FERNANDO ESTEVE MORA
Hace tiempo me contaron una historia, un cuento, que suelo utilizar en mis clases de Economía del Comportamiento para ilustrar uno de los aspectos claves de la denominada "Prospect Theory", pieza básica de esa aproximación económica. Concretamente hago uso de esa historia para ejemplificar la cuestión del "punto de referencia", la idea de que los acontecimientos o sus efectos o consecuencias no son evaluados como "ganancias" o "pérdidas" en abstracto o en sí mismos sino que son considerados como tales, como ganancias o pérdidas, en relación con la posición o punto de referencia que se tenga.
La historia es la siguiente. En los tiempos del primer gobierno de Zapatero, cuando Miguel Ángel Moratinos era Ministro de Asuntos Exteriores se estuvo a punto de resolver de una vez por todas el espinoso asunto de Gibraltar que ha enturbiado, y parece que seguirá enturbiando, las relaciones de España con Gran Bretaña desde el Tratado de Utrecht que dio fin a la Guerra de Sucesión a comienzos del siglo XVIII.
El caso es que a principios del siglo XXI la "cosa" por fin parecía fácil. Quedaban años para el Brexit, y si bien el camino desde la Unión Económica de Europa hacia unos Estados Unidos de Europa no parecía fácil tampoco parecía imposible. España y Gran Bretaña eran socios comunitarios, la frontera entre Gibraltar y España no existía y el asunto de la soberanía cada vez tenía menos relevancia práctica en la medida que cada vez la independencia real tanto de España como de Gran Bretaña tenía cada vez más un ámbito más reducido en la medida que ambos países habían de someterse a los dictados o directivas que emanaban de Bruselas.
Y si eso era así, si la cuestión de la soberanía ya no real sino también formal era cada vez una cosa del pasado, ¿por qué no hacer frente al asunto de la soberanía sobre Gibraltar en forma de una soberanía compartida dentro del paraguas de la Unión Europea? La verdad es que parecía cosa fácil. Bastaba con que Gran Bretaña permitiese que en Gibraltar, en las aduanas de su puerto y de su aeropuerto, ondease junto a las banderas de Gran Bretaña y de Europa, también la bandera de España a la vez que junto a la policía de fronteras inglesa estuviese también la guardia civil española, bajo el paraguas de Frontex, en la medida que el puerto y el aeropuerto gibraltareños eran puertas de entrada a la Unión Europea.
Por lo que me contaron tanto el Ministerio de Asuntos Exteriores español como el Foreign Office inglés y "Bruselas" avalaban esta sencilla, barata y educada solución al perenne contencioso histórico. Pero al final la "cosa" no salió. Y no salió porque se opusieron a la propuesta tanto el Ministerio de Defensa español como el inglés.
En efecto, para los de Exteriores, la propuesta era una clara ganancia. respecto a su "punto de referencia" que erra la situación histórica en que el estado español nada tenía que decir ni hacer en Gibraltar y en el que, con singular monotonía, todos los veranos había algún encontronazo entre la Guardia Civil y la policía gibraltareña. El que junto a la "rojigualda" ondease la Union Jack no era ningún problema en una España, ya más que acostumbrada a la proliferación de banderas autonómicas junto a la nacional.
Pero para los ministerios de Defensa, tanto españoles como británicos, la propuesta era rechazable puer era obviamente -para ellos- una pérdida, una "bajada de pantalones" respecto a su particular "punto de referencia" con respecto al que "medir" cualquier política o propuesta, que para "los de defensa" de España era que la bandera de España ondease sola (junto con la europea) o sea, sin la británica, en Gibraltar. Ni qué decir tiene que para "los de defensa" británicos el que la bandera española ondease junto a su bandera era inadmisible, intolerable, una auténtica "bajada de pantalones".
En suma, el mismo "hecho" era valorado en forma distinta según el punto de referencia que se tuviese. Ganaron, obviamente, aquellos para los que la solución negociada era una pérdida.
Es una bonita historia que no se si es cierta. En cualquier caso, si non e vero e ben trovata. Pero en la clase de hace unos días sobre este mismo asunto del punto de referencia, pude introducir una ilustración más actual. Se trata de la propuesta del Ministerio de Hacienda de condonar 82.300 millones de euros a las Comunidades Autónomas.
Para el Ministerio, para el Gobierno, la propuesta es una clara ventaja para las autonomías. ¿A quién no le viene bien que le quiten una deuda? Las razones de esa quita podrán ser las que sean, pero -razona "el ministerio"- es un dinero que los gobiernos de las comunidades autónomas podrán ahora dedicar a mejorara las condiciones de vida de sus ciudadanos, y "a caballo regalado no se le mira el diente". Podrá discutirse la cuantía del reparto de la quita en función de los diferentes criterios usados (como ha propuesto la AIREF), pero negarse a la quita -en opinión del gobierno- es una sandez, un absurdo indigno de unos gobernantes.
El PP y VOX, sin embargo, se oponen a esa quita pues su punto de referencia es otro. A lo que parece, para esos partidos la quita de la deuda a todas la comunidades sería una suerte de engaño, de trampantojo, para encubrir el asunto central: una concesión más al independentismo catalán , pues permitiría que a la Generalitat catalana le salieran gratis los gastos que supusieron la políticas proindependentistas de años pasados.
De nuevo lo mismo. Lo mismo mismito que ha pasado con los indultos y luego con la amnistía a los del procés. Siempre la misma historia: un mismo hecho valorado ya como ganancia, ya como pérdida dependiendo del "punto de referencia" que se adopte. Y la implicación es obvia. De nada sirve en esos casos la política, de nada sirve hablar. Cuando los "puntos de referencia" difieren en gran medida ni el diálogo o debate, ni la negociación son posibles (por eso en Teoría de la Negociación se afirma que para que una negociación tenga éxito no importa que los puntos de partida en un conflicto estén alejados radicalmente, lo que importa es que los puntos de referencia estén cercanos, de modo que la tarea del negociador es la de encontrar un entorno de puntos de referencia comunes a las partes respecto al que estas evalúen las distintas propuestas. Si lo encuentra, el encontrar una plan de concesiones mutuas es tarea ardua pero no imposible).
No hay que ser muy perspicaz que esta distancia de "puntos de referencia" en buena parte de los asuntos públicos entre los partidos es una de las razones que explican el emponzoñamiento de la vida política en nuestro país. Y la cosa no parece que vaya sino a más. Pues cuando no se está de acuerdo, cuando el motivo del conflicto está en en si una política es un poco buena o un mucho buena, sino en si es buena o endiabladamente mala, no hay nada que hacer: el conflicto, la pelea, la guerra a muerte está servida.
Hace tiempo me contaron una historia, un cuento, que suelo utilizar en mis clases de Economía del Comportamiento para ilustrar uno de los aspectos claves de la denominada "Prospect Theory", pieza básica de esa aproximación económica. Concretamente hago uso de esa historia para ejemplificar la cuestión del "punto de referencia", la idea de que los acontecimientos o sus efectos o consecuencias no son evaluados como "ganancias" o "pérdidas" en abstracto o en sí mismos sino que son considerados como tales, como ganancias o pérdidas, en relación con la posición o punto de referencia que se tenga.
La historia es la siguiente. En los tiempos del primer gobierno de Zapatero, cuando Miguel Ángel Moratinos era Ministro de Asuntos Exteriores se estuvo a punto de resolver de una vez por todas el espinoso asunto de Gibraltar que ha enturbiado, y parece que seguirá enturbiando, las relaciones de España con Gran Bretaña desde el Tratado de Utrecht que dio fin a la Guerra de Sucesión a comienzos del siglo XVIII.
El caso es que a principios del siglo XXI la "cosa" por fin parecía fácil. Quedaban años para el Brexit, y si bien el camino desde la Unión Económica de Europa hacia unos Estados Unidos de Europa no parecía fácil tampoco parecía imposible. España y Gran Bretaña eran socios comunitarios, la frontera entre Gibraltar y España no existía y el asunto de la soberanía cada vez tenía menos relevancia práctica en la medida que cada vez la independencia real tanto de España como de Gran Bretaña tenía cada vez más un ámbito más reducido en la medida que ambos países habían de someterse a los dictados o directivas que emanaban de Bruselas.
Y si eso era así, si la cuestión de la soberanía ya no real sino también formal era cada vez una cosa del pasado, ¿por qué no hacer frente al asunto de la soberanía sobre Gibraltar en forma de una soberanía compartida dentro del paraguas de la Unión Europea? La verdad es que parecía cosa fácil. Bastaba con que Gran Bretaña permitiese que en Gibraltar, en las aduanas de su puerto y de su aeropuerto, ondease junto a las banderas de Gran Bretaña y de Europa, también la bandera de España a la vez que junto a la policía de fronteras inglesa estuviese también la guardia civil española, bajo el paraguas de Frontex, en la medida que el puerto y el aeropuerto gibraltareños eran puertas de entrada a la Unión Europea.
Por lo que me contaron tanto el Ministerio de Asuntos Exteriores español como el Foreign Office inglés y "Bruselas" avalaban esta sencilla, barata y educada solución al perenne contencioso histórico. Pero al final la "cosa" no salió. Y no salió porque se opusieron a la propuesta tanto el Ministerio de Defensa español como el inglés.
En efecto, para los de Exteriores, la propuesta era una clara ganancia. respecto a su "punto de referencia" que erra la situación histórica en que el estado español nada tenía que decir ni hacer en Gibraltar y en el que, con singular monotonía, todos los veranos había algún encontronazo entre la Guardia Civil y la policía gibraltareña. El que junto a la "rojigualda" ondease la Union Jack no era ningún problema en una España, ya más que acostumbrada a la proliferación de banderas autonómicas junto a la nacional.
Pero para los ministerios de Defensa, tanto españoles como británicos, la propuesta era rechazable puer era obviamente -para ellos- una pérdida, una "bajada de pantalones" respecto a su particular "punto de referencia" con respecto al que "medir" cualquier política o propuesta, que para "los de defensa" de España era que la bandera de España ondease sola (junto con la europea) o sea, sin la británica, en Gibraltar. Ni qué decir tiene que para "los de defensa" británicos el que la bandera española ondease junto a su bandera era inadmisible, intolerable, una auténtica "bajada de pantalones".
En suma, el mismo "hecho" era valorado en forma distinta según el punto de referencia que se tuviese. Ganaron, obviamente, aquellos para los que la solución negociada era una pérdida.
Es una bonita historia que no se si es cierta. En cualquier caso, si non e vero e ben trovata. Pero en la clase de hace unos días sobre este mismo asunto del punto de referencia, pude introducir una ilustración más actual. Se trata de la propuesta del Ministerio de Hacienda de condonar 82.300 millones de euros a las Comunidades Autónomas.
Para el Ministerio, para el Gobierno, la propuesta es una clara ventaja para las autonomías. ¿A quién no le viene bien que le quiten una deuda? Las razones de esa quita podrán ser las que sean, pero -razona "el ministerio"- es un dinero que los gobiernos de las comunidades autónomas podrán ahora dedicar a mejorara las condiciones de vida de sus ciudadanos, y "a caballo regalado no se le mira el diente". Podrá discutirse la cuantía del reparto de la quita en función de los diferentes criterios usados (como ha propuesto la AIREF), pero negarse a la quita -en opinión del gobierno- es una sandez, un absurdo indigno de unos gobernantes.
El PP y VOX, sin embargo, se oponen a esa quita pues su punto de referencia es otro. A lo que parece, para esos partidos la quita de la deuda a todas la comunidades sería una suerte de engaño, de trampantojo, para encubrir el asunto central: una concesión más al independentismo catalán , pues permitiría que a la Generalitat catalana le salieran gratis los gastos que supusieron la políticas proindependentistas de años pasados.
De nuevo lo mismo. Lo mismo mismito que ha pasado con los indultos y luego con la amnistía a los del procés. Siempre la misma historia: un mismo hecho valorado ya como ganancia, ya como pérdida dependiendo del "punto de referencia" que se adopte. Y la implicación es obvia. De nada sirve en esos casos la política, de nada sirve hablar. Cuando los "puntos de referencia" difieren en gran medida ni el diálogo o debate, ni la negociación son posibles (por eso en Teoría de la Negociación se afirma que para que una negociación tenga éxito no importa que los puntos de partida en un conflicto estén alejados radicalmente, lo que importa es que los puntos de referencia estén cercanos, de modo que la tarea del negociador es la de encontrar un entorno de puntos de referencia comunes a las partes respecto al que estas evalúen las distintas propuestas. Si lo encuentra, el encontrar una plan de concesiones mutuas es tarea ardua pero no imposible).
No hay que ser muy perspicaz que esta distancia de "puntos de referencia" en buena parte de los asuntos públicos entre los partidos es una de las razones que explican el emponzoñamiento de la vida política en nuestro país. Y la cosa no parece que vaya sino a más. Pues cuando no se está de acuerdo, cuando el motivo del conflicto está en en si una política es un poco buena o un mucho buena, sino en si es buena o endiabladamente mala, no hay nada que hacer: el conflicto, la pelea, la guerra a muerte está servida.