El seguro de hogar ¿es eso que tenemos para cuando se nos rompe un cristal o se nos casca el router y el técnico nos dice que pone en el informe que fue por sobretensión y “así te lo paga el seguro”? ¿o es eso que el tipo del banco nos ha hecho sin preguntarnos ni cómo vivimos, ni qué tenemos ni maldita falta que le hacía saberlo para cobrar sus incentivos? ¿acaso me importa un artículo de este blog relativo al seguro de hogar si “total, todos son iguales”?
Si ponemos por un momento los pies donde deben estar, en el suelo, llegamos a la conclusión de que comprar nuestra casa, el sitio donde vivimos, supone un esfuerzo titánico que arrastrará hacia un agujero negro de enormes proporciones un montón de años de salario. Un empleado con un salario de 30.000 € tendrá que dedicar íntegramente más de once años de salario a adquirir una vivienda de 200.000 € a un plazo de 25 años.
Curiosamente resulta que dedicamos muy poco tiempo e interés en proteger adecuadamente tanto esfuerzo. Diría más: ni siquiera nos preocupa que dicha protección sea objeto de chantaje bancario o confiarla al más desastrado e incompetente conocido que se “saca unas pelas colocando seguros, el pobre…”.
Este artículo abre una serie de entradas en el blog cuyo objeto será ayudar a entender que el asunto es serio, que un mal asesoramiento o una mala gestión de este tipo de seguro tienen resultados graves y, por último, que lo de que “todos son iguales” no solo es falso sino peligroso porque mantener esa idea estúpida incapacita la búsqueda de alternativas.
También voy a desmitificar otro asunto y es la típica pregunta boba de “¿Cuál es el mejor seguro de hogar?”. En los blogs y en los foros (no sólo de Rankia) esa pregunta abunda. No existe el mejor seguro de hogar, sino el mejor seguro de hogar “para mí” que no tiene porqué ser el mejor seguro de hogar “para ti”. Seguramente amigo lector tu casa y la mía no tienen nada en común, ni nos gustan las mismas cosas, ni tomaríamos la misma decisión acerca de qué material poner en el suelo de casa. Cada persona, cada familia es un mundo y sus necesidades serán las que deben marcar la cobertura del seguro. Pensemos en zapatos ¿acaso alguien ha visto alguna vez una web diciendo “este es el mejor zapato que existe”? Si tengo el puente ancho o los pies planos, si calzo un 41 o un 37, si quiero correr una maratón o voy a pescar, si voy de fiesta soy chico o chica (y la blusa es rosa pastel…) ¿voy a aceptar que me ofrezcan el mismo zapato que a la persona que ha entrado antes que yo en la zapatería? ¿Conducimos todos un Aston Martin o un Maybach?
Hace poco, en una Jornada dedicada al consumidor de seguros, un profesional de la bancaseguros explicaba, orgulloso, que ellos tenían “el mejor seguro de hogar”, pactado en precio y condiciones con La Estrella. Ese hermoso ejemplar de “café para todos” asegurador sin duda es la mejor solución posible para un modesto porcentaje de personas cuyo perfil encaja con esta póliza prefabricada. Para el resto de clientes, sin duda, será necesario un calzador para que su patrimonio encaje en “eso que me han enroscado” o les vendrá grande porque su patrimonio, por modesto, no está para esos lujos. Evidentemente, al escucharle podías esbozar una sonrisa al ver su inocente postura ante la compleja realidad. A dicha sonrisa seguía una punzada de vergüenza ajena al pensar cuantos estarían mal asegurados por ese príncipe de la tabla rasa y su equipo. Para terminar, uno quedaba algo ofuscado: este tipo de soluciones conllevan el descontento del cliente, su enfado ante la insatisfacción de las expectativas y, de ahí, es fácil que surja la desconfianza hacia el producto y, con ello, se perjudica al sector; o sea, recibimos todos.