FERNANDO ESTEVE MORA
En una entrada titulada "Explaining the LGBT Explosion" (7/4/22) en el blog Bet on It https://betonit.substack.com/p/lgbt-explosion) del economista de la escuela austriaca Bryan Caplan se recoge la siguiente tabla :
que ofrece los datos de un estudio/encuesta de Gallup del año 2021 acerca del comportamiento sexual LGBT en los EE.UU.
Salta a la vista que esos datos corroboran lo que todo el mundo reconoce está sucediendo, y es el cambio generacional hacia una mayor "fluidez" a la hora de definir su comportamiento en el terreno sexual/género por parte de los norteamericanos, y -estoy seguro- no sólo de ellos. Si bien, sin embargo, es también evidente que, aunque es muy razonable esperarlo, no se puede concluir a partir de los datos de la tabla, que se haya producido lo que Caplan define como una "explosión" de los comportamientos sexuales encuadrados bajo el acrónimo LGBT, pues para ser precisos y así afirmarlo tendríamos que tener datos de otros años de modo que se viese esa evolución (o "explosión"). No obstante, supondremos que -aún careciendo de datos- sí que se ha dado un crecimiento porcentual de las personas LGTB en la población en las últimas décadas.
En cualquier caso, los datos de la tabla lo que sí que manifiestan claramente es la existencia de una "explosión" de los comportamientos sexuales LGTB, pero una "explosión" digamos que "controlada" o "sesgada" en la medida que lo que muestran es que los comportamientos LGTB no se encuentran homogéneamente distribuidos intergeneracionalmente, sino que se produce de modo progresivo y diferencial un incremento porcentual de la población LGTB en las generaciones más jóvenes.
Resulta así casi increíble el cambio generacional a la hora de optar por la bisexualidad (en tanto que sólo un 0,2% de la población que nació antes de 1945 se declara bisexual, un 15% de la Generación Z se define como tal), y también es reseñable el enorme aumento en el porcentaje de mujeres que se declara lesbiana, y también es muy elevado el crecimiento de la población gay y transgénero en las generaciones más jóvenes.
Para muchos nada habría de sorprendente en estos datos. Sólo reflejarían cómo, y por fin, la sociedad norteamericana, y por extensión la sociedad occidental, se ha vuelto tolerante respecto a las preferencias sexuales antes consideradas pecaminosas, de modo que -incluso- cabría esperar que en el futuro todavía crecieran más esos porcentajes conforme la normalización de los mismos alcanzara mayores cuotas de aceptación social.
Pero esta perspectiva es, de salida, equivocada. Y es que si bien cabe acudir a la mayor tolerancia para "explicar" el aumento en el número de personas LGTB, a la hora de dar cuenta del cambio intergeneracional en el comportamiento sexual no vale sin embargo el recurrir a una mayor tolerancia social respecto a estos comportamientos sexuales, otrora calificados de desviados o perversos. Recuérdese que el estudio de Gallup se hace para todas los encuestados de todas las generaciones en el mismo año: en 2021, por lo que no hay razones para pensar que en ese año hubiera una tolerancia diferencial hacia los comportamientos LGTB de las personas de distintas generaciones por lo que no debiera haber en principio motivos para que se de como así ocurre esa clara asimetría intergeneracional, es decir que las generaciones sean tan diferentes respecto al porcentaje de personas LGTB que en ellas hay. La cuestión por lo tanto de que por qué las generaciones muestran más comportamientos LGTB conforme más jóvenes o recientes son no puede responderse pues acudiendo a la mayor tolerancia actual respecto a esos comportamientos, pues -repito- la tolerancia mayor lo es para los comportamientos independientemente de la edad de quien los haga
Pues bien, a la hora de dar cuenta de esa variación intergeneracional en los comportamientos LGTB, Caplan -como está ahora de moda- recurre como supuesta "explicación" a un cambio en las preferencias de la gente fruto del "contagio social".
(Antes de seguir, y dada la enorme susceptibilidad que hay ahora en torno a estos temas, he de recalcar que nada peyorativo hay por usar los términos "contagio social" , nada que tenga que ver con el contagio de algo malo o infeccioso, nada que tenga que ver con una epidemia. NO, "contagio social" es un concepto usado en Teoría de Redes y se refiere a los mecanismos por los que los agentes que se encuentran en una red social se influyen mutuamente en su comportamiento en función del tipo de estructura y conectividad de esa red)
Pues bien, el que un economista de la talla y prestigio de Bryan Caplan recurra para explicar un cambio en el comportamiento de unos individuos al cambio en sus gustos o preferencias a consecuencia de una suerte de "contagio social" es algo que me extraña y mucho, porque al así hacerlo, al recurrir a la hora de explicar a un cambio en un comportamiento a un cambio mental, a algo que sucede dentro de las cabezas de las gentes, es algo típico de psicólogos o de sociólogos, no de economistas.
En efecto, desde que en 1977 dos premios nobel de la talla de George Stigler y Gary Becker establecieran que, de salida, los economistas no discutían sobre los gustos o las preferencias de los individuos a la hora de explicar cómo se comportaban sino de las variaciones en sus condiciones económicas, en sus precios y niveles de rentas, quedó claro que -de salida- a la hora de explicar los comportamientos sean los que sean los economistas no recurren a la claramente facilona opción de "explicarlos" por el sencillo expediente de que la gente cambia su comportamiento porque cambia sus gustos o preferencias (cosa que si se piensa un momento, nada explica, pues sólo transfiere el problema de la explicación a un nivel superior, el de qué explica ese cambio en las preferencias).
Por supuesto, este punto de partida metodológico no excluye el que la gente cambie sus gustos, y así Stigler y Becker construyen una teoría que explica los cambios en las preferencias, pero sin necesidad de meterse en honduras teóricas, lo que su posición metodológica exige a todo economista es que antes de plantearse una explicación de un cambio en el comportamiento de las gentes acudiendo a un cambio mental en sus gustos y preferencias, un economista ha de "mirar a otro lado", ha de mirar a lo que ha pasado con los precios relativos y los niveles de renta para ver si algo ahí fuera de sus cabezas haya ocurrido que les haya llevado a las gentes a cambiar su comportamiento sin alterar sus preferencias de fondo. Es decir, que una de las diferencias más claras y tajantes entre economistas por un lado y politólogos, sociólogos, moralistas y psicólogos, es que los primeros sólo de modo muy remiso, o sea, si no les queda otro remedio, acuden a explicar los cambios en los comportamientos humanos en términos de cambios mentales, ideológicos o de preferencias.
En consecuencia, el que Bryan Caplan acuda a que la gente ha cambiado sus preferencias sexuales por la "influencia" o "contagio" social como explicación del auge general e intergeneracional de los comportamientos LGTB en la población norteamericana es, para un economista, "cambiarse de acera".
Y, además, pasa que acudir a ese "expediente" de lo mental o de lo psicológico por mucha es una explicación que no es nada concluyente pues admitirla requiere adicionalmente explicar porqué las generaciones cuanto más viejas son menos susceptibles a ese "contagio social". En efecto, dado que las generaciones no viven totalmente aisladas las unas de las otras, la existencia de más población "joven" de genero o comportamiento sexual "fluído" no sólo afectaría a otros jóvenes sino también a las personas de otras generaciones más viejas.
Es decir, que la explicación de Caplan requiere hipótesis adicionales del estilo de una suerte de "inmunidad" generacional diferencial que "protegiese" a las generaciones más viejas del "contagio" del comportamiento LGTB.
(De nuevo, uso el término inmunidad y "protección" por analogía y como recurso retórico sin contenido peyorativo alguno. Por supuesto que no considero a las personas LGTB como enfermas . Todo lo contrario, enfermos lo están quienes así las consideran.)
Cierto que cabe aquí aludir a la rigidez o pérdida de flexibilidad normal y típica asociada a la edad, como justificación a esa "inmunidad" o resistencia diferencial al contagio social diferencial de las generaciones conforme más viejas son, y sin duda ese factor actúa y está presente en ese cambio diferencial generacional observado, pero creo que, antes de suponer que es la única y más relevante explicación merece la pena volver a la manera convencional de explicación por parte de un economista. Es decir, merece la pena seguir la metodología de Stigler y Becker y mirara a ver qué ha pasado con los precios.
En un libro ya "antiguo", La cultura norteamericana contemporánea. Una visión antropológica, Marvin Harris, un antropólogo materialista economicista que siempre a la hora de explicar los más diversos comportamientos (desde el que los hindúes no comiesen carne de vaca o los judios y musulmanes no coman carne de cerdo, hasta la guerra, etc., etc.) lo hacía siempre en términos de análisis coste-beneficio, como los comportamientos más eficientes desde el punto de vista económico, explicó también el auge del movimiento feminista y del movimiento de liberación homosexual en los años 60-70 en los EE.UU. como consecuencia de los cambios en las condiciones económicas que la sociedad norteamericana estaba viviendo.
Concretamente, Harris partía de un hecho empirico y es que los estudios antropológicos encontraban que existía una elevada correlación entre las sociedades pro-natalistas donde se defendía la sexualidad como medio para la procreación por encima de la sexualidad en sí misma con sociedades donde la sexualidad no heterosexual era ridiculizada o perseguida. Por contra, las sexualidades no procreadoras eran aceptadas e incluso estimuladas en las sociedades anti-natalistas, aquellas donde la reproducción incontrolada amenaza la supervivencia y donde, por consiguiente, el control de la natalidad era necesario. Es decir, que por ejemplo, la prohibición en la Biblia de los comportamientos sexuales no procreadores de modo que los judíos cumpliesen el mandato bíblico del "creced y multiplicaos" era característica de una sociedad expansiva o incluso imperialista; en tanto que la aceptación social de la homosexualidad e incluso su fomento era típico de las polis griegas limitadas territorialmente y en las que el crecimiento poblacional les llevaba rápidamente a una trampa malthusiana. Y es que, desde este punto de vista, o sea, desde el punto de vista malthusiano (aunque obviamente esto no lo hubiese aceptado el reverendo Thomas Robert Malthus) , es obvio que las sexualidades no hetero pueden entenderse como mecanismos indirectos de control de la natalidad.
Ahora bien, a la hora de calificar a una sociedad como pro-natalista o antinatalista no basta ni es lo más relevante acudir a sus leyes o sus valores sociales expresos, sino que Harris acentuaba la necesidad de mirar si la sociedad en la práctica estimulaba o no la natalidad, es decir, si realmente encarecía o abarataba el hecho de tener hijos. Y lo que Harris observaba es que desde finales de los años 50, el coste de tener hijos había crecido de modo destacable en los Estados Unidos, es decir que la sociedad norteamericana pese a sus proclamaciones y legislación pronatalista se había convertido en la práctica en una sociedad antinatalista, pues el coste de formar y mantener una familia tradicional había subido de modo relevante. Y lo ha seguido haciendo en las décadas siguientes a la publicación de su libro.
El tener, mantener, educar a un hijo es una actividad carísima. No hay actividad más tiempo-intensiva, por lo que el coste de oportunidad de la paternidad crece conforme crece el salrio medio. Tampoco los costes explícitos del mantenimiento y la educación de los hijos no han hecho sino crecer conforme los años de educación se han prolongado. Y, finalmente, lo que podríamos denominar "costes" morales tambén han crecido conforme los psicólogos y pedagogos han convertido la paternidad en una actividad tan complicada que ningún padre hoy en día puede estar seguro de que lo va a hacer bien, y sólo puede esperar como mucho a no traumatizar demasiado a sus hijos pues seguro que les hará algún tipo de daño emocional, psicológico o qué se yo, con el correspondiente complejo de culpa. Realmente es más fácil, menos costoso, no sólo en términos económicos sino psicológicos también, tener un chucho en vez de un niño , y por eso no es nada extraño que cada vez más haya parejas con perros en vez de niños.
Dicho de otra manera, el precio relativo de la sexualidad heterosexual y procreadora ha ido subiendo paulatina y continuamente con respecto al precio de la sexualidad no reproductiva, incluida aquí la sexualidad LGTB. Y la respuesta racional a esa subida en el precio relativo de tener hijos ha sido, obviamente, el tener menos. Tanto la revolución de los anticonceptivos como la mayor tolerancia hacia las sexualidades LGTB (o sea, su abaratamiento en términos económicos) han permitido a las gentes acomodarse a la nueva estructura de precios relativos de los comportamientos sexuales. Y dado que ese problema (el del coste creciente de la sexualidad reproductiva) afecta diferencialmente más a las generaciones más jóvenes, que son las que han de elegir si reproducirse o no, el efecto lógicamente ha sido mayor en ellas, como así se observa en el peso diferencialmente más elevado de los comportamientos LGTB en ellas.
En una entrada titulada "Explaining the LGBT Explosion" (7/4/22) en el blog Bet on It https://betonit.substack.com/p/lgbt-explosion) del economista de la escuela austriaca Bryan Caplan se recoge la siguiente tabla :
Salta a la vista que esos datos corroboran lo que todo el mundo reconoce está sucediendo, y es el cambio generacional hacia una mayor "fluidez" a la hora de definir su comportamiento en el terreno sexual/género por parte de los norteamericanos, y -estoy seguro- no sólo de ellos. Si bien, sin embargo, es también evidente que, aunque es muy razonable esperarlo, no se puede concluir a partir de los datos de la tabla, que se haya producido lo que Caplan define como una "explosión" de los comportamientos sexuales encuadrados bajo el acrónimo LGBT, pues para ser precisos y así afirmarlo tendríamos que tener datos de otros años de modo que se viese esa evolución (o "explosión"). No obstante, supondremos que -aún careciendo de datos- sí que se ha dado un crecimiento porcentual de las personas LGTB en la población en las últimas décadas.
En cualquier caso, los datos de la tabla lo que sí que manifiestan claramente es la existencia de una "explosión" de los comportamientos sexuales LGTB, pero una "explosión" digamos que "controlada" o "sesgada" en la medida que lo que muestran es que los comportamientos LGTB no se encuentran homogéneamente distribuidos intergeneracionalmente, sino que se produce de modo progresivo y diferencial un incremento porcentual de la población LGTB en las generaciones más jóvenes.
Resulta así casi increíble el cambio generacional a la hora de optar por la bisexualidad (en tanto que sólo un 0,2% de la población que nació antes de 1945 se declara bisexual, un 15% de la Generación Z se define como tal), y también es reseñable el enorme aumento en el porcentaje de mujeres que se declara lesbiana, y también es muy elevado el crecimiento de la población gay y transgénero en las generaciones más jóvenes.
Para muchos nada habría de sorprendente en estos datos. Sólo reflejarían cómo, y por fin, la sociedad norteamericana, y por extensión la sociedad occidental, se ha vuelto tolerante respecto a las preferencias sexuales antes consideradas pecaminosas, de modo que -incluso- cabría esperar que en el futuro todavía crecieran más esos porcentajes conforme la normalización de los mismos alcanzara mayores cuotas de aceptación social.
Pero esta perspectiva es, de salida, equivocada. Y es que si bien cabe acudir a la mayor tolerancia para "explicar" el aumento en el número de personas LGTB, a la hora de dar cuenta del cambio intergeneracional en el comportamiento sexual no vale sin embargo el recurrir a una mayor tolerancia social respecto a estos comportamientos sexuales, otrora calificados de desviados o perversos. Recuérdese que el estudio de Gallup se hace para todas los encuestados de todas las generaciones en el mismo año: en 2021, por lo que no hay razones para pensar que en ese año hubiera una tolerancia diferencial hacia los comportamientos LGTB de las personas de distintas generaciones por lo que no debiera haber en principio motivos para que se de como así ocurre esa clara asimetría intergeneracional, es decir que las generaciones sean tan diferentes respecto al porcentaje de personas LGTB que en ellas hay. La cuestión por lo tanto de que por qué las generaciones muestran más comportamientos LGTB conforme más jóvenes o recientes son no puede responderse pues acudiendo a la mayor tolerancia actual respecto a esos comportamientos, pues -repito- la tolerancia mayor lo es para los comportamientos independientemente de la edad de quien los haga
Pues bien, a la hora de dar cuenta de esa variación intergeneracional en los comportamientos LGTB, Caplan -como está ahora de moda- recurre como supuesta "explicación" a un cambio en las preferencias de la gente fruto del "contagio social".
(Antes de seguir, y dada la enorme susceptibilidad que hay ahora en torno a estos temas, he de recalcar que nada peyorativo hay por usar los términos "contagio social" , nada que tenga que ver con el contagio de algo malo o infeccioso, nada que tenga que ver con una epidemia. NO, "contagio social" es un concepto usado en Teoría de Redes y se refiere a los mecanismos por los que los agentes que se encuentran en una red social se influyen mutuamente en su comportamiento en función del tipo de estructura y conectividad de esa red)
Pues bien, el que un economista de la talla y prestigio de Bryan Caplan recurra para explicar un cambio en el comportamiento de unos individuos al cambio en sus gustos o preferencias a consecuencia de una suerte de "contagio social" es algo que me extraña y mucho, porque al así hacerlo, al recurrir a la hora de explicar a un cambio en un comportamiento a un cambio mental, a algo que sucede dentro de las cabezas de las gentes, es algo típico de psicólogos o de sociólogos, no de economistas.
En efecto, desde que en 1977 dos premios nobel de la talla de George Stigler y Gary Becker establecieran que, de salida, los economistas no discutían sobre los gustos o las preferencias de los individuos a la hora de explicar cómo se comportaban sino de las variaciones en sus condiciones económicas, en sus precios y niveles de rentas, quedó claro que -de salida- a la hora de explicar los comportamientos sean los que sean los economistas no recurren a la claramente facilona opción de "explicarlos" por el sencillo expediente de que la gente cambia su comportamiento porque cambia sus gustos o preferencias (cosa que si se piensa un momento, nada explica, pues sólo transfiere el problema de la explicación a un nivel superior, el de qué explica ese cambio en las preferencias).
Por supuesto, este punto de partida metodológico no excluye el que la gente cambie sus gustos, y así Stigler y Becker construyen una teoría que explica los cambios en las preferencias, pero sin necesidad de meterse en honduras teóricas, lo que su posición metodológica exige a todo economista es que antes de plantearse una explicación de un cambio en el comportamiento de las gentes acudiendo a un cambio mental en sus gustos y preferencias, un economista ha de "mirar a otro lado", ha de mirar a lo que ha pasado con los precios relativos y los niveles de renta para ver si algo ahí fuera de sus cabezas haya ocurrido que les haya llevado a las gentes a cambiar su comportamiento sin alterar sus preferencias de fondo. Es decir, que una de las diferencias más claras y tajantes entre economistas por un lado y politólogos, sociólogos, moralistas y psicólogos, es que los primeros sólo de modo muy remiso, o sea, si no les queda otro remedio, acuden a explicar los cambios en los comportamientos humanos en términos de cambios mentales, ideológicos o de preferencias.
En consecuencia, el que Bryan Caplan acuda a que la gente ha cambiado sus preferencias sexuales por la "influencia" o "contagio" social como explicación del auge general e intergeneracional de los comportamientos LGTB en la población norteamericana es, para un economista, "cambiarse de acera".
Y, además, pasa que acudir a ese "expediente" de lo mental o de lo psicológico por mucha es una explicación que no es nada concluyente pues admitirla requiere adicionalmente explicar porqué las generaciones cuanto más viejas son menos susceptibles a ese "contagio social". En efecto, dado que las generaciones no viven totalmente aisladas las unas de las otras, la existencia de más población "joven" de genero o comportamiento sexual "fluído" no sólo afectaría a otros jóvenes sino también a las personas de otras generaciones más viejas.
Es decir, que la explicación de Caplan requiere hipótesis adicionales del estilo de una suerte de "inmunidad" generacional diferencial que "protegiese" a las generaciones más viejas del "contagio" del comportamiento LGTB.
(De nuevo, uso el término inmunidad y "protección" por analogía y como recurso retórico sin contenido peyorativo alguno. Por supuesto que no considero a las personas LGTB como enfermas . Todo lo contrario, enfermos lo están quienes así las consideran.)
Cierto que cabe aquí aludir a la rigidez o pérdida de flexibilidad normal y típica asociada a la edad, como justificación a esa "inmunidad" o resistencia diferencial al contagio social diferencial de las generaciones conforme más viejas son, y sin duda ese factor actúa y está presente en ese cambio diferencial generacional observado, pero creo que, antes de suponer que es la única y más relevante explicación merece la pena volver a la manera convencional de explicación por parte de un economista. Es decir, merece la pena seguir la metodología de Stigler y Becker y mirara a ver qué ha pasado con los precios.
En un libro ya "antiguo", La cultura norteamericana contemporánea. Una visión antropológica, Marvin Harris, un antropólogo materialista economicista que siempre a la hora de explicar los más diversos comportamientos (desde el que los hindúes no comiesen carne de vaca o los judios y musulmanes no coman carne de cerdo, hasta la guerra, etc., etc.) lo hacía siempre en términos de análisis coste-beneficio, como los comportamientos más eficientes desde el punto de vista económico, explicó también el auge del movimiento feminista y del movimiento de liberación homosexual en los años 60-70 en los EE.UU. como consecuencia de los cambios en las condiciones económicas que la sociedad norteamericana estaba viviendo.
Concretamente, Harris partía de un hecho empirico y es que los estudios antropológicos encontraban que existía una elevada correlación entre las sociedades pro-natalistas donde se defendía la sexualidad como medio para la procreación por encima de la sexualidad en sí misma con sociedades donde la sexualidad no heterosexual era ridiculizada o perseguida. Por contra, las sexualidades no procreadoras eran aceptadas e incluso estimuladas en las sociedades anti-natalistas, aquellas donde la reproducción incontrolada amenaza la supervivencia y donde, por consiguiente, el control de la natalidad era necesario. Es decir, que por ejemplo, la prohibición en la Biblia de los comportamientos sexuales no procreadores de modo que los judíos cumpliesen el mandato bíblico del "creced y multiplicaos" era característica de una sociedad expansiva o incluso imperialista; en tanto que la aceptación social de la homosexualidad e incluso su fomento era típico de las polis griegas limitadas territorialmente y en las que el crecimiento poblacional les llevaba rápidamente a una trampa malthusiana. Y es que, desde este punto de vista, o sea, desde el punto de vista malthusiano (aunque obviamente esto no lo hubiese aceptado el reverendo Thomas Robert Malthus) , es obvio que las sexualidades no hetero pueden entenderse como mecanismos indirectos de control de la natalidad.
Ahora bien, a la hora de calificar a una sociedad como pro-natalista o antinatalista no basta ni es lo más relevante acudir a sus leyes o sus valores sociales expresos, sino que Harris acentuaba la necesidad de mirar si la sociedad en la práctica estimulaba o no la natalidad, es decir, si realmente encarecía o abarataba el hecho de tener hijos. Y lo que Harris observaba es que desde finales de los años 50, el coste de tener hijos había crecido de modo destacable en los Estados Unidos, es decir que la sociedad norteamericana pese a sus proclamaciones y legislación pronatalista se había convertido en la práctica en una sociedad antinatalista, pues el coste de formar y mantener una familia tradicional había subido de modo relevante. Y lo ha seguido haciendo en las décadas siguientes a la publicación de su libro.
El tener, mantener, educar a un hijo es una actividad carísima. No hay actividad más tiempo-intensiva, por lo que el coste de oportunidad de la paternidad crece conforme crece el salrio medio. Tampoco los costes explícitos del mantenimiento y la educación de los hijos no han hecho sino crecer conforme los años de educación se han prolongado. Y, finalmente, lo que podríamos denominar "costes" morales tambén han crecido conforme los psicólogos y pedagogos han convertido la paternidad en una actividad tan complicada que ningún padre hoy en día puede estar seguro de que lo va a hacer bien, y sólo puede esperar como mucho a no traumatizar demasiado a sus hijos pues seguro que les hará algún tipo de daño emocional, psicológico o qué se yo, con el correspondiente complejo de culpa. Realmente es más fácil, menos costoso, no sólo en términos económicos sino psicológicos también, tener un chucho en vez de un niño , y por eso no es nada extraño que cada vez más haya parejas con perros en vez de niños.
Dicho de otra manera, el precio relativo de la sexualidad heterosexual y procreadora ha ido subiendo paulatina y continuamente con respecto al precio de la sexualidad no reproductiva, incluida aquí la sexualidad LGTB. Y la respuesta racional a esa subida en el precio relativo de tener hijos ha sido, obviamente, el tener menos. Tanto la revolución de los anticonceptivos como la mayor tolerancia hacia las sexualidades LGTB (o sea, su abaratamiento en términos económicos) han permitido a las gentes acomodarse a la nueva estructura de precios relativos de los comportamientos sexuales. Y dado que ese problema (el del coste creciente de la sexualidad reproductiva) afecta diferencialmente más a las generaciones más jóvenes, que son las que han de elegir si reproducirse o no, el efecto lógicamente ha sido mayor en ellas, como así se observa en el peso diferencialmente más elevado de los comportamientos LGTB en ellas.