Siguiendo con los artículos que vengo publicando sobre Psicología del trading en la revista trimestral Al Alza, de
productos cotizados de BNP Paribas, os dejo con la segunda parte.
Es algo más durilla que la primera, básicamente porque entramos en materia: El miedo y la codicia.
Contenido:
Una vez aceptamos que las emociones juegan un papel fundamental en nuestra operativa en los mercados financieros, llegando incluso a ser el elemento más importante a tener en cuenta especialmente si nos dedicamos a hacer trading, es interesante poder identificar cuáles serán las que más afecten a nuestra operativa. En este sentido, sin duda, las dos emociones principales (que no las únicas) son el miedo y el deseo de riqueza (la codicia).
La codicia
Como ocurre con todas las emociones, podemos entender la codicia desde una perspectiva positiva y otra negativa. La negativa es quizá la más extendida: la codicia se ve como un deseo insaciable de riquezas. Desde este punto de vista, la codicia ha sido castigada por la sociedad. Así ocurre en los cuentos populares, como por ejemplo en el cuento de la lechera o en el de la gallina de los huevos de oro. También en las religiones, tanto las occidentales, como por ejemplo el cristianismo, que la considera un pecado capital, como en las orientales. El budismo, por ejemplo, entiende la codicia como un error en la búsqueda de la felicidad.
Sin embargo la codicia puede ser algo positivo. Como describía cínicamente Gordon Gekko en la genial película Wall Street: "La codicia es buena. La codicia funciona. La codicia expresa, absorbe y capta la esencia y el espíritu de la evolución. La codicia, en todas sus formas -codicia por la vida, el dinero, el amor, el conocimiento… - ha constituido el auténtico avance del género humano”. En este sentido, la codicia se entiende como ambición.
En cualquier caso, buena o mala, la codicia es un deseo muy humano. Entendiéndola en su sentido más amplio, el hombre es codicioso por naturaleza.
En los mercados financieros, la codicia es esa voz interior que, cuando vas a poner la orden de compra de 100 acciones te dice “es una ganancia segura, compra 1000”. La que te hace arriesgar más capital del que debes. El error es que operamos pensando en las ganancias, cuando lo inteligente es operar siempre pensando cuánto podemos perder. Frente a lo anterior, la codicia es también esa voz interior que te dice, “aprende más”, “lee”, “sigue practicando”, “sé mejor”.
Una de esas dos voces necesita ser silenciada. Y solo existe una forma de hacerlo: nuestra operativa de trading debe estar planeada de antemano. Antes de realizar la compra o la venta del activo debemos saber cuánto y cuándo. Aunque suene extraño, cuando hablamos de trading, esto es muchísimo más importante que el qué. Para ello debemos tener un sistema.
Tener un sistema no significa automatizar nuestro trading, sino darle un sentido. Se puede, no obstante, automatizar nuestro sistema, eliminando así la parte emocional negativa. El problema es que también eliminaremos la positiva.
Ser inversores de largo plazo no debe ser excusa para no tener sistema. En el sentido amplio, los estilos de inversión (como el value o el growth, por ejemplo) son sistemas. La base del sistema consiste en escoger y testear un método que nos indique qué y cuándo elegir un activo concreto (es decir, un método de análisis) y cuánto arriesgar (es decir, un método de gestión del dinero).
El cuánto significa escoger una estrategia de gestión del dinero que nos indique cuál será el capital máximo que podemos arriesgar en cada operación, de acuerdo a nuestro capital total. Gracias a esta estrategia, una vez calculada cuál puede ser nuestra pérdida, el sistema nos señalará el dinero que pondremos en juego en el mercado. Este tipo de estrategia de money management se conoce técnicamente como position sizing. Por otro lado, debemos saber exactamente antes de la operación que vamos a realizar en qué precio entraremos y cuál será el precio al que salgamos. Es decir, conocemos de antemano el precio de compra y tenemos claros nuestros stop, tanto para las ganancias como para las pérdidas. Una vez aclarado esto, estaremos listos para entrar en los mercados.
En el trading, el futuro es impredecible, por lo que ninguna estrategia de análisis (es decir, el qué), por fiable que sea, nos ayudará a batir consistentemente al mercado. Evidentemente, es útil. Cuanto mejor sea nuestro análisis, menor riesgo de pérdidas correremos. Pero tan solo una gestión adecuada de nuestro capital (que es al fin y al cabo nuestra herramienta de trabajo) nos ayudará a sobrevivir en plazos largos. No obstante, si nuestro objetivo no es hacer trading sino que somos inversores de largo plazo, la pregunta del qué cobra todo su sentido y se hace tan importante como las otras dos.
La otra voz, la que nos pide ser mejores, la codicia de aprender, debe ser amplificada. Debe gritarnos. Para ello, una técnica eficaz es hacer examen de conciencia antes y después de cada operación. Es útil apuntar antes de hacer una operación por qué vamos a hacerla. Una vez cerrada, sea un éxito o un fracaso, podemos reflexionar sobre por qué la hicimos y cuáles han sido nuestros puntos fuertes y débiles durante el desarrollo de la misma. Y a partir de ahí, trabajar las debilidades y potenciar las fortalezas.
Algo que debemos recordar siempre es que no debemos insultarnos o sentirnos inferiores por nuestros errores. Las decisiones que tomamos, sean correctas o no, son importantes por el mero hecho de ser nuestras. La lucha, la constancia y el trabajo nos ayudarán a ir depurando el proceso de toma de decisiones. Recuerda que el trading es en sí mismo una actividad muy frustrante. Celebra tus éxitos con moderación (pero celébralos) y aprende de tus fracasos.
Otro error asociado con la codicia lo encontramos en los llamados “buscadores de techos y suelos”. Es completamente imposible adivinar cuándo un mercado se dará la vuelta. Son tantísimos los factores que pueden influir en el precio que no existe ninguna técnica para tener todos en cuenta. Así, el análisis nos puede ofrecer resultados aproximados y sujetos a mayor o menor incertidumbre, pero nunca resultados exactos. Recuérdalo: no existe nadie que compre en los mínimos y venda en los máximos. Si alguna vez ocurre esto es pura casualidad. Si alguien le cuenta que es capaz de hacerlo, le está mintiendo. Así que, como decía mi abuelo, “el último duro, para otro”. Nuestro sistema nos debe indicar antes de hacer una operación cuál será nuestro precio de salida. Si luego el mercado sigue ganando puntos en la dirección que habíamos previsto, no es importante, porque nosotros ya hemos tenido una operación exitosa y sólo debemos pensar en la siguiente.
El miedo.
El miedo, de acuerdo a la definición de la RAE es una “perturbación angustiosa del ánimo por un riesgo o daño real o imaginario”. Es una emoción, normalmente incómoda, concebida para ayudarnos a sobrevivir en un entorno de incertidumbre. El miedo fija nuestra atención en el riesgo que nuestra mente considera más importante frente al resto de riesgos.
El miedo es una emoción primaria. Biológicamente, se desarrolla principalmente en el cerebro, más concretamente en el sistema límbico y siendo aún más concretos en la amígdala. A pesar de que conocemos relativamente bien cómo funciona el mecanismo del miedo, es muy complicado actualmente pensar en una medicación contra él. Se han desarrollado algunas, pero por el momento no tienen aplicación real, puesto que el miedo, como emoción primaria, se desarrolla de forma parecida a otras emociones primarias, como por ejemplo el afecto. Un sociópata es una persona que no puede sentir afecto. Pero tampoco miedo. Ambas emociones están de alguna manera conectadas y relacionadas con una lesión en la amígdala. No es algo que debiera sorprendernos. La cultura popular nos deja un ejemplo en el cuento de Juan sin Miedo. Como su nombre indica, Juan es incapaz de sentir ningún tipo de miedo, algo que le hace incluso algo irresponsable. No obstante, una vez se enamora de la princesa al final del cuento (es decir, aprende a tener afecto) entonces se asusta por primera vez ante el miedo a perderla.
Antes he señalado “aprende a tener afecto”. He utilizado la palabra “aprende” puesto que las emociones primarias pueden aprenderse (salvo casos de lesiones como la que comentábamos antes). El miedo es una emoción social: el ser humano aprende a tener miedo de acuerdo al contexto social y a la época. Si actualmente le hablamos a un europeo del siglo XV sobre el miedo al cambio climático o el miedo a una pérdida de privacidad por culpa de las redes sociales, nos mirará con cara de asombro. Sin embargo, si le bombardeamos lo suficiente el tema, seguramente comience a tenerlo en cuenta. Un buen ejemplo lo encontramos en la película de “El bosque”, donde se crea un mundo en el que se enseña a tener miedo a elementos como el color rojo o a entrar en el mismo bosque. Aunque la idea de que el miedo es algo que depende de la sociedad pudiera intuirse, los estudios científicos sobre este tema no surgieron hasta bien entrado el siglo XX, especialmente con el desarrollo de las dictaduras, y al principio a través de las teorías sobre la psicología de multitudes. La idea más positiva que podemos sacar de este “aprendizaje del miedo” es que, al igual que se puede aprender a tener miedo a determinadas situaciones, se puede aprender a no tenerlo.
Existen diferentes tipos de miedo (al amor, a las arañas, a la muerte…) y a su vez, diferente gradación de los mismos (terror, susto, etc). Dos grados del miedo serán los que más nos preocupen como inversores o especuladores: el riesgo y el pánico.
El riesgo, es un arma muy poderosa porque se puede cuantificar. De este modo podremos adecuar nuestra cartera al riesgo que estemos dispuestos a asumir (eliminando así parte del riesgo imaginario) o también podemos buscar activos en los que se esté sobrevalorando el riesgo (como hizo, por ejemplo, W. Buffet cuando compró acciones de Coca-cola).
Una forma muy simple de evaluar el riesgo en el trading es comparar el precio al que queremos comprar con el stop de pérdidas que pondremos. Si por ejemplo existiese entre uno y otro una diferencia de un 20% sabemos que eso es lo máximo que podemos perder en esa operación. Con esto en mente, debemos calcular entonces cuál sería el precio de salida de la operación con beneficios. Si por ejemplo, vamos a arriesgar ese 20% para conseguir un beneficio del 2%, desde luego la operación no valdrá la pena. En este sentido, debe quedar por delante el giro copernicano: cada vez que vayamos a hacer una operación, primero debemos pensar en sus posibles pérdidas.
La palabra pánico proviene de la palabra griega pan, que tenía que ver con los sonidos desconocidos del bosque, atribuidos a la música del dios pan. El pánico debe ser siempre observado con sentido común, puesto que muchas veces no está justificado. En ese caso podremos aprovecharlo de la misma forma que lo haríamos en una burbuja. En momentos injustificados de pánico será más sencillo buscar activos sobrevalorados en riesgo. Por ejemplo durante la crisis del 87, mientras todos sus gestores le miraban sin saber qué hacer, J. Templeton les gritaba: ¡comprad todo lo que podáis!, puesto que, como se demostró después, no había razón de fondo para una caída así. Igualmente ocurrió durante la última crisis. Tras la quiebra de Lehman, recuerdo que había alguna acción que cotizaba por debajo del valor de su caja. Es decir, era como si pudiésemos comprar un pantalón por 50 euros que tuviera 100 euros en uno de sus bolsillos.
Ir en contra de la corriente puede ser una estrategia muy peligrosa, en cualquier caso. A veces el mercado tarda tanto en reconocer sus errores que nos quedamos por el camino. Decía A. Roy, que un inversor de largo plazo debe aprender a sobrevivir en el corto plazo. Esto es mucho más cierto cuando trabajamos con productos derivados. Por ello también podemos elegir añadirnos al rebaño, aplicando por ejemplo técnicas de seguimiento de la tendencia. Siempre y cuando, claro está, sepamos dónde nos estamos metiendo y hasta cuándo.
El pánico es tremendamente sencillo de vender. Recordemos el pánico provocado por O. Welles durante su lectura de “La guerra de los mundos” en la radio. Otro ejemplo lo encontramos en las noticias más leídas y comentadas en internet durante los meses de marzo, abril y mayo de 2009: todas ellas con planteamientos bajistas y caóticos, mientras el mercado no paraba de subir.
A la hora de invertir, los errores más comunes a los que nos inducirá el miedo dependen del momento en que nos encontremos en la operación: antes de hacerla o después.
Antes de la operación, principalmente tendremos dos miedos: a que se nos vaya un buen precio de entrada y miedo a perder dinero en la operación, porque recordamos, por ejemplo, antiguos fracasos. Ambos miedos pueden ser parcialmente cubiertos. El miedo a que se nos vaya el precio deberá cubrirlo nuestro sistema, que nos indicará precios y motivos de entrada al mercado. El miedo a perder dinero solo puede ser solucionado con una adecuada gestión del riesgo, gracias al cual siempre sabremos cuál es el máximo dinero que vamos a perder. Así podremos adecuar nuestro nivel máximo de miedo a nuestra pérdida máxima.
Durante la operación, los errores más comunes provocados por el miedo son cerrar la posición antes de que llegue al stop o cortar las ganancias. Este miedo se conoce como el “efecto disposición” y afecta tanto a los particulares como a los profesionales. Estos errores serán solucionados parcialmente del mismo modo que los anteriores: con un sistema claro de entradas y salidas. No podemos dejar que sea el mercado quién elija, puesto que en ese caso correremos un alto riesgo de ruina. Otra forma de minimizar el “efecto disposición” es mediante la formación y diversificando la gama de productos que empleamos en el trading.
Por último, debemos considerar el miedo a equivocarse. Insisto mucho en este tema: el trading es una actividad muy frustrante. Exige unos niveles de tolerancia al fracaso muy altos, superiores incluso a los de un vendedor a llamada fría. No todo el mundo lo puede asumir. Pensemos por ejemplo en un sistema que acierta un 10% de las veces, con una ganancia media de 1.000 euros y una pérdida media de 5 euros. Es decir, no para de equivocarse en el sentido de las operaciones, pero por la esperanza matemática del sistema es muy positiva. Es un sistema claramente ganador. Pero, ¿podríamos soportar psicológicamente equivocarnos en 9 de cada 10 operaciones? De esta respuesta dependerá nuestra elección del tipo de operativa que queremos tener.
Más información:
www.lavueltaalgrafico.com (blog del autor)
Matteo Motterlini -Trampas mentales- (2010), Ed. Paidos Iberica. ISBN: 9788449323973
Marta Eugenia Rodríguez de la Torre -Todo sobre el cerebro y la mente- (2010), Ed. Planeta. ISBN: 9788408090045
Alfonso Álvarez González -Psicología del inversor bursátil- (2001), Ed. Pirámide. ISBN: 9788436816228
Michael M. Pompian -Behavioral Finance and Wealth Management- (2006), Ed. John Wiley & Sons Inc. ISBN: 9780471745174
Redes para la ciencia, programa y revista de Eduard Punset.