protestas que hay en la calle, pero no puedes dejar que te gobiernen"
Este es el diagnóstico del antiguo primer ministro Inglés acerca de los movimientos en la calle para protestar por las decisiones que están tomando nuestros representantes. Por supuesto, no es el único dirigente político que se ha expresado en los mismos o similares términos, incluyendo afirmaciones como que las pancartas no son política, sino que la política surge de los líderes políticos que han sido elegidos para tomar una serie de decisiones.
La primera conclusión que se me ocurre al respecto de declaraciones como está es la profunda tristeza por toda una serie de personas, que se creen de una casta superior, y que no tienen más argumentos que aquellos del “yo lo valgo”. En todo caso, tendremos que decir que mal se puede definir como demócrata una persona que menosprecia de esta forma a la sociedad y sus votantes. ¿Qué tenemos derecho a protestar pero que esto no tiene que causar efectos?. Pues no señor; ¿Qué tenemos legitimidad en el derecho a protestar pero no en lo que la sociedad está pidiendo?. Lo único claro es que la legitimidad de toda decisión en un entorno de democracia ÚNICA y EXCLUSIVAMENTE la facilita el pueblo. Es decir, los únicos que no tenemos absolutamente nada que justificar somos los ciudadanos que somos los que tenemos la soberanía sobre el país. Podemos equivocarnos o acertar, podemos tener razón o no; pero somos los que teóricamente tenemos el poder y nuestros representantes, lo que tienen que hacer es acatar el poder.
Desde el punto y hora en que los gobiernos no acatan las decisiones del pueblo, o toman decisiones contrarias a lo que el conjunto de los ciudadanos desea, esto no es una democracia, por mucho que se disfrace de tecnicismos.
Pensemos en que cada uno de nosotros podemos extender un mandato a un tercero, para que realice cualquier acto por nuestra cuenta; por ejemplo, imaginemos que damos un poder a alguien para comprar y pagar un determinado coche por un determinado precio. El aceptante del poder, debe cumplir nuestras ordenes y todo lo más que se puede aceptar es que nos recomiende, nos sugiere o nos trate de convencer de que estamos equivocados. Pero en definitiva, esta persona a la que hemos enviado un mandato ha de ser coherente con él; ¡y jamás traicionarlo!.
¿En qué situación estaríamos si esta persona a la que le encargamos comprar un coche determinado por un precio determinado nos aparece con una vespino comprada a un precio mayor, de tal forma que nos ha endeudado, y que además se la ha comprado a su cuñado?. Pues lo primero es que por mucho de que esta persona presuma de que nos representa, lo que está claro es que no es cierto. Lo segundo es que normalmente esto acabará en los juzgados por una estafa.
Por supuesto, cuando hablamos de una persona que encarga un mandato a otra, no es la misma situación que cuando una sociedad ha de encargar el mandato de representarla a determinadas personas. Pero sin embargo, las diferencias son todas derivadas de los distintos procedimientos que se usan para conseguir el objetivo, que no es otro que la representación. Por descontado, la complejidad y las casuísticas de las distintas situaciones son completamente distintas, y por tanto los instrumentos y las formas de ejercitar este formato son completamente diferentes y sobre todo variables en el tiempo.
Esto quiere decir que no es lo mismo encargar un mandato a una persona en siglos pasados que actualmente; por el mero hecho de que han cambiado las posibilidades y los entornos. Exactamente lo mismo debería ocurrir cuando ampliamos el campo de acción y hablamos de que el conjunto de ciudadanos de un país encarga un mandato a sus representantes.
Por supuesto las posibilidades de ejercer este mandato, tienen que afectar a la forma, y por lo tanto todo el complejo sistema de relaciones que existen entre la sociedad y sus representantes debe evolucionar.
Pero antes que organizarnos, proponer cambios o proponer modelos, lo que tenemos que tener claro es el problema de raíz, y no es otro que la resistencia de los representantes a asumir los mandatos. Es decir, antes de discutir sobre las mejores formas de que la sociedad pueda expresar su mandato a los representantes, lo que tenemos es que dejar muy, pero que muy claro que todo lo que hagamos, todas las normas, todas las medidas, todas las instituciones y todas y cada una de las formas de participación de los ciudadanos, tienen que tener como objetivo el hecho de que los ciudadanos tengan el poder.
Pero hoy en día nos encontramos con declaraciones del estilo de la de Blair, que dicen que la política va de escuchar a la sociedad y si esta pide otra cosa distinta a lo que ellos dicen, descalificarla. Estamos en un contexto donde la frase “medidas impopulares” , no sólo ha dejado de ser una burrada de proporciones bíblicas, sino que se ha llegado al punto de que se usa con cierto tono positivo y halagador.
Nos podemos organizar como queramos, pero lo que tenemos que tener claro es que esa frase no es coherente con una persona encargada de representar las medidas del pueblo. Nos podemos organizar como queramos, pero lo que tenemos que tener claro es que todos en algún momento, no estamos de acuerdo con la mayoría de la sociedad en algún tema en concreto. Y es cierto que podemos entender que la sociedad se equivoca, (porque si opina distinto a nosotros y nosotros no creemos estar equivocados, la conclusión es obvia), pero jamás podremos imponer nuestro criterio, más allá de intentar convencer, explicar y razonar.
Porque la sociedad se puede equivocar o no, pero en democracia, lo primero es que tengamos que asumir todos que el pueblo, (se exprese como se exprese) es el que manda y como tal no tiene sentido aprobar una medida impopular, (aunque creamos sinceramente que sea un error).
Y después de entender que esto es la democracia, es cuando toca hablar de cómo han de ser los sistemas electorales, de cómo tienen que ser los parlamentos, los gobiernos, y de todo el conjunto de leyes y normas, que no son otra cosa que los instrumentos para ejercer la democracia.