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Este post es una reedición de otro publicado con el mismo nombre el 2 de octubre de 2009. Se han corregido algunos fallos de redacción. Sin embargo, los datos, el análisis y las conclusiones se han de entender referidas a 2009.

En las últimas fechas he discutido con bastante frecuencia sobre el significado de la palabra y el término economista; también acerca de las razones en las que me baso para afirmar que determinadas personas no deberían usar este nombre.

 

Soy Economista.

 

Hace una larga temporada que me imagino diciendo algo así como: “Hola, soy Economista” en una sala abarrotada de público que, compadecida, me aplaude, comprende y apoya en mi particular drama.

Sin embargo lo que más me preocupa es que tengo sustanciales diferencias con una persona alcohólica; la primera es que yo aún no he llegado a la fase de autoengaño (con las frases del estilo: “lo tengo controlado”). Más bien al contrario; la triste realidad es que en el fondo me siento orgulloso de tal condición. Sé que lo primero para resolver un problema es asumirlo y yo estoy bien lejos de tal situación.

Claro que también reconozco que trabajo en algo relacionado con el mundo de la economía; esto no ayuda. ¿Cómo queda un alcohólico orgulloso de serlo y que se dedica a vender cocktails?

¿A qué viene esto? Pues muy sencillo; me encuentro con un bombardeo continuo de recetas y decisiones para salir de la crisis que son un auténtico popurrí de decisiones incorrectas.

En 2007 estaba de vacaciones cuando estalló la crisis subprime. Sinceramente hacía tiempo que esperaba algo parecido y me asombraba como nadie parecía darse por enterado. Ese día, cuando me reuní con mis amigos, yo estaba pletórico, contento y eufórico. No me entiendan mal;  por supuesto que el crash de aquel día ni me alegró ni me causó sentimientos sádicos de ningún tipo. Tan sólo es que automáticamente entendí que USA había llegado al límite y, en consecuencia, Europa que iba con cierto retraso, (haciendo lo mismo) y España (que aún iba con algo de retraso adicional pero exagerando exactamente las mismas políticas) se iban a dar cuenta de la situación e iban a rectificar sus políticas y actuaciones. Debo reconocer que creí que por fin se iba a poner freno a la especulación, a las contenciones salariales y a las políticas monetarias completamente demenciales que nos llevaban a la deriva. Dos años después asumo mi error (para el que por cierto no tengo excusa) al considerar que toda la casta de talento y representantes simplemente sabían lo que hacían. Cada día me sorprendo más al ver que aún dos años después, no se han enterado absolutamente de nada. (En 2015, a la hora de publicar este post sigo ignorando cómo tienen tanto cuajo cómo para seguir tapándose los ojos).

En fin; lo mejor es asumir las cosas con entereza y (aunque se pueda pensar que necesite tratamiento de algún tipo) tratar de explicar alguna que otra cosita; por si acaso se diera la casualidad de que no estoy equivocado.

Por eso reconozco claramente el hecho de que hemos asistido a un bombardeo continuado, sistemático y abrumador de sentencias, predicciones y fracasos estrepitosos de personas que se definen como economistas o expertos (según el momento).

Con todo el orgullo del mundo me gustaría dejar claro que, en mi ingenuidad, considero experto a “aquel que acierta” y llamo economista a aquel que tiene una visión del conjunto de la economía. Por tanto me gustaría dejar claro que la inmensa mayoría de las voces no son ni expertos, ni economistas; y que los economistas, en caso de que hayamos existido,  hemos estado o callados o lamentando nuestras penas por las esquinas.

El listado de recomendaciones absurdas, predicciones incumplidas y sorpresas que jamás se podrían anticipar (nótese la ironía) abulta hoy más que las páginas amarillas; evidentemente todo el mundo es consciente de ello. De hecho en el programa “tengo una pregunta para Vd”, al presidente del país le han preguntado si había mentido en la campaña electoral acerca de una crisis, de la que todo el mundo hablaba pero que fue descartada con la descalificación del que la sugiriese mediante el término de “antipatriotas”. (En 2015,  sustituido por “Podemita”)

El Presidente se defendió afirmando que ningún organismo mundial serio pudo prever lo que vendría después; ni el FMI, ni el BCE, ni la OCDE, ni los servicios de estudios de los bancos…. Absolutamente nadie. Desgraciadamente esta afirmación es verdad. Pero claro, ¿En qué posición nos deja esto?

La primera impresión que tuve es que me da igual, porque mi representante era el Sr. Zapatero y, por tanto,  era suya la responsabilidad de anticipar, detectar y conocer la situación que se avecinaba para evitarla. O sea, que era el presidente de mi país o mis representantes, la persona elegida para que nuestra sociedad mejorase. El hecho de que nadie se hubiese enterado de nada significa que nuestro presidente cumplió tan mal su cometido como el resto. Pero en ningún caso significa nada más.

Claro que lo más grave es la sensación de unanimidad. Yo confío en que la sociedad puede aguantar a una persona clave que no demuestre competencia. Pero claro… lo que no se puede soportar es que todas las personas de todos los organismos (que no dejan de ser instrumentos de la sociedad para mejorar) fallen estrepitosamente y con total consenso; esa sensación no puede más que hundirme en la miseria.

Supongo que podría decir que no tiene sentido mirar al pasado, que la economía es impredecible o que surgen siempre imprevistos (no es lo mismo) o que las previsiones hay que revisarlas; en fin, el argumento es bueno, pero evidentemente surge la pregunta: ¿para qué queremos tantos estudios, organismos y demás si al final esto parece lo de la bruja Lola?

Con todo lo más grave no es eso. Lo más grave es que todas las previsiones (de los “expertos” y “economistas”), sirven para la toma de las decisiones de tal forma que al final la situación económica sale de la combinación de la situación actual y de las decisiones introducidas. Entiendo que el error en la percepción (demostrada) implica error en las decisiones y ello acabará degenerando en una situación final exactamente contraria a la deseada.

Parece que hay algún que otro fallito por algún lado; y en mi opinión el fallo parece ser que en algún momento hemos confundido economía con empresas o finanzas. Por esa razón la promoción económica ha pasado a ser la promoción de las empresas; la recuperación económica ha pasado a ser la recuperación de las empresas y la riqueza ha sido el valor de las empresas. Esta es la realidad y esto es lo que hoy está ocurriendo. Confundimos empresario con “hombre de negocios”, llamamos CEO a los que antes llamábamos jefes, y mientras un jefe de antes asumía una responsabilidad, unos valores y unas decisiones, el implicado y talentoso CEO se dedica a la búsqueda del balance perfecto y el informe impecable.

En algún momento los tópicos sustituyeron a los análisis y, de esta forma, la empresa privada es muy buena, los funcionarios son malvados, los trabajadores se consideran como una máquina problemática; la administración es mala, la libertad de voto en los políticos es condenable, la productividad no es una cosa que depende de las empresas, sino que, cuando es baja, debemos culpar al gobierno y(o)  trabajadores; el gobierno no ha de gobernar; debe comportarse como una empresa.

En medio de los tópicos, informes, mentidos y desmentidos nos hemos encontrado con que empresas y administración es lo mismo.  Esto habrá degenerado (aún no sé muy bien cómo) en que las empresas están pidiendo todo el día normativas y trabajo y ayudas a la administración; los bancos igual y mientras la administración en lugar de velar por los intereses de los ciudadanos (que al final somos los que votamos) vela por la creación de negocios (ahora llamada creación de valor). Por supuesto no extraña que en este contexto los gobiernos se hayan convertido en banqueros.

Ahora es cuando tenemos que darnos cuenta que una empresa y una administración tienen una diferencia clave en sus objetivos y en su funcionamiento. La empresa se mueve en un entorno definido con unas variables exógenas; no tiene (o no debería tener) capacidad para alterar significativamente un entorno ajeno a ella. Las actuaciones de los gobiernos en cambio afectan significativamente el entorno; por lo tanto las reglas de actuación, las formas, e incluso los razonamientos han de ser completamente distintos pues lo son tanto la situación, como los objetivos, como los medios y por supuesto las capacidades.

Pensemos en un partido de fútbol; tenemos un árbitro y dos equipos. Pues tradicionalmente el árbitro cumple una función distinta a los jugadores; evidentemente no puede apoyar a uno de los equipos (se cargaría el partido) y no se puede comportar como los jugadores que buscan dar espectáculo; (de hecho todo el mundo comprende que el árbitro tiene que pasar completamente desapercibido y aburrir).

El árbitro ha de conseguir que se den las condiciones para que los jugadores puedan hacer un buen partido. Y hoy estamos sin árbitros, porque estos estuvieron primero enamorados y luego chantajeados por Cristiano Ronaldo.

Sé que no es una defensa de mi profesión. Sé que tiene mucho más glamour, y desde luego mucho más bonus, el mundo empresarial o el financiero. Pero por favor, quédense con sus bonus, su glamour y sus trajes caros; pero déjennos el nombre de “Economista” a los que pensamos en un sistema.

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  1. #1
    05/08/15 09:42

    Mi teoría ha venido formándose desde hace un par de años o por ahí, y es la siguiente:
    Los poderes ocultos están ocultos debido a la existencia de la democracia, sin la cual todo se mostraría tal y como es: una relación entre opresor y oprimido que es la que le da sentido al curso de la historia humana. Bueno, pues desde que los poderes son ocultos, se nos implanta a la mayoría social 'un sentido común', tan bien explicado por el economista Alberto Garzón. ¿Y qué características tiene ese sentido común?

    Pues depende, depende principalmente del paradigma existente en esos poderes ocultos en determinado momento. Por ejemplo, y al margen de cualquier tipo de teoría conspiranoica, el 'miedo rojo' en los dulces años neoliberales de América Latina le sirvió de pretexto a las principales instituciones internacionales, cuyos nombres conoce hasta mi abuela, para establecer una alternativa política (un laboratorio de ideas) en los países de dicha región, en un contexto en donde el desarrollismo keynesiano estaba acabando seriamente con la desigualdad. El sentido común de la época declaraba que había que frenar el avance soviético fuere como fuere.

    Resultó ser que el consenso de Washington fue de todo menos consenso.

    Ahora es el turno de las sociedades plenamente desarrolladas. Sin más, pienso que actualmente, dado el actual estado tecnológico de las cosas, la sociedad está despertando, y frente a este hecho los poderes ocultos no saben qué hacer, puesto que nunca han tenido una democracia tan caprichosa flotando en el ambiente. Frente a esto pienso que la economía tiene que ser de todo menos científica, tiene que ser un instrumento político y todo este discurso que viene detrás. No nos dejemos engañar por políticos. La verdadera crisis la tienen ellos.


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