FERNANDO ESTEVE MORA
Hace muchos, demasiados años, recuerdo que en mi ciudad de origen había un hombre de mediana edad, seguro que con algún tipo de problema psicológico o cerebral, que decía que sabía "hablar en negro". A veces, cuando pasaba junto a un bar, los parroquianos le invitaban a tomarse con ellos un chato de vino o una caña si les decía algo en "negro". Ni corto ni perezoso, el buen hombre conseguía la invitación soltando una serie de frases con palabras incomprensibles en "lengua negra", que luego condescendientemente traducía al castellano (a fin de cuentas, él era el único que entendía y hablaba en "negro"). A diferencia de L.L.Zamenhof, el creador del esperanto, su "invención" de un idioma "negro" no tuvo ni siquiera en mi pequeña ciudad de origen el más mínimo éxito. Y es que con las lenguas puede decirse lo mismo que decía Hyman Minsky del dinero, es decir, que "cualquiera puede crear su propio dinero, el problema es que otros lo acepten". Y sí, cualquiera puede inventarse una lengua como también puede crear su propio dinero, el problema es que sirva para algo, lo que requiere que haya otros que lo acepten y usen. Aquel personaje de mi adolescencia no tuvo éxito, y su su invención de una delirante "lengua negra" sólo le reportó alguna que otra invitación en alguna taberna. Hoy, con seguridad,su ocurrencia sólo le hubiese traído problemas pues hablar en ese idioma "negro" de su invención sin duda que sería algo más que políticamente incorrecto, quizás incluso delictivo. ¿Puede decirse desde la Economía algo sobre este curioso y espinoso asunto? Quizás sí.
No soy ni mucho menos el primero en señalar las similitudes entre el dinero y el lenguaje. Una de las tradicionales "funciones" del dinero es la de ser un medio para los intercambios económicos (las otras dos son ser "unidad de cuenta" y "depósito de valor"). Y resulta claro que dado que el habla no es otra cosa que un "intercambio" de ideas que, al igual que pasa con los intercambios económicos distintos al trueque, necesita de un medio para llevarlo a cabo, de un "dinero lingüístico". Y el medio de cambio o dinero lingúístico en los intercambios de ideas entre hablantes-comerciantes de ideas son las palabras de una lengua o idioma determinado. Cada idioma, cada lengua sería así una suerte de determinado y especial sistema "lingüíśtico-monetario" utilizado en los intercambios de ideas entre distintos hablantes.
Al igual que hay diferentes tipos de dinero, hay diferentes tipos de idiomas o lenguas. Nadie duda que hoy por hoy, el dólar es el dinero más usado en las transacciones a nivel global. De igual manera, tampoco nadie duda que el inglés es la lengua internacional más importante. Es la divisa-lengua de uso internacional más extendida entre diferentes comunidades de hablantes. Los lingüistas dan el nombre de koinés a las divisas lingüísticas. Y es obvio que, hoy por hoy, el inglés es la koiné más importante en el mundo- Esa posición del idioma inglés como lengua hegemónica en los intercambios lingüísticos a escala global se debe a la posición dominante que la libra esterlina en el siglo XIX y el dolar en el XX y el XXI han tenido en los intercambios económicos a escala mundial (o quizás sea al revés, de modo que la posición dominante de la libra y del dólar ha sido la consecuencia del poder político y militar dominante en los últimos dos siglos de la Gran Bretaña y de los Estados Unidos). (Dediqué ya otra entrada a este asunto:https://www.rankia.com/blog/oikonomia/3000905-ingles-economia )
Si se puede entender una lengua como un dinero, como un medio para los intercambios de ideas, también hay que señalar que, a diferencia del dinero para los intercambios económicos, que cuesta mucho ganarlo, el dinero-lengua es gratis. No se nos cobra por usarlo. Es un bien libre. Yerro: PODRÍA ser un bien libre. Y así lo fue hasta no hace demasiado tiempo: hasta que surgieron los nacionalismos, que -para cumplir sus objetivos políticos- se entrometen en este terreno favoreciendo es decir, "abaratando" (o dificultando, o sea, "encareciendo") el uso de una lengua. Pero dentro de un entorno lingüístico, o sea, dentro de un "área monetaria-lingüística" el uso de SU dinero es -o debería ser- gratis. Y esta característica del dinero puede ser relevante a la hora de reflexionar sobre la presente extensión/imposición de lo que se conoce como lenguaje políticamente correcto.
Veamos. El lenguaje políticamente correcto tiene dos dimensiones . Por un lado, se refiere a la prohibición de usar en los intercambios lingüísticos de un "lenguaje" sexista, machista, racista o discriminador, y en esa dimensión prohibitiva, el lenguaje políticamente correcto se asemeja similar a la prohibición por parte de los estados de usar del dinero para comprar "bienes" a los que se juzga como "malos" ya sea por sus efectos externos negativos o por no ser considerados adecuados para su uso por los consumidores ("bienes no meritorios"). Se piensa, en suma que los intercambios lingüísticos de contenido machista, racista, etc, serían a fin de cuentas como las compraventas de armas y drogas ilegales. Incluso se prescribe como incorrecto el uso de palabras con esos contenidos en situaciones cómicas o como chistes o bromas, o sea en aquellas situaciones en que su objetivo directo no es incitar o manifestar el "odio" hacia los otros (mujeres, gentes de otras "razas", religiones o preferencias sexuales, gentes con discapacidades físicas o mentales) sino meramente el divertir o embromar, al igual que se prohíbe el consumo de determinadas drogas en situaciones lúdicas o para uso recreativo.
Pero, por supuesto, y como cabría esperar, hay un problema. Y es que las prohibiciones del uso de ese tipo de lenguajes, al igual que la prohibición de los mercados legales de los productos no considerados deseables, conducen frecuentemente a su ocultación, a la conversión de los mercados "blancos", en donde se intercambiaban a la vista de todo el mundo, en mercados "negros". Es decir, que al igual que la demanda de drogas ilegales se sigue satisfaciendo en mercados irregulares controlados muchas veces por mafias y delincuentes, la prohibición de los intercambios de "ideas" e incluso de "bromas y chistes" racistas, machistas, sexistas y demás no los hacen desaparecer, normalmente no acaban con esas ideas sino que sólo las ocultan y, lo que es más peligroso y contraproducente, generan espacios cerrados donde su contenido se depura, intensifica y toxifica en la medida que se convierte en clara señal de identidad, pertenencia y reclutamiento para grupos radicales xenófobos, machistas, homófobos o discriminadores. Ya traté en otra entrada de ese efecto paradójico de las prohibiciones, que lleva, por ejemplo, a que tanto la marihuana como el cine sean de superior calidad en los países donde la primera se prohibe y el segundo se regula por la censura ( https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428900-marihuana-cinematografia-nacional ), y de manera similar cabe presumir que la "calidad" de los comentarios racistas, machistas y demás será más "intensa", o sea,más ofensiva y deleznable, donde su uso esté proscrito por "lo políticamente correcto".
A un nivel mucho más superficial pasa lo mismo. Estoy seguro de que no habrá nadie entre quienes lean esta entrada que no haya asistido a alguna situación en la que alguien, de pronto, haya dicho algo así como lo siguiente: "Ya sabéis que no soy machista (o racista u homófobo), pero ahora que estamos entre amigos y no hay ninguna mujer (o negro, o chino, o gitano, o marica, etc.) que se pueda mosquear y tomarlo por la tremenda, os voy a contar un chiste muy bueno...
Al igual que en un mercado "negro" el precio que alcanza un "bien" prohibido es más alto que el que alcanzaría en mercado "blanco" si no existiera esa prohibición, el "valor" de los comentarios/chistes racistas, machistas y demás en términos de la atención que atraen quienes los crean o producen crece en los mercados negros lingüísticos, lo que les incentiva a hacerlo. En suma, que al igual que las prohibiciones no acaban con el consumo de drogas, tampoco la prohibición del lenguaje políticamente correcto acaba con su uso, sino todo lo contrario. El atractivo de "lo prohibido" da un valor adicional a esos comentarios/chistes en una economía, la economía de la atención en la que lo más escaso, difícil y valioso para cualquiera es conseguir que los demás te presten unos segundos su atención en un mundo, como lo es el de la nuevas tecnologías, en que desde todos los frentes y a a todas horas todos compiten por ese recurso escaso por excelencia: el tiempo, la atención de los otros.
Pero el lenguaje políticamente correcto no sólo prohíbe el uso de algunos términos, sino que tiene otra dimensión: la de obligar a usar otros. Un ejemplo común es la obligación del uso de un lenguaje inclusivo, que exige del uso del género masculino y del género femenino innecesariamente para las cosas más estúpidas. Es esa una obligación cuya satisfacción, al menos durante un cierto tiempo, requiere del uso de numerosas neuronas, cosa que tendría que tener presente gente que usa y abusa de ese lenguaje inclusivo como, por ejemplo, don Pedro Sánchez, que no dispone de demasiadas de ellas.
Pues bien, al margen de ese ineficiente consumo de capacidad mental que exige ese estar permanentemente en guardia para que a uno no se le escape incluir en el lenguaje a todos y a todas en cualquier declaración sobre cualquier asunto que los y las afecte, capacidad mental que bien pudiera emplearse en ocupaciones más productivas, esa imposición de formas lingüísticas puede interpretarse/traducirse en términos económicos como un peaje, una suerte de precio que la corrección política establece que hay que pagar por hablar "apropiadamente".
LLaman los economistas "rent-seekers", o sea, "buscadores de rentas", a aquellos agentes económicos que se "buscan la vida", o sea, obtienen ingresos económicos no produciendo o intercambiando bienes y servicios que los demás valoran como útiles, sino poniendo trabas o apropiándose de lo que producen los demás. Son, en consecuencia, rentistas, no productores de nueva riqueza. Pongamos un ejemplo. Imaginemos un río en que hay un vado. El vado lo ha "creado" la naturaleza. No es de nadie. Es de todos y todos lo utilizan gratuítamente pues acceder a él es libre. Imaginemos, ahora, que alguien construye un puente y cobra un peaje por atravesarlo y consigue además que se prohíba ir por el vado. Ese sería un "rent-seeker", un aprovechado, un buscador de rentas.
Pues bien, la analogía es obvia: el vado es como el lenguaje, algo libre y gratuíto que sirve para comunicarse; el puente, por contra, es el lenguaje políticamente correcto en el sentido que obliga o impone a una determinada forma de comunicación, no libre, y por ende, costosa, no gratuíta. Sólo beneficia al "propietario" de ese puente. La pregunta aquí es la de quién se beneficia de ese innecesario coste impuesto a todo el mundo por el uso de ese supuesto lenguaje inclusivo. Y la respuesta no es fácil. Dudo que las mujeres sean como grupo las beneficiarias, pero si no lo son, entonces ¿quién? ¿Quién se puede beneficiar de ese retorcimiento de un lenguaje?¿Quién se puede beneficiar de tildar como machista a quien no usa de la innecesaria coletilla "y las..." acompañando a cualquier ennumeración aunque bastaría del uso del inclusivo género neutro? No lo sé.
Hace ya años, no obstante, que George Orwell avisó de que había que estar vigilantes contra los creadores de "neolenguas", por muy justificados moral o éticamente que se sientan y se digan quienes las imponen. Y ello se aplica exactamente igual a la "neolengua" que Orwell imaginó en su ficción en 1984 como al lenguaje políticamente correcto de nuestra realidad cotidiana. La Economía no puede sino suscribir modestamente esa advertencia orwelliana frente a las regulaciones del uso del lenguaje. El lenguaje es un bien libre. No es de nadie,y, en consecuencia, su uso es y debe ser gratuíto. Apropiarse privada o públicamente de él, en el sentido de regular su uso, equivale a expropiar lo que es de todos, apropiarse de lo que no es de nadie. Y eso se aplica tanto a los nacionalistas (españolistas, catalanistas, vascos, galleguistas etc., etc.) que quieren "imponer" una determinada lengua como aquellos que "imponen" cómo y cuańdo ha de ser usada. Tan expropiadores de lo común, tan ladrones en suma, de lo que es de todos, son los que tratan de imponer el uso del castellano, el catalán, el vasco, el gallego o el inglés como los que prohíben que los hablantes de una lengua la usen como quieran para expresar y comunicar sus sentimientos, ideas o emociones, aunque uno no comparta ni esas ideas, ni esos sentimientos, ni esas emociones.