Me ha sorprendido sobremanera en los últimos tiempos constatar la muy escasa inteligencia que hay en los entornos de nuestros grandes líderes políticos ("inteligencia" en el doble sentido de capacidad intelectual, por un lado, y en el de capacidad de análisis de información -en el sentido de la intelligence inglés, esa "inteligencia" que practica el Jack Ryan de las novelas de Tom Clancy- por otro).
En efecto, pero ¿cómo es posible, por ejemplo, que el señor Pedro Sánchez haya gestionado tan rematadamente mal la selección de sus ministros? Pero, ¿cómo es posible que se mantuviera a la ministra Montón días después de saber que los periodistas de El Diario la habían cogido en la red en la que ya había caído previamente la señora Cifuentes? "Señora", esta última, cuya enconada defensa por parte de todo el Partido Popular fue uno de los espectáculos más bochornosos y estúpidos que un sistema democrático puede haber dado nunca, pues asentó en buena parte de las gentes pensantes (y no abducidas ni corruptas) la idea de que el PP no puede cambiar ni regenerarse. En fin, ¿cómo es posible que tanto en el PSOE como en el PP (y no sólo ellos, pues también la estupidez crece con fuerza en otros partidos) no se hayan dado cuenta todavía que el tiempo de los secretos personales o privados ya ha pasado? (Véase esta entrada de este mismo blog para saber el porqué https://www.rankia.com/blog/oikonomia/2696433-final-tiempo-secretos-corrupcion).
Pero vayámonos a los dos últimos y sonados casos mediáticos de no-inteligencia ya que vienen como anillo al dedo para ilustrar algunas de los principios de la Economía de la Información. Se trata del caso de la tesis de Pedro Sánchez, y del caso de los "trabajitos" de Pablo Casado que le sirvieron para acabar sus estudios por el alucinante procedimiento de la convalidación general de asignaturas (o sea, ese presunto procedimiento administrativo por el que algunos alumnos aprueban "por la cara" en algunas universidades. No en todas).
Veamos. Lo primero que llamó fuertemente la atención era que Pedro Sánchez se negara a publicar su tesis doctoral. Ahora bien, dado que era conocido de sobra que sí que la tenía presentada y aprobada, la pregunta pasaba inmediatamente a indagar quién era el imbécil de Moncloa que le había aconsejado no sacarla a la luz pública desde el primer momento, o, acaso, ¿fue él quien se negaba. o sea, quien era el imbécil? No lo sabemos, pero lo que sí se puede saber es que fuera quien fuera el responsable de ese comportamiento, fuera él u otro, lo que sí está claro es que no sabe nada de la Economía de la Información, que establece en su primer principio que el negarse a emitir una información ya es en sí información, una información que es además negativa para quien se niega a emitirla.
Como así ha ocurrido, pues está claro que las reticencias a enseñar su tesis no hicieron sino avalar la idea de que algo raro había en ella. Si la hubiese enseñado desde el primer día, todo el asunto de su posible plagio ni se hubiera siquiera planteado. Como todo el mundo sabe o debiera de saber sobre todo si cobra un abultado sueldo como asesor político, la transparencia informativa es la regla de comportamiento óptima no sólo si no hay nada "malo o negativo" que ocultar sino incluso, como veremos más adelante, cuando sí hay algo malo o negativo para el emisor en la información que este trasmite, o sea, cuando al hacerlo, aparentemente uno se "tira piedras contra su propio tejado".
Pero no nos anticipemos. Del principio de que negasrse a informar es en sí mismo informativo, si bien no se seguiría en estricta lógica formal que la ausencia de transparencia va asociada inequívocamente a "algo negativo", sí que lo hace sin embargo en Economía de la Información. Para ella, la ausencia de transparencia, el negarse a ser "abierto" nunca es neutro sino negativo. Quien no "enseña", transmite la información de que está ocultando alguna información negativa para él. El que sea así o no en la realidad nada importa.
Cabe pensar que lo que no quería que se supiese era que la tesis de Pedro Sánchez estaba plagiada o que era tan mala que no merecía el aprobado. Pero si él sabía que no estaba plagiada, entonces de estas dos opciones sólo se mantenía la segunda, o sea, de que él no quería que se viese su tesis para que no se constatase que no era "buena" académicamente hablando. Es decir, que su estúpida actitud se seguía de un prurito académico incomprensible y tonto, ya que él no es un académico sino un político.
Todo en suma era absurdo. Primero, como ya sabían los de "Moncloa", la tesis no estaba plagiada. Segundo, que el que una tesis sea más o menos buena, eso sólo lo deciden lo tribunales de tesis, que, por cierto, y que yo sepa, jamás han suspendido nunca a un doctorando. O sea, que fiarse de los tribunales de tesis doctorales a la hora de evaluar su calidad es un asunto espinoso donde los haya. Y la razón es muy sencilla, y la cuento aquí para que se enteren quienes no son del "oficio". Ocurre que los tribunales de tesis doctorales, en el fondo, nunca juzgan a los que la presentan sino a su director o directores. De modo que cuando un doctorando presenta su trabajo, como éste ha de haber sido previamente aceptado como válido por su director de tesis, el tribunal a quién está evaluando realmente es al director, a su capacidad de dirigir una investigación. Dado que, a la hora de selección del tribunal, el director o directores de una tesis deciden en la práctica quienes los conforman, el resultado está claro. El director o directores de una tesis elegirán siempre al tribunal que menos problemas les dé a ellos, o sea, que mejor les juzgue en su capacidad de dirigir una tesis. Es por ello que a la hora de juzgar la tesis de Pedro Sánchez, las críticas se han dirigido hacia la valía de su directora y de los miembros del tribunal. Pero eso es harina de otro costal y más vale que los que quieran ir por ese camino que anden con cuidado porque lo que ha pasado con la tesis de Sánchez pasa, como se ha explicado, con el resto de las tesis.
Por todo ello, resultó completamente irracional, absurda e incomprensible la actitud obstruccionista inicial de Pedro Sánchez y de su equipo respecto a enseñar su tesis. Cuando luego corrigieron esa estupidez política, ya era tarde y, aunque al final haya resultado que la tesis de marras no estaba plagiada, ha quedado bien asentado en las cabezas de las gentes que algo raro hay en ella.
Y, ahora vayamos al comportamiento de Pablo Casado y los suyos, todavía más absurdo, que todavía se siguen negando a enseñar el contenido de los "trabajitos" de ese -digamos que- peculiar máster de la "reputada" Universidad Rey Juan Carlos.
Pues bien, a la hora de enfrentar este comportamiento merece la pena recordar a Robert Frank, quien en su libro El naturalista económico, explica algunos de los principios de la Economía de la Información de una forma sugerente e instructiva acudiendo a un ejemplo de la zoología: el comportamiento de las ranas en un estanque.
En la oscuridad, las ranas macho que viven en una charca tienen que hacer frente a dos problemas de trasmisión información complicados: 1) ¿cómo señalizar su posición a las hembras para cumplir el mandato biológico de aparearse y reproducirse?, y 2) ¿cómo señalizar tanto a las hembras como a los otros machos que "uno" es una rana macho fuerte que ganaría en cualquier competición por las hembras con las otras ranas macho? Es decir, ¿cómo señalizar el tamaño y atractivo genético?
Pues la respuesta que la selección natural ha encontrado a este doble problema es bien simple: croando. Al croar, cada rana macho indica a las hembras dónde se encuentra en la charca para que estas puedan localizarlas. Y, dado que la gravedad y el volumen del sonido que cada una emite es un indicador fidedigno (una señal eficiente y creíble) de su tamaño (las ranas más grandes, tienen gargantas más grandes y croan más fuerte y más grave), la competencia entre los machos por las hembras queda resuelta y las ranas hembra saben también dónde se encuentran los mejores machos para reproducirse (o sea, los más fuertes, los mejores genéticamente).
Ahora bien, obsérvese que, al croar, una rana también está señalizando su posición a sus depredadores, por lo que las ranas macho que croan se arriesgan a ser devoradas. O sea, que si no croa malo, porque no participa en el juego de la reproducción; si lo hace, malo también pues señaliza su posición a sus depredadores por lo que pueden ser devoradas como lo son en el mundo competitivo darwiniano que es una charca. Pero precisamente es este riesgo que corren las ranas al croar lo que hace que croar sea una señal eficiente y creíble de posición y de tamaño para las ranas. Y es que si una rana de pequeño tamaño y fuerza le diese por imitar a una grande y croase como ella, lo tendría crudo pues sus probabilidades de ser devorada crecen ya que su escaso tamaño y fuerza la harían presa fácil de sus depredadores.
Es por ello que por lo que las ranas más pequeñas no tienen incentivo en "copiar" o "plagiar" a las grandes y fuertes, o sea, en no hacerse pasar por lo que no son. No les interesa "engañar" croando "como si" fuesen grandes porque, como son débiles, se las comen. Dicho de otra manera, a una rana de tamaño mediano o pequeño le interesa emitir una señal sincera de su tamaño, o sea, no ponerse a croar como una rana fuerte, no copiarla, pues si lo hace corre un riesgo mayor que la ventaja de hacerse pasar por lo que no es. A esto se le conoce como el Principio de Zahdevi de la Economía de la información, que señala que para que la información que un agente emite respecto a una característica que él tiene sea creíble por los demás, esa información ha de ser no solo costosa de emitir, sino que ese coste ha de ser relativamente mayor para aquellos que no tienen esa característica o la tienen en menor medida.
Y un último principio de Economía de la información, también extraído de la charca. Una rana que croa obliga a las demás a hacerlo también y en el volumen adecuado a su tamaño. La razón es obvia, y es audible todas las noches en cualquier charca de ranas. Cunado llega la noche, siempre hay una primera rana, ya sea grande, mediana o pequeña, que empieza a croar, y casi instantáneamente le sigue el resto. Si, por ejemplo, es la más grande la que empieza, a la segunda más grande le interesa también ponerse a hacerlo al nivel que le permite el tamaño de su garganta para señalizar que, si bien no es la más grande, su tamaño no es despreciable. A la siguiente rana por tamaño le pasaría lo mismo, y así sucesivamente hasta que la más pequeña también croa so pena de no señalizar su posición y pierda la posibilidad de aparearse con una hembra despistada. Dicho de otra manera, si croa una rana a todas las demás les interesa hacerlo y, además, hacerlo sinceramente, pues de no hacerlo señalizan su debilidad relativa y su no posición.
Pues bien. Salgamos de la charca de ranas y metámonos en ese otro charco de ranas que es nuestro mundo político. En él, lo hemos visto y comprobado, los títulos académicos se han convertido no en señal de capacitación técnica, sino en señal de moralidad. Y. ¿qué es lo que hemos visto? Pues vimos cómo la "rana" Pedro Sánchez, al final, se puso a "croar": enseñó su tesis, como debería haberlo hecho mucho antes de que se pusiese la sombra de la noche de las dudas sobre su tesis, si hubiese seguido las recomendaciones de la Economía de la Información. Su "croar", o sea, su tesis, a lo que parece, no era para echar campanas al vuelo, ciertamente, pero le bastó para señalizar que ahí estaba, y que si bien su moralidad no era para "echar cohetes", sí que no era un inmoral total, pues no plagió. ¡Ah!¿si la hubiese enseñado de salida su posición moral sería hoy mucho mejor!
Pero lo que está siendo completamente incomprensible es lo que está haciendo la "rana" Pablo Casado, pues en buena lógica de la Economía de la Información, tras el tardío ejercicio de transparencia de Sánchez, éĺ debería haber "croado", debería haber inmediatamente sacado a la luz sus trabajos de máster para que se comprobase, no su valía, sino que los tiene. Hubiese dado lo mismo que no fuesen nada del otro mundo o que hubiesen sido copiados en cierta medida. Es decir, que no era relevante que, en este asunto, el fuese una rana de un tamaño académico más pequeño que Sánchez (un titulo de máster es "menos" que un título de doctor), pues el tamaño académico no importa a la hora de que las "ranas" políticas machos encuentren ranas "hembras" (o sea, electores).
Pero el no sacarlos a la luz, señaliza y revela que Pablo Casado es una "rana" pequeña y débil. Una "rana" que, como se ha comprobado en los últimos días, es tan poco competitiva que para sobrevivir ha sido necesario proporcionarle un entorno "artificial", que es lo que ha hecho el increíble comportamiento de la Fiscalía del Tribunal Supremo, que probablemente este Tribunal avale. Cierto, que tras la estúpida actuación partidista del Supremo (que, por cierto, señaliza contra su credibilidad en asuntos más importantes como los que atañen a su reputación en Euriopa) la "rana" Pablo Casado podrá conservar su "harén" (los militantes y votantes más acérrimos al PP), pero, obviamente, su capacidad de aumentarlo atrayendo a las "ranas" de Ciudadanos se verá seriamente comprometida por esta situación en el momento que Casado vuelva a la "charca" competitiva en una campaña electoral.
Y, finalmente, he de reconocer que hay algo que se me escapa, que hay algo en el entero asunto de los trabajos del máster de Casado me resulta incomprensible. La Economía de la Información me lleva lógicamente a pensar que no existen. No que sean malos o copiados , sino que no existen, sencillamente. O mejor dicho, que no existían. Porque, conociendo el funcionamiento de estos asuntos, no dejo de preguntarme por el porqué de que no los hayan escrito en los meses que han pasado desde que estalló el escándalo de Cifuentes. ¿Nadie en el PP se atreve a hacerlo? ¿Tienen miedo de que al final todo se sabe como he defendido en la otra entrada de blog a la que hacía referencia al principio? Pues a diferencia de una tesis, con los trabajos para aprobar asignaturas en los másteres no hay un control que permita detectar si se han escrito mucho después de su fecha de entrega. En suma, ¡qué raro es todo este asunto!