Escribo estas letras justo el día que cumplo 30 años, diez de los últimos en feliz exilio. En la vida nunca sabes cuando llegará tu hora y aunque espero que queden muchos días por delante, intentaré compartir un poco de lo que he aprendido en mi vida.
Lecciones para competir en un mundo complejo
No son reglas, ni un manual, ni siquiera frases para poner en una taza de Mr Wonderful. Son reflexiones y experiencias de las vivencias de un chico nacido en uno de los países más surrealistas del siglo XX y que ha tenido que enfrentarse a la dura realidad de ser un emigrante (por suerte, en un país maravilloso).
Decía Ortega Gasset: "Yo soy yo y mi circunstancia, si no la salvo a ella no me salvo yo"
Mis circunstancias, si has leído este blog, las conoces. Ahora compartiré como he intentado salvarlas y cómo he competido y pienso seguir compitiendo (espero que ganando también) en lo que me quede por delante.
Decía Ortega Gasset: "Yo soy yo y mi circunstancia, si no la salvo a ella no me salvo yo"
Mis circunstancias, si has leído este blog, las conoces. Ahora compartiré como he intentado salvarlas y cómo he competido y pienso seguir compitiendo (espero que ganando también) en lo que me quede por delante.
En la vida siempre hay alguien mejor que tú: Asúmelo
Una de las características que reconocerás enseguida en cualquier cubano, es que tienen un gen competitivo muy alto. No sé de donde viene, aunque lo más sencillo es achacarlo al sistema educativo.
Mi familia no sería menos. Recuerdo de pequeño como intentábamos convencer a alguno de los abuelos que afirmará cual era su nieto favorito, o ser el que mejor jugará al dominó, o traer las mejores notas.
Mi familia no sería menos. Recuerdo de pequeño como intentábamos convencer a alguno de los abuelos que afirmará cual era su nieto favorito, o ser el que mejor jugará al dominó, o traer las mejores notas.
Tuve la suerte o la mala suerte (según a quien le preguntes) de ser el hermano menor, de una hermana brillante, que siempre ha dejado el listón muy alto.
No había premio que ganase, que ella no lo hubiese ganado antes; incluso para todos los profesores de mis colegios siempre he sido el hermano de Meybel.
No había premio que ganase, que ella no lo hubiese ganado antes; incluso para todos los profesores de mis colegios siempre he sido el hermano de Meybel.
Haz que tus referentes te hagan crecer
Desde muy pequeño me di cuenta de que si quería competir con ella, era muy complicado ganarle a horas, por lo que aprendí a competir diferente. Si competía en horas de estudio, me ganaría. Si competía en organización y planificación, me ganaría.
Mi ego se cultivaba en el colegio, donde, cómo mi hermana me había enseñado años antes todas las materias, iba bastante aventajado con respecto al resto de la clase. Por suerte hice amigos que se hacían respetar y me defendían cuando mi palabrería me envalentonaba frente a algún rival que me sacaba una cabeza.
Si he llegado a los 30 sin que me partieran la cara :) es buena parte gracias a ellos y siempre se los recuerdo.
Encuentra en que eres diferencial y construye sobre ello
Fue entonces cuando decidí utilizar la oratoria de otra forma y comencé a destacar por hacer unos discursos políticos bastante decentes.
Como he comentado alguna vez, me convertí en el chico de 10 años que podía dar un mitín delante de miles de personas sin arrugarse. Nadie diría que ese mismo chico era incapaz de ir a una cola para comprar el pan y no liarla, por la verguenza de no saber pedir el último.
En mi casa, son famosas las historias de las veces que regresé sin pan y las peleas en la panadería entre personas que se acusaban de intentar saltarse las filas siguiendo las indicaciones de un niño que no aparecía.
Con esos discursos, me gané ser uno de los más votados en Primaria para formar parte del colectivo de estudiantes, algo que repetiría en la Secundaria (equivalente a la ESO), convirtiéndome en el presidente del comité de estudiantes.
Cuando llegó el último curso, tenía que tomar una decisión. O acudir al internado desde donde mi hermana llegaba cada 11 días con una mochila llena de libros, o tomar el camino fácil de sobornar a algún profesor de la escuela deportiva de mi ciudad a cambio de una plaza (por 100 dólares te ganabas la admisión).
Para mí la decisión estaba clara. Quedarme en la ciudad me daría la comodidad de dormir en mi casa y tener los fines de semana libres. La alternativa de con 14 años irme a un internado de frikis no era muy atractiva. Desde España mi padre convencería a mi madre, de que al menos me presentase a los exámenes de acceso al internado.
Para mi ego le vendría bien. Me presentaría al examen de los frikis, quedaría primero y encima me quedaría en la ciudad, sabiendo que era el más listo de ellos. La primera en la frente.
No accedí de forma privilegiada. El colegio daba acceso prioritario a los ganadores de medallas provinciales de los concursos de matemáticas, lengua y ciencias naturales. En varias asignaturas quedé cuarto lugar. Culpé a los examinadores de favoritismo y me presenté al examen.
Había 100 plazas para toda la provincia, pero para mí solo entraba en los planes quedar entre los cinco primeros. La segunda en toda la cara.
A pesar de hacer un buen examen quedé como el lugar 17. Tuve que vanagloriarme con que era el mejor situado de mi clase y colegio. Cómo curiosidad todas las plazas que ganó mi colegio eran de mi clase.
Fue entonces cuando decidí que iría al colegio y lavaría mi nombre y reputación.
Como he comentado alguna vez, me convertí en el chico de 10 años que podía dar un mitín delante de miles de personas sin arrugarse. Nadie diría que ese mismo chico era incapaz de ir a una cola para comprar el pan y no liarla, por la verguenza de no saber pedir el último.
En mi casa, son famosas las historias de las veces que regresé sin pan y las peleas en la panadería entre personas que se acusaban de intentar saltarse las filas siguiendo las indicaciones de un niño que no aparecía.
Con esos discursos, me gané ser uno de los más votados en Primaria para formar parte del colectivo de estudiantes, algo que repetiría en la Secundaria (equivalente a la ESO), convirtiéndome en el presidente del comité de estudiantes.
Cuando llegó el último curso, tenía que tomar una decisión. O acudir al internado desde donde mi hermana llegaba cada 11 días con una mochila llena de libros, o tomar el camino fácil de sobornar a algún profesor de la escuela deportiva de mi ciudad a cambio de una plaza (por 100 dólares te ganabas la admisión).
Para mí la decisión estaba clara. Quedarme en la ciudad me daría la comodidad de dormir en mi casa y tener los fines de semana libres. La alternativa de con 14 años irme a un internado de frikis no era muy atractiva. Desde España mi padre convencería a mi madre, de que al menos me presentase a los exámenes de acceso al internado.
Para mi ego le vendría bien. Me presentaría al examen de los frikis, quedaría primero y encima me quedaría en la ciudad, sabiendo que era el más listo de ellos. La primera en la frente.
No accedí de forma privilegiada. El colegio daba acceso prioritario a los ganadores de medallas provinciales de los concursos de matemáticas, lengua y ciencias naturales. En varias asignaturas quedé cuarto lugar. Culpé a los examinadores de favoritismo y me presenté al examen.
Había 100 plazas para toda la provincia, pero para mí solo entraba en los planes quedar entre los cinco primeros. La segunda en toda la cara.
A pesar de hacer un buen examen quedé como el lugar 17. Tuve que vanagloriarme con que era el mejor situado de mi clase y colegio. Cómo curiosidad todas las plazas que ganó mi colegio eran de mi clase.
Fue entonces cuando decidí que iría al colegio y lavaría mi nombre y reputación.
Si quieres crecer compite contra gigantes
A pesar de las advertencias de mi hermana, de la calidad del colegio y de sus compañeros, yo seguía creyendo que sería llegar y besar el santo. Nada más lejos de la realidad.
Lo primero es que volvía a ser el hermano de ..... (Coño que Luis Ángel no era tan difÍcil de aprender)
Y lo segundo, es que no tarde ni una semana en darme cuenta, de que mis compañeros eran lo más brillante de mi generación. Nunca en la vida he vuelto a vivir en un ambiente tan competitivo pero a la vez con tanto compañerismo. Para nada era un colegio de frikis.
Aunque daría para otro post. Os cuento como era una oncena en el internado.
- Llegabamos domingo por la tarde-noche.
- La alarma para despertarse sonaba a las 6 de la mañana.
- Teníamos 15 minutos para ducharnos con agua fría
- A las 7:30 teníamos el acto revolucionario del día
- A las 8 comenzaban las clases, comíamos a las 12 y luego teníamos clase de 15-17:30
- De 17:30-18:30 podías hacer deporte, a las 19 se comía y a las 20:00 tenías que estar en tu clase para dos horas de estudio individual.
- A las diez de la noche podías irte a dormir o podías quedarte estudiando las horas que quisieras. Yo era de los que me iba a dormir pronto.
- Los padres nos traían provisiones los míercoles y domingos
- Habían trabajos obligatorias 3 veces por oncena en el campo (recogida de naranjas sobre todo)
- Yo me libré por ser un friki en Geografía. Más adelante os cuento.
- Teníamos dos días donde por la noche el estudio se sustituía por dos horas de música y baile. Yo iba a escuchar música, bailar hace años sabía que no iba a ser mi fuerte.
- Si al final del año terminabas con una asignatura con menos de 8,5, te expulsaban. Si te pillaban copiando o descubriendo la sexualidad con tu novia en algún aula a escondidas también. Fumar, beber y estar en contra de la revolución podían ser las otras causas de que terminases tu bachiller fuera del internado.
Allí era un estudiante más. No era el mejor en Matemáticas, Química, Física, Historia, Lengua, Inglés. Decidí presentarme al concurso para ser el representante de la escuela en Geografía y cómo no era de las asignaturas preferidas por los más listos, tuve la suerte de que me escogieran. Vamos que era el mejor peón en un tablero lleno de alfiles, reinas, torres y caballos.
Pero por primera vez no me importaba. Ser el mejor en Geografía, me permitía entrar al selecto club de los élites del colegio y representar al mismo en los torneos nacionales. Por cierto, también me eximía de tener que ir a trabajar al campo y de asistir a las clases de geografía con el resto de mis compañeros.
Ser élite, también era una responsabilidad. Tenías la misión de explicarle a tus compañeros la asignatura de forma desinteresada para que aprobasen. Era una tarea de todos que nadie se fuese del colegio por notas a final de año. Los otros élites me ayudaban a mi y al resto de compañeros aprobar el resto de asignaturas.
Alguna desventaja también tenía ser el élite de Geografía. Al ser una asignatura de las consideradas fáciles, siempre tenía que aguantar algún listillo, que venía a mi cama a cuestionarme a las 2 de la madrugada si me sabía la capital de Zimbabue. Como si Geografía fuese solo capitales. Lo que más me jodía era que al de Matemáticas no lo despertaban para preguntarle por integrales segundas. Por cierto la capital es Harare
Sino te quieres tú, quien te va a querer
La oportunidad para ganarme el respeto de todo el colegio llegaría en el mes de febrero, cuando tendríamos la famosa Copa Lenin. Si quieres hacerte una idea, era algo así, cómo la cuarta parte de Harry Potter, donde colegios de todo el país compiten por el premio de mejor escuela en varias pruebas.
Mi colegio iba sin demasiadas expectativas. Nunca ganábamos nada, ya que el colegio de la capital generalmente arrasaba, al tener en sus filas a los representantes de la selección nacional que competía en las Olimpiadas. No se si acabas de descubrirlo, pero sí, existen olimpiadas de conocimientos (Generalmente ganan los rusos, chinos y EEUU).
Pero, mira tú que casualidad, que en Geografía teníamos una racha de 3 años seguidos ganando. Ya sabía yo, el por qué nadie quería esa presión.
Vamos que un chico de 15 años era la única esperanza del colegio. Mi entrenador era implacable. Nunca había tenido un alumno tan desorganizado y que no hacía los deberes. Fui todo un reto para él.
Para más INRI, decidí saltarme la última semana de entrenamiento para volver a mi casa, en un permiso especial que habían dado al resto de élites, pero que mi profesor no había aprobado. Recuerdo su mirada al subirme al autobús de camino a la Copa. Solo murmuró, si pierdes te dejo en la autovía y regresas haciendo autostop.
Llegó el día del examen. Recuerdo leer las preguntas y pensar en la insolación que pasaría en la autovía y que me refugiaría en casa hasta que en el colegio se les olvidar.
Le pedí a la profesora que me avisará cuando hubiese pasado una hora. Recosté la cabeza y me acosté a dormir. Sabía que no había nada que me preguntarán que el profesor no hubiese sembrado en mi cabeza. Simplemente los nervios estaban jugando una mala pasada.
Cuando me desperté, era como si tuviese otro examen. Aunque no las tenía todas conmigo, respondí todas las preguntas. Salí del examen con la cabeza baja, no quise mirar los ojos a mi entrenador. Me veía en el Monte de los Olivos y no necesitaba a un Judas para ir a cumplir mi destino al Monte Calvario.
Llegaron la entrega de premios y tomé una posición estratégica al final de la fila. Esperando la orden militar de rompan filas, para irme directo al autobús. Entonces dicen algo y todos se giran. Había ganado!!!!.
No recuerdo ni que dije, ni qué me entregaron de premio, pero no olvido la sensación de ese momento hace 15 años. Pensaba que no viviría nunca más algo así, por suerte la vida me deparaba otra cosa.
Quedaba la entrega de otras categorías, pero mi delegación decidió retirarse. Ya tenían el triunfo que buscaban. Pero de pronto, vuelven a decir el nombre de nuestro colegio. No era un error, sino que mi mejor amigo, el friki que nos representaba en programación, había dado la sorpresa más grande en muchos años y se coronaba campeón nacional. Por ponerlo en contexto en mi colegio había solo un ordenador Pentium 1 que se utilizaba más para jugar que para ticar código.
El cabrón me había quitado mi momento de gloria, pero joder, la sensación era aún mejor. El tío se convertiría y demostraría durante los próximos dos años ser el más talentoso con bastante diferencia del colegio. La curiosidad es que terminó expulsado por copiarse en un examen de Química (hasta el mejor escribano tiene un borrón).
En algún álbum tengo una foto que inmortalizó el momento. Dos amigos, un competidor nato y otro el más pasota del universo y dos trofeos que nos convertirían en los nuevos héroes del colegio.
Momento después del premio
Creo que nunca más nadie me llamó como el hermano de.. También comencé a notar que a pesar de seguir siendo un tío flaco, tímido y tirando a feo, triunfaba más en el colegio y lo mejor de todo sentía esa sensación de que había conseguido algo grande.
Desde entonces mi vida ha buscado encontrar retos y momentos que me hagan revivir esa sensación, cueste lo que cueste.
Aviso a navegantes: no digo que haya que buscar el éxito cual dopamina para ser feliz. Sin embargo para mi esa dopamina ha sido el motor impulsor para seguir mejorando y esforzándome. Competir contra gigantes y retos personales o laborales grandes es el motor que me mueve.
Cuando esa llama está prendida siento que soy capaz de todo, cuando se apaga intento pensar que próximo reto o crecimiento puede volver a encenderla.
Por suerte he podido sentir esa sensación al menos dos veces más. Pero eso ya lo vemos en otro artículo.
No se si soy la mejor versión de lo que podría llegar a ser, pero soy yo. Un cubano en Valencia, intentando construir un futuro mejor para los suyos y para él, ese es mi próximo reto y con vosotros lo comparto en este blog.
PD: os dejo una galería fotográfica de mi evolución. Decían que "todo tiempo futuro tiene que ser necesariamente mejor". Viendo las fotos, no lo tengo tan claro yo.
Bachiller
Mi colegio iba sin demasiadas expectativas. Nunca ganábamos nada, ya que el colegio de la capital generalmente arrasaba, al tener en sus filas a los representantes de la selección nacional que competía en las Olimpiadas. No se si acabas de descubrirlo, pero sí, existen olimpiadas de conocimientos (Generalmente ganan los rusos, chinos y EEUU).
Pero, mira tú que casualidad, que en Geografía teníamos una racha de 3 años seguidos ganando. Ya sabía yo, el por qué nadie quería esa presión.
Vamos que un chico de 15 años era la única esperanza del colegio. Mi entrenador era implacable. Nunca había tenido un alumno tan desorganizado y que no hacía los deberes. Fui todo un reto para él.
Para más INRI, decidí saltarme la última semana de entrenamiento para volver a mi casa, en un permiso especial que habían dado al resto de élites, pero que mi profesor no había aprobado. Recuerdo su mirada al subirme al autobús de camino a la Copa. Solo murmuró, si pierdes te dejo en la autovía y regresas haciendo autostop.
Llegó el día del examen. Recuerdo leer las preguntas y pensar en la insolación que pasaría en la autovía y que me refugiaría en casa hasta que en el colegio se les olvidar.
Le pedí a la profesora que me avisará cuando hubiese pasado una hora. Recosté la cabeza y me acosté a dormir. Sabía que no había nada que me preguntarán que el profesor no hubiese sembrado en mi cabeza. Simplemente los nervios estaban jugando una mala pasada.
Cuando me desperté, era como si tuviese otro examen. Aunque no las tenía todas conmigo, respondí todas las preguntas. Salí del examen con la cabeza baja, no quise mirar los ojos a mi entrenador. Me veía en el Monte de los Olivos y no necesitaba a un Judas para ir a cumplir mi destino al Monte Calvario.
Llegaron la entrega de premios y tomé una posición estratégica al final de la fila. Esperando la orden militar de rompan filas, para irme directo al autobús. Entonces dicen algo y todos se giran. Había ganado!!!!.
No recuerdo ni que dije, ni qué me entregaron de premio, pero no olvido la sensación de ese momento hace 15 años. Pensaba que no viviría nunca más algo así, por suerte la vida me deparaba otra cosa.
Quedaba la entrega de otras categorías, pero mi delegación decidió retirarse. Ya tenían el triunfo que buscaban. Pero de pronto, vuelven a decir el nombre de nuestro colegio. No era un error, sino que mi mejor amigo, el friki que nos representaba en programación, había dado la sorpresa más grande en muchos años y se coronaba campeón nacional. Por ponerlo en contexto en mi colegio había solo un ordenador Pentium 1 que se utilizaba más para jugar que para ticar código.
El cabrón me había quitado mi momento de gloria, pero joder, la sensación era aún mejor. El tío se convertiría y demostraría durante los próximos dos años ser el más talentoso con bastante diferencia del colegio. La curiosidad es que terminó expulsado por copiarse en un examen de Química (hasta el mejor escribano tiene un borrón).
En algún álbum tengo una foto que inmortalizó el momento. Dos amigos, un competidor nato y otro el más pasota del universo y dos trofeos que nos convertirían en los nuevos héroes del colegio.
Creo que nunca más nadie me llamó como el hermano de.. También comencé a notar que a pesar de seguir siendo un tío flaco, tímido y tirando a feo, triunfaba más en el colegio y lo mejor de todo sentía esa sensación de que había conseguido algo grande.
Desde entonces mi vida ha buscado encontrar retos y momentos que me hagan revivir esa sensación, cueste lo que cueste.
Aviso a navegantes: no digo que haya que buscar el éxito cual dopamina para ser feliz. Sin embargo para mi esa dopamina ha sido el motor impulsor para seguir mejorando y esforzándome. Competir contra gigantes y retos personales o laborales grandes es el motor que me mueve.
Cuando esa llama está prendida siento que soy capaz de todo, cuando se apaga intento pensar que próximo reto o crecimiento puede volver a encenderla.
Por suerte he podido sentir esa sensación al menos dos veces más. Pero eso ya lo vemos en otro artículo.
No se si soy la mejor versión de lo que podría llegar a ser, pero soy yo. Un cubano en Valencia, intentando construir un futuro mejor para los suyos y para él, ese es mi próximo reto y con vosotros lo comparto en este blog.
PD: os dejo una galería fotográfica de mi evolución. Decían que "todo tiempo futuro tiene que ser necesariamente mejor". Viendo las fotos, no lo tengo tan claro yo.
Continuará.....