Hoy vengo de muy mala leche, esta mañana he tenido una de esas experiencias que te hacen perder la esperanza en el género humano y que se meten en el pensamiento amargándote los días. Veremos si hablando de ello puedo exorcizarlo.
Después de un ratito buscando, encuentro el chalet que va a salir en subasta la semana que viene. Está situado en las afueras, en una zona bastante maja del área metropolitana de Madrid. Es pequeño y humilde, pero por su buena situación no valdrá poco.
Como me esperaba me abre la puerta una persona muy mayor y, cuando le cuento lo que me lleva allí, me hace pasar muy amablemente a su saloncito y corre a llamar a su marido. Ambos son muy mayores, rondando al menos los 85 años y, llorando a lágrima viva, me cuentan su desgracia.
Hace unos meses su único hijo (de unos 50 años) les convenció de que, dado que ya eran muy mayores y no se sabía lo que podía ocurrir, lo mejor que podían hacer era otorgarle un poder notarial que le permitiera hacer cualquier cosa que él considerara necesaria. Los pobrecitos ancianos le hicieron caso para su desgracia, porque el uso para el que este mal nacido quería el poder no era otro que ir a los dos días al banco a pedir una hipoteca sobre la casa familiar, de la cual no pagó ni la primera mensualidad.
Los ancianos no han vuelto a verle y cuando unos meses después les empezaron a llegar requerimientos del banco y notificaciones del Juzgado, se les cayó el cielo encima. No tienen ninguna otra propiedad ni ningún pariente, así que su panorama a pasado a ser tenebroso. Sencillamente, no lo comprenden.
Y yo tampoco. En subastas he visto de todo, pero hasta ahora nunca me había topado con tanta maldad y villanía.
Una cosa tengo clara, no tengo la menor intención de participar en esa subasta.