FERNANDO ESTEVE MORA
Hace ya meses que dejé de tratar el asunto de la pandemia de forma directa. Tras unas cuantas entradas en el blog en tiempos de la primera ola dejé de hacerlo, pues nada tenía que agregar a lo que había ya escrito. Y sigo pensando lo mismo.
Hace ya meses que dejé de tratar el asunto de la pandemia de forma directa. Tras unas cuantas entradas en el blog en tiempos de la primera ola dejé de hacerlo, pues nada tenía que agregar a lo que había ya escrito. Y sigo pensando lo mismo.
No obstante, la lectura de un artículo: New Covid Cases Plunge 25% or More as Behavior Changes https://khn.org/news/article/new-covid-cases-plunge-25-or-more-as-behavior-changes/ en el que se SUGIERE, y subrayo esto pues en el artículo no se demuestra, que una de las causas de la caída en la tasa de contagios por coronavirus en EE.UU que se está observando vendría causada por el cambio en el comportamiento de sus ciudadanos que se habría vuelto mucho más cuidadosos, se corresponde de modo claro con uno de los extremos que yo acentuaba en mis intervenciones de por entonces, cuando señalaba que a la hora de predecir la evolución de una pandemia había que tener en consideración el hecho de que las pandemias humanas son distintas a las pandemias en animales en la medida que los individuos "humanos" son capaces de alterar conscientemente su comportamiento a diferencia de los individuos "animales".
Pues bien, aunque sólo sea a guisa de experimento o juego mental, voy a tratar hoy el asunto de las políticas adecuadas en una pandemia, cuando se parte del supuesto de que los individuos alteran su comportamiento en respuesta a los incentivos que tienen para hacerlo, el supuesto de partida por cierto de toda política económica, que no son en el fondo sino el diseño de un marco o sistema de incentivos que incite a los individuos a comportarse de acuerdo a lo que la autoridad política estime más adecuado.
Pues bien, si esto es así, que lo es para un economista, la implicación está meridianamente clara , y es la siguiente: el que todavía estemos en pandemia y se hayan sucedido ya dos olas más tras la primera que cogió a la sociedad "en mantillas", se debe ya fundamentalmente a que los individuos carecen del sistema de incentivos apropiado que les lleve a cambiar voluntariamente su comportamiento. Por lo tanto, el problema no sería básicamente de política médica o sanitaria, sino de política económica. En suma que si se sigue en pandemia sería porque no se ha hecho una buena/eficiente política microeconómica.
Y es que, en la extensión o propagación de una epidemia, concurren DOS problemas económicos sobradamente conocidos por los economistas que, en principio, podrían corregirse con las adecuadas medidas de política microeconómica. Esos problemas son:
1º) Que una epidemia es un problema de externalidades negativas. Y es que, como bien intuye la gente cuando incorrectamente denomina "contaminar" a "contagiar" (es de lo más frecuente que la gente hable de que los individuos se contaminan por coronavirus), un contagio puede entenderse como una externalidad negativa por la que un infectivo (da igual que sea sintomática o asintomático) perjudica de modo directo (o sea, sin compensación monetaria) a otro individuo. Exactamente lo mismo que sucede cuando una persona usa un vehículo que emite contaminantes a la atmósfera, un infectivo emite virus por donde pasa.
Y , ¿cuál es la solución eficaz para esas externalidades negativas desde la Economía? Pues su INTERNALIZACIÓN que pasaría por definir con precisión los derechos de propiedad respecto al uso del aire y del espacio. Si, usando la misma lógica que se aplica con la contaminación atmosférica concedemos el derecho a respirar aire limpio de aerosoles con coronavirus a los ciudadanos, al igual que hacemos cuando concedemos el derecho de los individuos a no sufrir "demasiada" contaminación atmosférica, es decir, si establecemos en el campo de la contaminación epidémica el principio habitual en la contaminación ecológica de que quien contamina paga, o sea, si aplicamos políticas para la COVID-19 basadas en el principio de que "el que contagia paga", ello implicaría que habríamos establecido un sistema de incentivos que penalizaría la actividad -digamos que- descuidada de los enfermos de COVID-19 pues el evitar la transmisión sería ahora no el fruto de su responsabilidad moral sino -también- fruto de su persecución de su propio interés económico ya que que cualquier individuo tiene la posibilidad legal de exigir reparación económica a quien le haya contagiado o facilitado el hacerlo, así como también las administraciones públicas tendrían la obligatoriedad no sólo de curar sino de multar a los contagiadores/contaminantes.
En efecto, si así se hiciera, los individuos todos, sanos e infectivos sintomáticos y no sintomáticos, pues la responsabilidad de contagiar a otro es la misma si se hace consciente o inconscientemente, voluntaria o voluntariamente, tendrían incentivos tanto en señalizar su situación médica diariamente (con un test de antígenos), así como de respetar la distancia y las medidas de seguridad, pues de no hacerlo podrían ser denunciados por cualesquiera ciudadanos.
Obsérvese, también, que la responsabilidad de un contagiante no desaparece ni se atenúa por ser a su vez un contagiado. Es decir, por ser un mero transmisor de la enfermedad. Al igual que quienes a quien ha contagiado pueden solicitarle compensación, él puede hacerlo con quien le contagió. De igual manera, podría exigirse responsabilidad civil y económica a los propietarios de cualquier establecimiento (incluso los hogares familiares) que, por no controlar el acceso a individuos infectivos, hubiesen sido causa de contagios para otros. Ello, sin duda, "pondría las pilas" a dueños de bares, a las "economías domésticas", a las iglesias, sinagogas y mezquitas y demás responsables de lugares de contagios. Por supuesto, este tipo de medidas podría ser suficiente para eliminar "toques de queda" y confinamientos de todo tipo. Allá cada cuál con su comportamiento "contaminante".
Y más aún. Aunque el responsable "contaminador" estuviera sufriendo en una UCI, o ya hubiese muerto, debiera pagar, él o sus herederos, por sus actos, a quien hubiese contagiado o a sus herederos, al igual que quien hiere a otro en una accidente de coche ha de pagar por ello aunque muera él también
Finalmente, las empresas tendrían el derecho de despedir a los trabajadores infectivos (salvo, obviamente los médicos y personal sanitario, pero SÍ a los trabajadores de residencias de ancianos, que con seguridad han actuado demasiado de "ángeles de la muerte" en esta epidemia) y reclamar daños a aquellos trabajadores que al haber contagiado a otros les hubiesen supuesto demandas y pérdidas.
Ni qué decir tiene, que dados estos costes de contagiar/contaminar cualquiera se privaría muy mucho de ir por ahí "contagiando/contaminando" tan alegremente como parece haber sucedido.
2º) En una pandemia se da un problema de "riesgo moral". Por riesgo moral se entiende la existencia de un sistema de incentivos que, de forma perversa, estimula comportamientos no deseados. El ejemplo más habitual lo es un seguro completo a todo riesgo que incentiva en aquellos que lo contratan los comportamientos arriesgados contra cuyos efectos se han asegurado. Se trata, sencillamente, de las consecuencias de la muy oida expresión de "como paga el seguro, para qué preocuparse" y cambiar el comportamiento y así prevenir la ocurrencia de los siniestros contra los que uno se asegura.
Pues bien, en el caso de una epidemia, la existencia de un seguro médico a todo riesgo que incluye a aquellos individuos poco propensos a sufrir pérdidas elevadas caso de que contraigan la enfermedad, incentiva su comportamiento arriesgado. Y también, el "seguro de empleo" si se contrae la COVID-19. La Economía aquí, para acabar con este problema de "riesgo moral", llevaría a hacer pagar el tratamiento médico por COVID-19 a los jóvenes (aunque no sólo a ellos, a tenor de lo que ha sucedido en familias y residencias de ancianos), quienes dada la escasa probabilidad de sufrir físicamente con esta enfermedad más allá de lo que se sufre con una gripe, y dado que adicionalmente, caso de requerir tratamiento, nada les cuesta económicamente hablando, no tienen el menor incentivo (fuera de su responsabilidad moral o ética) para comportarse del modo sanitariamente adecuado. Incluso, cabe apuntar que como ya señalé como explicación para el consumo juvenil de drogas duras (https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428801-economia-drogadiccion-drogas-como-bienes-veblen,), que los jóvenes tienen el incentivo de incurrir en comportamientos de riesgo para sí (y en el caso de una epidemia también para otros) como señal de su fortaleza.
Sí. Ya sé que todo lo anterior es un mero experimento mental, pero ¡qué se le va a hacer! Es deformación profesional verlo todo con las gafas de un economista...neoliberal, claro está..
Pues bien, aunque sólo sea a guisa de experimento o juego mental, voy a tratar hoy el asunto de las políticas adecuadas en una pandemia, cuando se parte del supuesto de que los individuos alteran su comportamiento en respuesta a los incentivos que tienen para hacerlo, el supuesto de partida por cierto de toda política económica, que no son en el fondo sino el diseño de un marco o sistema de incentivos que incite a los individuos a comportarse de acuerdo a lo que la autoridad política estime más adecuado.
Pues bien, si esto es así, que lo es para un economista, la implicación está meridianamente clara , y es la siguiente: el que todavía estemos en pandemia y se hayan sucedido ya dos olas más tras la primera que cogió a la sociedad "en mantillas", se debe ya fundamentalmente a que los individuos carecen del sistema de incentivos apropiado que les lleve a cambiar voluntariamente su comportamiento. Por lo tanto, el problema no sería básicamente de política médica o sanitaria, sino de política económica. En suma que si se sigue en pandemia sería porque no se ha hecho una buena/eficiente política microeconómica.
Y es que, en la extensión o propagación de una epidemia, concurren DOS problemas económicos sobradamente conocidos por los economistas que, en principio, podrían corregirse con las adecuadas medidas de política microeconómica. Esos problemas son:
1º) Que una epidemia es un problema de externalidades negativas. Y es que, como bien intuye la gente cuando incorrectamente denomina "contaminar" a "contagiar" (es de lo más frecuente que la gente hable de que los individuos se contaminan por coronavirus), un contagio puede entenderse como una externalidad negativa por la que un infectivo (da igual que sea sintomática o asintomático) perjudica de modo directo (o sea, sin compensación monetaria) a otro individuo. Exactamente lo mismo que sucede cuando una persona usa un vehículo que emite contaminantes a la atmósfera, un infectivo emite virus por donde pasa.
Y , ¿cuál es la solución eficaz para esas externalidades negativas desde la Economía? Pues su INTERNALIZACIÓN que pasaría por definir con precisión los derechos de propiedad respecto al uso del aire y del espacio. Si, usando la misma lógica que se aplica con la contaminación atmosférica concedemos el derecho a respirar aire limpio de aerosoles con coronavirus a los ciudadanos, al igual que hacemos cuando concedemos el derecho de los individuos a no sufrir "demasiada" contaminación atmosférica, es decir, si establecemos en el campo de la contaminación epidémica el principio habitual en la contaminación ecológica de que quien contamina paga, o sea, si aplicamos políticas para la COVID-19 basadas en el principio de que "el que contagia paga", ello implicaría que habríamos establecido un sistema de incentivos que penalizaría la actividad -digamos que- descuidada de los enfermos de COVID-19 pues el evitar la transmisión sería ahora no el fruto de su responsabilidad moral sino -también- fruto de su persecución de su propio interés económico ya que que cualquier individuo tiene la posibilidad legal de exigir reparación económica a quien le haya contagiado o facilitado el hacerlo, así como también las administraciones públicas tendrían la obligatoriedad no sólo de curar sino de multar a los contagiadores/contaminantes.
En efecto, si así se hiciera, los individuos todos, sanos e infectivos sintomáticos y no sintomáticos, pues la responsabilidad de contagiar a otro es la misma si se hace consciente o inconscientemente, voluntaria o voluntariamente, tendrían incentivos tanto en señalizar su situación médica diariamente (con un test de antígenos), así como de respetar la distancia y las medidas de seguridad, pues de no hacerlo podrían ser denunciados por cualesquiera ciudadanos.
Obsérvese, también, que la responsabilidad de un contagiante no desaparece ni se atenúa por ser a su vez un contagiado. Es decir, por ser un mero transmisor de la enfermedad. Al igual que quienes a quien ha contagiado pueden solicitarle compensación, él puede hacerlo con quien le contagió. De igual manera, podría exigirse responsabilidad civil y económica a los propietarios de cualquier establecimiento (incluso los hogares familiares) que, por no controlar el acceso a individuos infectivos, hubiesen sido causa de contagios para otros. Ello, sin duda, "pondría las pilas" a dueños de bares, a las "economías domésticas", a las iglesias, sinagogas y mezquitas y demás responsables de lugares de contagios. Por supuesto, este tipo de medidas podría ser suficiente para eliminar "toques de queda" y confinamientos de todo tipo. Allá cada cuál con su comportamiento "contaminante".
Y más aún. Aunque el responsable "contaminador" estuviera sufriendo en una UCI, o ya hubiese muerto, debiera pagar, él o sus herederos, por sus actos, a quien hubiese contagiado o a sus herederos, al igual que quien hiere a otro en una accidente de coche ha de pagar por ello aunque muera él también
Finalmente, las empresas tendrían el derecho de despedir a los trabajadores infectivos (salvo, obviamente los médicos y personal sanitario, pero SÍ a los trabajadores de residencias de ancianos, que con seguridad han actuado demasiado de "ángeles de la muerte" en esta epidemia) y reclamar daños a aquellos trabajadores que al haber contagiado a otros les hubiesen supuesto demandas y pérdidas.
Ni qué decir tiene, que dados estos costes de contagiar/contaminar cualquiera se privaría muy mucho de ir por ahí "contagiando/contaminando" tan alegremente como parece haber sucedido.
2º) En una pandemia se da un problema de "riesgo moral". Por riesgo moral se entiende la existencia de un sistema de incentivos que, de forma perversa, estimula comportamientos no deseados. El ejemplo más habitual lo es un seguro completo a todo riesgo que incentiva en aquellos que lo contratan los comportamientos arriesgados contra cuyos efectos se han asegurado. Se trata, sencillamente, de las consecuencias de la muy oida expresión de "como paga el seguro, para qué preocuparse" y cambiar el comportamiento y así prevenir la ocurrencia de los siniestros contra los que uno se asegura.
Pues bien, en el caso de una epidemia, la existencia de un seguro médico a todo riesgo que incluye a aquellos individuos poco propensos a sufrir pérdidas elevadas caso de que contraigan la enfermedad, incentiva su comportamiento arriesgado. Y también, el "seguro de empleo" si se contrae la COVID-19. La Economía aquí, para acabar con este problema de "riesgo moral", llevaría a hacer pagar el tratamiento médico por COVID-19 a los jóvenes (aunque no sólo a ellos, a tenor de lo que ha sucedido en familias y residencias de ancianos), quienes dada la escasa probabilidad de sufrir físicamente con esta enfermedad más allá de lo que se sufre con una gripe, y dado que adicionalmente, caso de requerir tratamiento, nada les cuesta económicamente hablando, no tienen el menor incentivo (fuera de su responsabilidad moral o ética) para comportarse del modo sanitariamente adecuado. Incluso, cabe apuntar que como ya señalé como explicación para el consumo juvenil de drogas duras (https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428801-economia-drogadiccion-drogas-como-bienes-veblen,), que los jóvenes tienen el incentivo de incurrir en comportamientos de riesgo para sí (y en el caso de una epidemia también para otros) como señal de su fortaleza.
Sí. Ya sé que todo lo anterior es un mero experimento mental, pero ¡qué se le va a hacer! Es deformación profesional verlo todo con las gafas de un economista...neoliberal, claro está..