En el siglo XVI, un financiero inglés de nombre Thomas Gresham describió en un informe para su majestad la reina Isabel I, un proceso que afectaba a la circulación monetaria de su tiempo que consistía en que las monedas de buen o alto contenido metálico, o sea, aquellas cuyo valor nominal o facial se correspondía -en un aceptable grado- con su valor real definido por la cantidad de oro o de plata que aseguraban contener, desaparecían de los intercambios mercantiles siendo sustituidas en esa tarea de facilitar el comercio por monedas "malas", es decir, monedas que que distaban en gran manera de contener la cantidad de metal precioso cuyo valor facial aseguraban contener. Este proceso por el cual el dinero "malo" sustituye al "bueno" en los intercambios se conoce desde entonces como Ley de Gresham. Hay un refrán castellano que recoge el resultado final de este mismo proceso: "el buen paño en el arca se guarda".
Como Gresham describió y descubrió, la existencia de monedas de diversa calidad en atención a su contenido metálico se debía a la inexistencia en aquellos tiempos de una apropiada regulación y estandarización del sistema de acuñación, lo que incentivaba a quienes podían acuñar monedas a caer en la tentación de cometer fraudes bien rebajando la ley en la aleación de cada moneda, bien "recortando" en cada una de ellas unas mínimas virutas de metal precioso, para así obtener un beneficio extra del proceso de acuñación en la medida que cada moneda acuñada no contenía la cantidad de oro o de plata que decía contener.
Gresham se dio cuenta además de que para que se cumpliese su "ley" era necesario, además, la concurrencia de dos factores: 1) que el público encontrase algún mecanismo que le permitiese discriminar las monedas "buenas" de las malas, como realmente lo encontró, y 2) que legalmente existiese la obligación de aceptar las monedas por su valor facial, o sea que el valor de cambio de dos monedas que tuviesen la misma denominación era el mismo independientemente de que una fuese "buena" y la otra "mala".
Cuatro siglos después, el "Premio" Nobel de Economía, George Akerlof ha extendido la Ley de Gresham a muchos otros campos de la actividad económica. Ha definido así como "Dinámicas de Gresham" a los procesos que llevan a que los agentes cuyo comportamiento es deshonesto o inapropiado acaben obteniendo más beneficios en los mercados que los agentes cuyo comportamiento es honesto con la implicación de que, con el discurrir del tiempo, los comportamientos honestos sufren un proceso de selección adversa y acaban despareciendo de los mercados. Sencillamente sucede que la deshonestidad resulta ser en ciertos entornos más rentable que la honestidad, lo que lleva a que, en un ambiente competitivo, la suplante. Es decir, que al igual que la "ley de Gresham" de que el dinero malo expulsa al bueno exige de la existencia de una norma que exija que los agentes acepten los dos tipos de moneda (buenas y malas) por su valor facial en sus transacciones, también para que la "dinámica de Gresham" por la que la "mala" ética expulsa a la "buena" en los mercados sea efectiva exige también de un marco institucional que ampare o permita esos comportamientos deshonestos.
En esa misma línea, un economista como Bill Black ha apuntado a la desregulación del sistema financiero norteamericano que se llevó adelante en las décadas de los años 80 y 90 (siguiendo -no se olvide-los consejos de los economistas neoclásicos más respetados académicamente) como responsable último del desarrollo de un "entorno criminogénico" que ha fomentado la generalización de los comportamientos fraudulentos que, a su vez, han generado la crisis financiera de 2007 que todavía se está padeciendo.
Como ejemplo cabe apuntar que la increíblemente ineficaz gestión reguladora del Banco de España en la década pasada está por debajo de las prácticas estúpidas y fraudulentas del sector financiero español que han posibilitado y fomentado la burbuja inmobiliaria cuyo estallido ha supuesto el caos que asola a la economía española.
Pero, ¿por qué pararse aquí? ¿por qué no analizar la actual situación política española desde la perspectiva de una Dinámica de Gresham? A mí, al menos, me resulta obvio que en nuestro desventurado país, en el mundo de la política, y sea cual sea la instancia administrativa de que se trate ya sea municipal, autonómica o estatal, se ha producido en los últimos veinte años una increíble sucesión de Dinámicas de Gresham en forma de corrupción, que ha llegado en los últimos tiempos a un extremo tal que que puede calificarse sin exagerar ni un ápice de sistémica.
Nada nuevo: decir que nuestro sistema político está podrido por la corrupción es hoy un lugar común. Pero la dificultad está en explicar el porqué se ha producido este entorno político criminogénico.
Veamos, a la hora de analizar las "Dinámicas de Gresham" en las actividades económicas, tanto Akerlof como Black acentúan que los comportamientos fraudulentos en las empresas y los mercados se deben a la inexistencia o relajación de los sistemas de control y de responsabilidad. Así, si los directivos o managers de las empresas carecen de un control efectivo y eficiente por parte tanto de los accionistas como de los sistemas públicos de control, o -y esto es fundamental-, están corrompidos por haber sido capturados, entonces los comportamientos fraudulentos tienen vía libre, incluso -y esto hay que subrayarlo- con el aplauso "general" al menos a corto plazo y mientras el valor de las acciones suba o se paguen dividendos. En tales situaciones, los accionistas no cuestionarán la "honestidad", la idoneidad o los efectos sistémicos de los comportamientos poco claros de los managers de las empresas en que tienen sus ahorros.
Pero, si de la economía pasamos a la política, resulta evidente que en un sistema democrático como lo es el español, los ciudadanos han tenido y tienen la posibilidad de control suficientemente efectivo y eficiente del comportamiento de los "políticos", cierto, por supuesto que mejorable, pero equiparable al del resto de sociedades democráticas con las que siempre nos compramos y que no padecen de la lacra sistémica de la corrupción como sucede en nuestro sistema político.
Y, entonces ¿a qué se debe la corrupción diferencial que parece aquejar a la política española? Pues bien, resulta evidente que si no es un problema del sistema de control, el problema está en los controladores. Dicho de otras forma, para mí está más que claro que si la corrupción ha devenido sistémica se debe en último término a que los ciudadanos españoles no han querido ejercer su reponsabilidad en cada una de las elecciones en las que tenían que actuar como controladores, exigiendo y cobrando las responsabilidades políticas pertinentes -al margen de las penales- a la ya abultadísima lista de políticos corruptos que ya existe.
Pero, ¿por qué no lo han hecho? La habitual excusa que alude a una insuficiente educación democrática me parece una estupidez más. No me parece que sea tan difícil de entender la mecánica de una democracia ¿no?, y además, ¿no se nos dice acaso -otra estupidez de igual calibre para mí por cierto- que las generaciones pos-transición política que son las mejor formadas de la historia?
No creo que la respuesta a la pregunta de que por qué los ciudadanos españoles no han realizado sus tareas de control y han propiciado la generación de "Dinámicas de Gresham" en la política que han coadyuvado a la creación de "Dinámicas de Gresham" en el sistema financiero que han traído este marasmo económico y social y político se debe a que la inmensa mayoría de los españoles son (somos) tan corruptos y corruptibles como sus representantes políticos. Dicho de otra forma más suave, mi explicación para lo que está pasando es muy simple: el sistema social y político español es kakonómico.
En una entrada previa,http://www.rankia.com/blog/oikonomia/768565-kakonomia-economia-chapuzas ya expliqué qué es la Kakonomía, la preferencia de cada agente por comportamientos mediocres, no sólo la preferencia que uno tiene por comportarse uno mediocremente (lo cual puede tener sentido si no comportarse mediocremente es muy costoso) , sino -y esto es lo raro, o mejor dicho, lo que debería ser raro- que los demás agentes con los que uno interacciona también lo hagan, también se comporten mediocre o ineficazmente. Copio aquí lo que ya escribí como descripción de lo que sucede en una situación Kakonómica entre dos agentes que acuerdan hacer algo el uno por el otro
" lo peor es que uno se escaquee o haga una chapuza y el otro no, de modo que el socio le pille en un renuncio. En una situación kakonómica, por tanto, lo peor para cualquiera de los participantes en una interacción económica o social es que uno sea incapaz de cumplir lo acordado y el otro sí, pues en tal caso el otro puede "sacarle los colores", afectando así a su estima social y a su autoestima. El resultado, paradójico, es que en estas situaciones lo mejor para cada agente es no cumplir lo acordado, o sea escaquearse, pero sin que ello les suponga a ninguno coste alguno, lo cual sólo puede suceder si el otro también se escaquea, si el otro también hace una chapuza. Pues en tal caso, conjuntamente, pueden seguir usando el disfraz de la excelencia y la eficacia. Y, con arreglo a lo dicho, lo peor para el que es un chapucero sería el caso en que el otro sí que cumple lo acordado, pues aunque ello le beneficiase en términos "materiales" le pondría en evidencia, le haría sentirse culpable y le expondría al desprecio de los demás. Así que lo mejor para quien quiere ser un "chapuzas" es que el otro lo sea también, lo que permite mantener la ficción de que ambos son excelentes en sus tareas. Dicho con otras palabras, la chapucería o la mediocridad de los colegas, facilita la mediocridad y la chapuza propia. El que los colegas incumplan lo acordado o prometido facilita o abarata la propia mediocridad. Y ello nos libera de nuestras obligaciones contraidas para ser eficientes, a coste cero o muy bajo. En un mundo kakonómico, en el fondo, por debajo de nuestras proclamaciones de excelencia, confiamos en que los demás no sean confiables, en que sean tan poco dignos de confianza como lo somos nosotros mismos"
Pues bien, si salvamos las distancias y pasamos del mundo de la economía pasamos al de la política, la Kakonomía sería la preferencia de los ciudadanos por políticos corruptibles o descaradamente corruptos, como lo son ellos mismos Basta para justificar esta hipótesis con observar cómo en la práctica la corrupción política no pasa nunca factura en nuestro desventurado país. La Kakonomía en Política tiene una lógica distinta a la Kakonomía en el mundo económico. En el mundo de la política la interacción kakonómica no es tan personal o directa como en el mundo económico, aquí es de tipo indirecto o justificativo. Y es que, ¿qué mejor excusa puede por ejemplo tener un empresario para sus cotidianos comportamientos fraudulentos como llevar una contabilidad B o considerar que sus gastos de vacaciones son gastos generales de su empresa, que la corrupción de los "políticos"? No la hay, seguro. Pero lo "peor" es que a cada defraudador, chapucero, mediocre le interesa que lo sigan siendo para seguir así justificando sus propias, particulares y más o menos pequeñas triquiñuelas, marrullerías y corrupciones. Aquí, finalmente, también, hay que hacer referencia a un hecho claro que se expresa en un adagio latino que le era muy caro al filósofo y crítico social Ivan Illich: Corruptio optima, pessima est. "Nada peor que la corrupción de los mejores", se podría traducir. Y es que sucede que si los que tenemos y definimos como "nuestros" mejores, o sea quienes por laborar por el bien común les consideramos como ejemplos a seguir, merecedores de respeto y admiración, y les investimos de autoridad, se corrompen, "todo lo peor" entonces parecería estar permitido. Es por ello que la corrupción de los políticos aunque no sea general, es tan peligrosa, pues genera una situación Kakonómica que, tarde o temprano, acaba generando alguna "Dinámica de Gresham" que se acaba traduciendo en algún desastre en el mundo económico.
Y, cierto. No todos los políticos son iguales. No todos son corruptos ni son igual de corruptibles. Pero ¡qué difícil nos ponen el identificar cuáles son los buenos y cuáles los malos! Y eso, el poder hacerlo, es, como bien señaló Thomas Gresham en el siglo XVI condición necesaria para que en el mundo de la política al igual que sucedía en el mundo de las circulación monetaria, lo "malo" no expulse a lo "bueno".