Imagínese el lector que quiere organizar una fiesta para sus cuatro o cinco amigos más cercanos. Tiene un problema y es que uno de ellos recientemente se ha convertido a la secta vegana (una secta es aquella agrupación de gentes que estima que su preferencia por un determinado tipo de comportamiento la convierte en superior moralmente a quienes se comportan de otra manera, cuando ambos comportamientos no son directamente lesivos para ningún ser humano. Los veganos son por ello una secta pues se creen mejores personas que los carnívoros u omnívoros por el mero hecho de no comer carne).
Pero sigamos. Sucede, además, que por las razones que sean no puede hacer dos tipos de menus sino que se ha de decantar o bien por uno en que hay algún tipo de alimento prohibido para los veganos o bien por uno inmaculadamente vegetariano. Pues bien, dado que sus otros amigos pueden también comer el menu vegano (porque no son de ninguna secta carnivora), la solución está cantada: al final las preferencias minoritarias ganan la partida y todos comerán el menu vegano, y todos aceptarán además como bueno ese resultado frente a la alternativa de no comer juntos, de no celebrar la fiesta.
El anterior no es sino uno de la miríada de posibles ejemplos y situaciones donde opera la que Nassim Taleb ha denominado "Ley de la Minorías Intransigentes" por la cual ha de entenderse aquella la ley que convierte en papel mojado la popular Ley de la Mayoría, aún -y esto es importante- en un regimen plenamente democrático. Esta ley de las minorías intransigentes viene a decir que en cualquier situación en que ha de elegirse entre las preferencias de una minoría intolerante respecto a un tema y las preferencias de una mayoría acomodaticia, siempre ganan democráticamente (o sea, por mayoría) las preferencias de la minoría de los intransigentes. Simplemente sucede que, aunque la mayoría no prefiera el resultado deseado por la minoría intransigente, esta preferencia de la mayoría es débil, de modo que prefiere ser tolerante y acomodarse a las preferencias de la minoría intransigente antes que no llegar a un acuerdo, por lo que al final se imponen las preferencias minoritarias.
De modo formal, esta ley la prodríamos expresar así. Suponga que hay tres personas en un colectivo ( a las que denominamos personas I, II, III), que han de elegir entre tres opciones: A, B, C. Las preferencias de cada persona vienen expresadas en la sigiente tabla donde el signo > (mayor que) expresa preferencia fuerte, en tanto que >= (mayor o igual que) señaliza una preferencia débil o acomodaticia :
I) A > C > B
II) B >= A > C
III) B >= A > C
o sea, que para la persona I -que es la intransgiente- la peor opción es la B (comer carne en nuestro ejemplo), de modo que prefiere la opción C (irse de la fiesta o no acudir a ella) antes de ver un muslo de pollo en su plato. Por el contrario, las personas I y II que comparten sus preferencias y son por tanto mayoría, lo que menos desean es que no haya fiesta o que no estén todos en ella (opción C), de modo que aunque prefieran un menú carnívoro (opción B) por encima del vegano (opción A), esta preferencia es débil, por lo que la intolerancia gana democráticamente a la tolerancia aunque esta sea mayoritaria..
Y vayamos ahora a la llamada "cuestión catalana" desde hace ya un siglo. Los sondeos estadísticos hace unos cuantos años señalaban que la opción independista (la amparada por aquellos que se sienten exclusivamente catalanes) era defendida por una minoría, superada por una mayoría de catalanes que,en mayor o menor grado, aceptaba también el ser españoles por sentirse catalanes y también españoles. Las tornas no sé si han cambiado en lo que respecta a a esas preferencias de los catalanes, pero en cuanto al comportamiento de la sociedad catalana, en cuanto a hechos se refiere, el cambio ha sido radical como lo muestra la puesta en marcha del inexorable "procés". Y esto, que aparentemente resulta incomprensible en una sociedad democrática en la medida que implica la adopción de comportamientos colectivos no respaldados por preferencias mayoritarias de la población, puede sin embargo entenderse fácilmente como una aplicación más de la Ley de la Minoría Intransigente.
En efecto, y por seguir con el ejemplo, "igualemos" a los independentistas con los veganos. Con esta analogía quiero, además, subrayar que queda fuera de la argumentación la cuestión de la bondad o eficiencia económica de la independencia de Cataluña para los catalanes, que tantos ríos de tinta ha generado. No la trataré aquí de modo que adoptaré sobre ello una perspectiva neutral. Puede ser que sí le vaya bien a los catalanes la independencia o puede que no. De igual manera es posible que la dieta vegana sea mejor dietéticamente que las otras. Pero al igual que esto no era el punto relevante a la hora de decidir el menú para la fiesta en mi ejemplo inicial, tampoco creo que sea el tema relevante a la hora de dar cuenta de la "cuestión catalana" en la actualidad.
Siguiendo con la analogía, digamos que un independentista es alguien que no "come" nunca comida española (opción B), lo que -como en el caso de la fiesta- supone un problema para todos aquellos que se relacionen con él y quieran seguirlo haciendo, pues han de dejar de "comer tortilla española, callos a la madrileña, bollos preñaos, percebes y nécoras, paella y demás viandas españolas" (no es una analogía tan traída por los pelos como pudiera parecer a tenor de las estupideces que los independistas dicen respecto a Machado, Garcilaso, Cervantes, Quevedo,etc., y que ya se ha trducido en un primer paso en plantearse su presencia en los callejeros de algunas poblaciones catalanas, anticipo sin duda de su expulsión de las aulas, para que en su educación no tengan los estudiantes catalanes que "tragarse" sus "españolistas" obras) De modo que, por poner un ejemplo, en una familia donde haya un joven independentista radical, al final los padres si quieren seguir comiendo con su hijo los domingos habrań de comer sólo platos catalanes (opción A) y abandonar así la sacrosanta paella dominical so pena de quedarse solos (opción C).
Dicho con otras palabras, la opción C es el recurso al conflicto y la ruptura social de todo tipo (a nivel familiar, interpersonal, político, etc.), la opción A es ser nacionalista independista y la B es ser nacionalista moderado. Las preferencias fuertes minoritarias de los independentistas se han impuesto a las preferencias débiles de los (mayoritarios) nacionalistas moderados dando lugar a un comportamiento de la sociedad catalana que ha avalado en la práctica de los hechos al "procés" muy por encima de la preferencia de la mayoría de los catalanes por la independencia.
Y un último punto. Y es la cuestión del referéndum de independencia. Aquí la implicación de la Ley de las Minorías Intransigentes es obvia e inmediata. La única manera de que las preferencias de la mayoría se manifiesten claramente y de lugar a un comportamiento consistente con arreglo a la Ley de la Mayoría democrática es realizarlo. La elección clara entre DOS opciones A y B exclusivamente, la elección entre la independencia de o la participación en España, es la única forma de superar el efecto de la Ley de la Minoría Intransigente pues es una votación secreta que al dejar de lado la opción C, permitirá que la opción mayoritaria real en la sociedad catalana se imponga sin el efecto (algunos dirían que "chantaje") que supone la existencia de la opción C sobre la que la Ley de las Minorías se funda.
Un referéndum, por otro lado, que planteara la independencia de Cataluña respecto de España como un divorcio -por seguir un símil fácilmente comprensible-, pero no como un divorcio "por mutuo acuerdo", como parecen vender los independentistas, sino como un divorcio "a cara de perro", como suelen ser los divorcios en la realidad cotidiana. Un referéndum pues que les exigiese a los nacionalistas moderados el tener que decidirse entre "comer de todo" o sólo "comer vegano" pero no sólo de vez en cuando sino para siempre. Me puedo equivocar,pero tengo la impresión de que en este caso, ante tal opción, sólo los veganos/independentistas radicales aceptarían la apuesta. Sencillamente se me antoja difícil el pensar que por muy tolerante que sea la mayoría de vez en cuando con la minoría, aceptara someterse a sus especiales "gustos" para siempre y en todo momento. Por volver al símil inicial, ¿qué pasaría si en vez de para una fiesta en una fercha determinada, hubiese que plantearse el menú para todos lo días?¿Estaría tan dispuesto el grupo de amigos a transigir con los gustos del colega vegano y comer siempre en ese plan?
En suma creo que permitir el referéndum de independencia como una opción definitiva y de efectos radicales y permanentes es la estrategia más adecuada para resolver el problema que llevan planteando los independentistas en Cataluña (o en el País Vasco) desde hace ya demasiado tiempo. No es por tanto nada más políticamente absurdo que la actitud de los partidos "constitucionales" que negarse a permitir ese referéndum. Al así proceder lo único que hacen es darle alas a que la Ley de las Minorías ocupe el papel de la Ley de la Mayoría democrática con los consabidos efectos que todos los ciudadanos de este país padecemos.
Fernando Esteve Mora