Estos días he estado investigando para un cliente de mis consultorías de Subastanomics todo lo relativo a cierta subasta y me he topado con uno de esos ejemplos de cómo la administración española es capaz de triturar a cualquiera que no esté al cien por cien de sus capacidades.
Se trata de una señora de unos 65 años que vive en un pueblo mediano y que por herencia ha llegado a hacerse propietaria de varios bienes situados en el pueblo. Nada del otro mundo dos o tres casas que tiene cerradas y unas pocas tierras.
El caso es que, según algunas malas lenguas del pueblo, que por cierto siempre son las mejores amigas del subastero diligente, a la señora le falta un hervor. No digo que sea como Forrest Gump, pero poco le debe de faltar a tenor de cómo actúa. Además está un poco loca. Nada peligroso, solo algunas alucinaciones de vez en cuando.
Si a haber heredado algunas propiedades y a ser un poco tonta y loca le añades que la señora vive sola y no tiene quien se ocupe de sus asuntos, el resultado no puede ser muy halagüeño. O la estafan los desaprensivos o le roba la fría Administración.
En este caso está sucediendo lo segundo.
Supongo que cuando le llegó la notificación de la primera deuda con Hacienda debió pensar que seguro que se trataba de un error, que de qué iba a deber ella semejante barbaridad y además qué era eso de recargos e intereses, que menudos ladrones y que les dieran por culo.
Y siguió con lo suyo.
Las notificaciones de Hacienda siguieron llegando pero ella dejó de recogerlas, viejo truco que aprendió de sus ignorantes padres (y éstos de los suyos) y que se resume en que como de la Autoridad no puede venir nada bueno, lo mejor es no recojer las notificaciones como medio para que no puedan hacer nada contra ti.
Menuda tontería.
Y ahora tiene una pila de deudas de órdago. Recibos de IBI de hace más de seis años, tasas de basuras, impuestos de sucesiones, etc. y la persigue la Diputación provincial, Hacienda, el ayuntamiento y el Sursum Corda. Lo tiene todo embargadísimo por las distintas administraciones que nos explotan y exprimen como a bueyes y aunque podría salir de esa situación simplemente vendiendo cualquiera de las propiedades que no utiliza, lo cierto es que como está sola en el mundo no tiene a nadie cerca para explicarle su situación y cómo salir de ella.
¿No sería mejor, más sensato y más respetable hacer que alguien se ocupase de esta señora?
Aunque, claro, Asuntos Sociales tampoco está para estas menudencias. Están demasiado ocupados intentando que derriben las vallas de Ceuta y Melilla como para interesarse por una señora de más de sesenta años que no solo tiene dinero sino que para colmo resulta que es española.
Y el caso es que la subasta de la primera de las propiedades está al caer.
Y tras esta vendrán otras subastas y el resultado está más que cantado. Y no hay nada que podamos hacer para evitarlo salvo sentarnos con unas palomitas frente a la pantalla para ver el fascinante espectáculo de cómo los cocodrilos del río Mara se dan el atracón.
Cuando todo haya acabado Doña Petra no tendrá bienes, pero el ayuntamiento y la diputación habrán cobrado sus miserables tributos y se dispondrán a seguir cobrándoselos puntualmente a los nuevos propietarios.
Y mientras eso llega doña Petra hace lo que sabe hacer. Cada dos o tres días visita las propiedades y las barre y friega como si le fuera la vida en ello (los españoles siempre hemos sido muy limpios) y luego lo cierra todo con mucho cuidado para que no le entren los ladrones.
La pobre ignora que el mayor ladrón de todos ya ha puesto fecha para el asalto.