Aunque esto suela sorprender a la gente de fuera del mundo del cómic,
Aquaman es un personaje que nunca ha terminado de cuajar en una colección propia y siempre ha sido un segundón que parece aguantar más por nostalgia que por carisma. En este contexto, a mediados de los 80, entre un público que ve al personaje anticuado y antipático, se decide darle un cambio.
El encargado, Neal Pozman, desarrolla en una miniserie algunos conceptos interesantes, aunque por lo que será recordado es por el rediseño del traje del personaje.
Este cambio de traje enfadó aún más a los lectores, y la miniserie (que si bien ha sido de lo poco que se publicó del personaje en España -Ed. Zinco publicó la miniserie en el especial de verano de 1988) pasó con más pena que gloria hasta 1989 donde se recupera de nuevo el traje de siempre. Es decir, se mantiene el status quo anterior.
En 1988, William Samuelson y Richard Zeckhauser, en su célebre paper "Status Quo Bias In Decision Making", acuñaron el término "Status Quo" para referirse al sesgo emocional que predispone a que las personas a la hora de elegir opciones, decidan como la más probable la que extiende la condición actual, valorando como menos probable la que supone el cambio.
En el estudio, se proponía los participantes que eligieran entre diversas opciones (una moderada, una arriesgada, etc) para invertir una cantidad que habrían heredado de un tío. El estudio se repetía después pero señalando que el tío había invertido esa cantidad en un portfolio de riesgo moderado. Como es de suponer, la mayoría de personas elegían la misma opción que el tío, mostrando así su sesgo por mantener el status quo.
El sesgo del status quo nos mantiene dentro de nuestra zona de confort, nos evita enfrentarnos al cambio (y si hay algo que no cambia en esta vida son los cambios) y está estrechamente relacionado con la aversión a las pérdidas.
Por ejemplo: usted qué opción elegiría:
A) Obtener 1.000 € con un 100% de seguridad.
B) Tener una probabilidad del 80% de obtener 1.500 € pero un 20% de probabilidades de no obtener nada.
La mayoría de gente elige la opción A aunque matemáticamente es la menos rentable (la esperanza matemática de la opción B es de 1.200 €). Ah, pero son razones que tiene el corazón que la razón desconoce. O de forma menos romántica y con permiso de Pascal, un sesgo. En este caso, el de "status quo". Más concretamente un punto de unión entre el sesgo de status quo y el de aversión a la pérdida.
En la inversión, el sesgo de status quo suele desembocar en los siguientes errores:
1. Al no realizar ninguna acción respecto a activos heredados o que se mantienen desde hace mucho tiempo, la cartera de un inversor influido por el sesgo de status quo puede tener activos inapropiados para su perfil de riesgo. Pueden ser acciones heredadas o de hace mucho tiempo en un perfil que nunca ha invertido en renta variable, pueden ser carteras muy concentradas, etc.
2. Puede influir en que un inversor mantenga un activo por motivos emocionales o que tienen un fondo emocional (herencia, etc) o activos con los que se siente familiar (determinadas marcas porque las conoce, etc).
3. También puede influir en que un inversor valore negativamente los costes del traspaso (comisiones, impuestos) infravalorando los riesgos que asume por mantener la posición frente a los costes que supondría cerrarla.
4. Finalmente, cuando este sesgo entra en juego con el de aversión a las pérdidas, se multiplica. Influido por ambos sesgos, un inversor podría no cambiar una inversión por no realizar una pérdida, a pesar de que quizá obtendría un mayor retorno de materializar la pérdida e invertir el dinero estancado en una inversión mejor.
Eliminar el sesgo de status quo es extraordinariamente complicado, y es necesaria la colaboración y la confianza entre asesor financiero e inversor. Sin embargo, una vez vencido, uno se da cuenta de que el cambio suele traer normalmente cosas buenas.