Supongo que muchos de vosotros amigos y amigas lectores recordaréis esos tiempos terribles en los que algún desaprensivo pillaba por banda a la niña de la familia y la hacía una “desgraciada”. Eran tiempos en los que a una nena alguien le hacía un bombo y la pobre cargaba para toda la vida con el famoso hijo no deseado, que así es como se llamaba al fruto de ese momento vivido con vergüenza.
Resumiendo teníamos a un lado de la cancha a un jugador satisfecho, que se iba de rositas con lo que quería y al otro a una jugadora más bien confusa, abochornada por todos y que, además, se veía condenada in aeternis a llevar el recuerdo de su estupidez.
En la mayoría de los casos ella había consentido, sin saber muy bien de qué iba la cosa, sin tomar las precauciones (obviamente) y el muy canalla ni siquiera había tenido la decencia o el detalle de dar marcha atrás. Podríamos decir que las ganas, la falta de información y el egoísmo cegaron a uno y a otro pero salta a la luz que el resultado sin duda revelaría un desenlace desigual para ambos.
Los papis con posibles, esos que muchas veces esgrimían la espada de la Fe como ejercicio de sus valores, eran los primeros y los únicos en mandar a la niña a Londres donde por un módico precio se restituía casi todo a su estado original.
Los pobres y curritos, como siempre, no tenían esa opción: se buscaba a un necesitado de favores (de haber algo que ofrecer) para que ocupara el sitio que el galán rehuía sin titubeos.
Con el tiempo, no obstante, la tozuda realidad alcanzó a tener un hueco entre nuestros políticos y, no sin grandes obstáculos, se legalizó el aborto. Una práctica que, sin duda, sigue teniendo hoy día quien mantiene vivo el debate.
Todo ese rollazo que os he soltado hasta este punto, era necesario para marcar y entender el contexto de mi reflexión… que sigue.
Y es que en estos tiempos que corren me encuentro con frecuencia creciente a familias y empresarios que acudieron, faltos de cariño financiero, a su banco buscando consuelo y se encontraron con que en mitad de la notaría van y les pegan un polvo. Uno rápido y sin caricias, donde lo único que interesa es sacar lo que se pueda aprovechando el momento de cándida desnudez que se sufre en esos instantes. Y ese polvete consiste en trabajarse sin compasión hasta el último rincón donde more un céntimo. Y por estas, la pobre familia o la desgraciada empresa, acabarán con tarjetas de crédito pagando un interés de dos cifras, con planes de pensiones que solo enriquecen a sus gestores, con seguros de vida a prima única cutres vendidos a precio de caviar, con cláusulas estúpidas y abusivas y, por encima de todo, con estipulaciones en su escritura de préstamo que supondrán (de hecho) cargar con las consecuencias de ese polvo durante los próximos 40 años. Una cadena perpetua, en términos penales.
Si las cosas salen bien los pobres, solo alimentarán al “paquete” el resto de su vida laboral.
Si las cosas salen mal, además, se enfrentarán a una ejecución de hipoteca que se parece en toda regla a una de las otras ejecuciones que creíamos olvidadas. Esa gente verá como pierde “su casa” (que nunca fue suya, por cierto), verá como un subastero se lleva sus esfuerzos por el 50% del valor de la deuda y entenderá, al quedar deudor de por vida del banco por la diferencia que lo que se le hizo en la notaría no tiene nada de hermoso ni nada de equitativo. Solo uno disfrutó, mientras la otra parte arrastraría para siempre el estigma de esa relación.
Bueno, la parte felíz también existe: si uno es rico puede negociar esa escritura. Y, en ese caso, sale mejor parado del revolcón. Sin necesidad de ir a Londres a Bruselas que es donde hoy se defenderían los intereses de todos si esa fuerza que denominan “la masa” lo denunciara.
Y yo me pregunto ¿Para cuando una Ley que permita abortar ese fruto de la vergüenza?
Curas, abstenerse. Esto no tiene nada que ver con la Fe. Solo con el abuso de poder y les recuerdo que Cristo nos enseñó a todos, también a la Iglesia, que su Reino no es de este mundo; por si acaso surge la duda. Aunque bien mirado también a este pobre se lo pasaron y se lo pasan por el arco del triunfo incluso quienes dicen ser sus agentes en esta vida.
¡Hala! Y ahora ¡a pensar en las consecuencias antes de salir con el matón del pueblo!