FERNANDO ESTEVE MORA
Las chicas no se visten para los chicos. Eso se podía leer en la camiseta de una joven (aunque no muy joven) con la que me tropecé hace unos días yendo al "curro". Pues bien, al margen del ligero toque paradójico que se sigue en casos como este del impacto que tiene los textos, las palabras escritas, sobre letraadictos como yo (y como Cervantes, que decía de sí mismo que leía hasta los papelajos que se encontraba tirados por el suelo en el Alcaná toledano ) puesto que no importa lo que digan, siempre los textos nos llaman la atención, nos captan la atención y los ojos, lo que me ha llevado precisamente a fijarme en su pecho, y también me ha llevado a pensar un poco en el asunto del vestido, de la ropa que nos echamos encima.
Los antropólogos han señalado hace tiempo que, salvo las ropas de trabajo (las de policías y soldados, bomberos, mineros, etc., etc.) cuya funcionalidad es obvia, o sea, que su forma y características están correlacionadas de modo directo con el tipo de trabajo que el individuo realiza, lo que lleva por ello a que las ropas del mismo tipo de trabajo sean iguales sea cuál sea el género y edad del trabajador, para el resto de ropas la cosa es muy diferente. Las ropas que nos echamos por encima hombres y mujeres tienden a estar claramente diferenciadas sin justificación funcional posible, si bien, en comparación con otras épocas, se asiste hoy a los efectos de una homogeneización que no ha borrado ni mucho menos las diferencias sustanciales en la indumentaria de unos y otras.
Desde el punto de vista de la Teoría de la Evolución, y por tanto, también desde el punto de vista de la Teoría Económica, la ropa, al margen de su funcionalidad como forma de proteger la piel, es una señal y como tal tiene una finalidad comunicativa. Con la ropa transmitímos algo a los demás. Y por ello nos vestimos de forma diferente según la edad, el género, y las circunstancias sociales en las que nos encontramos, pues en distintas circunstancias tenemos objetivos comunicacionales diferentes. Nos vestimos para la ocasión.Y eso es obvio.
Y ¿qué queremos comunicar a los demás con la ropa que nos ponemos? Pues tan sólo dos cosas, que son aquellas para las que recurrimos y necesitamos de los demás: el sexo y el poder. Mediante la ropa tratamos de señalizar (1) que somos más jóvenes de lo que realmente somos y que por lo tanto somos una mejor pareja sexual, somos más deseables; y (2), que somos más ricos o poderosos de lo que realmente somos, lo que nos convierte en socios también más deseables en nuestras relaciones económicas.
Comencemos por lo segundo. La ropa es una señal no sólo de capacidad económica sino de calidad económica. La ropa cara lo que transmite es que su portador es una persona de suficiente éxito económico como para permitirse llevarla encima, sino que también es un buen partido como socio en las relaciones económicas. O sea, que no sólo tiene "posibles" o sea capacidad económica, sino que también es un activo valioso como colega, como socio, o sea, que tiene calidad económica. Dado ese uso de la ropa como señal de capacidad y calidad económica, resulta obvio que no es que la ropa cara sea cara porque es una buena ropa, sino también que es una buena ropa (o sea, cumple su función señalizadora) porque es cara. De eso van, obviamente, las "marcas" de ropa.
Obsérvese que el que una buena ropa haya de ser cara no se refiere sólo a su precio monetario. Una ropa puede ser también cara en términos de su coste de oportunidad, o sea, en función de las dificultades que llevarla supone para una normal vida cotidiana. El gran Thorstein Veblen, en su Teoría de la clase ociosa, utilizó este papel señalizador de la ropa para explicar comportamientos habituales en su tiempo entre los más pudientes y que hoy aún de forma distinta siguen estando presentes. Así, el extraño uso de una prenda asfixiante como lo era el corsé entre las "señoras y señoritas" de clase bien allá pòr finales del siglo XIX se explicaba por Veblen como una señal de la capacidad económica del marido o padre de las mujeres de su familia, pues transmitía claramente la señal de que quiénes las vestían se convertían al hacerlo en inútiles físicamente, incapaces de hacer ningún tipo de trabajo por tanto. Esa inutilidad era lo que se pretendía señalizar. Una inutilidad sin consecuencias pues así se señalizaba que el "señor" de la casa tenía una capacidad económica suficiente como para no necesitar en absoluto del trabajo de las mujeres de la familia pagando a otros que hiciesen lo que ellas se impedían hacer al así vestirse.
Ni qué decir tiene que esta es también la explicación económica de los delirantes modelos que se exhiben en las pasarelas de moda femenina. Si ahora ya no les ponen corsés sí que los diseñadores les calzan a sus modelos unas vestimentas sencillamente absurdas para hacer cualquier cosa. Ni qué decir tiene, también, que los stilettos de un tal Manolo Blanich (o algo asÍ) cumplen las dos funciones recién descritas: son carísimos y obligan a quienes los calzan a no usar de sus pies para nada.
Finalmente cabe señalar aquí que esa capacidad de la ropa como señal de capacidad y calidad económica lleva a que la gente trate de hacerse publicidad con ella, es decir, la lleva a tratar de señalizar una capacidad y calidad económica diferencial mediante la ropa que se pone encima. La vestimenta como señal es obviamente publicidad, que ha de ser entendida como un arma en la competencia interindividual por encontrar los mejores "partidos" o compañeros económicos para nuestros propósitos. Y como todo armamento, la publicidad está sometida a la lógica de las carreras de armamentos. Es decir, que la efectividad de la ropa que porta un individuo como señal de su posición económica depende de que la ropa que vistan sus rivales o competidores. Al igual que dos países rivales se ven obligados a incrementar el volumen de sus arsenales para "no quedarse atrás", los individuos nos vemos obligados a invertir cada vez más en nuestros "arsenales" de ropa de moda, pues la que teníamos acaba, como toda publicidad, perdiendo eficacia como señal si los otros gastan más y van más a la moda. Esta "carrera de la moda" nos obliga a todos a acabar gastando más de lo que nos gustaría. Cualquiera que se haya visto obligado a ir a una boda de clase baja o media y se ha visto obligado a vestirse "de rico" para la ocasión, sabe que eso no engaña a ninguno de los asistentes. Todos saben que todos van vestidos, o mejor, disfrazados, por encima de sus posibilidades. Que ninguno tiene la capacidad y la calidad económica que con su ropa aparenta. Pero que si alguno no lo hace, "da la nota", o sea, señaliza que no pasa por una situación económica muy boyante.
Y, curiosamente, y es un ejemplo de lo que se conoce en Teoría de Juegos como "contraseñalización" (véase https://www.rankia.com/blog/oikonomia/501078-maletas-precintadas-planes-ajuste-defensa-contrasenalizacion) sólo quienes son tan evidente y conocidamente ricos que no necesitan señalizar o comunicar que lo son, pueden permitirse el lujo de vestirse como quieran. Mírese las pintas que gastan todos los hipermillonarios dueños de las empresas tecnológicas o los actores o músicos de grupos de éxito. Comparados con un dependiente de El Corte Inglés van de zarrapastrosos. Sólo ellos, los muy ricos, se pueden permitir el ir de pobres por la vida. Bonita paradoja.
Si pasamos ahora al primero de los motivos de ponernos ropas no funcionales encima de nuestros cuerpos, el de señalizar a los demás nuestra calidad como compañeros sexuales, que somos buenos como parejas, el que esto sea una explicación razonable de nuestro comportamiento indumentario se comprueba a contrario observando que siempre son los más jóvenes (y por tanto, tienen cuerpos en mejores condiciones físicas y son por tanto mejores parejas) los que suelen ser más atrevidos a la hora de ir por ahí precisamente con menos ropa encima (un ejemplo claro, por cierto, de contraseñalización) Sencillamente, no la necesitan como señal de calidad e idoneidad sexuales. En ellos, las ropas, más bien, sólo ocultarían la evidente lozanía de sus cuerpos. Por supuesto, no siempre van con poca ropa. La usan precisamente para potenciar las partes mejores de sus cuerpos y para disimular las imperfecciones en los mismos que a esas edades tengan.
Somos los mayores y muy mayores los que acudimos siempre a usar de ropas cuyos cortes oculten en la medida de lo posible -que no es mucho- los inevitables "destrozos" que el paso del tiempo va ocasionando en nuestros cuerpos. Es un engaño que tratamos infructuosamente que "cuele", y de ahí el habitual cumplido que nos lanzamos continuamente. Nos decimos continuamente cosas como "te sienta estupendamente esa camiseta (o pantalón, vestido chaqueta o lo que sea)", para indicar que -pese a nuestros denodados y costosos esfuerzos-, la cosa no acaba de colar. O sea, que la ropa que vestimos es publicidad, propaganda, y como ya se ha dicho la mayor parte de la publicidad es en sí poco efectiva. Y de nuevo nos encontramos aquí con una "carrera de armamentos". Al igual que las empresas han de hacer publicidad si sus competidoras la hacen aunque no sea para ganar sino para no perder cuota de mercado, tampoco podemos renunciar a vestir ropa que engañe nuestros deterioros físicos si los otros lo hacen so pena de "perder posiciones" ya sea en la competencia económica o en la sexual.
Obsérvese, por cierto, a este respecto el comentario que se suele escuchar cuando una persona muy mayor deja enteramente de preocuparse por su atuendo físico. Se dice que se ha "abandonado", y que ese "abandono" es muy mala señal. Como si el abandonar enteramente la competencia sexual fuese el primer paso de la aceptación de la muerte.
Así que, tanto para Darwin como para Adam Smith, la señora con la que me tropezé estaba haciendo con el letrero que llevaba grabado en su camiseta algo semejante a lo que Magritte hace en su conocido cuadro de la pipa en el que -debajo de la pintura de una pipa - se lee "C'est ne pas une pipe". El texto de su camiseta diría explícitamente que la camiseta no es lo que es: una camiseta.
Por supuesto que esta "explicación" del letrero de marras será disputada por la mayoría de mujeres que conozco. Y la considerarían, además, una explicación evidentemente machista. Todas ellas, ¡qué curioso!, proclaman que ellas se visten como lo hacen no porque al así hacerlo pretendan comunicar o transmitir ningún tipo de señales a otros, o sea, que no se visten como lo hacen para transmitir a los demás una imagen de sí mismas más agradable, sino para agradarse a sí mismas, sencillamente porque les gusta hacerlo.
Quizás sea cierto. Pero como economista no me lo creo. Y como Lucas Esteve me ha recordado, y me parece un argumento intachable, si así fuera, o sea, si las mujeres ( y los hombres) se vistiesen verdaderamente no porque quieran que las (les) vean otros de una determinada manera sino porque las (les) gusta y punto. O sea, porque quieren verse a sí mismas (mismos) bien en un espejo, entonces lo harían también y de modo diario en sus casas, cuando están solas (y solos). Es decir, se vestirían de la misma manera en casa que en la calle. Y eso no parece que sea el caso.
Y, finalmente, esbozaré una última cuestión que, creo, da un giro radical a todo lo expuesto. Si bien creo haber demostrado que no es cierta la idea de que las chicas (o los chicos) no se visten para otros, no he demostrado que la frase de la camiseta sea incorrecta en sentido estricto. Es decir, que bien pudiera ser verdad que sí, que en verdad las "girls do not dress for boys", pero que a la vez si sea también cierto que sí se visten para "otros", o sea, que para quien se visten es para otras "girls", Y ello, para un economista, no sería nada extraño. Y es que si es cierto como se ha sostenido que los humanos usamos de la ropa como publicidad, hemos de tener en cuenta lo que la Economía nos dice acerca de para qué se usa de la publicidad.
Y es que las empresas recurren a la publicidad por dos motivos: por un lado, para atraer de forma directa compradores, pero, por otro y fundamentalmente, también para ganar compradores de forma indirecta expulsando del mercado a las otras empresas competidoras en la medida que estas no puedan permitirse seguir en la "carrera de armamentos" que es la señalización publicitari. Si esto fuera cierto para el caso de la ropa, estaría claro que cierto que las mujeres no se visten para los hombres sino que lo hacen para otras mujeres, para señalarles a las otras que "no están a su altura" en la competencia sexual darwiniana.
Las chicas no se visten para los chicos. Eso se podía leer en la camiseta de una joven (aunque no muy joven) con la que me tropecé hace unos días yendo al "curro". Pues bien, al margen del ligero toque paradójico que se sigue en casos como este del impacto que tiene los textos, las palabras escritas, sobre letraadictos como yo (y como Cervantes, que decía de sí mismo que leía hasta los papelajos que se encontraba tirados por el suelo en el Alcaná toledano ) puesto que no importa lo que digan, siempre los textos nos llaman la atención, nos captan la atención y los ojos, lo que me ha llevado precisamente a fijarme en su pecho, y también me ha llevado a pensar un poco en el asunto del vestido, de la ropa que nos echamos encima.
Los antropólogos han señalado hace tiempo que, salvo las ropas de trabajo (las de policías y soldados, bomberos, mineros, etc., etc.) cuya funcionalidad es obvia, o sea, que su forma y características están correlacionadas de modo directo con el tipo de trabajo que el individuo realiza, lo que lleva por ello a que las ropas del mismo tipo de trabajo sean iguales sea cuál sea el género y edad del trabajador, para el resto de ropas la cosa es muy diferente. Las ropas que nos echamos por encima hombres y mujeres tienden a estar claramente diferenciadas sin justificación funcional posible, si bien, en comparación con otras épocas, se asiste hoy a los efectos de una homogeneización que no ha borrado ni mucho menos las diferencias sustanciales en la indumentaria de unos y otras.
Desde el punto de vista de la Teoría de la Evolución, y por tanto, también desde el punto de vista de la Teoría Económica, la ropa, al margen de su funcionalidad como forma de proteger la piel, es una señal y como tal tiene una finalidad comunicativa. Con la ropa transmitímos algo a los demás. Y por ello nos vestimos de forma diferente según la edad, el género, y las circunstancias sociales en las que nos encontramos, pues en distintas circunstancias tenemos objetivos comunicacionales diferentes. Nos vestimos para la ocasión.Y eso es obvio.
Y ¿qué queremos comunicar a los demás con la ropa que nos ponemos? Pues tan sólo dos cosas, que son aquellas para las que recurrimos y necesitamos de los demás: el sexo y el poder. Mediante la ropa tratamos de señalizar (1) que somos más jóvenes de lo que realmente somos y que por lo tanto somos una mejor pareja sexual, somos más deseables; y (2), que somos más ricos o poderosos de lo que realmente somos, lo que nos convierte en socios también más deseables en nuestras relaciones económicas.
Comencemos por lo segundo. La ropa es una señal no sólo de capacidad económica sino de calidad económica. La ropa cara lo que transmite es que su portador es una persona de suficiente éxito económico como para permitirse llevarla encima, sino que también es un buen partido como socio en las relaciones económicas. O sea, que no sólo tiene "posibles" o sea capacidad económica, sino que también es un activo valioso como colega, como socio, o sea, que tiene calidad económica. Dado ese uso de la ropa como señal de capacidad y calidad económica, resulta obvio que no es que la ropa cara sea cara porque es una buena ropa, sino también que es una buena ropa (o sea, cumple su función señalizadora) porque es cara. De eso van, obviamente, las "marcas" de ropa.
Obsérvese que el que una buena ropa haya de ser cara no se refiere sólo a su precio monetario. Una ropa puede ser también cara en términos de su coste de oportunidad, o sea, en función de las dificultades que llevarla supone para una normal vida cotidiana. El gran Thorstein Veblen, en su Teoría de la clase ociosa, utilizó este papel señalizador de la ropa para explicar comportamientos habituales en su tiempo entre los más pudientes y que hoy aún de forma distinta siguen estando presentes. Así, el extraño uso de una prenda asfixiante como lo era el corsé entre las "señoras y señoritas" de clase bien allá pòr finales del siglo XIX se explicaba por Veblen como una señal de la capacidad económica del marido o padre de las mujeres de su familia, pues transmitía claramente la señal de que quiénes las vestían se convertían al hacerlo en inútiles físicamente, incapaces de hacer ningún tipo de trabajo por tanto. Esa inutilidad era lo que se pretendía señalizar. Una inutilidad sin consecuencias pues así se señalizaba que el "señor" de la casa tenía una capacidad económica suficiente como para no necesitar en absoluto del trabajo de las mujeres de la familia pagando a otros que hiciesen lo que ellas se impedían hacer al así vestirse.
Ni qué decir tiene que esta es también la explicación económica de los delirantes modelos que se exhiben en las pasarelas de moda femenina. Si ahora ya no les ponen corsés sí que los diseñadores les calzan a sus modelos unas vestimentas sencillamente absurdas para hacer cualquier cosa. Ni qué decir tiene, también, que los stilettos de un tal Manolo Blanich (o algo asÍ) cumplen las dos funciones recién descritas: son carísimos y obligan a quienes los calzan a no usar de sus pies para nada.
Finalmente cabe señalar aquí que esa capacidad de la ropa como señal de capacidad y calidad económica lleva a que la gente trate de hacerse publicidad con ella, es decir, la lleva a tratar de señalizar una capacidad y calidad económica diferencial mediante la ropa que se pone encima. La vestimenta como señal es obviamente publicidad, que ha de ser entendida como un arma en la competencia interindividual por encontrar los mejores "partidos" o compañeros económicos para nuestros propósitos. Y como todo armamento, la publicidad está sometida a la lógica de las carreras de armamentos. Es decir, que la efectividad de la ropa que porta un individuo como señal de su posición económica depende de que la ropa que vistan sus rivales o competidores. Al igual que dos países rivales se ven obligados a incrementar el volumen de sus arsenales para "no quedarse atrás", los individuos nos vemos obligados a invertir cada vez más en nuestros "arsenales" de ropa de moda, pues la que teníamos acaba, como toda publicidad, perdiendo eficacia como señal si los otros gastan más y van más a la moda. Esta "carrera de la moda" nos obliga a todos a acabar gastando más de lo que nos gustaría. Cualquiera que se haya visto obligado a ir a una boda de clase baja o media y se ha visto obligado a vestirse "de rico" para la ocasión, sabe que eso no engaña a ninguno de los asistentes. Todos saben que todos van vestidos, o mejor, disfrazados, por encima de sus posibilidades. Que ninguno tiene la capacidad y la calidad económica que con su ropa aparenta. Pero que si alguno no lo hace, "da la nota", o sea, señaliza que no pasa por una situación económica muy boyante.
Y, curiosamente, y es un ejemplo de lo que se conoce en Teoría de Juegos como "contraseñalización" (véase https://www.rankia.com/blog/oikonomia/501078-maletas-precintadas-planes-ajuste-defensa-contrasenalizacion) sólo quienes son tan evidente y conocidamente ricos que no necesitan señalizar o comunicar que lo son, pueden permitirse el lujo de vestirse como quieran. Mírese las pintas que gastan todos los hipermillonarios dueños de las empresas tecnológicas o los actores o músicos de grupos de éxito. Comparados con un dependiente de El Corte Inglés van de zarrapastrosos. Sólo ellos, los muy ricos, se pueden permitir el ir de pobres por la vida. Bonita paradoja.
Si pasamos ahora al primero de los motivos de ponernos ropas no funcionales encima de nuestros cuerpos, el de señalizar a los demás nuestra calidad como compañeros sexuales, que somos buenos como parejas, el que esto sea una explicación razonable de nuestro comportamiento indumentario se comprueba a contrario observando que siempre son los más jóvenes (y por tanto, tienen cuerpos en mejores condiciones físicas y son por tanto mejores parejas) los que suelen ser más atrevidos a la hora de ir por ahí precisamente con menos ropa encima (un ejemplo claro, por cierto, de contraseñalización) Sencillamente, no la necesitan como señal de calidad e idoneidad sexuales. En ellos, las ropas, más bien, sólo ocultarían la evidente lozanía de sus cuerpos. Por supuesto, no siempre van con poca ropa. La usan precisamente para potenciar las partes mejores de sus cuerpos y para disimular las imperfecciones en los mismos que a esas edades tengan.
Somos los mayores y muy mayores los que acudimos siempre a usar de ropas cuyos cortes oculten en la medida de lo posible -que no es mucho- los inevitables "destrozos" que el paso del tiempo va ocasionando en nuestros cuerpos. Es un engaño que tratamos infructuosamente que "cuele", y de ahí el habitual cumplido que nos lanzamos continuamente. Nos decimos continuamente cosas como "te sienta estupendamente esa camiseta (o pantalón, vestido chaqueta o lo que sea)", para indicar que -pese a nuestros denodados y costosos esfuerzos-, la cosa no acaba de colar. O sea, que la ropa que vestimos es publicidad, propaganda, y como ya se ha dicho la mayor parte de la publicidad es en sí poco efectiva. Y de nuevo nos encontramos aquí con una "carrera de armamentos". Al igual que las empresas han de hacer publicidad si sus competidoras la hacen aunque no sea para ganar sino para no perder cuota de mercado, tampoco podemos renunciar a vestir ropa que engañe nuestros deterioros físicos si los otros lo hacen so pena de "perder posiciones" ya sea en la competencia económica o en la sexual.
Obsérvese, por cierto, a este respecto el comentario que se suele escuchar cuando una persona muy mayor deja enteramente de preocuparse por su atuendo físico. Se dice que se ha "abandonado", y que ese "abandono" es muy mala señal. Como si el abandonar enteramente la competencia sexual fuese el primer paso de la aceptación de la muerte.
Así que, tanto para Darwin como para Adam Smith, la señora con la que me tropezé estaba haciendo con el letrero que llevaba grabado en su camiseta algo semejante a lo que Magritte hace en su conocido cuadro de la pipa en el que -debajo de la pintura de una pipa - se lee "C'est ne pas une pipe". El texto de su camiseta diría explícitamente que la camiseta no es lo que es: una camiseta.
Por supuesto que esta "explicación" del letrero de marras será disputada por la mayoría de mujeres que conozco. Y la considerarían, además, una explicación evidentemente machista. Todas ellas, ¡qué curioso!, proclaman que ellas se visten como lo hacen no porque al así hacerlo pretendan comunicar o transmitir ningún tipo de señales a otros, o sea, que no se visten como lo hacen para transmitir a los demás una imagen de sí mismas más agradable, sino para agradarse a sí mismas, sencillamente porque les gusta hacerlo.
Quizás sea cierto. Pero como economista no me lo creo. Y como Lucas Esteve me ha recordado, y me parece un argumento intachable, si así fuera, o sea, si las mujeres ( y los hombres) se vistiesen verdaderamente no porque quieran que las (les) vean otros de una determinada manera sino porque las (les) gusta y punto. O sea, porque quieren verse a sí mismas (mismos) bien en un espejo, entonces lo harían también y de modo diario en sus casas, cuando están solas (y solos). Es decir, se vestirían de la misma manera en casa que en la calle. Y eso no parece que sea el caso.
Y, finalmente, esbozaré una última cuestión que, creo, da un giro radical a todo lo expuesto. Si bien creo haber demostrado que no es cierta la idea de que las chicas (o los chicos) no se visten para otros, no he demostrado que la frase de la camiseta sea incorrecta en sentido estricto. Es decir, que bien pudiera ser verdad que sí, que en verdad las "girls do not dress for boys", pero que a la vez si sea también cierto que sí se visten para "otros", o sea, que para quien se visten es para otras "girls", Y ello, para un economista, no sería nada extraño. Y es que si es cierto como se ha sostenido que los humanos usamos de la ropa como publicidad, hemos de tener en cuenta lo que la Economía nos dice acerca de para qué se usa de la publicidad.
Y es que las empresas recurren a la publicidad por dos motivos: por un lado, para atraer de forma directa compradores, pero, por otro y fundamentalmente, también para ganar compradores de forma indirecta expulsando del mercado a las otras empresas competidoras en la medida que estas no puedan permitirse seguir en la "carrera de armamentos" que es la señalización publicitari. Si esto fuera cierto para el caso de la ropa, estaría claro que cierto que las mujeres no se visten para los hombres sino que lo hacen para otras mujeres, para señalarles a las otras que "no están a su altura" en la competencia sexual darwiniana.