Terminamos hoy con esta serie de artículos, publicando todo juntoy adjuntándolo en formato .pdf para que podáis leerlo más fácilmente. Como todo lo que escribimos en este blog, está bajo licencia Creative Commons, por lo que podéis sentiros libres compartirlo, coger frases del mismo, etc. siempre que citéis la fuente y no se use con fines comerciales. Podéis descargar el archivo desde aquí.
Espero que hayáis disfrutado esto tanto como yo escribiéndolo... y deciros que sigo trabajando en algo más grande. Pero todo a su tiempo.
- La importancia de la Psicología en los mercados financieros (primera parte).
- La importancia de la Psicología en los mercados financieros (segunda parte).
- La importancia de la Psicología en los mercados financieros (tercera parte).
- La importancia de la Psicología en los mercados financieros (cuarta parte).
- La importancia de la Psicología en los mercados financieros (quinta parte).
- La importancia de la Psicología en los mercados financieros (sexta parte).
- La importancia de la Psicología en los mercados financieros (séptima parte).
- La importancia de la Psicología en los mercados financieros (octava parte).
- La importancia de la Psicología en los mercados financieros (novena parte).
- La importancia de la Psicología en los mercados financieros (décima y última parte).
La importancia de la psicología en los mercados financieros
Tomás García-Purriños, CFA, CAIA
Este artículo fue publicado originalmente en el Blog de La Vuelta al Gráfico, y es el fruto de transcribir la presentación de Psicología de Mercados y Behavioral Finance del Curso de Bolsa por Navidad impartido en diciembre de 2016. El documento está preparado para su lectura en dispositivos electrónicos debido a la gran cantidad de enlaces a otros artículos y a videos.
INTRODUCCIÓN
Antes de empezar, creo que es necesario advertir que todo lo que sé de psicología de los mercados lo he aprendido en mi propio interés, intentando buscar una explicación a los errores que yo mismo cometo. No soy ni psicólogo, ni coacher, ni psicotrader, ni mentor, ni nada de esas cosas modernas con nombre molón pero normalmente si ningún tipo de contenido.
Sí que soy incapaz de entender por qué yo, que me considero al menos en la media de inteligencia, me vuelvo idiota cada vez que pongo una orden en el mercado. Me vuelvo loco, nervioso, descuidado... cuando había sido cuidadoso, cuerdo y tranquilo a la hora de realizar el análisis. Vamos, como cualquier inversor.
Creo que no exagero cuando digo que la psicología es fundamental, y quizá lo más importante a la hora de invertir con éxito en mercados financieros.
Tampoco exagero cuando digo que se ha montado un circo de aprovechados y trileros en torno a este tema, que pretender vender sus recetas milagro, sacadas de libros de Paulo Coelho: “si no funciona es porque eres débil”, “si te lo propones y lo deseas con todas tus fuerzas, el universo conspirará para que un hombro cabeza hombro invertido se forme”, “empezarás a ganar dinero cuando te deje de preocupar el dinero”, bla bla bla.
Sandeces.
Humo.
Me quiero alejar de estas estupideces y subrayar que no somos perfectos siempre, todo lo contrario. Que la palabrería mola, pero cada segundo de nuestra vida nos enfrentamos a nuestra psicología y no siempre le ganaremos la batalla. Es más, normalmente la perderemos. En las pocas victorias es donde marcaremos la diferencia. Y sólo las conseguiremos a través de la experiencia y de conocer y trabajar nuestras trampas mentales más recurrentes. Pero no será cuestión de deseos, de actitud ni de lemas. Será cuestión de método, práctica y trabajo.
Tampoco soy un experto en psicología, por lo que, en fin, todo lo que voy a contar en esta serie de artículos no es desde la perspectiva de un psicólogo, sino desde la de un sufridor, presa de trampas mentales, que sufre y patalea cuando pierde dinero y que se alegra y celebra cuando gana. Que se cree Soros después de una buena racha, pero piensa en abandonarlo todo después de una mala. Y así es como deberíais interpretarla.
1. Homer y Spock
Comencemos ya con lo nuestro. ¿Sabrías decirme cuál es el resultado de esta operación?:
Lo pongo fácil, ¿verdad? La respuesta es casi instintiva, tendrías que esforzarte para contestar equivocadamente.
Lo podemos complicar un poco:
Esto no es tan fácil, ¿eh? El resultado no viene a la cabeza de primeras. Comienza la tentación de usar una calculadora.
3, 2, 1… ¡Tiempo!
Aún no, ¿verdad? Para resolver a esta pregunta necesitamos pensar lento. En uno de los libros más imprescindibles que existen, para la bolsa y para la vida, llamado “pensar rápido, pensar despacio”, Daniel Kahneman, padre de las finanzas conductuales y del que tantas veces hemos hablado en nuestro blog, describe dos formas en las que los humanos procesamos la información: La primera, llamada sistema 1, es rápida, emocional e intuitiva. La segunda forma, o sistema 2, es lenta, racional y requiere de esfuerzo y mayor gasto de energía. El ser humano lleva activado el primer sistema por defecto, porque es suficiente para las tareas del día a día y así ahorramos batería.
Pero el problema es que aunque este sistema 1 es relativamente eficiente, falla muchísimo.
Por ejemplo, mirad esta imagen:
Todos conocemos este truco visual. Si nos preguntan cuál es la línea más corta, nuestro sistema uno asegurará que es la de abajo, aunque la realidad es que ambas son exactamente iguales.
Aun así, el sistema 1 nos seguirá diciendo que no lo son y será necesario activar el sistema 2 para llegar a la conclusión de que sí lo son. Pero por mucho que el sistema 2 nos asegure que son iguales, nunca los veremos iguales. Nuestra mente, a través del sistema 1 está empeñada en ver que son diferentes y no podemos hacer nada para evitarlo. Ni actitud, ni deseo, ni nada: nuestra mente conspira contra nosotros.
Pero con experiencia y conocimientos, sabremos que en este caso hay que poner en marcha el sistema 2 para llegar a conclusiones acertadas.
Profundicemos un poco más con un vídeo (que ya comentamos aquí):
En fin, como ves el sistema 1 no es un buen compañero en actividades que necesitan concentración. Pero lamentablemente, es el que va activado por defecto, como hemos comentado antes.
Como me aburre lo de sistema 1 y sistema 2, y ya he insistido en que no soy psicólogo (pero sí un friki como ya sabréis bien por posts como este de bolsa y cómics de superhéroes, o este con el único análisis de Porter jamás realizado a Los Vengadores) prefiero nombrar a los sistema Homer y Spock.
Homer Simpson es inconsciente, es rápido, emocional y pragmático. El Señor Spock (¡y no el Doctor Spock! este es un fallo muy común, el doctor en el Enterprise es Leonard McCoy o si acaso Phlox para los seguidores de Star Trek: Enterprise) es lento, racional, basado en la lógica.
Que Homer esté activado por defecto no tiene solución. Así que llevamos conduciendo de error a error por la vida a Homer. Si nos ponemos técnicos por un momento: nos incita a utilizar atajos mentales o heurísticos. A veces, Spock aparece por allí para dirigir la misión y encontrar soluciones para los errores que comete Homer. No puede evitar que los cometa, pero puedes tratar de solucionarlos o mitigarlos.
Y lo peor está por llegar: cuando nos enfrentamos a actividades con carga aleatoria, como el trading o las inversiones, Homer comete muchos, muchos (pero muchos) errores.
Imagina en el bar de Moe a Homer tomando cervezas con nada menos que el bipolar de Mr. Market…
Puedes ampliar lo comentado hasta ahora en este post en el que hablamos de Homer y Spock.
Mientras tanto, vamos a cambiar el enfoque del tema ligeramente, para empezar a centrarlo.
2. Trampas mentales en las actividades con carga de aleatoriedad
Os prometo que las siguientes no van a ser preguntas trampa: ¿Pensáis que podéis ganarle una partida de ajedrez a Bobby Fisher? ¿Un combate al gran Rocky Balboa?
No, no tendríamos ninguna posibilidad contra ellos.
Ahora bien, ¿crees que podrías ganarle una mano al póker a Maverick? Aquí, una mano, si hay suerte y salen buenas cartas... Quizá la partida entera no, pero ¿una mano? Y ¿qué me dices de un trade contra Soros? Es uno de los gestores más rentables de la historia, pero tiene alguna metedura de pata memorable.
A lo mejor, en un solo trade, con algo de suerte lo batimos. Otra cosa, claro, es la consistencia en el largo plazo. En el largo plazo ser más rentable que un gran gestor o ganar un campeonato profesional de mus es algo más difícil.
Y esto es lo más bonito y lo más frustrante de las inversiones: no todas salen bien por mucho que las estudiemos o analicemos. Muchas fallan. Dependiendo de nuestro sistema podríamos hasta tener más fallos que aciertos.
Necesitamos el largo plazo para, tras muchas operaciones, demostrar que somos buenos.
3. Controlando la aleatoriedad
Y bueno, por mucho que nos empeñemos o creamos que podemos, no se puede influir sobre la aleatoriedad. En este sentido, el fenómeno de la ilusión de control es ese sesgo que nos hace creer que podemos influir en cosas que en realidad no controlamos.
Ya hablamos un poco de este sesgo en este artículo.
El sesgo o heurístico de la ilusión de control va activado por defecto, es un error natural, no podemos dejar de sentirlo, como ya hemos visto. Pero sí podemos atenuarlo con la inestimable ayuda del Señor Spock.
El sesgo de la ilusión de control fue documentado a mediados del pasado siglo por investigadores como Allan, Jenkins y Ward. En uno de sus estudios más conocidos, muestran a los sujetos una luz que se encendía y apagaba. Por otro lado, le dan al sujeto un mando a distancia. Los investigadores advertían que el mando y la activación de las luces podrían estar relacionados total o parcialmente o no tener nada que ver. En realidad no tenían nada que ver. Pero se le pidió a los sujetos que juguetearan con el mando y dijeran después qué grado de control pensaban que tenían sobre las luces. La mayoría aseguraba tener cierto control.
A mí, no me sorprende en absoluto este experimento. De hecho, me recuerdo perfectamente de niño dándole a los botones del Street Fighter en modo demo, casi seguro de que algo hacía. O en el tío vivo, concentrado en torcer el volante del camión de bomberos para que no se saliese de la pista circular.
El caso de los semáforos de Manhattan, documentado por la BBC y por el New York Times, entre otros, es mucho más divertido. Un periodista demostró que no existía relación alguna entre pulsar el botón de “espere verde” y que el semáforo para peatones se ponga en verde. Pero es una forma de que el peatón se sienta con el control de la situación y no cruce en rojo.
También podemos traer aquí el caso del freno imaginario del asiento del copiloto. Alguna vez pensaba que iba a desfondar mi coche, pisando el freno por las curvas de la C-14 entre Ponts y Andorra.
Y, centrándonos en lo que nos importa, que son los mercados financieros, cuando compras una acción y sube, siempre es debido a nuestro maravilloso dominio del análisis y del market timing. Si baja, es culpa de este maldito mercado que está tan manipulado, que es que con las maquinitas ya no hay quien opere. En esto último también hay un sesgo, que comentaremos más adelante conocido como el sesgo de atribución: ese mecanismo de defensa del ego que nos lleva a atribuir cada éxito a nuestras facultades y nuestra información superior y cada fracaso a la mala suerte o a circunstancias ajenas a nosotros.
La ilusión de control influye también en que nuestra mente esté siempre a la caza de patrones y de causalidades. El problema es que nuestro sistema 1 (Homer) no es demasiado científico a la hora de identificar patrones, y genera relaciones de causalidad del tipo de "cuando me pongo los calzoncillos de la suerte, siempre ligo". Y la verdad es que poco sitios hay como los mercados financieros tan preparados para encontrar patrones ridículos. Sumas, proporciones, series astrológicas, leyes de Newton… incluso el sentido de la vida, el universo y todo lo demás.
Hemos hablado bastante de todo esto en muchas ocasiones en el blog, por ejemplo aquí o aquí.
En este sentido, me parece interesante comentar brevemente el efecto enero. Pero no el patrón estacional ampliamente documentado, sino la tontería esa de que si la primera semana del año es alcista (o si enero es alcista) el resto del año también lo será.
Supuestamente, hay un 80% de probabilidad de que el año sea alcista, si enero es alcista. Algunos pardillos lo utilizarán como patrón, pero es el tipo de ejemplo más claro de que la correlación no implica causalidad. Porque es cierto, existe un 65% de correlación entre que los 5 primeros días del año sean positivos y que el S&P 500 acabe el año en positivo. Pero la causa anularía el patrón: la única causa explicable es que si los 5 primeros días del año la bolsa sube, tiene más colchón para luego perderlo y que el año finalice en negativo.
El argumento de que el “barómetro de enero” se cumple porque los gestores preparan sus carteras en base a sus expectativas sobre el año, es absurdo y además, un insulto a la inteligencia. El hecho es que los gestores hacen eso todo el año. Negarlo significaría negar el movimiento de los mercados y su validez como indicador adelantado de la economía, ampliamente demostrada. Además es un argumento que indigna a los que trabajamos todo el año, y muchas horas, no sólo unas pocas durante los cinco primeros días.
En realidad, como argumentaba en este post, la verdadera explicación de que este otro “efecto enero” tenga una correlación tan alta es que, como explica el verdadero efecto enero, enero es un mes históricamente fuerte. Como además la mayoría de años en el S&P 500 también son alcistas lo lógico es que la probabilidad de que el año sea alcista y enero sea también alcista sea alta.
Explicado de otra forma: la probabilidad de que el mes de enero sea alcista y el año sea alcista es entorno al 65%, dependiendo del mercado. Bien, pues la probabilidad de que el Real Madrid sea campeón de liga o subcampeón y que el S&P 500 sea alcista en ese año es superior al 65%.
Y esto es por el mismo motivo: lo normal es que el Madrid quede por arriba de la tabla (más les vale con el presupuesto que manejan) y como hemos visto, la mayoría de años la bolsa sube (al menos en Estados Unidos). Por lo que es habitual que ocurran ambas cosas a la vez.
De hecho, desde 1979, sólo en cinco ocasiones de los 12 años bajistas del S&P 500 se cumplió que enero fuera también bajista. ¡Menos del 50% de las veces! Y en una de ellas el año terminó menos bajista que enero por lo que como patrón, no sirvió demasiado.
Otra tontería, algo más divertida, es el indicador de la Superbowl. Se dice cada año que si un equipo de los que pertenecían a la antigua AFL gana la Superbowl, la bolsa caerá. 80% de correlación. Si pones en Google “Superbowl indicator”: 417.000 resultados. Si pones “Yellen indicator”, que es un compendio de los indicadores macro que la expresidenta de la Fed, J. Yellen, aseguró que seguía en mayor profundidad para tomar decisiones sobre los Fed Funds, salen menos: 378.000. No añadiré nada más, señoría.
O mejor sí: en 1956, un estudio de Neyman, corroborado después por Hofer, Przyrembel y Verleger en 2004, demuestra que existe una correlación significativa entre el incremento de la población de cigüeñas en una zona determinada y la tasa de natalidad. Sinceramente, me creo más esta correlación que las tonterías de Superbowls y barómetros de eneros.
Y bueno, muchas otras cosas que se explican en libros, especialmente en los de introducción a la bolsa, enormes compendios de fakes, falsas correlaciones y estupideces varías que, a pesar de que está ampliamente demostrado que no funcionan, se transmiten de generación de traders perdedores en generación de traders perdedores.
Puedes leer las características que cumple un libro de bolsa para ser como se describe en el párrafo anterior en este artículo.
4. más aleatoriedad
Ya sabemos que la ley de números grandes permite que la probabilidad funcione: en dos lanzamientos de monedas podemos tener un 100% de caras, en un millón seguramente tengamos un 50% salvo que usemos una moneda trucada.
La ley de los números pequeños, unida a la ilusión de control y la búsqueda de patrones nos hace buscar orden en cosas que no lo tiene.
De esa tendencia de nuestra mente de buscar patrones que comentábamos antes, gracias al lamentable asesoramiento de Homer, nacen falacias como la siguiente: a priori, hay una baja probabilidad de lanzar una moneda no sesgada 8 veces y que resulte en 8 cruces.
¡Pero es la misma probabilidad exactamente, a priori, que la de sacar cualquier otro resultado!
Y además, cuando los eventos son independientes unos de otros, o dicho de otro modo, cuando el resultado anterior no influye en el próximo, la probabilidad se resetea en cada nuevo lanzamiento. Así, en la falacia del jugador o falacia del apostador de Montecarlo. Es decir, que si tiramos 4 veces una moneda y salen 4 caras seguidas, la probabilidad de sacar una quinta en el siguiente resultado es… pues del 50%.
En resumen, por si no te habías dado cuenta hasta ahora, se nos da fatal la probabilidad.
Compliquemos un poco los acertijos, que los anteriores seguro que ya los conocíais (y Spock os ayudó un poco). En este será fácil perderse, pero no te preocupes. Sólo es para mostrar cómo efectivamente se nos da mal la probabilidad, especialmente dependiendo de cómo hagan la pregunta: ambas cosas básicas en los mercados financieros:
Imagina que lanzo dos monedas no sesgadas y te aseguro que “al menos una ha salido cara”. ¿Cuál es la probabilidad a priori de que el resultado hayan sido dos caras?
La respuesta más habitual es el 50%. Pero no. Al asegurar que uno de los dos lanzamientos ha salido cara eliminamos la oportunidad del resultado cruz-cruz. Queda por tanto cara-cara y cara-cruz por lo que, a priori, la probabilidad es de 1/3. Si hubiera dicho que el primer lanzamiento fue cara, entonces las probabilidades de una segunda cara sí serían del 50%.
Es un caso muy parecido al problema de Monty Hall, que tan mal resultado me dio explicar en un Bolsalia, perdiendo mucho tiempo en aquella parte. Que no te importe tanto entenderlo bien como entender que las matemáticas son muchas veces contraintuitivas y que necesitamos a Spock para resolverlas.
En fin, que somos unos matemáticos pésimos, y en esos contextos de aleatoriedad en los que nos jugamos los cuartos, más.
5. efecto disposición
Daniel Kahneman, junto a su amigo Amos Tversky, de los que tanto hemos hablado en nuestro blog y en lo que llevamos de artículo, desarrollaron en los 80 la prospect theory. Uno de los componentes más interesantes de esta teoría es la parte que define el dolor que causa una pérdida. La aversión a las pérdidas: a las personas nos duele más una pérdida de lo que nos alegra una ganancia similar. Esto es, nos hace más infeliz perder 100 € que feliz ganarlos.
Un estudio interesante sobre este tema es el que realizaron Benartzi y Thaler, publicado en 1995. En el mismo, se daba a cada participante 20 USD. Debían jugar 20 rondas a un juego en el que podían invertir o no 1 USD. Si decidían invertirlo, le daban el USD al investigador, que lo lanzaba al aire. Si salía cara, el sujeto perdía el USD. Si salía cruz, ganaba 2,5 USD. Si el sujeto decidía no invertir el USD, lo acumulaba y se pasaba a la siguiente ronda.
La mejor estrategia a priori para el juego anterior es, sin duda, invertir en todas las rondas. Si calculamos el valor esperado de jugar todas las rondas, sería: 50% x 2,5 + 50% x 0%. Es decir, en media ganaríamos 1,25 USD cada ronda y el valor estimado al final del juego es de 1,25 USD esperados x 20 rondas = 25 USD. Sólo hay una probabilidad entre 8 de terminar el juego con menos dinero del que empiezas. Sin embargo, en media, los participantes del juego finalizaron con 22,8 USD. Muchos de los sujetos preferían dejar de invertir después de una racha de pérdidas, a pesar de que los resultados fueran independientes unos de otros: la mala experiencia los volvía más conservadores evitando que pudieran recuperar más fácilmente lo perdido.
La peor consecuencia de todo esto es el conocido como efecto disposición, que es lo que nos hace cortar rápido las ganancias pero dejar correr las pérdidas. Hay mucha literatura sobre el efecto disposición, pero sin duda la que más me ha llamado la atención es la relacionada con los monos capuchinos.
Keith Chen y Laurie Santos, de la Universidad de Yale, demostraron cómo de arraigado está el efecto disposición no ya en los humanos, sino en los primates.
La cosa es que la psicóloga Laurie Santos comenzó a trabajar con un grupo de monos capuchinos que habían sido educados para entender lo básico del intercambio de objetos. Keith Chen, amigo de Laurie y economista, se enteró de esto y propuso a la psicóloga educarles en el dinero y llevar a cabo una serie de experimentos de comportamiento. Así, enseñaron a los monos a cambiar pequeños discos plateados por comida. Vamos, a usar dinero. Podían comprar manzanas o uvas o gominolas con aquellos discos que recibían de los investigadores.
Entonces, probaron a aumentar o bajar los precios solicitados por las uvas o las gominolas, para probar las leyes de oferta y demanda, y los monos lo entendieron. Cuando “subía el precio” de las gominolas, consumían menos. Y viceversa.
Pero el experimento clave para lo que nos interesa consistió en que un investigador, cuando un mono le daba una moneda para comprar una uva, tiraba el disco al aire y si salía cara le daba dos uvas y si salía cruz, sólo una. Por otro lado, otro investigador, cuando los monos le daban la moneda para comprar una uva, les mostraba dos uvas. Luego tiraba la moneda al aire, si salía cara le daba las dos uvas y si salía cruz, guardaba una uva y le daba la otra.
En ambos casos, los capuchinos recibían el mismo número de uvas, en media. Pero el primer investigador las mostraba como una potencial ganancia y el segundo como una potencial pérdida. Pronto, los monos capuchinos comenzaron a elegir al investigador que no mostraba las dos uvas. Es decir, que aunque el resultado fuera el mismo, el sufrimiento de perder una uva era mayor que la satisfacción de ganarla.
Si quieres saber más sobre estos experimentos, no te pierdas este vídeo de Laurie Santos en una charla TED.
Desde mi punto de vista, sólo a través de unas técnicas muy rigurosas de money management y de control de las posiciones, tanto ganadoras como perdedoras, el efecto puede atenuarse, pero nunca eliminarse del todo, ni siquiera en los inversores profesionales.
6. algunos sesgos
A estas alturas espero que tengamos claro lo mal que se nos da la probabilidad. Pero lo curioso es que aunque se nos da fatal, hacemos nuestras cábalas en base a cálculos equivocados. Por ejemplo, vamos a responder a esta pregunta inspirada en otro estudio de Kahneman y Tversky:
La mayoría de la gente suele responder la opción B. Pero lo cierto es que si no sabes más datos, lo más probable es la respuesta A, porque la B implica que se den dos hechos.
Esto es, que la probabilidad de A (Jim es asesor financiero) es superior a la de A y B (Jim es asesor financiero y entrenador de beisbol). En probabilidad, la posibilidad de que los eventos A y B sucedan al mismo es siempre inferior a la de que suceda sólo uno de ellos.
Esto es lo que se conoce como sesgo de representatividad: Basados en la creencia de que el pasado no cambiará, catalogamos la nueva información como perteneciente a una determinada categoría.
En mercados financieros, por ejemplo, podríamos catalogar una empresa como growth porque históricamente así ha sido, sin tener en cuenta que quizá haya entrado en una fase de estabilización del crecimiento de los beneficios.
Este sesgo se acentúa además cuando se mezcla con el sesgo de Encuadre (Framing Bias): las decisiones que tomamos suelen estar influidas por cómo nos han presentado la información, o cómo ha sido formulada la pregunta.
Veamos un ejemplo del sesgo de encuadre que además cuadra bien con la prospect theory: si una acción cotiza a 50 EUR y fue comprada por 40 EUR, el inversor suele estar más dispuesto a vender. Pero si el precio de cierre anterior fue de 60 EUR, será más reacio a vender.
O visto de otra manera que quizá se entienda mejor: Imagina que tienes que elegir entre estas opciones:
· Perder -800 USD con seguridad.
· 50% posibilidades de perder 0.
· 50% posibilidades de perder -1.600 USD.
Normalmente la gente suele elegir la opción b, mostrando el sesgo de aversión a la pérdida que comentamos en la tercera entrega (porque en realidad ambas opciones tienen la misma esperanza matemática).
Sin embargo, cuando la pregunta se replantea del siguiente modo: Tienes que elegir entre estas opciones:
· Ganar +800 USD con seguridad.
· 50% posibilidades de ganar 0.
· 50% posibilidades de ganar +1.600 USD.
Mucha gente elegirá la opción a. Es decir, que mostrando el mismo ejercicio como una ganancia en vez de como una pérdida, el proceso mental lleva a caminos distintos. Esto no tiene mucho de lógica, pero sí mucho de Homer.
Otro sesgo, relacionado, es el sesgo de disponibilidad: damos mayor peso a los eventos más recientes o representativos. Así, ponderamos que la probabilidad de que ocurra un evento será mayor cuando sea más familiar o más sencillo de entender.
Por ejemplo, ¿qué es más probable, que te ataque un tiburón o que te caiga encima un meteorito? Los que habéis seguido esta serie de artículos ya sabréis que es una pregunta trampa. Para los demás, aunque la mayoría de gente suele pensar que morir por un ataque de tiburón es algo probable, lo cierto es que sólo hay 1 probabilidad entre 11,5 millones de que ocurre, frente a 1 sobre 75 mil de que te caiga encima un meteorito, según la NASA. De hecho, la probabilidad es que te ataque un tiburón es incluso más baja que la de que te caigan dos rayos encima, que es de 1 entre 9 millones. Eso sí, es más probable que te ataque un tiburón que ser astronauta.
Hablando en términos de mercados financieros, cuándo crees que hay mejores resultados en el S&P 500, ¿con gobiernos demócratas o republicanos? O ¿quién aumenta más el déficit público en Estados Unidos, los demócratas o los republicanos? Lo cierto es que aunque se piense que los republicanos son más promercado y antidéficit, la renta variable estadounidense lo hace mejor con demócratas, que en general en los últimos años han reducido el déficit público durante sus legislaturas.
Tanto el sesgo de disponibilidad como el de representatividad están muy relacionados con el sesgo más rockero: el de Status Quo.
Esta trampa mental nos induce a no tener en cuenta el impacto de nuevas evidencias si estas no son representativas.
Todas estas trampas, en bolsa, nos llevan a categorizar empresas como buenas o malas, defensivas o arriesgadas, growth o value, etc. Dependiendo de cómo las cataloguemos mentalmente, ignorando la evidencia de que las cosas no son como parecen o que sí lo eran, pero han ocurrido cosas (nueva información) que ha hecho que la situación cambie.
El comportamiento de un activo financiero tiene poco que ver con la opinión que tengamos de él y mucho con otras cosas que es necesario estudiar.
En relación con esto, cabe recordar también el Efecto Dotación (Endowment Bias), que ocurre cuando atribuimos más valor o nos encariñamos con las cosas por el mero hecho de poseerlas.
En el blog, escribimos un artículo resumiendo todos los principales sesgos cognitivos que seguro que os interesa.
7. cuentas de la vieja
Recuerdo que cuando estaba en primero de BUP, en clase de matemáticas, nuestro profesor le preguntó a un compañero que llevaba toda la hora hablando (conmigo, por cierto) por el resultado de un ejercicio que se había mandado para casa el día anterior. Rápidamente, yo, que era un empollón aunque hacía todo lo posible por no parecerlo, se lo chivé. Mi compañero repitió mi susurro en voz alta y el profesor le preguntó que cómo había llegado a ese resultado. Mi amigo respondió rápidamente –por la cuenta de la vieja, maestro.- Nuestro profesor, sabiamente, sentenció –si esta asignatura se llamase cuentas de una vieja, te pondría un sobresaliente. Pero como se llama matemáticas, te pongo un negativo.
Y es que todos conocemos bien el peligro de la cuenta de la vieja.
Por ejemplo, si en una operación pierdo un -30%, aunque luego recupere un +30% no me quedo igual que antes. No funciona así.
Más complicado es entender lo anterior cuando hablamos del riesgo de las posiciones cortas. Además de otros riesgos en los que no entraremos, a veces cuesta entender que un movimiento de la misma magnitud en términos absolutos no es similar en porcentaje si estamos largos o cortos: es superior siempre en las subidas. Es decir, si un valor retrocede hasta 98 desde 99, perdemos un -1,01%, pero si aumenta de 98 a 99, la ganancia es de un +1,02%.
Aún menos intuitivo, pero fundamental comprenderlo en finanzas, es el poder del interés compuesto. La forma de obtener los resultados de, por ejemplo, un fondo de inversión sí es importante. Las pérdidas influyen en el cálculo del rendimiento cuando se compone:
Por ejemplo, empezando con 100 € en el fondo A, terminamos con 115 €. Pero en el F, con 107,25 €. La rentabilidad media es similar, pero camino para llegar a ella influye a la hora de calcular la rentabilidad total.
Pero lo peor de todo este asunto es que mantenemos nuestros sesgos cuando juzgamos a los demás, como explicamos ampliamente en el post “Viajamos a las Vegas”.
En un trabajo de Baron y Hersey, se pedía a un sujeto que eligiese entre obtener 200 USD con seguridad o arriesgarse y obtener 300 USD con una probabilidad del 80% o nada con un 20% de probabilidad. La esperanza matemática de arriesgarse es de 240 USD, muy superior a la de no arriesgar, y en principio la opción más lógica si fuéramos un robot. Pero cuando se elegía a otros sujetos, que tan sólo observaban el experimento, que valorase la elección como buena o mala, siento -30 la peor nota y +30 la mejor, ¡la valoración media cambiaba dependiendo del resultado! Es decir, en media la valoración era de +7,5 cuando se arriesgaba y ganaba y del -6,5 si se arriesgaba y perdía. Delirante.
Cómo valoramos la calidad de una elección depende por tanto del resultado y no del camino para llegar al mismo. En fin, que es como si alguien se hipoteca por 1 millón de euros, lo gasta en lotería y si le tocan dos asegurar que ha hecho lo correcto y felicitarle.
8. la inteligencia de las masas
Pero lo verdaderamente divertido ocurre cuando juntamos todas estas malas decisiones de micro-behavioral finance y las agregamos en los mercados financieros. El resultado es sorprendente.
Porque lo lógico sería pensar que este mundo de sujetos tomando decisiones ineficientes, resultase en un mercado ilógico y absurdo. Pero lo cierto es que el mercado es bastante eficiente.
Y no lo digo yo, lo dice la gran mayoría de literatura teórica, que apoya bastante la hipótesis de la eficiencia de los mercados. Lo dice el hecho de que la gran mayoría de gestores son incapaces de batir al benchmark.
Es decir, el mercado refleja con bastante acierto las valoraciones. Esto es, que valor y precio suelen coincidir.
Y que conste, he dicho “bastante eficiente”, “con bastante acierto”, “suelen coincidir”… Porque aunque este no sea el post para discutir sobre si el mercado es eficiente, sí que adelantaré mi opinión personal (que conocéis de sobra si seguís este blog), el mercado es contradictorio. Es eficiente y no lo es.
O dicho de otra forma, es eficiente menos cuando no, como defiende A. Lo y su teoría de los mercados adaptativos.
Pero no es el lugar para afrontar este interesante debate, y sí lo es para hablar de James Surowiecki, del que también hemos hablado en este blog en otras ocasiones. Llamaba a esa eficiencia que surgía de opiniones ineficientes “la sabiduría de las masas”.
Bajo determinadas circunstancias, la combinación de información del grupo lleva a mejores resultados que los tomados por una sola persona, aunque sea experta en el tema. Surowiecki comentaba en su libro cómo un grupo de personas sin ningún conocimiento consigue hacer una mejor predicción del precio de un buey en una feria de ganado que los propios expertos. Pero lo que pretende decir se entiende mejor utilizando un estudio de Credit Suisse, en el que se analiza este efecto.
Al grupo de becarios del verano de 2013, se les pide que averiguaran el número de gominolas que había en una cesta. Se ofrecía un “incentivo” al que acertase (por ejemplo, quedarse con las gominolas, no lo recuerdo exactamente) y un “castigo” al que dijese el número más alejado (“castigo” dentro de lo razonable e incluso lo divertido del juego).
La estimación media de los 70 becarios que participaron era de 1427 y había ¡1416 gominolas en la cesta! Lo más interesante, ¡la desviación media de las estimaciones individuales era superior a 50!
De acuerdo a esta misma nota, hay tres requisitos que deben cumplirse para que las masas se hagan inteligentes:
· Diversidad de opiniones: por ejemplo, muchos participantes como los de un mercado de acciones.
· Un lugar donde las opiniones puedan agregarse: por ejemplo, el mercado de acciones.
· Incentivos. Es decir, premios para el que acierte, castigo para el que falle. No es necesario que el incentivo sea económico. Pero, por ejemplo, en el mercado de acciones, lo es.
9. en contra de la corriente
Por todo lo anterior, es por lo que defiendo que los mercados son a la vez eficientes e irracionales.
Y he comentado muchas veces lo contradictorios que son los mercados financieros: siempre se equivocan pero siempre tienen la razón (como decía el Robe de Extremoduro presentado la canción de La Carrera).
Por eso Fama y Shiller pudieron recibir el Nobel el mismo año por razones contradictorias: porque ambos estaban en lo cierto.
A veces el mercado es eficiente y valora correctamente cada activo, y por lo tanto es muy complicado batirlo. Otras veces el mercado se equivoca y genera oportunidades de las que poder aprovecharse. Andrew Lo cuadra genial con esta idea en su libro sobre la Teoría Adaptativa de Mercado, de la que hablamos antes.
Así que, como dijo Seth Klarman, para batir al mercado de forma consistente hay que ser un poco contrarian y un poco calculadora. A veces seguir la corriente y otras veces no.
Y esto es muy complicado.
Especialmente no seguir la corriente. Ir en contra de la corriente, como nos adelantó Salomon Asch en los 50, es muy difícil. Asch llevó a cabo un estudio en el que mostraba 2 cartas a los estudiantes, una con una línea y otra con tres líneas. Usaba grupos de entre 7 y 9 sujetos, en los que todos estaban compinchados menos uno, que era el sujeto del estudio. Los cómplices debían dar respuestas equivocadas el 60% del tiempo, empezando siempre por respuestas correctas. Cuando no había cómplices, los sujetos de estudio daban casi siempre una respuesta correcta. Con cómplices, fallaban casi el 40% de las veces aunque las respuestas que se dieran fueran con líneas de varios centímetros de diferencia.
Para ser miembro de un rebaño primero hay que ser una oveja, como dijo Einstein. Pero es que lo fácil es ser oveja. Estudios posteriores, como los de Berns, han demostrado que cuando los sujetos van contra la corriente aumenta su actividad en la zona de la amígdala, normalmente asociada con emociones primarias como el miedo.
Pero el miedo, que es el camino al lado oscuro, es también el responsable del éxito. Principalmente porque uno no puede ser valiente si no tiene miedo.
Otros ejemplos de lo fácil que es que los humanos comencemos a comportarnos como ovejas, lo podemos encontrar en el estudio de Milgram (terrorífico), el experimento de la cárcel de Stanford (terrible, muy bien mostrado en la excepcional película alemana "El Experimento") o en La tercera ola (que no es el genial libro de Alvin Toffler, sino el preocupante experimento realizado por el profesor Ron Jones).
Os dejo con una actualización del terrible experimento de Milgram, para los que piensan que el ser humano ha cambiado desde entonces (como bien dice Yosi de Los Suaves en Santa Compaña: "cambian los tiempos, pero el hombre no cambiará jamás").
Os dejo también el tráiler de "El Experimento". Película más que recomendable. Basada en la realidad.
En general, Ken Fisher lo define estupendamente: como no se puede ganar dinero sobre la media haciendo lo mismo que todo el mundo, hay que encontrar algo que tú sabes pero los demás no.
10. el orgullo
Quizá es uno de los temas de los que más hemos hablado en el blog. Uno de los peores errores que puede cometer un inversor: ser orgulloso.
En mercados financieros pocos caminos hay que conduzcan al fracaso tan rápidos como el de ser orgulloso. Es la puerta de muchos sesgos todos ellos de resultados catastróficos.
Por eso hemos lo hemos comentado tantas veces: por ejemplo aquí recordando el artículo que escribí para la revista Al Alza (incluido en el enlace), aquí aprovechándome de la fama adquirida por Masacre (al que algunos ya conocíamos y seguíamos desde hacía tiempo), y aquí recordando una anécdota que me ocurrió en un Borsadiner. Y seguramente en algún otro que no recuerdo.
Nunca está de más recordarlo una y otra vez: mal amigo es el orgullo.
En primer lugar, por orgullo no nos adaptamos a la nueva información que recibimos o la adaptamos a nuestro interés. Al final lo importante es tener claro que al mercado no se va a tener razón sino a hacer dinero. A veces se tienen razón, pero normalmente no. Como he comentado con muchos inversores amigos, los trades que mejor nos han salido no han sido necesariamente aquellos en los que hemos tenido razón. Y, es más, alguna vez teniendo razón no hemos hecho dinero, por no elegir bien el producto, no cuidar las entradas y las salidas, etc.
Otro error de los orgullosos es no poner stop loss, sea este mental o como decidamos de acuerdo a la técnica que utilizamos para invertir. Como hay mucha polémica con respecto al stop loss, me referiré mejor a no cuidar el riesgo: el inversor orgulloso no cuida el riesgo en su cartera.
Por ejemplo, los inversores value aseguran no usar stop loss. Y así es en sentido literal, pero no es del todo cierto. También los value se equivocan y venden acciones en las que pierden dinero. Se producen hechos que les obligan a vender con pérdidas, que es lo mismo que ejecutar un stop loss. Lo que pasa es que sería más cualitativo que cuantitativo. Pero es más, cuando a un value le gusta un valor no invierte en él el 100% de su capital, sino que ajusta el tamaño de la posición dependiendo del margen de seguridad. Y esto es una forma de gestionar el riesgo (money management: position sizing).
Cuando el margen de seguridad se agota, salta el stop loss.
Si es que los value, les guste o no, son traders. Sólo cambia su plazo. Aunque el plazo lo cambie todo.
Otro error del orgulloso es no diversificar. Sí sí, ya sé que Warren Buffett, en su famoso discurso a los alumnos del MBA de la Universidad de Florida (el vídeo, más abajo, no tiene desperdicio) asegura que un hombre sólo tiene una o dos buenas ideas en la vida y si diversifica aumenta las probabilidades de diluir estas ideas entre otras peores. Esto es cierto: si algunos grandes empresarios no lo hubieran dado todo por sus ideas, ahora no serían ricos.
Pero debemos reconocer que no todos somos Warren Buffett, ni tenemos alma de grandes empresarios. De hecho, la mayoría de la gente no tendremos ni una sola buena idea en toda nuestra vida, así que o diluimos las ideas mediocres para restar el riesgo de las peores, o nos arruinamos. La mayoría de la gente somos normales y estamos obligados a diversificar.
En cualquier caso, para terminar con el orgullo, una de las cosas que más interesantes son de los mercados, como siempre repite Óscar Germade (reputado analista técnico), es que al final siempre, antes o después, ponen a cada uno en su lugar. Recuérdalo bien cuando entres en el mercado, para saber en qué lugar prefieres estar.
11. la paciencia
Un buen inversor es paciente. Los mercados, como hemos comentado una y otra vez a lo largo de esta serie de artículos, son bastante eficientes, aunque probablemente no completamente eficientes. Esa eficiencia impide obtener resultados sobre la media en todos los periodos, por lo que a veces habrá que conformarse por ir de la mano de la mano de la media del mercado. Pero otras veces ofrece oportunidades. Y estas oportunidades son para el que espera, agazapado, pacientemente, que aparezcan.
Decía Jim Rogers que su trabajo era similar a estar sentado en la calle, mirando cómo pasa la gente, esperando a que a alguien se le cayera un billete del bolsillo para ir a recogerlo.
En este sentido, hay una historia preciosa, que conocí a través de Ed Seykota, que creo que funciona como una bonita parábola de lo que quiero transmitir. Os la traslado con mis propias palabras:
"Había un joven que quería aprender todo sobre el jade. Por eso fue a visitar a un anciano maestro en las montañas, famoso por su dominio de la gema. Al llegar a su casa, el joven le contó su interés por el jade y le pidió al anciano que fuera su maestro. El anciano lo miró y le pidió que sostuviera una piedra verde de jade en su mano. Se la cerró y le comenzó a contar una historia del trigo y de las cosechas.
-No he venido a aprender de trigo - dijo el joven -sino de jade.
-La lección por hoy ha concluido-le replicó el maestro-nos vemos mañana.
Así, retiró la piedra de su mano y se marchó a meditar. El aprendiz, se marchó perplejo, pero regresó al día siguiente. El maestro volvió a pedirle que sostuviese la gema y comenzó a hablarle sobre el tigre y su belleza. Al poco, el aprendiz dijo:
-Maestro, a mí no me interesan los tigres, sino el jade.
El maestro, como el día anterior, dio por terminada la clase, pidiéndole al joven que regresara al día siguiente.
Al cabo de varias semanas, el maestro había hablado con el aprendiz del arroz, de cabras, de las montañas, del paso de las nubes y del cauce de los ríos. El aprendiz escuchaba cada vez durante más tiempo, aunque todavía sin entender por qué éste no quería hablarle de jade.
Un día, cuando estaba cogiendo la piedra verde de la mano del maestro, antes de comenzar con la historia, aseguró:
-Maestro, esta piedra que tengo sobre la mano, a pesar de ser muy similar, no es de jade.
El anciano sonrió ampliamente y, mirando a los ojos del joven, le dijo:
-Ahora, ya estás listo para que empecemos a hablar sobre el jade."
O como hubiera resumido en pocas palabras el señor Miyagi: "dar cera, pulir cera".
12. la suerte
Siguiendo con las características de nuestro inversor perfecto, Mr. Cynical, una de las más importantes es que no cree en la suerte. O al menos no en la suerte que no se busca uno mismo.
Richard Wiseman, un genial psicólogo inventor de la disciplina llamada por él mismo "rarología" (en este link, su canal de Youtube), decidió realizar una serie de experimentos sobre la suerte. Quería comprobar si existía o no. Para ello, creó un grupo compuesto a partes iguales por gente que decía tener suerte y gente que decía tener mala suerte.
En primer lugar, realizó una serie de sorteos tipo lotería, comprobando que la probabilidad de que le tocase al grupo que decía tener buena suerte era la misma que la probabilidad de que le tocase al grupo que tenía mala suerte. Es decir, matemáticamente, Wiseman mostró que no existe la suerte.
Pero Wiseman fue más allá. Para comprobar si entonces la suerte era una cuestión de actitud, ideó un experimento en el que podía a los participantes contar el número de imágenes que había en un periódico. La cosa era que en un anuncio que ocupaba la mitad de la siguiente página ponía: pare de contar, en este periódico hay 43 fotografías. Lo curiosos es que en media la gente que decía tener suerte resolvía el ejercicio en unos segundos frente a los que decía no tenerla, que tardaban más tiempo.
Otro ejercicio que hacía era preguntar a los participantes si les parecía buena o mala suerte la siguiente situación: un atracador entra en un banco en el que te encuentras haciendo gestiones. Un tiro al aire acaba en tu pierna por casualidad y quedas cojo de por vida. Luego preguntaba: ¿crees que tienes suerte o no? Los que decían tener mala suerte aseguraban que eso era mala suerte. Sin embargo los que decía tener buena suerte aseguraban que eso era tener buena suerte porque el tiro no les había matado.
Es decir, que Wiseman mostró que la suerte era un tema de actitud. Que para estar en el sitio adecuado en el momento adecuado hay que estar en muchos sitios en muchos momentos. Que la suerte es para los osados.
No sé si lo que voy a contar ahora es cierto o no, creo que se lo escuché decir a Punset. O en alguna entrevista, no lo sé. Igual lo soñé porque no lo he vuelto a encontrar. La cosa es que escuché que Wiseman, tras el estudio, pidió a los participantes que salieran por un camino diferente, señalando que por el que habían entrado estaba en obras. Después, medía el tiempo que cada sujeto tardaba en encontrar la salida nueva. Lo curioso es que, en media, los que decían tener buena suerte tardaban menos tiempo en encontrar la salida.
En fin, que todo es una cuestión de actitud y de conocer las propias limitaciones. El mercado no sabe de buena o de mala suerte, sabe de trabajo y de actitud ante el trabajo. Y no siempre te recompensará. Pero como sabéis, la paciencia también se pondrá de tu parte.
13. Conclusiones
Nos dejamos mucho en el tintero, pero no es la intención de este artículo abarcar todo, sino tan sólo dar una breve introducción al tema. Dejando claro que las cuestiones se encuadran dentro de la disciplina conocida como behavioral finance.
Al fin y al cabo, esta disciplina estudia el tema en cuestión: cómo reaccionan los seres humanos antes los problemas financieros y económicos, y no como la economía clásica que estudia cómo debería reaccionar.
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Tampoco nada de este artículo debería considerarse como una oferta o invitación de compra o de venta de ningún instrumento financiero: si decides lanzarte al mercado basado en cualquier idea aquí vertida es sólo bajo tu responsabilidad.
Invertir en los mercados no es un juego. Cada día se gana y se pierde mucho dinero y son tantos los factores que pueden influir las valoraciones de los diferentes productos que existen de inversión/especulación que es imposible predecir sus movimientos con seguridad.
También es interesante que sepáis que podríamos tener exposición ya sea personal o a través de alguno de los productos que gestionamos en las entidades para las que trabajamos, en alguno o en todos los activos que comentamos.
Y recordad, en los mercados financieros a veces puede pasar incluso lo más lógico.
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