FERNANDO ESTEVE MORA
El Principio de Peter (establecido por Lawrence J.Peter, si bien parece que la idea original es del filósofo español José Ortega y Gasset) es una de esas regularidades en el comportamiento humano que hacen las delicias de la literatura empresarial/gerencial. Viene a decir que, en toda jerarquía o grupo organizado jerárquicamente (una empresa, una burocracia, un departamento ministerial oficial), cada individuo alcanza el puesto o la posición en el escalafón para cuyo desempeño es manifiestamente incompetente.
Suena paradójico, ¿no?. Y, sin embargo, si se piensa un momento es totalmente lógico. De cajón. Y es que, si bien se mira, si un individuo fuese competente para las tareas que su cargo o posición le exige o requiere, las hará entonces bien, competente o eficientemente, lo cual -supuesto que el organigrama se constituye con arreglo a la norma elemental de premiar la eficiencia en las promociones- le supondrá para ese individuo competente un ascenso. Y ese ascenso a una nueva posición jerárquica no será el último si en el nuevo cargo sigue siendo competente, si lo es su carrera ascendente continuará hasta que llegue a ocupar una posición para la que ya sus capacidades "no le den" para más, para la que ya sea un incompetente. Ahí, en ese puesto, en ese cargo, acabará su carrera profesional. En el cargo o puesto para el que sea manifiestamente ineficiente.
Dicho de otra manera, el Principio de Peter explica el porqué "los de arriba" en cualquier cadena jerárquica siempre consideran a los que ocupan los cargos inferiores, "los de abajo", unos incompetentes. Lo son. Pero, también lo son ellos. Aunque lo son relativamente menos, pues si no no habrían podido ascender sobre ellos. Ello no significa que esa relativamente menor incompetencia de quienes ocupan las posiciones superiores respecto a quines ocupan posiciones más bajas no tenga, sin embargo, consecuencias perjudiciales más livianas sino que, todo lo contrario, ocurre que las consecuencias perjudiciales de su relativamente menor incompetencia se vean magnificadas por ser más importantes los efectos de sus incompetentes decisiones. Por otro lado, el Principio establece que, ocupadas siempre las posiciones superiores en toda jerarquía por individuos incompetentes, se tiene que el trabajo eficaz siempre lo hacen los de abajo mientras están en trance de acender.
Tengo para mí que Lawrence J.Peter fue extremadamente benévolo con los "jefes" de cualquier organización jerárquica pues en su Principio se olvidó de toda una categoría de jerarquías donde opera otro principio, un Principio de Peter invertido al que llamaré Principio de Retep, que viene a decir que existe un conjunto de organizaciones en las que sólo los incompetentes medran o ascienden, de modo que la incompetencia de quienes ocupan los cargos o posiciones superiores supera con mucho la incompetencia de quienes ocupan las posiciones intermedias y ésta es mayor que la de quienes ocupan las posiciones inferiores.
Dejaré para el post siguiente el análisis más detallado de las jerarquías donde opera este Principio de Retep o Principio negativo o inverso de Peter. Sólo pediré aquí al lector que de momento acepte sin más su existencia. Y como justificación de la misma creo que basta con que le diga que un ejemplo palmario de instituciones donde opera el Principio de Retep son las cadenas de mando de las autonomías que constituyen el estado español.
Nadie que tenga cierta agudeza intelectual podrá dejar de ver que los presidentes de las autonomías españolas son un grupo ejecutivo constituido por las personas más incompetentes de sus respectivas jerarquías. Y no por el hecho de que ninguna de ellas no haya alcanzado el cargo más elevado al que pueden aspirar y aspiran, el de ser presidente del gobierno central, como explica el Principio de Peter normal, sino porque son los ganadores en la carrera conformada por el Principio de Retep en sus propios partidos y jerarquías. Y por ello son incompetentes absolutos, irremediables. El que "su" gestión no sea habitualmente un desastre total y completo se debe única y exclusivamente al comportamiento disciplinado, eficaz con minúsculas y compensador de los burócrtas de rango más bajo que, habiendo en principio de cumplir sus descabelladas decisiones, las atemperan o no las llevan adelante en la medida que a ellos en su delirios les gustase.
Un ejemplo de esta radical incompetencia de los presidentes autonómicos la podemos observar ahora mismo en que, a consecuencia de la pésima gestión de los rebrotes de la COVID-19 una vez que finalizado el estado de alarma, les "tocaba a ellos" encargarse de la tarea, la única medida que se les ha ocurrido ha sido la de extender la obligatoriedad en el uso de las mascarillas en cualquier espacio público, al aire libre incluso de forma que cualquier persona ha de llevarla aunque no haya otros seres humanos en decenas, centenares o miles de metros a la redonda.
Obviamente esta medida es una insensatez, una estupidez. Cualquiera con dos dedos de frente, incluso alguno de los llamados "expertos", así lo ha aceptado: o sea que, objetivamente, es una medida estúpida pues no sirve para nada, ya que ninguna protección suplementaria agrega a la protección que ya ofrecía la obligación de su uso cuando no se puede mantener la distancia interpersonal de seguridad. Es un norma absurda por ineficiente ya que su instrumentación es costosa y para nada vale. Una norma que a mí me ha recordado a la de los barbudos revolucionarios caribeños de la película Bananas de Woody Allen, quienes tras llegar al poder impusieron la obligatoriedad de llevar la ropa interior por fuera como muestra de su fervor revolucionario y señal se su compromiso con el objetivo de cambiar las cosas.
Pues algo igual estaría pasando en nuestro país. Tras la norma acerca del uso generalizado de las mascarillas impuesta por el "molt honorable i molt mes imcompetent" President de la Generalitat de Catalunya, don Quim Torra, para ocultar su nefasta gestión del rebrote en la zona leridana disfrazándola de rigor, esta estúpida por ineficaz "política" anticoronavirus ha sido secundada por el resto de presidentes autonómicos miedosos de que se les diga que no están "por la labor", que no ponen de su parte lo que sea menester (queda fuera curiosamente el paradigma de la incompetencia, la jefa de Madrid, la señora Díez Ayuso a la que no la inteligencia -de la que carece absolutamente- sino la negativa a parecer seguir a Torra, le ha hecho negarse de momento a aceptar tan absurda política).
Esta estulticia de los capateces autonómicos no es baladí. No supone sólo unos pequeños costes adicionales a los ciudadanos, sino que conlleva costes elevadísimos a aquellas zonas en las que la demanda turística es fundamental para sus economías. ¿No se le ha pasado a doña Francina Armengol, la "jefa" de Baleares o al señor Moreno Bonilla, el "gerifalte" de Andalucía que la exigencia de usar mascarillas en todas partes -incluso al pasear por las playas- no es precisamente la más idónea para transmitir seguridad y confianza a sus potenciales turistas? Y es que la señal que ello proyecta a quien piense que las autoridades son racionales o sensatas es que las cosas han de andar mal pero hasta rematadamente mal cuando semejante exigencia se impone desde los poderes públicos.
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En un entrada anterior, "La mascarilla y el burka"(https://www.rankia.com/blog/oikonomia/4654706-mascarilla-burka) traté de cómo un bien de consumo -la sencilla mascarilla- se convertía en un bien simbólico. Pero lo que han conseguido los muy incompetentes presidentes autonómicos es ir más allá, es dar una vuelta adicional de tuerca, pues con su absurda norma han convertido la mascarilla, un bien de consumo evidentemente útil cuando se utiliza adecuadamente, en algo más que un bien simbólico, en un bien mágico, un objeto (me resisto a llamarlo " bien") con imaginarias propiedades, conversión que, paradójicamente, puede afectar negativamente a sus auténticas y útiles propiedades.
Todo lo que envuelve a los "bienes" mágicos es obviamente irracional, y por eso poco dado a análisis por parte de la Teoría Económica que parte del axioma de que los individuos son racionales en su comportamiento, o al menos, que no se desvían sistemáticamente de la racionalidad. Por supuesto que esta es una debilidad del análisis económico, y como ya Albert O.Hirschman apuntó, ni los individuos ni las empresas viven y operan en entornos tan tensos o competitivos que les obliguen a ser racionales so pena de desaparecer. No. Individuos y empresas pueden "permitirse" relajarse y ser "algo" irracionales con moderación, eso sí.
No es por ello infrecuente observar cómo perduran comportamientos estúpidos e irracionales, incluyendo el uso de "bienes" con propiedades mágicas sobre todo entre individuos de escasa capacidad intelectual y poca formación, a quienes desde las instituciones se les protege y compensa de las perjudiciales consecuencias de sus irracionales actos. Un reciente estudio de la increíble y sostenida demanda en el tiempo de las medicinas mágicas ("aceite de serpiente" y similares) en los Estados Unidos en el siglo XIX y principios del XX ("THE ELASTICITY OF DEMAND WITH RESPECT TO PRODUCT FAILURES; OR WHY THE MARKET FOR QUACK MEDICINES FLOURISHED FOR MORE THAN 150 YEARS" Werner Troesken Working Paper 15699 http://www.nber.org/papers/w1569) modeliza en términos económicos estos productos "médicos" mágicos cuya demanda, al contrario que la de los demás bienes, no se ve afectada negativamente por su carencia de utilidad real, su carencia de poder terapéutico. Fue, por otro lado, con el objetivo de defender a los consumidores/pacientes de sí mismos, de su propensión a la irracionalidad y su consiguiente susceptibilidad de ser presa fácil de vendedores de "medicinas mágicas" por lo que se creó en Estados Unidos la FDA (Food and Drugs Administration), institución que ha sido replicada por todos los países del mundo como Agencias del Medicamento. Es el comportamiento normal o esperado por parte de unas administraciones públicas competentes y racionales.
Lo anormal, pues, es lo que están haciendo las Autonomías españolas con las mascarillas. El imponer su uso, es imponer a los consumidores una irracionalidad, lo que está estimulando los más peregrinos y absurdos comportamientos entre los más tontos y peor formados de sus súbditos (que no -me temo- ciudadanos). Cualquiera podrá observar estos días cómo en los tendederos se ponen a secar mascarillas quirúrgicas tras incontables horas y días de uso, lo que obviamente elimina sus posibilidades de freno antivirus. Las gentes usan y reúsan las mascarillas (incluso cose sus desgarrones) y es que usar correctamente de mascarillas supondría cambiarlas diariamente y eso sería un dineral. De igual manera, la gente usa mascarillas "higiénicas", o sea, telas para el polvo, que para cualquier virus no son freno de nada (a veces me pregunto qué idea tiene el personal de lo que es un virus, me da la impresión que creen que tiene el tamaño de una partícula de polvo) y ofrecen una nula protección real o efectiva, aunque sí -a lo que parece- "mágica". Ni qué decir tiene que el obligado uso de unas inútiles mascarillas fomenta una falsa sensación de seguridad que, paradójicamente, fomenta comportamientos favorecedores de contagio real.
Para concluir. Hace muchos muchos años, cuando yo era niño, la gente del común no usaba de mascarillas para "protegerse" mágicamente en la calle de las enfermedades infecciosas. Utilizaba para eso de otro tipo de adminículo: los escapularios. Para quien no lo sepa le contaré que un escapulario era una especie de collar de tela del que colgaban dos estampitas, también enteladas, de algun santo o virgen protectora, la del Carmen creo recordar que era la que más "trabajaba" en esto de la protección mágica. Era un collar que había que colgar del cuello debajo de la ropa de modo que las estampitas estuvieran en contacto directo con la piel en pecho y espalda (el mágico poder de protección disminuía si las estampitas no tocaban piel). El uso de escapularios era frecuente entre gentes devotas y por ende, irracionales. Los padres católicos "pensaban" que así "protegían" a sus niños de las por entonces muy peligrosas enfermedades pulmonares, pese a que bien se sabía que el crup o las neumonías les afectaban en la misma proporción.
La similitud es obvia: las mascarillas son hoy los nuevos escapularios que los muy irracionales "padres" de nuestras autonómicas patrias nos obligan a llevar para "protegernos" de esta enfermedad que su incompetencia está permitiendo resurgir.