FERNANDO ESTEVE MORA
La verdad es que estos días no salgo de mi asombro a cuenta del follón que se ha montado con las declaraciones del Ministro de Consumo, el señor Garzón, al periódico The Guardian acerca de la carne producida industrialmente en macrogranjas. Resumiré lo que dijo: la carne ya sea de bovino o de porcino que se produce en esos establecimientos típicos de la ganadería intensiva es de peor calidad que la que se obtiene en explotaciones ganaderas extensivas, Adicionalmente, la industria cárnica intensiva produce una serie de efectos externos técnologícos cono son la contaminación de acuíferos y de la atmósfera (por malos olores). La calidad de vida de los animales en esas macrogranjas deja, por otra parte, mucho que desear y a mí me recuerda a la que tuvieron que padecer los esclavos africanos en los barcos negreros en el peor de los momentos de la trata. Finalmente, el empleo que esas macrogranjas generan es escaso y de baja calidad y no contribuye en nada, sino todo lo contrario, a fijar población en el entorno rural.
Todo esto es de sobra conocido por todo el mundo y no debiera haber suscitado ninguna controversia en nadie que no esté a sueldo del lobby de los propietarios de macrogranjas. Que muchos periodistas y políticos de diverso signo se hayan "metido en faena", da por ello mucho que pensar. Para aquellos que, aún no pagados, se han llevado las manos a la cabeza por lo que ha dicho Garzón, no puedo menos que aconsejarles que se vayan de turismo rural a un pueblo que a menos de 10 kilómetros tenga alguna de estas macrogranjas. Seguro que nunca repiten. En el entorno de las mismas sólo aquellos que sufren de anosmia o no pueden irse a otro lugar pueden vivir.
El caso es que, pese a que ninguno de los argumentos de Garzón es incorrecto y debiera ser debatible, se ha quedado en mi opinión corto, y no ha incidido en el que para mí es el argumento básico contra aceptar las macrogranjas en el mercado de carne como si fuesen otras empresas como las demás. Y mira que me extraña porque es un argumento que todo economista debe obligatoriamente de conocer, pues es uno de los temas que, de lo importante que es, como economista que es obligatoriamente habrá tenido que aprenderse a lo largo de la carrera pues sale repetidamente en varias asignaturas.
Es George Akerlof premio Nobel de Economía desde 2001. Su caso es bastante excepcional, pues es uno de los pocos que han recibido ese premio instituido por el Banco de Suecia (no por la Fundación Nobel) que, más que ser honrados o prestigiados por recibirlo, son ellos quienes lo prestigian y honran. Pues hay que reconocer que, a diferencia de los que sucede con los Nobeles tradicionales (los de Física, Medicina, Literatura y demás) la mayoría de los "nobeles" de Economía son o bien mediocres o son más que cuestionados por amplios sectores de la profesión. Pero en el caso de Akerlof no sucede eso. No sólo es un economista brillante donde los haya, genial incluso, se puede decir, sino que suscita reconocimiento generalizado en la profesión.
Pues bien, una de las razones por la que Akerlof recibió el nobel fue por un brevísimo y nada formal artículo que publicó en 1970 en The Quarterly Journal of Economics. Le costó mucho que se lo aceptaran para publicación pues incumplía todas las tontas normas académicas al uso para serlo ya que el artículo no tenía ni una sola fórmula matemática, su extensión no superaba las 12 páginas y su asunto parecía marginal donde los haya. El artículo, "The Market for Lemons: Quality Uncertainty and the Market Mechanism", analizaba el mercado de segunda mano coches de mala calidad, de "cacharros" (lemons en el argot norteamericano).
En el artículo, Akerlof usaba de ese particular mercado de segunda mano para explicar las consecuencias de una situación que en él se daba pero que también se encontraba en muchísimos otros mercados. Se trata de la situación que se produce cuando en una transacción, una de las partes dispone de más información que la otra parte acerca de alguno o algunos de los aspectos o características relevantes de lo que están intercambiando. O sea, cuando en una transacción la información de las partes no es la misma, lo que se conoce como información asimétrica.
Obviamente, en los mercados de segunda mano, se da esa asimetría en la información. Así, los vendedores de coches de segunda manos saben muchísimo más sobre las bondades y defectos del vehículo que venden que quienes se planean comprarlos. Es de sentido común: a fin de cuentas, llevan tiempo conduciéndolos. Pero no sólo en los mercados de coches de segunda mano, todo el mundo sabe que los vendedores tienen más información que los compradores. Hay muchísimos otros. Como hay otros mercados en los que, por el contrario, son los vendedores u oferentes quienes sufren de esa asimetría informacional, pues son los compradores o demandantes quienes "saben" más. Así, por ejemplo, en los mercados de crédito o de seguros, son quienes van a pedir un préstamo o quienes quieren contratar u seguro quienes saben más acerca de su capacidad y disponibilidad para devolver el crédito que solicitan (o "compran") o para evitar sufrir un "siniestro" .
Pues bien lo que Akerlof demostró es que, en ausencia de instituciones, normas y regulaciones compensadoras, en los mercados donde existe asimetría de información entre compradores y vendedores se produce un curioso mecanismo al que denominó selección adversa, por el que -paradójicamente- acaba sucediendo lo "inesperado", y es que los productos de peor calidad acaban acaparando todo el mercado. Es decir, acaba sucediendo que los productores (o los demandantes) de bienes de inferior calidad acaban expulsando del mercado, echando en una palabra, a los que producen (o demandan) bienes de calidad alta. Al desaparecer los bienes de buena calidad, el mercado se contrae. Dicho de otra manera, el mecanismo de selección adversa, selecciona contra "lo bueno" y deja sólo "lo malo".
Veamos cómo funcionaría ese mecanismo en el mercado de coches de segunda mano. Partamos de una representación simplificada del mismo en el que suponemos que hay únicamente tres tipos de vendedores; los que ofrecen coches de alta calidad, los que ofrecen coches de calidad intermedia, y los que ofrecen auténticos cacharros. Cada uno de estos vendedores sabe muy bien la calidad de lo que ponen a la venta, ellos no se llaman a engaño, pero quién no sabe la calidad de lo que se les ofrece es ninguno de los compradores a quienes, fijándose sólo en el aspecto exterior, no les resulta nada fácil distinguir los coches que han sido bien tratados por sus dueños de los que no. En consecuencia, si un comprador no puede diferenciar entre los coches en venta por su calidad intrínseca, lo que como máximo estará dispuesto a pagar por un coche cualquiera será un precio medio, el valor de un coche de calidad media.
Hasta aquí normal y lógico. Pero veamos qué implicación tiene esa forma de actuación por parte de los compradores que sufren de asimetría de información respecto a los vendedores. Pues muy sencilla. Y es que los vendedores de coches de alta calidad se verán defraudados pues no encontrarán a nadie que esté dispuesto a pagarles por sus buenos coches su auténtico valor. No por nada, sino porque lo desconocen. En consecuencia estos vendedores de coches de alta calidad, abandonarán, frustrados, el mercado. Para qué estar allí dónde no se les paga por lo que valen los coches que venden.
Pero no acaba ahí la cosa. Pues la selección adversa seguiría operando. Cuando los vendedores de coches de alta calidad se van del mercado, ya sólo quedarían dos tipos de oferentes: los de coches de calidad media y los de cacharros. Pero, ahora, tras el abandono de los mejores, los vendedores de calidad media hacen el papel que antes hacían los vendedores de buenos coches. O sea, que tras el abandono de los mejores, la calidad media de los vendedores que permanecen, cae. Y el proceso se repite, pues ahora, en la nueva situación, los compradores ya no están dispuestos a pagar lo que estaban dispuestos a pagar antes, pues han visto delante de sus ojos cómo se iban unos vendedores, cómo el mercado se contraía, lo que señalizaba a las claras que la calidad media de los coches ahora a la venta ha caído.
Pero al rebajar lo que ahora están dispuestos a pagar por un coche cualquiera al nuevo valor de la menor calidad media, lleva a que los vendedores de coches de calidad media sufran lo mismo que antes sufrieron los vendedores de coches de alta calidad. O sea, ven que nadie está dispuestos a pagarles lo justo por el valor de sus vehículos. Y, en consecuencia, hacen lo mismo que los otros: abandonan también el mercado.
El resultado, al final, está cantado: en un mercado de segundo mano en el que hay información asimétrica en contra de los compradores, al final, sólo quedarían los vendedores de peor calidad. Y no a consecuencia de que sean más competitivos en precio y calidad, sino a consecuencia de un fallo del mercado, es decir, a la ineficiencia del mecanismo de mercado cuando hay información asimétrica.
Obviamente, en la realidad no se da tal cosa. O al menos no sea estrictamente. Uno puede encontrar productos de segunda mano de buena calidad. Y la razón es que, como ya he dicho, hay mecanismos y sistemas para evitar o ralentizar el mecanismo de la selección adversa: por ejemplo, los vendedores dan garantías de que sus productos son buenos, hay sistemas de certificación de la calidad de lo que se vende, o bien los vendedores operan con sistemas personalizados basados en la reputación. Pero el hecho, tan comentado, de que un coche pierda una buena parte de su valor en el mercado a los pocos meses de haber sido matriculado es una señal a las claras de que siempre la selección adversa está ahí, operando.
A nadie que tenga una capacidad intelectual ligerísimamente superior a las de, por ejemplo, Emiliano Page o no sea del PP, VOX o Ciudadanos se le puede pasar por alto que el mecanismo descrito por Akerlof para el mercado de coches de segunda mano le va como anillo al dedo al mercado de carne ya sea de vaca o de cerdo.
Y es que en tanto que los productores de carne de las macrogranjas saben muy bien de la relativamente baja calidad de la carne que ellos en ella producen ( y que seguro que ellos nunca tropiezan ni por casualidad), los consumidores no podemos saberlo cuando compramos unos filetes empaquetados en el lineal de un supermercado. Por fuera seguro que, bien tratada químicamente, esa carne de macrogranja tiene un aspecto magnífico, pero por dentro ¡ay por dentro! Ningún consumidor tiene un laboratorio para saber las relativas bondades nutritivas de las diversas carmes que apareen en los estantes. En suma, el caso de los mercados de carnes es un caso de libro de texto de mercado con información asimétrica. En ellos siempre los productores y vendedores tienen más y mejor información respecto a todas las características de la carne que venden que quienes la compran.
Y el resultado es el esperado: el riesgo claro y real de que haya selección adversa en los mercados de carnes. Solo que, en este caso, el sistema de regulación por parte de la Administración hace que funcione de un modo ligeramente diferente respecto al descrito por Akerlof para el mercado de coches de segunda mano. Y es que las regulaciones veterinarias establecidas por la Administración garantizan que toda la carne que se venda tenga que tener una mínima calidad establecida legalmente, para evitar que los consumidores sean engañados de modo abusivo y con riesgo para su salud. Ahora bien, ese "suelo" de calidad para la carne no impide ni mucho menos que la selección adversa siga operando.
Veamos cómo sucede. Como los costes medios de las macrogranjas son más bajos (hay economías de escala en la producción industrial de carne) que en las explotaciones ganaderas extensivas, la carne de macrogranja se puede vender a unos precios más bajos de los que como mínimo tiene que alcanzar para que los ganaderos de explotaciones extensivas puedan cubrir costes. En consecuencia, paulatinamente, la competencia de las macrogranjas inevitablemente llevará a las explotaciones extensivas, (que no puedan defenderse), a la ruina, y al abandono del mercado. Es decir, que las macrogranjas que producen carne de calidad relativamente baja respecto a las empresas de ganadería extensiva acaban expulsando a estas del mercado no porque sean más eficientes sino por selección adversa, porque el mercado es incapaz de fijar precios diferenciales para las diferentes calidades por la existencia de información asimétrica.
Dicho de otra manera, lo único que hace la Administración es poner el suelo de calidad mínima para la carne que se pueda vender en el mercado, pero ello no evita que la selección adversa tenga las consecuencias previstas. Por ello, no es nada extraño que el lobby de los ganaderos de macrogranjas repta incansablemente que ellos "cumplen" todas las normas y producen carne de la calidad establecida a precios competitivos. Bien saben que, así, se "cargan" a la competencia de los pequeños ganaderos extensivos. Y, por supuesto, mienten como bellacos cuando sostienen que si el mercado así les premia a ellos es porque son más "competitivos" que los ganaderos extensivos. No. Lo que hacen es aprovecharse de un fallo del funcionamiento del mercado.
Es necesario acentuar que las macrogranjas venden más barato no porque sean más eficientes que las explotaciones extensivas, sino porque venden carne "más barata" es decir de inferior calidad. O sea que las macrogranjas no son más competitivas que las "microgranjas" ya que, sencillamente, no pueden producir la misma calidad. Técnicamente, las macrogranjas no venden el mismo tipo de producto que las microgranjas.
No es nada extraño que la industria de las macrogranjas haya encontrado apoyo en VOX, Ciudadanos y el Partido Popular, su posición en defensa de los grandes propietarios de granjas era esperable y conocida (al menos a nivel estatal o nacional, más matizado a nivel local pues en los pueblos las cosas se ven más claras. No sorprende a este respecto que el alcalde pepero de Daimiel se haya opuesto a las macrogranjas en SU municipio, aunque sí las defiende en otros).
Pero lo delirante son las críticas de los del PSOE, como Page o Lamban, y de los pequeños ganaderos a las declaraciones de Garzón. Oyendo el otro día a un pequeño ganadero orensano en televisión llegué a pensar que una de las peores y más irremediables consecuencias del vaciamiento de la España rural es que la proporción de cráneos vacíos de cerebro en ella crece, o dicho en términos más técnico, que no es de los menores problemas de la España Vacía la descapitalización de capital humano. ¡Mira que ponerse a defender las políticas que sostienen las macrogranjas! ¡Se necesita ser tonto!
Singularmente en esta ceremonia de la confusión destaca el Ministro de Agricultura, el señor Planas. Su posición trasluce unos niveles de ineptitud que, con seguridad, acabarán siendo premiados con alguna presidencia de Comunidad Autónoma. En su afán continuísta con la política tradicional de los ministerios de agricultura en este país, se mete con Garzón porque dice defender las exportaciones de carne de calidad legal , o sea, de baja calidad relativa (o sea, defiende el modelo de macrogranjas), como política adecuada para la subsistencia económica de la ganadería española.
Es decir, que pretende seguir con la política tradicional en su ministerio que es la de competir en los mercados externos, no en calidad, sino en cantidad, o sea, vendiendo a precios bajos, bienes de calidad mediocre como antes que él fue la política que se siguió con el vino y el aceite, con las consecuencias que en esas producciones se dieron frente a los ejemplos de Francia e Italia que, por contra, se dedicaron a copar los segmentos de los mercados de esos productos de alta calidad, y por ende de gran valor añadido y gran rentabilidad.
Pues nada. Planas, desoyendo las demandas de los consumidores europeos por productos agroalimentarios ecológicos y de calidad, se pone a defender la exportación de carne "a granel" igual como sus antecesores fomentaron la producción y exportación de vino a granel y de aceite a granel. ¡Y todavía tiene la cara de defender que así se defiende la agricultura y ganadería españolas! El resultado está cantado: en nada los países del Este de Europa y del Asia se harán con ese mercado d baja calidad.
Y, por supuesto, la "acusación" contra el señor Garzón de que sus declaraciones son antiespañolas porque pueden afectar a las exportaciones es, sencillamente, insultante para los que no somos tan ladrones como ellos. Y es que los que la esgrimen vienen a defender como guía de la política económica proexportación de la ganadería el ¡chitón! ¡A callarse y a ver si cuela y les podemos seguir engañando a los extranjeros dándoles gato por liebre! Increíble que tal forma de proceder sea defendida por algunos políticos y periodistas como la forma adecuada de comportarse las empresas en los mercados. En mi opinión quien "razona" así se autodefine con total precisión. Entiende el competir en los mercados como lo entienden los corruptos, estafadores y delincuentes, o sea, como el "arte" de engañar a los consumidores (y por extensión, a los votantes). Sólo así es posible entender que recriminen a Garzón por "haberse ido de la lengua", por "haber cantado". Casado, Abascal, Page, Lambán y tantos otros se comportan así como auténticos defensores del fraude en los mercados externos de carne. Pero esa "estrategia competitiva" bien se sabe que es de corto alcance. Y más lo va a ser conforme desde Berlín y Bruselas le "pille" el truco a la industria agroalimentaria intensiva española.
Y, para acabar, ¿cuál sería la solución? Pues muy sencilla. Dado que el problema de fondo es uno de información asimétrica, lo correcto no pasa por poner moratorias a la instalación de nuevas macrogranjas. No. Lo adecuado es ir a la raíz y acabar con la información asimétrica. Y ello se consigue si toda la carne va etiquetada describiendo perfectamente el tipo y ligar de procedencia. Se trata por tanto de generalizar y profundizar el sistema de la denominación de origen, que es el sistema que los ganaderos extensivos de algunas zonas han encontrado para defenderse con éxito de la selección adversa asociada a la competencia de la carne de macrogranja.
Así, si un consumidor enfrentado a diferentes bandejas con filetes sabría de dónde viene cada una de modo que podría decidir el tipo de carne que desease y pudiese comprar. Con certeza la carne de macrogranja sería más barata que la de ganadería extensiva, pero nadie engañaría a nadie, cada comprador sabría lo que compra y podría decidir si le compensa o no pagar gato por liebre. Este sistema no sólo permitiría subsistir a la ganadería extensiva sino que también permitiría que hubiera la adecuada producción de carne de macrogranja, además de que se vendería a un precio más bajo, necesaria para abastecer de una carne de calidad mínima regulada a los consumidores de menor capacidad económica.
La verdad es que estos días no salgo de mi asombro a cuenta del follón que se ha montado con las declaraciones del Ministro de Consumo, el señor Garzón, al periódico The Guardian acerca de la carne producida industrialmente en macrogranjas. Resumiré lo que dijo: la carne ya sea de bovino o de porcino que se produce en esos establecimientos típicos de la ganadería intensiva es de peor calidad que la que se obtiene en explotaciones ganaderas extensivas, Adicionalmente, la industria cárnica intensiva produce una serie de efectos externos técnologícos cono son la contaminación de acuíferos y de la atmósfera (por malos olores). La calidad de vida de los animales en esas macrogranjas deja, por otra parte, mucho que desear y a mí me recuerda a la que tuvieron que padecer los esclavos africanos en los barcos negreros en el peor de los momentos de la trata. Finalmente, el empleo que esas macrogranjas generan es escaso y de baja calidad y no contribuye en nada, sino todo lo contrario, a fijar población en el entorno rural.
Todo esto es de sobra conocido por todo el mundo y no debiera haber suscitado ninguna controversia en nadie que no esté a sueldo del lobby de los propietarios de macrogranjas. Que muchos periodistas y políticos de diverso signo se hayan "metido en faena", da por ello mucho que pensar. Para aquellos que, aún no pagados, se han llevado las manos a la cabeza por lo que ha dicho Garzón, no puedo menos que aconsejarles que se vayan de turismo rural a un pueblo que a menos de 10 kilómetros tenga alguna de estas macrogranjas. Seguro que nunca repiten. En el entorno de las mismas sólo aquellos que sufren de anosmia o no pueden irse a otro lugar pueden vivir.
El caso es que, pese a que ninguno de los argumentos de Garzón es incorrecto y debiera ser debatible, se ha quedado en mi opinión corto, y no ha incidido en el que para mí es el argumento básico contra aceptar las macrogranjas en el mercado de carne como si fuesen otras empresas como las demás. Y mira que me extraña porque es un argumento que todo economista debe obligatoriamente de conocer, pues es uno de los temas que, de lo importante que es, como economista que es obligatoriamente habrá tenido que aprenderse a lo largo de la carrera pues sale repetidamente en varias asignaturas.
Es George Akerlof premio Nobel de Economía desde 2001. Su caso es bastante excepcional, pues es uno de los pocos que han recibido ese premio instituido por el Banco de Suecia (no por la Fundación Nobel) que, más que ser honrados o prestigiados por recibirlo, son ellos quienes lo prestigian y honran. Pues hay que reconocer que, a diferencia de los que sucede con los Nobeles tradicionales (los de Física, Medicina, Literatura y demás) la mayoría de los "nobeles" de Economía son o bien mediocres o son más que cuestionados por amplios sectores de la profesión. Pero en el caso de Akerlof no sucede eso. No sólo es un economista brillante donde los haya, genial incluso, se puede decir, sino que suscita reconocimiento generalizado en la profesión.
Pues bien, una de las razones por la que Akerlof recibió el nobel fue por un brevísimo y nada formal artículo que publicó en 1970 en The Quarterly Journal of Economics. Le costó mucho que se lo aceptaran para publicación pues incumplía todas las tontas normas académicas al uso para serlo ya que el artículo no tenía ni una sola fórmula matemática, su extensión no superaba las 12 páginas y su asunto parecía marginal donde los haya. El artículo, "The Market for Lemons: Quality Uncertainty and the Market Mechanism", analizaba el mercado de segunda mano coches de mala calidad, de "cacharros" (lemons en el argot norteamericano).
En el artículo, Akerlof usaba de ese particular mercado de segunda mano para explicar las consecuencias de una situación que en él se daba pero que también se encontraba en muchísimos otros mercados. Se trata de la situación que se produce cuando en una transacción, una de las partes dispone de más información que la otra parte acerca de alguno o algunos de los aspectos o características relevantes de lo que están intercambiando. O sea, cuando en una transacción la información de las partes no es la misma, lo que se conoce como información asimétrica.
Obviamente, en los mercados de segunda mano, se da esa asimetría en la información. Así, los vendedores de coches de segunda manos saben muchísimo más sobre las bondades y defectos del vehículo que venden que quienes se planean comprarlos. Es de sentido común: a fin de cuentas, llevan tiempo conduciéndolos. Pero no sólo en los mercados de coches de segunda mano, todo el mundo sabe que los vendedores tienen más información que los compradores. Hay muchísimos otros. Como hay otros mercados en los que, por el contrario, son los vendedores u oferentes quienes sufren de esa asimetría informacional, pues son los compradores o demandantes quienes "saben" más. Así, por ejemplo, en los mercados de crédito o de seguros, son quienes van a pedir un préstamo o quienes quieren contratar u seguro quienes saben más acerca de su capacidad y disponibilidad para devolver el crédito que solicitan (o "compran") o para evitar sufrir un "siniestro" .
Pues bien lo que Akerlof demostró es que, en ausencia de instituciones, normas y regulaciones compensadoras, en los mercados donde existe asimetría de información entre compradores y vendedores se produce un curioso mecanismo al que denominó selección adversa, por el que -paradójicamente- acaba sucediendo lo "inesperado", y es que los productos de peor calidad acaban acaparando todo el mercado. Es decir, acaba sucediendo que los productores (o los demandantes) de bienes de inferior calidad acaban expulsando del mercado, echando en una palabra, a los que producen (o demandan) bienes de calidad alta. Al desaparecer los bienes de buena calidad, el mercado se contrae. Dicho de otra manera, el mecanismo de selección adversa, selecciona contra "lo bueno" y deja sólo "lo malo".
Veamos cómo funcionaría ese mecanismo en el mercado de coches de segunda mano. Partamos de una representación simplificada del mismo en el que suponemos que hay únicamente tres tipos de vendedores; los que ofrecen coches de alta calidad, los que ofrecen coches de calidad intermedia, y los que ofrecen auténticos cacharros. Cada uno de estos vendedores sabe muy bien la calidad de lo que ponen a la venta, ellos no se llaman a engaño, pero quién no sabe la calidad de lo que se les ofrece es ninguno de los compradores a quienes, fijándose sólo en el aspecto exterior, no les resulta nada fácil distinguir los coches que han sido bien tratados por sus dueños de los que no. En consecuencia, si un comprador no puede diferenciar entre los coches en venta por su calidad intrínseca, lo que como máximo estará dispuesto a pagar por un coche cualquiera será un precio medio, el valor de un coche de calidad media.
Hasta aquí normal y lógico. Pero veamos qué implicación tiene esa forma de actuación por parte de los compradores que sufren de asimetría de información respecto a los vendedores. Pues muy sencilla. Y es que los vendedores de coches de alta calidad se verán defraudados pues no encontrarán a nadie que esté dispuesto a pagarles por sus buenos coches su auténtico valor. No por nada, sino porque lo desconocen. En consecuencia estos vendedores de coches de alta calidad, abandonarán, frustrados, el mercado. Para qué estar allí dónde no se les paga por lo que valen los coches que venden.
Pero no acaba ahí la cosa. Pues la selección adversa seguiría operando. Cuando los vendedores de coches de alta calidad se van del mercado, ya sólo quedarían dos tipos de oferentes: los de coches de calidad media y los de cacharros. Pero, ahora, tras el abandono de los mejores, los vendedores de calidad media hacen el papel que antes hacían los vendedores de buenos coches. O sea, que tras el abandono de los mejores, la calidad media de los vendedores que permanecen, cae. Y el proceso se repite, pues ahora, en la nueva situación, los compradores ya no están dispuestos a pagar lo que estaban dispuestos a pagar antes, pues han visto delante de sus ojos cómo se iban unos vendedores, cómo el mercado se contraía, lo que señalizaba a las claras que la calidad media de los coches ahora a la venta ha caído.
Pero al rebajar lo que ahora están dispuestos a pagar por un coche cualquiera al nuevo valor de la menor calidad media, lleva a que los vendedores de coches de calidad media sufran lo mismo que antes sufrieron los vendedores de coches de alta calidad. O sea, ven que nadie está dispuestos a pagarles lo justo por el valor de sus vehículos. Y, en consecuencia, hacen lo mismo que los otros: abandonan también el mercado.
El resultado, al final, está cantado: en un mercado de segundo mano en el que hay información asimétrica en contra de los compradores, al final, sólo quedarían los vendedores de peor calidad. Y no a consecuencia de que sean más competitivos en precio y calidad, sino a consecuencia de un fallo del mercado, es decir, a la ineficiencia del mecanismo de mercado cuando hay información asimétrica.
Obviamente, en la realidad no se da tal cosa. O al menos no sea estrictamente. Uno puede encontrar productos de segunda mano de buena calidad. Y la razón es que, como ya he dicho, hay mecanismos y sistemas para evitar o ralentizar el mecanismo de la selección adversa: por ejemplo, los vendedores dan garantías de que sus productos son buenos, hay sistemas de certificación de la calidad de lo que se vende, o bien los vendedores operan con sistemas personalizados basados en la reputación. Pero el hecho, tan comentado, de que un coche pierda una buena parte de su valor en el mercado a los pocos meses de haber sido matriculado es una señal a las claras de que siempre la selección adversa está ahí, operando.
A nadie que tenga una capacidad intelectual ligerísimamente superior a las de, por ejemplo, Emiliano Page o no sea del PP, VOX o Ciudadanos se le puede pasar por alto que el mecanismo descrito por Akerlof para el mercado de coches de segunda mano le va como anillo al dedo al mercado de carne ya sea de vaca o de cerdo.
Y es que en tanto que los productores de carne de las macrogranjas saben muy bien de la relativamente baja calidad de la carne que ellos en ella producen ( y que seguro que ellos nunca tropiezan ni por casualidad), los consumidores no podemos saberlo cuando compramos unos filetes empaquetados en el lineal de un supermercado. Por fuera seguro que, bien tratada químicamente, esa carne de macrogranja tiene un aspecto magnífico, pero por dentro ¡ay por dentro! Ningún consumidor tiene un laboratorio para saber las relativas bondades nutritivas de las diversas carmes que apareen en los estantes. En suma, el caso de los mercados de carnes es un caso de libro de texto de mercado con información asimétrica. En ellos siempre los productores y vendedores tienen más y mejor información respecto a todas las características de la carne que venden que quienes la compran.
Y el resultado es el esperado: el riesgo claro y real de que haya selección adversa en los mercados de carnes. Solo que, en este caso, el sistema de regulación por parte de la Administración hace que funcione de un modo ligeramente diferente respecto al descrito por Akerlof para el mercado de coches de segunda mano. Y es que las regulaciones veterinarias establecidas por la Administración garantizan que toda la carne que se venda tenga que tener una mínima calidad establecida legalmente, para evitar que los consumidores sean engañados de modo abusivo y con riesgo para su salud. Ahora bien, ese "suelo" de calidad para la carne no impide ni mucho menos que la selección adversa siga operando.
Veamos cómo sucede. Como los costes medios de las macrogranjas son más bajos (hay economías de escala en la producción industrial de carne) que en las explotaciones ganaderas extensivas, la carne de macrogranja se puede vender a unos precios más bajos de los que como mínimo tiene que alcanzar para que los ganaderos de explotaciones extensivas puedan cubrir costes. En consecuencia, paulatinamente, la competencia de las macrogranjas inevitablemente llevará a las explotaciones extensivas, (que no puedan defenderse), a la ruina, y al abandono del mercado. Es decir, que las macrogranjas que producen carne de calidad relativamente baja respecto a las empresas de ganadería extensiva acaban expulsando a estas del mercado no porque sean más eficientes sino por selección adversa, porque el mercado es incapaz de fijar precios diferenciales para las diferentes calidades por la existencia de información asimétrica.
Dicho de otra manera, lo único que hace la Administración es poner el suelo de calidad mínima para la carne que se pueda vender en el mercado, pero ello no evita que la selección adversa tenga las consecuencias previstas. Por ello, no es nada extraño que el lobby de los ganaderos de macrogranjas repta incansablemente que ellos "cumplen" todas las normas y producen carne de la calidad establecida a precios competitivos. Bien saben que, así, se "cargan" a la competencia de los pequeños ganaderos extensivos. Y, por supuesto, mienten como bellacos cuando sostienen que si el mercado así les premia a ellos es porque son más "competitivos" que los ganaderos extensivos. No. Lo que hacen es aprovecharse de un fallo del funcionamiento del mercado.
Es necesario acentuar que las macrogranjas venden más barato no porque sean más eficientes que las explotaciones extensivas, sino porque venden carne "más barata" es decir de inferior calidad. O sea que las macrogranjas no son más competitivas que las "microgranjas" ya que, sencillamente, no pueden producir la misma calidad. Técnicamente, las macrogranjas no venden el mismo tipo de producto que las microgranjas.
No es nada extraño que la industria de las macrogranjas haya encontrado apoyo en VOX, Ciudadanos y el Partido Popular, su posición en defensa de los grandes propietarios de granjas era esperable y conocida (al menos a nivel estatal o nacional, más matizado a nivel local pues en los pueblos las cosas se ven más claras. No sorprende a este respecto que el alcalde pepero de Daimiel se haya opuesto a las macrogranjas en SU municipio, aunque sí las defiende en otros).
Pero lo delirante son las críticas de los del PSOE, como Page o Lamban, y de los pequeños ganaderos a las declaraciones de Garzón. Oyendo el otro día a un pequeño ganadero orensano en televisión llegué a pensar que una de las peores y más irremediables consecuencias del vaciamiento de la España rural es que la proporción de cráneos vacíos de cerebro en ella crece, o dicho en términos más técnico, que no es de los menores problemas de la España Vacía la descapitalización de capital humano. ¡Mira que ponerse a defender las políticas que sostienen las macrogranjas! ¡Se necesita ser tonto!
Singularmente en esta ceremonia de la confusión destaca el Ministro de Agricultura, el señor Planas. Su posición trasluce unos niveles de ineptitud que, con seguridad, acabarán siendo premiados con alguna presidencia de Comunidad Autónoma. En su afán continuísta con la política tradicional de los ministerios de agricultura en este país, se mete con Garzón porque dice defender las exportaciones de carne de calidad legal , o sea, de baja calidad relativa (o sea, defiende el modelo de macrogranjas), como política adecuada para la subsistencia económica de la ganadería española.
Es decir, que pretende seguir con la política tradicional en su ministerio que es la de competir en los mercados externos, no en calidad, sino en cantidad, o sea, vendiendo a precios bajos, bienes de calidad mediocre como antes que él fue la política que se siguió con el vino y el aceite, con las consecuencias que en esas producciones se dieron frente a los ejemplos de Francia e Italia que, por contra, se dedicaron a copar los segmentos de los mercados de esos productos de alta calidad, y por ende de gran valor añadido y gran rentabilidad.
Pues nada. Planas, desoyendo las demandas de los consumidores europeos por productos agroalimentarios ecológicos y de calidad, se pone a defender la exportación de carne "a granel" igual como sus antecesores fomentaron la producción y exportación de vino a granel y de aceite a granel. ¡Y todavía tiene la cara de defender que así se defiende la agricultura y ganadería españolas! El resultado está cantado: en nada los países del Este de Europa y del Asia se harán con ese mercado d baja calidad.
Y, por supuesto, la "acusación" contra el señor Garzón de que sus declaraciones son antiespañolas porque pueden afectar a las exportaciones es, sencillamente, insultante para los que no somos tan ladrones como ellos. Y es que los que la esgrimen vienen a defender como guía de la política económica proexportación de la ganadería el ¡chitón! ¡A callarse y a ver si cuela y les podemos seguir engañando a los extranjeros dándoles gato por liebre! Increíble que tal forma de proceder sea defendida por algunos políticos y periodistas como la forma adecuada de comportarse las empresas en los mercados. En mi opinión quien "razona" así se autodefine con total precisión. Entiende el competir en los mercados como lo entienden los corruptos, estafadores y delincuentes, o sea, como el "arte" de engañar a los consumidores (y por extensión, a los votantes). Sólo así es posible entender que recriminen a Garzón por "haberse ido de la lengua", por "haber cantado". Casado, Abascal, Page, Lambán y tantos otros se comportan así como auténticos defensores del fraude en los mercados externos de carne. Pero esa "estrategia competitiva" bien se sabe que es de corto alcance. Y más lo va a ser conforme desde Berlín y Bruselas le "pille" el truco a la industria agroalimentaria intensiva española.
Y, para acabar, ¿cuál sería la solución? Pues muy sencilla. Dado que el problema de fondo es uno de información asimétrica, lo correcto no pasa por poner moratorias a la instalación de nuevas macrogranjas. No. Lo adecuado es ir a la raíz y acabar con la información asimétrica. Y ello se consigue si toda la carne va etiquetada describiendo perfectamente el tipo y ligar de procedencia. Se trata por tanto de generalizar y profundizar el sistema de la denominación de origen, que es el sistema que los ganaderos extensivos de algunas zonas han encontrado para defenderse con éxito de la selección adversa asociada a la competencia de la carne de macrogranja.
Así, si un consumidor enfrentado a diferentes bandejas con filetes sabría de dónde viene cada una de modo que podría decidir el tipo de carne que desease y pudiese comprar. Con certeza la carne de macrogranja sería más barata que la de ganadería extensiva, pero nadie engañaría a nadie, cada comprador sabría lo que compra y podría decidir si le compensa o no pagar gato por liebre. Este sistema no sólo permitiría subsistir a la ganadería extensiva sino que también permitiría que hubiera la adecuada producción de carne de macrogranja, además de que se vendería a un precio más bajo, necesaria para abastecer de una carne de calidad mínima regulada a los consumidores de menor capacidad económica.