FERNANDO ESTEVE MORA
Últimamente me he dado cuenta de que mi irritación con el comportamiento de algunos "colectivos" está fuera de control, casi casi tanto como la COVID-19 en Madrid gracias a los desvelos de doña Isabelita Diaz Ayuso. Uno de esos "grupos", como ya se habrá dado cuenta algún lector de este blog, lo conforman los presidentes de las Comunidades Autónomas de nuestro país, los que -según se dice- son la más alta representación del Estado en los distintos territorios. Esta entrada del blog va sobre ellos no contra ellos. Va sobre TODOS ellos independientemente de sus adscripciones políticas, pues tengo claro que hay algo que les une, y no, no es sólo su preocupación manifiesta y exclusiva por sus respectivos "conciudadanos" sino su profunda incompetencia para gestionar lo público en sus respectivas áreas. Creo que, al margen de casos singulares cuya radical ineptitud e inutilidad es una obviedad indiscutida e indiscutible, explicada por circunstancias biológicas o psicológicas personales, como es el caso de la mononeuronal señora Ayuso, se puede elaborar una suerte de "teoría", o mejor, "mecanismo" -como diría Jon Elster- que explique ese transfondo común de ineptitud que caracteriza a nuestros presidentes autonómicos.
Hace mucho mucho tiempo dediqué una de las entradas de este blog(https://www.rankia.com/blog/oikonomia/768565-kakonomia-economia-chapuzas ) a dar cuenta de un curioso fenómeno no por su rareza, pues -todo lo contrario- es ubicuo en nuestro mundo, sino por lo extraño que pareciera ser desde el punto de vista del análisis del comportamiento humano que se hace desde la Economía, fenómeno al que se ha llamado kakonomía, y que puede entenderse como la preferencia de los individuos por la mediocridad en sus relaciones de todo tipo con los demás.
Si digo que es un fenómeno extraño es porque, en principio, parecería lógico o natural que nadie prefiriera que los demás sean chapuzas o mediocres o incompetentes, pues ello supondría o se traduciría en que uno no obtendría de sus relaciones con los demás todo lo que podría sacar. Sí, preferir que los demás sean eficientes, competentes, productivos debería ser lo normal o sea, lo esperable, en la mayoría de entornos, pero en un entorno kakonómico sucede al revés. Sucede en ese entorno que, aparentemente contra toda lógica, queremos que los demás no sean todo lo "buenos" o eficientes que podrían ser sino que preferimos que, en cierta medida, sean ineptos, incompetentes y mediocres
En mi post señalé que cuando uno es mediocre o incompetente puede preferir que los demás con los que uno se relaciona también lo sean para que la propia incompetencia se diluya o no destaque sobre la incompetencia general. Eso es el típico entorno kakonómico.
Pues bien, me he dado cuenta que la política o mejor dicho, las organizaciones políticas son también un caldo de cultivo perfecto para que -de modo natural- surjan esos comportamientos mediocres o incompetentes, es decir que la política es un entorno kakonómico que favorece a los -relativamente- más incompetentes, estúpidos e ineficientes.
Y una consecuencia de ello es que en la política y en las organizaciones políticas no operaría por tanto el Principio de Peter (véase https://www.rankia.com/blog/oikonomia/4678930-mascarilla-escapulario), sino su inverso, el que he denominado el principio de Retep que vendría a decir que, en una organización jerarquizada que opera en un entorno kakonómico, los puestos directivos los ocupan individuos más mediocres o incompetentes que los que ocupan posiciones medias o inferiores. O sea, que en el entorno kakonómico de los partidos políticos los relativamente más ineptos o incompetentes tienden a ascender por encima de los que lo son menos, por lo que mi opinión acerca de la incompetencia de los presidentes autonómicos de España sería algo más que una creencia avalada -eso sí- por los hechos, sino que sería una implicación demostrada, el corolario de este principio de Retep.
Veamos. Toda organización jerarquizada, o sea, cuya estructura organizativa sea piramidal o escalonada, se enfrenta al problema de seleccionar los agentes más apropiados (o sea, más eficientes) para ocupar los distintos puestos jerárquicos. Si el objetivo último de la organización lo establece "alguien" externo a la misma organización, "alguien" que tiene un claro y definido interés en que la organizacion sea eficiente ("alguien" que se suele denominar en la literatura como principal) pues, por ejemplo, es su propietario, la regla para la selección de personal la impone él mismo, seleccionando a aquellos (a los que en la literatura económica se denomina agentes) que son más adecuados o capaces para mejor defender sus intereses.
Por ejemplo, en el caso de una empresa, el principal es el propietario o propietarios de la misma y el criterio para seleccionar a los directivos (los agentes) viene en función de la capacidad de estos últimos para satisfacer los objetivos de la empresa, o sea, sus intereses, o sea, el interés del principal: el obtener beneficios, y cuantos más mejor.
Ahora bien, existe un obvio problema de compatibilidad de intereses, el llamado problema de la relación principal-agente, pues los agentes son seres humanos con intereses privados, particulares o propios, intereses que no se solapan o coinciden estrictamente con el interés del principal, por lo que si éste quiere que sus agentes trabajen persiguiendo no sus intereses particulares sino los suyos (los del principal) se ve obligado a controlarlos e incentivarlos (y claro está esto es costoso).
La existencia de costes de vigilancia, control e incentivación se traduce en que nunca el interés de los principales es buscado al 100% por parte de sus agentes, que siempre disponen de un cierto margen de discrecionalidad para perseguir sus particulares objetivos. Y aquí la capacidad del principal de echar o despedir a sus agentes tiene un papel fundamental pues si el principal la tiene (caso de una empresa privada) les lleva a los agentes a tratar de compatibilizar en su comportamiento la persecución del interés de la empresa (o sea, los intereses del principal o propietario) con sus intereses particulares. Es decir, que la posibilidad de ser despedidos les lleva a los directores/ejecutivos a ser bastante o muy eficientes, a no perseguir descarada y exclusivamente sus propios y particulares intereses en detrimento de los de su principal. Y eso sólo lo pueden hacer si son muy hábiles, competentes e inteligentes.
Esto es importante, y merece la pena recalcarlo. Obsérvese que los agentes en este tipo de organizaciones, como lo son las empresas, en que el principal (o sea, el dueño) es externo a la organización en la que actúan sus agentes, estos no pueden ser ni estúpidos ni incompetentes, sencillamente porque no pueden serlo, porque no pueden permitírselo.
Más bien ocurre todo lo contrario ya que su supervivencia al mando de las organizaciones depende de que consigan a la vez satisfacer los deseos y objetivos de los accionistas en forma de beneficios y también sus objetivos particulares. Y esto sólo lo puede hacer gente muy habilidosa, muy competente. Dicho de otra manera, sucede que, aunque en su comportamiento no sean todo lo eficientes que podrían ser desde la perspectiva de sus principales, los agentes de este tipo de organizaciones son extremadamente competentes pues -en principio- son capaces de satisfacer a la vez sus particulares intereses y los exigidos por sus principales.
Pero no sucede lo mismo en las organizaciones donde no hay propietario claro y definido. O sea, donde los criterios para la selección de personal o bien los pone alguien externo a la organización pero cuyos objetivos no dependen estrictamente del grado de eficiencia con la que sus agentes se comportan (o sea, no como los accionistas de una empresa privada, sino más bien como un alto cargo cuya posición y bienestar no dependen estrictamente de cómo lo hagan quienes elige para ocupar los puestos del escalafón jerárquico), o bien se ponen desde dentro de la propia organización, como sucede en las organizaciones políticas (los partidos y movimientos políticos) donde los puestos directivos los eligen quienes ocupan las propias estructuras del partido pues los militantes de base tienen una escasa o nula capacidad de controlar a sus dirigentes (como ya Robert Michels lo describiera magistralmente en su "ley de hierro de la oligarquía").
La consecuencia es que la burocracia de los partidos genera una clara estructura decisional claramente kakonómica. Sencillamente sucede que a los cargos medios y altos de las estructuras de los partidos no les interesa de modo claro elegir de entre ellos a los mejores, a los más eficientes o adecuados para gestionar desde arriba o dirigir a los partidos, sino más bien tienen el incentivo de elegir a aquellos que sean lo suficientemente mediocres (o sea, ineptos e incompetentes) para que sean controlabes y, sobre todo, para que sus expectativas electorales no pongan en riesgo sus posiciones, sus puestos.
Y es que el objetivo principal de estos altos y cargos intermedios no es, pese a lo que mentirosamente dicen, el ganar elecciones. Quizás sí lo fuese al principio, cuando empezaron su carrera política, pero con el tiempo el objetivo de ganar, de "conquistar el poder" para cambiar el mundo, pasa a un segundo lugar frente al objetivo de perpetuarse en sus posiciones, de seguir en los cargos, de lograr que no cambie "su" particular mundo, pues el perpetuarse en sus cargos -con el tiempo. se ha convertido en su modo de vida.
Un modo de vida que merece la pena conservar pues es tranquilo, pacífico y, remunerativo; un mundo que, sin duda, puede ponerse en peligro caso de que el partido que gestionan y dirigen gane una elección. Lo cual es aparentemente paradójico. Y es que, si se mira bien, el ganar una elección es un regalo envenenado que hacen los votantes a los cargos de los partidos pues la victoria de hoy significa la inevitable derrota en el futuro en una próxima contienda electoral, pues en democracia tarde o temprano se produce la alternancia, y en la lógica de las organizaciones políticas, una derrota electoral si va acompañada de la pérdida del poder conlleva siempre el cambio en los equipos dirigentes, o sea, el desplazamiento de sus cargos de la "vieja guardia", la pérdida para esta de su amable y vivible mundo.
Dicho de otra manera, la elección de dirigentes es una decisión arriesgada para los cargos medios y altos de los aparatos de los partidos, pues supone ponderar la probabilidad de las ganancias asociadas a una victoria electoral y al acceso al poder en el presente con los costes asociados a la derrota y la pérdida del poder en el futuro.
Esa apuesta es siempre arriesgada, pero puede ser aceptable para los cargos de los aparatos centrales de los partidos y llevarles a elegir al mejor, al más competente de entre ellos para maximizar sus posibilidades de triunfo electoral. Y es que llegar al poder del Estado les permite a esos cargos entrar en una red de contactos que generan el suficiente "colchón" para cuando las "cosas cambien" y se produzca la ineluctable derrota electoral (el conocido mecanismo de las "puertas giratorias"). O sea, que para los cargos del aparato central del partido la inevitable pérdida del poder que sucederá en un futuro más o menos cercano puede no ser demasiado costosa e incluso rentable, lo que se traduce en que elegir al mejor candidato puede ser -para ellos, para sus particulares intereses- su mejor estrategia. Y, a la inversa, y paradójicamente, la inexistencia de "puertas giratorias" y otras redes de "contactos", la menor posibilidad de "corrupción" política, hace más arriesgada para esos cargos el triunfo electoral hoy, por lo que tendrán menos incentivos en seleccionar al mejor candidato.
Pero para los cargos en las estructuras regionales o autonómicas las opciones no son las mismas que para los cargos del aparato central. El "colchón" que se puede generar cuando se alcanza el poder regional es inevitablemente menos mullido, por lo que la futura inevitable derrota y pérdida del poder, caso de que hoy el partido gane las elecciones regionales o locales, dejará a esos cargos en una posición nada cómoda: tras la derrota, perderán sus cargos en el partido sin compensación alguna en el sector privado. Dicho de otra manera, la apuesta para los aparatos regionales o locales de elegir a un dirigente competente y eficiente es más arriesgada. Y de ahí que los cargos intermedios regionales o locales que llevan ya tiempo en esos cargos tengan un menor incentivo en seleccionar como dirigente al mejor, sino a aquel que no maximiza las posibilidades de victoria electoral, o sea, a un inepto.
En suma, que un dirigente relativamente más inepto o incompetente que ellos puede venirles muy bien a los establecidos cargos medios y altos de los partidos, sobre todo en sus aparatos regionales, autonómicos o locales, pues esa incompetencia disminuye las probabilidades de triunfo electoral. Y a la hora de elegirlos o seleccionarlos actúan en consecuencia: eligen a individuos mediocres que tengan pocas posibilidades de ganar, que puedan poner a medio plazo en riesgo sus niveles de vida.
Ahora bien, al final hay elecciones, y gana un partido. Pero, por lo que acaba de decirse, da igual: el candidato del partido que gana es casi obligadamente un incompetente, por lo que queda en mi opinión demostrado que los presidente autonómicos por fuerza han de ser incompetentes, ineptos y mediocres. No es nada personal, sencillamente es el Principio de Retep.