Va a hacer ya para un mes que Rafa Salgueiro y demás buenas gentes del Observatorio Económico de Andalucía en Sevilla me invitaron por ocasión de San Valentín a dar una charla acerca de la economía del amor. Habían contactado conmigo por una entrada antigua en este blog: http://www.rankia.com/blog/oikonomia/428771-economia-amor-primera-parte, en que abordaba el asunto y en la que prometía implícitamente que habría una continuación. No la hubo entonces. Así que aproveché la invitación para retomar el asunto y seguir pensando un poco más en esto del amor, tema cuya importancia para el común de las personas es, en el largo plazo, mayor probablemente que cualquier otro, fuera de la supervivencia física. Pues bien, es el caso que en mi intervención ese día me atrevi a decir algunas "burradas" que sin duda afrentan al buenísmo de lo políticamente correcto. Aquí en esta entrada va una de ellas.
Una de las partes de la moderna teoría económica que más me gusta y más amplia relevancia creo que tiene es la llamada Economía de la Información, y, dentro de ella, la Economía de la Señalización. Y resulta que esta parte de la Economía es en mi opinión de inmediata aplicación a un aspecto de la "economía del amor" ( el análisis desde la economía de los asuntos amorosos). Se trata de la cuestión del emparejamiento.
Veamos, el emparejamiento plantea una serie de problemas de difícil resolución desde el punto de vista de la eficiencia. Cuando los seres humanos buscan pareja para satisfacerse mutuamente sus necesidades amorosas, cada uno trata de encontrar la "mejor", la más apropiada dadas sus peculiares necesidades, es decir, que cada individuo busca al compañero/a cuyas características mejor satisfagan sus propias necesidades, y a la inversa. Esa doble coincidencia de necesidades y características, esa complementariedad simétrica tan precisa, garantiza de salida un hecho y es que no hay matrimonio perfecto, salvo en las novelas y películas románticonas, que sólo por un azar improbabilísimo habrá emparejamientos óptimos, es decir, emparejamientos que cada una de las dos partes de una pareja ofrezca las características que la otra demanda. La consecuencia es obvia: quienes afirman que su matrimonio es ideal mienten, pues como dijo La Rochefoucauld, "hay buenos matrimonios, pero no los hay deliciosos".
Pero el problema de la eficiencia del emparejamiento se agudiza por el hecho de que los individuos que buscan pareja se encuentran con el mismo problema con que se encuentran esos mismos individuos cuando operan en cualesquiera otros mercados: el problema de la información asimétrica. Este problema se da en todos los intercambios e interrelaciones en que la complejidad es tal que inevitablemente una de las partes sabe más acerca de las caracter´siticas de los que se intercambia o de la relación que la otra. El médico sabe mejor que yo cómo funciona el cuerpo humano, el mecánico sabe mejor que yo cómo funciona mi coche, el abogado sabe mejor que yo acerca de las regulaciones y leyes, el vendedor de un ordenador o de una lavadora sabe mejor que yo de las características buenas y menos buenas de los productos que venden, yo sé mejor que mi aseguradora si mi comportam,iento al volante es arriesgado o no, de igual manera que yo sé mejor que mi banco si tengo intención o no de devolver el préstamo que estoy solicitando. Todos estos ejemplos son de situaciones donde en una interacción hay información asimétrica: una de las partes sabe más que la otra. La consecuencia es que uno nunca sabe cuando le están dando "gato por liebre" pues siempre existe la posibilidad de que quien sabe más utilice ese conocimiento para alterar los términos de la transacción a su favor, o sea, para explotar al otro.
Y lo mismo pasa en las relaciones de pareja...pero por partida doble. En una relación de pareja ninguna de las partes sabe si el otro o la otra con quien empieza a relacionarse se acerca o no a lo que sería la "mejor", dadas sus necesidades. Hay un desconocimiento mutuo. Hay una doble información asimétrica: cada uno de los miembros de la pareja se sabe de sí mismo, cada uno conoce bastante bien cuáles son sus características menos amables o deseables,o sea, sus propias debilidades y carencias.... y trata de mantenerlas ocultas, pero por supuesto no dispone de un conocimiento semejante de las debilidades y carencias de la otra parte. Ambos miembros se ocultan información, ¿qué información? pues ya se ha dicho, aquella que revele las características menos deseables o atractivas. Y ¿por qué se ocultan esa información desfavorable? Pues por la misma razón que los vendedores y compradores en los mercados de bienes y servicios tratan de ocultar las características menos favorables de los productos que venden o de sus características como compradores...para tener una ventaja sobre la otra.
En el caso de las relaciones de pareja, lo que cada parte quiere es conseguir a la pareja más "perfecta" que sea posible, aquella que mejor satisface sus peculiares deseos o necesidades, y para ello no hay otro camino en la dura competencia con otros que también desean emparejarse que ese mismo otro u otra que "presentarse" del modo más atractivo posible, es decir, "venderse" a sí mismos como productos perfectos. El emparejamiento es así un proceso de "matching" con información asimétrica oculta por todas las partes. La dificultad que tal hecho plantea a los individuos les ha llevado a establecer instituciones o mecanismos para tratar de traspasar ese velo de la información asimétrica o, al menos, para evitar sus efectos negativos más evidentes.
Por ejemplo, los noviazgos prolongados permitían, en principio, que los que buscaban emparejamiento se conociesen con cierta profundidad de modo que, más adelante, no se llamasen a engaño si, tras el emparejamiento formal o matrimonio, él o ella no satisficiesen las expectativas de ella o él (hablaré fundamentalmente en esta entrada de parejas heterosexuales, si bien como se verá más adelante lo que se dice es perfectamente aplicable al caso de las parejas homosexuales).
Uno de los mecanismos que los agentes usan en un mercado cuando hay información asimétrica entre compradores y vendedores es la emisión de señales. Así, los vendedores de bienes de buena calidad tratan de señalizar a los compradores que lo que ellos particularmente venden, es, ciertamente, de una muy buena calidad (por ejemplo, las garantías sirven para ese fín). De igual manera, los compradores tratan de señalizar a los vendedores que son de fiar, que pagarán lo comprado y que no maltratarán lo que compren para luego pedir una compensación.
Para que una señal sea efectiva y permita discriminar a un buen vendedor (o un buen comprador) de uno malo, la emsión de la señal de buena calidad debe ser asimétricamente costosa. Ha de ser costosa, pues afirmar que lo que uno vende es bueno es fácil y en consecuencia no "vale" nada (o sea, no señaliza nasa) porque no cuesta nada decirlo. Por el contrario, frente a la mera afirmación de calidad ("cheap talk"), la publicidad puede ser una señal porque es costosa: hay que pagar a la agencia de publicidad y al medio en el que se emite.
Pero no basta con que una señal de calidad sea costosa para que sea eficiente, es decir para que sea una buena señal: creíble. Se requiere, además, que sea diferencialmente costosa, o sea que su emisión le cueste relativamente más al el vendedor que ofrece bienes de peor calidad. En la medida que la publicidad no le cueste más a los oferentes de mala calidad que a los que venden un producto bueno, la publicidad dista de ser una señal de calidad eficiente ("donde no hay publicidad resplandece la verdad" se decía antes).
Para que una señal de calidad sea eficiente es necesario que al vendedor de un producto malo o deficiente no le merezca la pena emitirla. Por ejemplo, el sistema de garantías sirve bien como una señal de calidad cuando los vendedores de alta calidad ofrecen unas garantías tan amplias y durante un perido de tiempo tal que ningún vendedor de un mal producto se atreve a ofrecerlas en iguales términos ya que, si lo hiciese, sus pérdidas serían elevadísimas en la medida que tendría que hacer frente a las exigencias de que cumpliese con esas garantías por parte de los compradores engañados. En consecuencia, un sistema de garantías actúa como un mecanismos señalizador eficiente pues, gracias a él, los compradores pueden discriminar entre los vendedores con arreglo al nivel de las garantías que ofrecen. Dado que los vendedores de bienes de alta calidad ofrecerán paquetes de garantías más extensos que los que venden peores productos, ello revelará a los compradores la calidad diferencial de los distintos oferentes. Así, sabemos de la calidad de los productos por el nivel de garantía que ofrecen: si un bien sólo lleva las garantías mínimas establecidas por la ley, bien podemos dudar de su calidad, diga lo que nos diga su vendedor.
Pues bien, la consideración de que en el mercado del emparejamiento las partes se ven aquejadas por asimetrías en la información que cada una tiene sobre las características de la otra, me ha llevado a plantearme si las instituciones y formas de ese mercado se pueden entender desde la perspectiva que ofrece la Economía de la Señalización. Con arreglo a esta perspectiva los individuos que van a un "mercado de emparejamiento" emiten señales para dar a conocer su calidad a los demás. La eficiencia de esas señales dependerá, como acaba de argumentarse, de su coste relativo. Y esta idea me ha llevado a entender algunos comportamientos habituales de modo distinto al modo habitual de hacerlo, que es en términos de patrones culturales, en términos más antropológicos que económicos.
Uno de esos fenómenos que se explican de modo especial desde la Economía de la Señalización es la elevada y absurda valoración de la virginidad femenina. Hasta hace bien poco en todos las sociedades humanas, y todavía lo sigue siendo en algunas, la virginidad de las mujeres era una característica deseable y exigida por los varones que buscaban pareja estable, ya fuera esa estabilidad deseada o forzada (es decir, en ausencia de divorcio legalmente reconocido). En algunas culturas, como la gitana, se llegaban a efectuar ciertos ritos públicos previamente a la boda para certificar esa virginidad (enseñando el pañuelo ensangrentado a consecuencia de la rotura del himen). Ciertamente un himen no rasgado era una buena señal de calidad virginal, aunque tengo entendido que por vía quirúrgica hoy se puede reconstruir ese himen por lo que ya no sería una señal tan clara de "calidad" virginal. En otras sociedades, no se daban tales ritos públicos de modo que la castidad de una mujer previa a su boda, su pureza, dependía de que la colectividad no conociese de comportamientos "deshonestos" anteriores de la misma. La virginidad de una mujer era tan fundamental que era una norma no escrita aquella que establecía que la familia de la mujer "deshonrada" o "mancillada" debía obligar por cualesquiera medios al autor de tal "fechoría" a casarse con ella, como única forma de enmendar el "destrozo" al bien producido por la familia, o sea, una mujer pura. Pues bien, la pregunta que tales comportamientos plantea es la de que por qué los varones elegían esa peculiar señal de calidad a la hora de elegir compañera. ¿Por qué esa y no otra?
Lo curioso, por otro lado, es que la señal de calidad de los varones era la opuesta. Un varón era más valioso conforme más se supiera que era, o mejor, que había sido o podía ser un donjuan. El donjuan, el ligón, el varón que demostraba una larga historia de conquistas femeninas, es decir, aquél que era "menos" virgen era más valorado, tenía más "calidad" como hombre.
Esta oposición de señales ha sido explicada por el movimiento feminista como el resultado de una cultura patriarcal machista de la que poco a poco, gracias a la lucha del movimiento feminista, la sociedad se estaría librando. Puede ser que esa sea la explicación verdadera, pero lo dudo mucho. La Economía de la Señalización ofrece una perspectiva radicalmente diferente y una explicación lógica y coherente que no necesita de la inclusión en la explicación de malos y buenos y demás conspiraciones a las que el movimiento feminista tiende a ser proclive.
Veamos. El análisis de la información asimétrica arranca con la obra de George Akerlof, Premio Nobel de Economía, en la que tomó como ejemplo para ilustrar su tesis el mercado de coches de segunda mano. Y aquí seguiré ese mismo procedimiento. En efecto, en ese mercado, los compradores, en principio, no saben si un coche cualquiera es bueno o malo (o sea, un auténtico cacharro), de modo que en ausencia de información adicional, cualquier comprador tiende a pensar mal de los coches de segunda mano en general, pues las preguntas de que por qué los vendedores quiere desprenderse de ellos, o de si será porque tienen algún defecto oculto, siempre rondarán las cabezas de los compradores. Lo que Akerlof demostró es que en ausencia de más información, estos mercados de información asimétrica serían unos mercados anémicos o mínimos, pues como nadie se fiaría de nadie, al final se harían muy pocos intercambios.
Para evitar que ello suceda, el vendedor de un coche de segunda mano de buena calidad siempre tiene incentivos para señalizarla, por ejemplo revelando información suplementaria del tipo: lo vendo no porque sea malo sino porque me voy al extranjero, porque me han regalado otro o porque he sufrido un ictus y ya no puedo conducir. Esas son señales informativas que el vendedor lanza para despejar las dudas y desconfianzas que pueda tener un comprador. Obviamente ante un coche de tercera, cuarta y quinta mano un comprador tendrá muchísimas más dudas respecto a su calidad, y más señales de que el coche no es un cacharro requerirá antes de comprarlo.
Pues bien, hagamos la analogía de una mujer con un coche (entiéndaseme bien,es sólo una analogía. No estoy diciendo que las mujeres sean cosas). Si una mujer no es virgen, la situación en el mercado de emparejamiento sería similar a la que se da en un mercado de coches de segunda mano, pues una mujer que ya no es virgen es como si fuera un coche de segunda, tercera o cuarta mano. En consecuencia, al "comprador" o demandante en el "mercado de parejas" le pueden entrar "razonablemente" dudas acerca de la idoneidad de esa mujer, es decir, de que sea una "buena" mujer para satisfacer sus necesidades amorosas (a menos, claro está, de que el hecho de encontarse en el mercado de segunda mano sea resultado de su viudez).
La pregunta que puede asaltar al varón "demandante" de mujer es del mismo tipo que la que asalta al comprador de un coche en un mercado de segunda mano: ¿por qué está en él? Y es que la probabilidad de que no sea una "buena" mujer crece obviamente conforme el número de parejas que haya tenido sea mayor. De acuerdo, puede que el historial previo de rupturas no se deba a ella, a su "idoneidad" como mujer, sino a la de sus parejas, pero la probabilidad de que ella sea responsable por ser de "calidad defectuosa" crece conforme más emparejamientos previos haya tenido. Por contra, una mujer virgen, es una mujer "de primera mano", por lo que la probabilidad de que le salga bien al varón "comprador" o demandante es, obviamente, mucho mayor. Y de ahí, el valor que la virginidad ha tendido en el mercado matrimonial hasta hace bien poco. es una señal extremadamente costosa y diferenciadora.
El uso de la virginidad como señal de calidad depende de la estabilidad de la relación de pareja. Si el divorcio está prohibido o las relaciones de pareja son de gran estabilidad tempral, la virginidad tendrá mucho valor como señal. En esas circunstancias un "mal" matrimonio supone un coste extremadamente alto para un varón, y por ello es en esas sociedades donde el uso de la virginidad como señal está generalizado. Por ello, esa importancia como señal ha caído afortunadamente de modo radical en las sociedades modernas en las que la ruptura de relaciones matrimoniales es poco costosa. Por otro lado, de lo dicho también se sigue que en el mercado de emparejamiento de corto plazo, es decir, en el mercado del sexo ocasional, la virginidad carecería de toda capacidad señalizadora. Todo lo contrario, la virginidad en ese mercado de emparejamiento de sábado por la noche sería una señal no positiva, sino negativa. Una señal de "estrechez" que sirve para que los varones en ese mercado no pierdan el tiempo (o sea, la noche del sábado) intentándolo con ella.
Desde la perspectiva de la mujer, la situación es enteramente similar, sólo que inversa. Una mujer también quiere "comprar" pareja. Y también se enfrenta a una situación de información asimétrica: no sabe todas las características de los varones con que puede relacionarse. Sabe que siempre habrá ocultación por parte de ellos. Para ella, la emisión de señales de calidad por parte del varón también se convierte en un requisito para discriminar entre postenciales parejas. Sólo que aquí la señal de calidad no es la misma: no es la virginidad o castidad del varón lo que actúa como señal de calidad sino que es su capacidad de ser un donjuan la señal de calidad. Un varón que ha tenido varias parejas lo que está señalizando es que es muy deseado, que es tan "bueno" como hombre como para no conformarse con la primera que encuentra. Es una señal costosa de emitir (aunque, obviamente, menos que lo es la virginidad femenina) en términos de tiempo y dinero, y diferenciadora pues aquellos varones de quienes con el paso del tiempo no se les conoce vida afectiva (o sea, que nunca han tenido "novia") alguna señalizan por ello que son "raritos"...y la pregunta de si será por "algo" no deseable insidiosamente aparecerá en las cabezas de sus potenciales parejas.
Pero, dicho lo anterior, queda una pregunta sin responder: ¿por qué la señal de calidad en las mujeres es precisamente la inversa de que se usa en los varones? ¿por qué la castidad actúa como señal de calidad para las mujeres y como señal de ausencia de calidad para los varones? La cuestión es importante porque dado que la castidad es -por lo general- mucho más costosa que la no-castidad ya que es antinatural pues conlleva la represión de unos impulsos de base genética, se tiene entonces que el que a las mujeres les haya "tocado" esa señal y a los varones la opuesta puede interpretarse como una clara imposición machista, con lo que, al final, el enfoque cultural-feminista acabaría imponiéndose sobre el economicista. Repito que puede que así sea realmente, que puede que la visión feminista sea la correcta. pero como aquí se trata de ver las cosas con las gafas del análisis económico merece la pena tratar de dar una respuesta a esta cuestión.
La hay, aunque no estoy demasiado seguro de su relevancia. Y la proporciona la biología. En efecto, para los biólogos las estrategias sexuales deben de partir de una consideración de las diferencias entre los sexos en cuanto a sus estrategias reproductivas. En general, los machos producen ingentes cantidades de esperma y la forma más obvia de trasladar sus genes al futuro es la de inseminar a cuantas más hembras mejor. El emparejarse en una relación estable y duradera con una sola pareja como sucede en algunas sociedades humanas tiene por ello un alto riesgo y un alto coste de oportunidad para los varones, pues si las cosas no van bien, ello supondría la existencia de dificultades para la satisfacción de ese requerimiento de reproducción genética. Por contra, para las mujeres, el número de óvulos está limitado. Es escaso y no se puede desperdiciar. Comprometerse en una relación de pareja con un varón impotente o estéril implicaría para una mujer un elevadísimo coste de oportunidad genético. Para ella por ello una señal de calidad como la promiscuidad de un varón podría ser, como se ha expuesto, una señal eficiente de calidad masculina o varonil.
Por supuesto, todo lo anterior es un análisis muy simplificado y muy sesgado del proceso de emparejamiento. Incluso desde una perspectiva tan reduccionista como la económica, que es la que aquí se ha seguido. Han quedado fuera de él muchos componentes imprescindibles como la importancia del dinero y del poder (a fin de cuentas, se está hablando de "comprar" y de "venderse" como pareja), pero hasta en su simplicidad me parece que algo se puede sacar de esta aproximación, algo informa acerca de este debatido asunto de las relaciones amorosas.