FERNANDO ESTEVE MORA
Se conoce en Francia como el "Gran Remplazo" una suerte de "teoría" que a partir de datos "ciertos" como son los que reflejan la decadencia demográfica de las poblaciones (más o menos) autóctonas de Francia y, en general, de la Europa Occidental, o sea, de sus poblaciones mayoritariamente blancas, rubias y de "valores" cristianos así como la paralela expansión demográfica causada en esos lugares por la inmigración (y mayores tasas de reproducción) de gentes procedentes de África que o bien no son de raza (tan) blanca o no comparten los valores cristianos, propugnan que en Europa se está dando un "gran reemplazo" demográfico y cultural o civilizatorio en favor de las gentes de color más oscuro con valores islámicos o al menos no occidentales. Es una teoría conspiranoica pues, quienes la comparten, gentes todas de muy extremísima derecha y no sólo franceses (por ejemplo, Tucker Carlson, el tipo que ha entrevistado a Putin y de lo que hablé en el post anterior), sostienen que esos cambios poblacionales están permitidos, amparados y -en último término- promovidos por una élite económico/político/ideológico globalista y, más que laica, anticristiana, que no sólo está dispuesta a que la vieja y civilizadamente superior Europa blanca, rubia y cristiana desaparezca sino que tal cosa le parece deseable en pos de un mundo homogéneo, globalizado y ¡qué se yo! unificado a escala planetaria.
En España, salvo Santiago Abascal y algunos de sus secuaces, esa supuesta "teoría" no ha calado. O sea, que no goza de demasiada audiencia ni en los medios de la derechona de toda la vida, la derecha más religiosa, racista y carca. Puede haber para ello muchas razones o explicaciones. Quizás la más convincente sea sea la de que el "gran reemplazo" al que la sociedad española está asistiendo, es decir, la versión española y humilde del "Gran Reemplazo" a la francesa (ya se sabe, los franceses siempre con su "grandeur") , no es a la sustitución de los relativamente blancos y relativamente cristianos españoles "de toda la vida" (que los franceses y demás gentes del norte siempre por cierto (nos) tuvieron por africanos y más o menos islamizados) por los "moros" o más morenos africanos más o menos musulmanes, sino a otro tipo de reemplazo: la sustitución o gran reemplazo de los niños por perros y gatos.
Sí: ese es el gran reemplazo al que estamos asistiendo en su muy modesta versión española. Así, por ejemplo, ya en Madrid hay más perros y gatos que niños menores de 10 años, sean del "color" o de la religión que sean. Mi desprecio intelectual a los creyentes conspiranoicos en la versión francesa del "Gran Reemplazo" no llega al extremo de pensar que en sus delirios también echarán la culpa de este "gran reemplazo" a la española a la élite globalista y laica. Aunque no me extrañaría que alguno así lo creyese dado que hay algunos por ahí por esos campos de dios que, en mi más ecuánime opinión, estimo debieran estar a perpetuidad en un manicomio de los de antes.
No obstante, hay teorías callejeras y populares respecto a esta sustitución demográfica, no entre razas sino entre especies que -es evidente- se nos está viniendo encima. Se dice que es el egoísmo de las nuevas generaciones, su incapacidad para sacrificarse por los demás que es por cierto lo que siempre les ha tocado a todas las generaciones que en el mundo ha habido, sus deseos o preferencia por una vida de fiesta permanente, serían esas causas morales lo que estaría por debajo de este cambio demográfico. De este "gran reemplazo" pero con minúsculas.
No pesarían, en opinión de quienes sostienen estas tesis, los factores económicos. Y es que si las generaciones pasadas, que eran más pobres y vivían con más inseguridades y estrecheces económicas, se atrevieron a tener hijos, muchos o varios, entonces -así razonan- no es por razones de dinero sino de egoísmo o de perversión moral (el querer más a los chuchos que a los niños), lo que explicaría la disminución del número de niños a la vez que el aumento en el número de perros, pues como bien se sabe tener y mantener uno o varios perros no sale barato.
En suma, que sólo un cambio en los valores y preferencias , y singularmente en las mujeres jóvenes, pues ya se sabe que a fin de cuentas los hijos son más cosa de las madres que de los padres, y estas a lo que parece prefieren dedicar sus cuerpos a tener menos hijos, desviando perversamente su famoso instinto maternal a perros y gatos.
Fue Gary Becker el economista y Premio Nobel que allá por los lejanos años 60 del siglo pasado puso de manifiesto las consecuencias del evidente hecho de que para hacer algo no sólo se necesitaba tener dinero para comprar ese algo o las cosas necesarias para hacerlo, sino que -obviamente- se necesitaba tener tiempo disponible para hacerlo. Y que, a diferencia del dinero, que se puede tener más y más sin límite, ni los más milmillonarios del mundo pueden permitirse el comprarse días de más de 24 horas. Ricos y pobres tienen el mismo número de horas en cada día que vivan, el mismo número de días por semana y el mismo número de semanas por año. Sí, mientras vivan. La Naturaleza ha repartido ese recurso esencial, el Tiempo, de modo extremadamente igualitario entre todos los seres humanos.
La implicación de este evidente hecho es que, además del precio explícito o monetario que pagamos cuando compramos algo o por hacer algo, también pagamos un precio implícito o precio sombra que recoge o mide el valor o coste de oportunidad del tiempo requerido para hacer esa actividad, para consumir ese algo que hemos comprado. Al cociente entre el tiempo necesario para hacer una actividad y su precio unitario se le conoce como "coeficiente de intensidad temporal". Un bien o una actividad es más tiempo-intensivo que otro si su coeficiente de intensidad temporal es mayor.
Pongamos un ejemplo. Supongamos que para una persona, el tiempo que por término medio necesita emplear para ir y estar en un partido de fútbol es de 180 minutos (o sea tres horas), en tanto que el ir al cine sólo le lleva unos 120 minutos. Si, por poner un ejemplo de fácil cálculo suponemos que el coste monetario del cine son 12€ (entrada + palomitas), y el del fútbol es de 60€ (entrada + bocata), se tiene que el fútbol es mucho menos tiempo-intensivo (3 = 180/60) que el cine pues su coeficiente de intensidad temporal (3 = 180/60) es mucho más pequeño (10 = 120/12).
Ahora bien, si valoramos monetariamente el tiempo empleado en hacer o desarrollar una actividad y sumamos ese valor o precio implícito o precio sombra de la misma a su precio monetario o explícito tendremos el precio total o precio pleno de llevarla a cabo, o sea, lo que cuesta cuando se toman en consideración todos los costes en que se incurre al hacerla: los que se ven explícitamente y los que no se ven, pero están ahí implícitamente, como tiempo dedicado a a ella que tiene un coste de oportunidad puesto que si se dedica a ella no se puede dedicar a otra.
Volviendo al ejemplo del fútbol y el cine. Debería estar meridianamente claro que dada la diferencia de intensidades temporales bien puede ocurrir que cuando se tienen en cuenta los valores del tiempo, el cine salga (si se suma al precio monetario o explícito de ir al cine el precio sombra o implícito del tiempo que se ha de invertir en esa actividad) más caro que el precio total o precio pleno del futból. Adicionalmente se tiene que conforme crece el coste de oportunidad del tiempo (pues suben los salarios y el número de otras actividades alternativas que se pueden hacer), el precio total o precio pleno de las actividades tiempo-intensivas crece relativamente más que el precio pleno de las actividades menos intensivas, con los consiguientes y esperables efectos sobre la demanda de las mismas que hacen las gentes.
Como bien saben todos aquellos que los han tenido, no hay actividad que más tiempo requiera que el criar a un niño. Los niños, como todo padre sabe, son como vampiros del tiempo de sus padres. Le chupan el tiempo a uno. Y más aún, puede decirse con seguridad que el tener un hijo es probablemente la actividad más tiempo-intensiva que existe y que uno puede imaginar. Y no porque sea caro en términos de dinero, que teniendo en cuenta que la educación y la sanidad son gratuitas, y la existencia de ayudas y subvenciones, el tener un niño no es tan caro en términos de dinero (es curioso a este respecto que medidas tales como la gratuidad de las guarderías aumentan el coeficiente de intensidad temporal de tener hijos).
El tener un perro, obviamente, también consume tiempo, pero en nada se puede comparar en este respecto al tener un niño. Creo, en suma, que tener un hijo es una actividad mucho más tiempo-intensiva que tener un perro, de modo que conforme nuestro tiempo vale más (o sea, tiene un coste de oportunidad más elevado) debido a que el salario por hora es más alto así como porque en el mundo moderno cada vez tenemos más alternativas en que emplear nuestro tiempo a consecuencia del crecimiento económico, el caso es que el coste o precio pleno de tener niños se ha encarecido relativamente al de tener perros, y la gente ha respondido a estas señales de modo racional: es decir, variando la composición de la cesta de seres receptáculo y proveedores de cariño que "compran" de modo que cada vez economizan en ella de lo que se encarece relativamente más (o sea, de niños) y compran proporcionalemente más de lo que (aunque haya subido de precio en términos absolutos) se ha abaratado relativamente (o sea, perros). En suma, que la explicación económica del "gran reemplazo" a la española es muy simple: nada de élites globalistas y ateas sino la respuesta racional de las parejas jóvenes al cambio en los precios plenos de tener niños respecto al de tener mascotas. Como el precio pleno de los niños ha subido más que el de los perros y demás mascotas, racionalmente, esas parejas "compran" proporcionalmente menos niños y más mascotas.
Y las chicas jóvenes que estén hartas de que sus madres, abuelas y bisabuelas les abollen la cabeza con lo de tener hijos y se pongan como ejemplo de buenas madres y mujeres les pueden decir que si ellas fueron tan madres lo fue porque el coste de oportunidad de su tiempo era mucho más bajo. En aquellos tiempos en que las mujeres estaban excluidas de la mayoría de los mercados de trabajo y había tan pocas cosas que hacer con el tiempo no es nada extraño que se dedicasen a hacer hijos.
Pero, alguien dirá: no es lo mismo tener un niño que tener un hijo. Cierto. Tampoco es lo mismo ir al fútbol que la cine, y la lógica económica descrita se aplica tal cual. Pero, quizás merezca la pena meterse un poco más en este terreno tan pantanoso. Y es que ,si bien en los primeros años el cariño perruno es muy similar al cariño infantil, o sea, incondicional, a diferencia de los perros, y debido a cambios sistémicos, los padres en ningún caso pueden estar convencidos en que "el bien de consumo duradero" en que invirtieron dinero, tiempo y esfuerzo les reporte ninguna satisfacción: la adolescencia y la juventud se han convertido en estos tiempos en una época nada gratificante por los general ni para padres ni hijos. Pero, ni aún superada esa fase, las cosas se aclaran: las incertidumbres respecto al futuro han supuesto que ese supuesto, el de que los hijos de uno vivirán mejor que uno ya es difícilmente creíble. La probabilidad de que el futuro de los propios hijos no sea nada gratificante sin duda han de pesar negativamente sobre las expectativas de unos potenciales padres que por encima de todo quieren el bienestar de sus hijos a la hora de plantearse el tenerlos.
Dicho de otra manera, es lo más sensato y racional que las gentes estén prefiriendo cada vez más tener perros a tener hijos. Sencillamente, el tenerlos se ha hecho demasiado caro. Tanto, tanto, que sólo se los pueden permitir "los de siempre", es decir, los ricos. Como siempre. Aquellos que pueden contratar mucamas, criados, profesores particulares para cualquier actividad imaginable desde el baile y los modales en la mesa hasta la pintura, la música o la esgrima, internados, estancias en el extranjero, y demás que les "abaraten" el coste temporal de tenerlos y criarlos, a la vez que disponen de suficientes propiedades o activos como para no tener miedo por su futuro económico.
Desde esta perspectiva, el tener menos hijos y más perros puede también entenderse en términos de "lucha de clases". A fin de cuentas, y como siempre se ha sabido, los descensos en la población siempre han beneficiado económicamente a "los de abajo" (el ejemplo clásico es la subida de los niveles de vida de la mayoría de la población europea que quedó tras la gran catástrofe demográfica que fue la Peste Negra de 1349-51 que acabó con el treintaytantos por ciento de la población. Sencillamente, la disminución en la oferta de trabajadores supuso un ascenso de los salarios para el común de las gentes...que tuvieron -obviamente -que pagar los ricos de entonces). No es por eso nada extraño que sean "los de arriba" los que andan tan preocupados por esos reemplazos ya sean "Grandes", a la francesa, o "grandes" , más modestos, a la española. Y es que, como traté de demostrar en otra entrada ( https://www.rankia.com/blog/oikonomia/6090644-canibalismo-economico), las sociedades humanas son económicamente caníbales, antropófagas, de modo que las "fieras" o se los de arriba viven literalmente devorando a los "de abajo". Así que no es nada de extrañar si estos últimos deciden no reproducirse: es defenderse de la depredación abusiva de "los de arriba". Y tampoco es nada extraño que estos últimos anden estos tiempos preocupados con los datos demográficos: a este paso sencillamente lo que va a ocurrir es que "los de arriba" se van a quedar sin "alimento".
Se conoce en Francia como el "Gran Remplazo" una suerte de "teoría" que a partir de datos "ciertos" como son los que reflejan la decadencia demográfica de las poblaciones (más o menos) autóctonas de Francia y, en general, de la Europa Occidental, o sea, de sus poblaciones mayoritariamente blancas, rubias y de "valores" cristianos así como la paralela expansión demográfica causada en esos lugares por la inmigración (y mayores tasas de reproducción) de gentes procedentes de África que o bien no son de raza (tan) blanca o no comparten los valores cristianos, propugnan que en Europa se está dando un "gran reemplazo" demográfico y cultural o civilizatorio en favor de las gentes de color más oscuro con valores islámicos o al menos no occidentales. Es una teoría conspiranoica pues, quienes la comparten, gentes todas de muy extremísima derecha y no sólo franceses (por ejemplo, Tucker Carlson, el tipo que ha entrevistado a Putin y de lo que hablé en el post anterior), sostienen que esos cambios poblacionales están permitidos, amparados y -en último término- promovidos por una élite económico/político/ideológico globalista y, más que laica, anticristiana, que no sólo está dispuesta a que la vieja y civilizadamente superior Europa blanca, rubia y cristiana desaparezca sino que tal cosa le parece deseable en pos de un mundo homogéneo, globalizado y ¡qué se yo! unificado a escala planetaria.
En España, salvo Santiago Abascal y algunos de sus secuaces, esa supuesta "teoría" no ha calado. O sea, que no goza de demasiada audiencia ni en los medios de la derechona de toda la vida, la derecha más religiosa, racista y carca. Puede haber para ello muchas razones o explicaciones. Quizás la más convincente sea sea la de que el "gran reemplazo" al que la sociedad española está asistiendo, es decir, la versión española y humilde del "Gran Reemplazo" a la francesa (ya se sabe, los franceses siempre con su "grandeur") , no es a la sustitución de los relativamente blancos y relativamente cristianos españoles "de toda la vida" (que los franceses y demás gentes del norte siempre por cierto (nos) tuvieron por africanos y más o menos islamizados) por los "moros" o más morenos africanos más o menos musulmanes, sino a otro tipo de reemplazo: la sustitución o gran reemplazo de los niños por perros y gatos.
Sí: ese es el gran reemplazo al que estamos asistiendo en su muy modesta versión española. Así, por ejemplo, ya en Madrid hay más perros y gatos que niños menores de 10 años, sean del "color" o de la religión que sean. Mi desprecio intelectual a los creyentes conspiranoicos en la versión francesa del "Gran Reemplazo" no llega al extremo de pensar que en sus delirios también echarán la culpa de este "gran reemplazo" a la española a la élite globalista y laica. Aunque no me extrañaría que alguno así lo creyese dado que hay algunos por ahí por esos campos de dios que, en mi más ecuánime opinión, estimo debieran estar a perpetuidad en un manicomio de los de antes.
No obstante, hay teorías callejeras y populares respecto a esta sustitución demográfica, no entre razas sino entre especies que -es evidente- se nos está viniendo encima. Se dice que es el egoísmo de las nuevas generaciones, su incapacidad para sacrificarse por los demás que es por cierto lo que siempre les ha tocado a todas las generaciones que en el mundo ha habido, sus deseos o preferencia por una vida de fiesta permanente, serían esas causas morales lo que estaría por debajo de este cambio demográfico. De este "gran reemplazo" pero con minúsculas.
No pesarían, en opinión de quienes sostienen estas tesis, los factores económicos. Y es que si las generaciones pasadas, que eran más pobres y vivían con más inseguridades y estrecheces económicas, se atrevieron a tener hijos, muchos o varios, entonces -así razonan- no es por razones de dinero sino de egoísmo o de perversión moral (el querer más a los chuchos que a los niños), lo que explicaría la disminución del número de niños a la vez que el aumento en el número de perros, pues como bien se sabe tener y mantener uno o varios perros no sale barato.
En suma, que sólo un cambio en los valores y preferencias , y singularmente en las mujeres jóvenes, pues ya se sabe que a fin de cuentas los hijos son más cosa de las madres que de los padres, y estas a lo que parece prefieren dedicar sus cuerpos a tener menos hijos, desviando perversamente su famoso instinto maternal a perros y gatos.
Fue Gary Becker el economista y Premio Nobel que allá por los lejanos años 60 del siglo pasado puso de manifiesto las consecuencias del evidente hecho de que para hacer algo no sólo se necesitaba tener dinero para comprar ese algo o las cosas necesarias para hacerlo, sino que -obviamente- se necesitaba tener tiempo disponible para hacerlo. Y que, a diferencia del dinero, que se puede tener más y más sin límite, ni los más milmillonarios del mundo pueden permitirse el comprarse días de más de 24 horas. Ricos y pobres tienen el mismo número de horas en cada día que vivan, el mismo número de días por semana y el mismo número de semanas por año. Sí, mientras vivan. La Naturaleza ha repartido ese recurso esencial, el Tiempo, de modo extremadamente igualitario entre todos los seres humanos.
La implicación de este evidente hecho es que, además del precio explícito o monetario que pagamos cuando compramos algo o por hacer algo, también pagamos un precio implícito o precio sombra que recoge o mide el valor o coste de oportunidad del tiempo requerido para hacer esa actividad, para consumir ese algo que hemos comprado. Al cociente entre el tiempo necesario para hacer una actividad y su precio unitario se le conoce como "coeficiente de intensidad temporal". Un bien o una actividad es más tiempo-intensivo que otro si su coeficiente de intensidad temporal es mayor.
Pongamos un ejemplo. Supongamos que para una persona, el tiempo que por término medio necesita emplear para ir y estar en un partido de fútbol es de 180 minutos (o sea tres horas), en tanto que el ir al cine sólo le lleva unos 120 minutos. Si, por poner un ejemplo de fácil cálculo suponemos que el coste monetario del cine son 12€ (entrada + palomitas), y el del fútbol es de 60€ (entrada + bocata), se tiene que el fútbol es mucho menos tiempo-intensivo (3 = 180/60) que el cine pues su coeficiente de intensidad temporal (3 = 180/60) es mucho más pequeño (10 = 120/12).
Ahora bien, si valoramos monetariamente el tiempo empleado en hacer o desarrollar una actividad y sumamos ese valor o precio implícito o precio sombra de la misma a su precio monetario o explícito tendremos el precio total o precio pleno de llevarla a cabo, o sea, lo que cuesta cuando se toman en consideración todos los costes en que se incurre al hacerla: los que se ven explícitamente y los que no se ven, pero están ahí implícitamente, como tiempo dedicado a a ella que tiene un coste de oportunidad puesto que si se dedica a ella no se puede dedicar a otra.
Volviendo al ejemplo del fútbol y el cine. Debería estar meridianamente claro que dada la diferencia de intensidades temporales bien puede ocurrir que cuando se tienen en cuenta los valores del tiempo, el cine salga (si se suma al precio monetario o explícito de ir al cine el precio sombra o implícito del tiempo que se ha de invertir en esa actividad) más caro que el precio total o precio pleno del futból. Adicionalmente se tiene que conforme crece el coste de oportunidad del tiempo (pues suben los salarios y el número de otras actividades alternativas que se pueden hacer), el precio total o precio pleno de las actividades tiempo-intensivas crece relativamente más que el precio pleno de las actividades menos intensivas, con los consiguientes y esperables efectos sobre la demanda de las mismas que hacen las gentes.
Como bien saben todos aquellos que los han tenido, no hay actividad que más tiempo requiera que el criar a un niño. Los niños, como todo padre sabe, son como vampiros del tiempo de sus padres. Le chupan el tiempo a uno. Y más aún, puede decirse con seguridad que el tener un hijo es probablemente la actividad más tiempo-intensiva que existe y que uno puede imaginar. Y no porque sea caro en términos de dinero, que teniendo en cuenta que la educación y la sanidad son gratuitas, y la existencia de ayudas y subvenciones, el tener un niño no es tan caro en términos de dinero (es curioso a este respecto que medidas tales como la gratuidad de las guarderías aumentan el coeficiente de intensidad temporal de tener hijos).
El tener un perro, obviamente, también consume tiempo, pero en nada se puede comparar en este respecto al tener un niño. Creo, en suma, que tener un hijo es una actividad mucho más tiempo-intensiva que tener un perro, de modo que conforme nuestro tiempo vale más (o sea, tiene un coste de oportunidad más elevado) debido a que el salario por hora es más alto así como porque en el mundo moderno cada vez tenemos más alternativas en que emplear nuestro tiempo a consecuencia del crecimiento económico, el caso es que el coste o precio pleno de tener niños se ha encarecido relativamente al de tener perros, y la gente ha respondido a estas señales de modo racional: es decir, variando la composición de la cesta de seres receptáculo y proveedores de cariño que "compran" de modo que cada vez economizan en ella de lo que se encarece relativamente más (o sea, de niños) y compran proporcionalemente más de lo que (aunque haya subido de precio en términos absolutos) se ha abaratado relativamente (o sea, perros). En suma, que la explicación económica del "gran reemplazo" a la española es muy simple: nada de élites globalistas y ateas sino la respuesta racional de las parejas jóvenes al cambio en los precios plenos de tener niños respecto al de tener mascotas. Como el precio pleno de los niños ha subido más que el de los perros y demás mascotas, racionalmente, esas parejas "compran" proporcionalmente menos niños y más mascotas.
Y las chicas jóvenes que estén hartas de que sus madres, abuelas y bisabuelas les abollen la cabeza con lo de tener hijos y se pongan como ejemplo de buenas madres y mujeres les pueden decir que si ellas fueron tan madres lo fue porque el coste de oportunidad de su tiempo era mucho más bajo. En aquellos tiempos en que las mujeres estaban excluidas de la mayoría de los mercados de trabajo y había tan pocas cosas que hacer con el tiempo no es nada extraño que se dedicasen a hacer hijos.
Pero, alguien dirá: no es lo mismo tener un niño que tener un hijo. Cierto. Tampoco es lo mismo ir al fútbol que la cine, y la lógica económica descrita se aplica tal cual. Pero, quizás merezca la pena meterse un poco más en este terreno tan pantanoso. Y es que ,si bien en los primeros años el cariño perruno es muy similar al cariño infantil, o sea, incondicional, a diferencia de los perros, y debido a cambios sistémicos, los padres en ningún caso pueden estar convencidos en que "el bien de consumo duradero" en que invirtieron dinero, tiempo y esfuerzo les reporte ninguna satisfacción: la adolescencia y la juventud se han convertido en estos tiempos en una época nada gratificante por los general ni para padres ni hijos. Pero, ni aún superada esa fase, las cosas se aclaran: las incertidumbres respecto al futuro han supuesto que ese supuesto, el de que los hijos de uno vivirán mejor que uno ya es difícilmente creíble. La probabilidad de que el futuro de los propios hijos no sea nada gratificante sin duda han de pesar negativamente sobre las expectativas de unos potenciales padres que por encima de todo quieren el bienestar de sus hijos a la hora de plantearse el tenerlos.
Dicho de otra manera, es lo más sensato y racional que las gentes estén prefiriendo cada vez más tener perros a tener hijos. Sencillamente, el tenerlos se ha hecho demasiado caro. Tanto, tanto, que sólo se los pueden permitir "los de siempre", es decir, los ricos. Como siempre. Aquellos que pueden contratar mucamas, criados, profesores particulares para cualquier actividad imaginable desde el baile y los modales en la mesa hasta la pintura, la música o la esgrima, internados, estancias en el extranjero, y demás que les "abaraten" el coste temporal de tenerlos y criarlos, a la vez que disponen de suficientes propiedades o activos como para no tener miedo por su futuro económico.
Desde esta perspectiva, el tener menos hijos y más perros puede también entenderse en términos de "lucha de clases". A fin de cuentas, y como siempre se ha sabido, los descensos en la población siempre han beneficiado económicamente a "los de abajo" (el ejemplo clásico es la subida de los niveles de vida de la mayoría de la población europea que quedó tras la gran catástrofe demográfica que fue la Peste Negra de 1349-51 que acabó con el treintaytantos por ciento de la población. Sencillamente, la disminución en la oferta de trabajadores supuso un ascenso de los salarios para el común de las gentes...que tuvieron -obviamente -que pagar los ricos de entonces). No es por eso nada extraño que sean "los de arriba" los que andan tan preocupados por esos reemplazos ya sean "Grandes", a la francesa, o "grandes" , más modestos, a la española. Y es que, como traté de demostrar en otra entrada ( https://www.rankia.com/blog/oikonomia/6090644-canibalismo-economico), las sociedades humanas son económicamente caníbales, antropófagas, de modo que las "fieras" o se los de arriba viven literalmente devorando a los "de abajo". Así que no es nada de extrañar si estos últimos deciden no reproducirse: es defenderse de la depredación abusiva de "los de arriba". Y tampoco es nada extraño que estos últimos anden estos tiempos preocupados con los datos demográficos: a este paso sencillamente lo que va a ocurrir es que "los de arriba" se van a quedar sin "alimento".