Hay gente que dice que la pobre evolución que han tenido los mercados emergentes frente a los desarrollados aconseja tomar posiciones en los emergentes. Para nosotros no está tan claro.
Para que cambie una tendencia tiene que producirse un cambio significativo en los factores que mueven el mercado subyacente. Y el cambio significativo que estamos viendo parece más negativo que positivo para las economías emergentes.
Trump lo ha podido decir más alto, pero no más claro: quien quiera vender en Estados Unidos tendrá que pagar unas tarifas que ayuden a reducir los impuestos a los norteamericanos y el déficit del país. Y la única forma de evitarlas será fabricar en EE. UU. Y, aunque habrá muchos matices, en mayor o menor medida complicará la vida de quienes exportan a EE. UU.
Pero se la complica más a quien tenga menos capacidad de negociación. Por ejemplo, Europa es un gran mercado para las exportaciones norteamericanas, por lo que tiene fuerza a la hora de negociar. México también, porque tan prioritario como obtener dinero de las tarifas es el tema de la inmigración. Trump ya le ha dicho a la presidenta de México que si actúa contra la inmigración, él será menos agresivo con las tarifas.
Tampoco sería de extrañar que Argentina tenga un tratamiento especial, dada la cercanía política entre Donald Trump y Javier Milei.
Pero, en cambio, países como Brasil u otros países de Latinoamérica, que no tengan esa capacidad de negociación, lo van a tener más difícil. Y qué decir de China, enemigo no solo comercial, sino también político de EE. UU.
El otro problema que tienen los mercados emergentes es el poco peso de la tecnología en los mismos. Hoy en día una cartera de inversión tiene que tener peso en tecnología, ya sea de forma directa, ya sea a través de índices donde esté bien representado este sector. Seguimos en una nueva revolución tecnológica, como es la implantación de la IA en el tejido productivo.
China sí es una potencia tecnológica, pero sus problemas con Occidente pesan mucho más que su capacidad de desarrollo en el campo de la tecnología.
Para que cambie una tendencia tiene que producirse un cambio significativo en los factores que mueven el mercado subyacente. Y el cambio significativo que estamos viendo parece más negativo que positivo para las economías emergentes.
Trump lo ha podido decir más alto, pero no más claro: quien quiera vender en Estados Unidos tendrá que pagar unas tarifas que ayuden a reducir los impuestos a los norteamericanos y el déficit del país. Y la única forma de evitarlas será fabricar en EE. UU. Y, aunque habrá muchos matices, en mayor o menor medida complicará la vida de quienes exportan a EE. UU.
Pero se la complica más a quien tenga menos capacidad de negociación. Por ejemplo, Europa es un gran mercado para las exportaciones norteamericanas, por lo que tiene fuerza a la hora de negociar. México también, porque tan prioritario como obtener dinero de las tarifas es el tema de la inmigración. Trump ya le ha dicho a la presidenta de México que si actúa contra la inmigración, él será menos agresivo con las tarifas.
Tampoco sería de extrañar que Argentina tenga un tratamiento especial, dada la cercanía política entre Donald Trump y Javier Milei.
Pero, en cambio, países como Brasil u otros países de Latinoamérica, que no tengan esa capacidad de negociación, lo van a tener más difícil. Y qué decir de China, enemigo no solo comercial, sino también político de EE. UU.
El otro problema que tienen los mercados emergentes es el poco peso de la tecnología en los mismos. Hoy en día una cartera de inversión tiene que tener peso en tecnología, ya sea de forma directa, ya sea a través de índices donde esté bien representado este sector. Seguimos en una nueva revolución tecnológica, como es la implantación de la IA en el tejido productivo.
China sí es una potencia tecnológica, pero sus problemas con Occidente pesan mucho más que su capacidad de desarrollo en el campo de la tecnología.
