FERNANDO ESTEVE MORA
Tengo la costumbre de echarme al bolsillo algún libro de citas pues ayudan y mucho a pasar el rato en los transportes públicos. En uno de ellos leí hace tiempo una frase de Simón Bolivar que se me grabó: "El pueblo debe ser obedecido hasta cuando yerra", parece que dijo "El Libertador" en alguna ocasión que, seguro, no fue en su mejor tarde, pues una santurronería democrática como ésa sólo revela una vergonzante cobardía intelectual para no afrontar las estúpidas y por ende, malas, decisiones del los "pueblos", como la historia nos cuenta una y otra vez. .
Pero, al menos, Bolívar admitía que el pueblo soberano, como cualquier otro soberano, puede errar. Y si su gazmoñería mental es criticable, ¿qué decir, entonces, de la sarta de aduladores buenistas que ni siquiera reconocen eso? Aquellos que, más papistas que el papa, de salida mantienen -y lo llevan a gala, como si de una condecoración por su elevada virtud democrática- que el pueblo no sólo nunca puede errar, sino que nunca yerra. Sin ir más lejos, hace unas noches en la tertulia de La Noche de la 1 de Televisión Española oí en boca de una tal Cristina Monje, a quien se presentó como "politóloga", la afirmación de que "el electorado nunca es tonto".
Pues lo siento. Yo afirmo, aunque hoy sea delito de lesa majestad, que no sólo el pueblo soberano toma decisiones tontas, es decir, que elige tontamente sino que lo hace demasiadas veces, de modo sistemático -diría. O sea, que yerra por sistema. Y que flaco servicio le hacen al pueblo soberano aquellos (políticos, politólogos, periodistas, tertulianos y demás opinadores públicos) que no paran de repetir que "el pueblo elige inteligentemente", que "se puede engañar al pueblo alguna que otra vez, pero no de forma continuada", que "el pueblo siempre acierta", etc., etc. pues con ello lo único que consiguen es que su "alumno", el pueblo soberano, nunca "progrese" adecuadamente y salga de su burrez.
Y es que tengo para mí que el pueblo a la hora de tomar decisiones colectivas, o sea, cuando elige a sus representantes para que -en su nombre- actúen y hagan las políticas que mejor le convienen, tiende mayoritaria, inevitable y sistemáticamente a elegir de forma estúpida. Agregadamente, los ciudadanos que conforman el "pueblo" se comportan demasiadas veces como un completo idiota. Fácilmente manipulable por tanto por aquellos que aduladoramente defienden su pretendida inteligencia.
No, lamentablemente, el pueblo soberano no suele destacar por su inteligencia política sino por su estupidez, y sobre todo en lo que respecta a la elección de quienes han de gestionar aquellos asuntos más importantes. Y es tonto, además, irremediablemente aunque, paradójicamente, ninguno de sus componentes, los ciudadanos individualmente considerados, lo sea, al menos con ese nivel de idiotez.Y es que las mismas personas que en los mercados de bienes y servicios miran y remiran, ponderan una y otra vez antes de decidirse si les conviene pagar por un servicio o comprar algo, y así buscan información acerca de la calidad o las ventajas e inconvenientes de lo que se les ofrece o acerca de quién se lo ofrece, lo cual no impide por cierto que sean frecuentemente engañadas y manipuladas por las sutiles tretas y artes y ciencias del marketing, son aquellas que en el mercado político votan, es decir, "compran", como representantes/agentes suyos en las instituciones donde se toman las decisiones colectivas, alegremente, a "tontas y a locas", sin la menor contención y estudio, lo cual lleva a que acaben comprando o sea votando en muchos casos a lo peorcito que hay en ese particular mercado: a los más mentirosos, aprovechados, corruptos y vendedores de humo. Y más adelante se verá porqué digo esto.
Un mínimo ejemplo de lo que estoy diciendo, de este mismo día en que estoy escribiendo esto. Se trata de los majaderos elegidos por el pueblo de Palma de Mallorca para regir su Ayuntamiento. Unos auténticos estúpidos además de ignorantes supinos, que han decidido quitar del callejero de su ciudad los nombres de los heroicos almirantes Churruca, Gravina y Cervera por su "origen fascista" (sic). Pero, ¿quién en su sano juicio y con un mínimo conocimiento histórico puede decir semejante barbaridad? ¿Acaso nadie del PSOE ni de PODEMOS tiene la mínima cultura para haber leído los Episodios Nacionales de Galdós, para haber advertido a sus "camaradas" de quiénes fueron Churruca y Gravina y porqué sus nombres son más que dignos para estar en el callejero de cualquier ciudad española? Y lo mismo puede decirse del Almirante Cervera, cuyo valor y dignidad al enfrentarse al mando de una armada débil y antigua como la española a la poderosa y tecnológicamente avanzada marina estadounidense también merece el respeto y reconocimiento que hay siempre que dar a quien se atreve a enfrentar al dominante y poderoso aún a sabiendas de que no tiene la menor probabilidad de vencer? Imbéciles el alcalde y sus incultos y analfabetos concejales, pero también igualmente idiotas sus votantes por haberles elegido, pues con seguridad una decisión tan meditada como la que han tomado para expulsar del callejero por esa peculiar razón (esa delirante conexión que imaginan tendrían Churruca, Gravina y Cervera con el fascismo) no puede aislarse de una gerencia de los asuntos colectivos mediocre.
A la hora de explicar esa paradoja del porqué individuos "racionales" eligen irracionalmente en el mercado político hay explicaciones "para todos los gustos", es decir, desde diferentes puntos de vita. Así, Rick Shenkman, tras constatar lo estúpidos e incultos que son los votantes norteamericanos (y los de otros lugares también) en su libro "Just How Stupid Are We?. Facing the Truth About the American Voter" acaba de escribir otro ( "Political Animals: How Our Stone-Age Brain Gets in the Way of Smart Politics" ) en que trata de explicar esa estupidez de los electores por factores biológicos y culturales ligados a nuestro pasado evolutivo a partir de la idea de que nuestro diseño cerebral y mental no está hecho para sociedades tan complejas como las actuales de modo que recurrimos a formas de comportamiento y decisión colectiva o política que, aunque pudieran ser válidas para las sociedades en que vivían nuestros antepasados de la Edad de Piedra o -incluso- de antes, de nuestro pasado prehomínido, son ahora manifiestamente absurdas e ineficientes.
Con seguridad, hay mucho de verdad en esa perspectiva. Pero, al margen de ella, y acentuándola o ampliándola, está la perspectiva economicista sobre esta cuestión. Así, a la hora de explicar la estupidez de las decisiones individuales de alcance público, las que llamaremos decisiones políticas, los economistas se remiten de modo habitual al problema de los bienes públicos. Y es que el resultado de una elección democrática, o sea, la constitución de un parlamento es un bien público, es decir que tiene la consideración de un bien público, tal y como se define en teoría económica, pues satisface una necesidad: la de tomar decisiones colectivas, y lo hace de modo barato pues la democracia representativa les ahorra costes a los ciudadanos en la medida que se pueden olvidar de los problemas que supone informarse y tomar decisiones tan complejas como las que afectan a toda la sociedad. Si se mira desde este punto de vista, un parlamento es un bien público por ser decir su oferta conjunta ya que lo "disfrutan" a la vez todos los ciudadanos y sus decisiones les afectan a todos, y además se da la característica de no-exclusión, ya que a nadie puede excluirse de disfrutar de ese bien (el Parlamento) independientemente de que haya votado o no. Cierto que al igual que pasa con otros bienes públicos, como la defensa nacional o la educación, los individuos (en este caso los votantes) difieren por la cantidad o el tipo de ese bien público. Al igual que, en cada momento, los individuos difieren en la cantidad y calidad de la defensa o la educación pública que se ofrece, los votantes difieren en sus preferencias políticas y por ello nunca ningún votante suele estar satisfecho: siempre querría que hubiese más parlamentarios de los "suyos" políticamente hablando
Ahora bien, dado que el voto de cada quisque es irrelevante a la hora de decidir una votación pues es uno entre no muchos sino muchísimos otros votos, los individuos carecen de incentivos para dedicarle tiempo y recursos a informarse para realizar una votación o elección razonada y razonable. En consecuencia, lo racional es, para cualquier votante, no dedicar mucho tiempo a estudiar la mejor opción, pues sencillamente el hacerlo no compensa. Esta perspectiva explica que, para tratar de compensar los costes de votar, las elecciones se hagan en días festivos donde los costes de oportunidad de ir a votar son más bajos. También esta perspectiva explica que la calidad de la discusión política sea pobrísima, pues como se supone que los costes de información para una decisión política informada son inviables para la inmensa mayoría de los ciudadanos, no cabe otra opción para las empresas o partidos políticos que el recurso a las tretas de la publicidad y del marketing comerciales más simplonas: el eslogan y la manipulación emocional.
El problema de esta perspectiva economicista es que no explica el porqué de que los votantes siquiera se acercan a votar, la llamada paradoja del votante racional. Si votar es en sí costoso, y el voto de un individuo cualquiera difícilmente es decisivo, entonces nadie que sea racional iría a votar, aunque si nadie va a votar un voto cualquiera se convierte en decisivo.
La explicación de que la gente vote aunque sea racional no hacerlo es entonces la de darse cuenta de que el voto no es sólo instrumental, o sea un medio para conseguir algo, sino que también tiene otra función: la de ser expresión de una ideología o de unas preferencias, por lo que el voto por los "propios" sería algo valioso en sí mismo. La gente no sólo votaría instrumentalmente para tratar de conseguir que sus preferencias en el terreno de las opciones políticas se vean satisfechas sino también porque le reportaría satisfacción en sí misma, como expresión, por ejemplo, de la propia identidad nacional o ideológica.
El problema está en que ambos objetivos pueden no ser congruentes. Lo cual sucede con frecuencia en los asuntos macroeconómicos, por ejemplo. Es decir, puede suceder y sucede que el voto que hace un elector guiado por "razones" expresivas (el voto que un votante hace como expresión de lo que "le pide el cuerpo") sea precisamente el opuesto al que se requeriría como instrumento o medio adecuado para satisfacer esos fines que se quieren expresar. Ahora bien, como Brian Caplan ha señalado en un libro sugerente pero que pienso equivocado, El mito del votante racional, los votantes, enfrentados a ese dilema (el de si votar expresiva o instrumentalmente) en la situaciones en que se da esa incongruencia, se decantan por votar expresivamente, o sea votan por lo que les "pide" el corazón que voten, dado que -como señala la paradoja del votante- ninguno cree que su particular voto sea decisivo, puesto que cualquier voto singular de un ciudadano particular es irrelevante cuando el cuerpo electoral se compone de millones de ciudadanos. El argumento de cualquier individua sería así: "dado que mi voto es irrelevante, entonces de nada sirve votar instrumentalmente o sea como medio o instrumento. No voto, pues, lo que sería más útil para satisfacer mis preferencias, sino lo que mejor las expresa. Dado que mi particular voto es inútil, voto lo que mejor expresa lo que quiero, no lo que es mejor para conseguir lo que quiero" El resultado es que al final, en esas situaciones, o mejor dicho, para aquellos votantes para los que se da esa incongruencia entre el voto instrumental (o sea, racional) y el voto expresivo o emocional, es que votan irracionalmente .
Veamos un ejemplo. Nadie que tenga dos dedos de frente puede dejar de calificar como la amenaza más peligrosa para la estabilidad económica y política de España la llamada "cuestión territorial", es decir, el creciente apoyo que las posiciones independentistas tienen tanto en el País Vasco como en Cataluña. Pues bien, resulta de lo más curioso que sean los ciudadanos que por razones económicas o sentimentales llevarían peor el que estas regiones se independizaran sean precisamente las que con su voto a favor de las opciones más extremadamente nacional-españolistas, o sea al Parido Popular y a VOX, más favorecen el que aumente el riesgo de que esa amenaza de separación se acabe haciendo real.
Y es que, por lo que hemos ido sabiendo, nadie puede dudar de que las posibilidades de que los separatistas catalanes y vascos consigan su objetivo, que requiere del apoyo de la Unión Europea a una secesión democrática de esas regiones, pasa ineludiblemente porque llegue al Gobierno central una alianza de formaciones de extrema derecha que ponga en práctica sus más que declaradas propuestas de represión de los planteamientos independentistas. Yo, por mi parte, estoy seguro de que Puigdemont y sus secuaces día a día ponen incontables velitas a la Virgen de Monserrat (recuérdese que son muy católicos ellos como lo eran y lo son los del PNV) para que "intervenga" desde las "alturas" y lleve al poder en Madrid a VOX y demás ultras derechistas.
Una vez que eso ocurra, y todo parece indicar que así ocurrirá más pronto que tarde, la independencia de Cataluña y de Euskadi estará en mi opinión absolutamente garantizada en menos de cinco años. Primero conseguirán que la Unión Europea exija al ultraderechista Gobierno de una España endeudada por la factura de la recuperación económica post-coronavirus que valide la convocatoria de un referéndum de autodeterminación en Cataluña, que -obviamente- ganarán de calle los independentistas pues votarán por la independencia aun todos aquellos que vean correr su "moderado" nacionalismo por los ataques nacional-españolistas del Gobierno central. Y una vez que ese referéndum sea ganado por una mayoría cualificada de catalanes independentistas (en torno a un 70% para lo que hoy les faltan unos 15-20% de votantes) la independencia de Cataluña, y luego la del País Vasco están cantadas. ¡Ah! Y no sólo serán estados independientes sino que formarán parte, además, de la Unión Europea. Y es que, como ya debería resultar claro incluso a los bobotontos del PP y de VOX, y a los ilustrísimos jueces de la Audiencia Nacional y del Tribunal Supremo, cualquier política que sea vista como "agresiva" respecto al movimiento independentista se encontrará con la oposición en Estrasburgo y Bruselas, que ofrecerá y apoyará como única salida democrática en el seno de la UE una separación pacífica, al estilo de la "revolución de terciopelo" que separó a Chequia de Eslovaquia. .
Pero, ¿cómo pueden ser tan estúpidos los "muy y mucho españoles" votantes de derechas que tanto dicen amar España por encima de todas las cosas? La respuesta es obvia a tenor de lo ya expuesto. Lo son porque cada uno de ellos vota expresivamente al partido o partidos que mejor dice "expresar" sus sentimientos a favor de UNA España unida. Aunque, como sucede en este caso, ese voto sea instrumentalmente el medio radicalmente contrario al necesario para satisfacer esa preferencia suya por una España unificada .
Tengo la costumbre de echarme al bolsillo algún libro de citas pues ayudan y mucho a pasar el rato en los transportes públicos. En uno de ellos leí hace tiempo una frase de Simón Bolivar que se me grabó: "El pueblo debe ser obedecido hasta cuando yerra", parece que dijo "El Libertador" en alguna ocasión que, seguro, no fue en su mejor tarde, pues una santurronería democrática como ésa sólo revela una vergonzante cobardía intelectual para no afrontar las estúpidas y por ende, malas, decisiones del los "pueblos", como la historia nos cuenta una y otra vez. .
Pero, al menos, Bolívar admitía que el pueblo soberano, como cualquier otro soberano, puede errar. Y si su gazmoñería mental es criticable, ¿qué decir, entonces, de la sarta de aduladores buenistas que ni siquiera reconocen eso? Aquellos que, más papistas que el papa, de salida mantienen -y lo llevan a gala, como si de una condecoración por su elevada virtud democrática- que el pueblo no sólo nunca puede errar, sino que nunca yerra. Sin ir más lejos, hace unas noches en la tertulia de La Noche de la 1 de Televisión Española oí en boca de una tal Cristina Monje, a quien se presentó como "politóloga", la afirmación de que "el electorado nunca es tonto".
Pues lo siento. Yo afirmo, aunque hoy sea delito de lesa majestad, que no sólo el pueblo soberano toma decisiones tontas, es decir, que elige tontamente sino que lo hace demasiadas veces, de modo sistemático -diría. O sea, que yerra por sistema. Y que flaco servicio le hacen al pueblo soberano aquellos (políticos, politólogos, periodistas, tertulianos y demás opinadores públicos) que no paran de repetir que "el pueblo elige inteligentemente", que "se puede engañar al pueblo alguna que otra vez, pero no de forma continuada", que "el pueblo siempre acierta", etc., etc. pues con ello lo único que consiguen es que su "alumno", el pueblo soberano, nunca "progrese" adecuadamente y salga de su burrez.
Y es que tengo para mí que el pueblo a la hora de tomar decisiones colectivas, o sea, cuando elige a sus representantes para que -en su nombre- actúen y hagan las políticas que mejor le convienen, tiende mayoritaria, inevitable y sistemáticamente a elegir de forma estúpida. Agregadamente, los ciudadanos que conforman el "pueblo" se comportan demasiadas veces como un completo idiota. Fácilmente manipulable por tanto por aquellos que aduladoramente defienden su pretendida inteligencia.
No, lamentablemente, el pueblo soberano no suele destacar por su inteligencia política sino por su estupidez, y sobre todo en lo que respecta a la elección de quienes han de gestionar aquellos asuntos más importantes. Y es tonto, además, irremediablemente aunque, paradójicamente, ninguno de sus componentes, los ciudadanos individualmente considerados, lo sea, al menos con ese nivel de idiotez.Y es que las mismas personas que en los mercados de bienes y servicios miran y remiran, ponderan una y otra vez antes de decidirse si les conviene pagar por un servicio o comprar algo, y así buscan información acerca de la calidad o las ventajas e inconvenientes de lo que se les ofrece o acerca de quién se lo ofrece, lo cual no impide por cierto que sean frecuentemente engañadas y manipuladas por las sutiles tretas y artes y ciencias del marketing, son aquellas que en el mercado político votan, es decir, "compran", como representantes/agentes suyos en las instituciones donde se toman las decisiones colectivas, alegremente, a "tontas y a locas", sin la menor contención y estudio, lo cual lleva a que acaben comprando o sea votando en muchos casos a lo peorcito que hay en ese particular mercado: a los más mentirosos, aprovechados, corruptos y vendedores de humo. Y más adelante se verá porqué digo esto.
Un mínimo ejemplo de lo que estoy diciendo, de este mismo día en que estoy escribiendo esto. Se trata de los majaderos elegidos por el pueblo de Palma de Mallorca para regir su Ayuntamiento. Unos auténticos estúpidos además de ignorantes supinos, que han decidido quitar del callejero de su ciudad los nombres de los heroicos almirantes Churruca, Gravina y Cervera por su "origen fascista" (sic). Pero, ¿quién en su sano juicio y con un mínimo conocimiento histórico puede decir semejante barbaridad? ¿Acaso nadie del PSOE ni de PODEMOS tiene la mínima cultura para haber leído los Episodios Nacionales de Galdós, para haber advertido a sus "camaradas" de quiénes fueron Churruca y Gravina y porqué sus nombres son más que dignos para estar en el callejero de cualquier ciudad española? Y lo mismo puede decirse del Almirante Cervera, cuyo valor y dignidad al enfrentarse al mando de una armada débil y antigua como la española a la poderosa y tecnológicamente avanzada marina estadounidense también merece el respeto y reconocimiento que hay siempre que dar a quien se atreve a enfrentar al dominante y poderoso aún a sabiendas de que no tiene la menor probabilidad de vencer? Imbéciles el alcalde y sus incultos y analfabetos concejales, pero también igualmente idiotas sus votantes por haberles elegido, pues con seguridad una decisión tan meditada como la que han tomado para expulsar del callejero por esa peculiar razón (esa delirante conexión que imaginan tendrían Churruca, Gravina y Cervera con el fascismo) no puede aislarse de una gerencia de los asuntos colectivos mediocre.
A la hora de explicar esa paradoja del porqué individuos "racionales" eligen irracionalmente en el mercado político hay explicaciones "para todos los gustos", es decir, desde diferentes puntos de vita. Así, Rick Shenkman, tras constatar lo estúpidos e incultos que son los votantes norteamericanos (y los de otros lugares también) en su libro "Just How Stupid Are We?. Facing the Truth About the American Voter" acaba de escribir otro ( "Political Animals: How Our Stone-Age Brain Gets in the Way of Smart Politics" ) en que trata de explicar esa estupidez de los electores por factores biológicos y culturales ligados a nuestro pasado evolutivo a partir de la idea de que nuestro diseño cerebral y mental no está hecho para sociedades tan complejas como las actuales de modo que recurrimos a formas de comportamiento y decisión colectiva o política que, aunque pudieran ser válidas para las sociedades en que vivían nuestros antepasados de la Edad de Piedra o -incluso- de antes, de nuestro pasado prehomínido, son ahora manifiestamente absurdas e ineficientes.
Con seguridad, hay mucho de verdad en esa perspectiva. Pero, al margen de ella, y acentuándola o ampliándola, está la perspectiva economicista sobre esta cuestión. Así, a la hora de explicar la estupidez de las decisiones individuales de alcance público, las que llamaremos decisiones políticas, los economistas se remiten de modo habitual al problema de los bienes públicos. Y es que el resultado de una elección democrática, o sea, la constitución de un parlamento es un bien público, es decir que tiene la consideración de un bien público, tal y como se define en teoría económica, pues satisface una necesidad: la de tomar decisiones colectivas, y lo hace de modo barato pues la democracia representativa les ahorra costes a los ciudadanos en la medida que se pueden olvidar de los problemas que supone informarse y tomar decisiones tan complejas como las que afectan a toda la sociedad. Si se mira desde este punto de vista, un parlamento es un bien público por ser decir su oferta conjunta ya que lo "disfrutan" a la vez todos los ciudadanos y sus decisiones les afectan a todos, y además se da la característica de no-exclusión, ya que a nadie puede excluirse de disfrutar de ese bien (el Parlamento) independientemente de que haya votado o no. Cierto que al igual que pasa con otros bienes públicos, como la defensa nacional o la educación, los individuos (en este caso los votantes) difieren por la cantidad o el tipo de ese bien público. Al igual que, en cada momento, los individuos difieren en la cantidad y calidad de la defensa o la educación pública que se ofrece, los votantes difieren en sus preferencias políticas y por ello nunca ningún votante suele estar satisfecho: siempre querría que hubiese más parlamentarios de los "suyos" políticamente hablando
Ahora bien, dado que el voto de cada quisque es irrelevante a la hora de decidir una votación pues es uno entre no muchos sino muchísimos otros votos, los individuos carecen de incentivos para dedicarle tiempo y recursos a informarse para realizar una votación o elección razonada y razonable. En consecuencia, lo racional es, para cualquier votante, no dedicar mucho tiempo a estudiar la mejor opción, pues sencillamente el hacerlo no compensa. Esta perspectiva explica que, para tratar de compensar los costes de votar, las elecciones se hagan en días festivos donde los costes de oportunidad de ir a votar son más bajos. También esta perspectiva explica que la calidad de la discusión política sea pobrísima, pues como se supone que los costes de información para una decisión política informada son inviables para la inmensa mayoría de los ciudadanos, no cabe otra opción para las empresas o partidos políticos que el recurso a las tretas de la publicidad y del marketing comerciales más simplonas: el eslogan y la manipulación emocional.
El problema de esta perspectiva economicista es que no explica el porqué de que los votantes siquiera se acercan a votar, la llamada paradoja del votante racional. Si votar es en sí costoso, y el voto de un individuo cualquiera difícilmente es decisivo, entonces nadie que sea racional iría a votar, aunque si nadie va a votar un voto cualquiera se convierte en decisivo.
La explicación de que la gente vote aunque sea racional no hacerlo es entonces la de darse cuenta de que el voto no es sólo instrumental, o sea un medio para conseguir algo, sino que también tiene otra función: la de ser expresión de una ideología o de unas preferencias, por lo que el voto por los "propios" sería algo valioso en sí mismo. La gente no sólo votaría instrumentalmente para tratar de conseguir que sus preferencias en el terreno de las opciones políticas se vean satisfechas sino también porque le reportaría satisfacción en sí misma, como expresión, por ejemplo, de la propia identidad nacional o ideológica.
El problema está en que ambos objetivos pueden no ser congruentes. Lo cual sucede con frecuencia en los asuntos macroeconómicos, por ejemplo. Es decir, puede suceder y sucede que el voto que hace un elector guiado por "razones" expresivas (el voto que un votante hace como expresión de lo que "le pide el cuerpo") sea precisamente el opuesto al que se requeriría como instrumento o medio adecuado para satisfacer esos fines que se quieren expresar. Ahora bien, como Brian Caplan ha señalado en un libro sugerente pero que pienso equivocado, El mito del votante racional, los votantes, enfrentados a ese dilema (el de si votar expresiva o instrumentalmente) en la situaciones en que se da esa incongruencia, se decantan por votar expresivamente, o sea votan por lo que les "pide" el corazón que voten, dado que -como señala la paradoja del votante- ninguno cree que su particular voto sea decisivo, puesto que cualquier voto singular de un ciudadano particular es irrelevante cuando el cuerpo electoral se compone de millones de ciudadanos. El argumento de cualquier individua sería así: "dado que mi voto es irrelevante, entonces de nada sirve votar instrumentalmente o sea como medio o instrumento. No voto, pues, lo que sería más útil para satisfacer mis preferencias, sino lo que mejor las expresa. Dado que mi particular voto es inútil, voto lo que mejor expresa lo que quiero, no lo que es mejor para conseguir lo que quiero" El resultado es que al final, en esas situaciones, o mejor dicho, para aquellos votantes para los que se da esa incongruencia entre el voto instrumental (o sea, racional) y el voto expresivo o emocional, es que votan irracionalmente .
Veamos un ejemplo. Nadie que tenga dos dedos de frente puede dejar de calificar como la amenaza más peligrosa para la estabilidad económica y política de España la llamada "cuestión territorial", es decir, el creciente apoyo que las posiciones independentistas tienen tanto en el País Vasco como en Cataluña. Pues bien, resulta de lo más curioso que sean los ciudadanos que por razones económicas o sentimentales llevarían peor el que estas regiones se independizaran sean precisamente las que con su voto a favor de las opciones más extremadamente nacional-españolistas, o sea al Parido Popular y a VOX, más favorecen el que aumente el riesgo de que esa amenaza de separación se acabe haciendo real.
Y es que, por lo que hemos ido sabiendo, nadie puede dudar de que las posibilidades de que los separatistas catalanes y vascos consigan su objetivo, que requiere del apoyo de la Unión Europea a una secesión democrática de esas regiones, pasa ineludiblemente porque llegue al Gobierno central una alianza de formaciones de extrema derecha que ponga en práctica sus más que declaradas propuestas de represión de los planteamientos independentistas. Yo, por mi parte, estoy seguro de que Puigdemont y sus secuaces día a día ponen incontables velitas a la Virgen de Monserrat (recuérdese que son muy católicos ellos como lo eran y lo son los del PNV) para que "intervenga" desde las "alturas" y lleve al poder en Madrid a VOX y demás ultras derechistas.
Una vez que eso ocurra, y todo parece indicar que así ocurrirá más pronto que tarde, la independencia de Cataluña y de Euskadi estará en mi opinión absolutamente garantizada en menos de cinco años. Primero conseguirán que la Unión Europea exija al ultraderechista Gobierno de una España endeudada por la factura de la recuperación económica post-coronavirus que valide la convocatoria de un referéndum de autodeterminación en Cataluña, que -obviamente- ganarán de calle los independentistas pues votarán por la independencia aun todos aquellos que vean correr su "moderado" nacionalismo por los ataques nacional-españolistas del Gobierno central. Y una vez que ese referéndum sea ganado por una mayoría cualificada de catalanes independentistas (en torno a un 70% para lo que hoy les faltan unos 15-20% de votantes) la independencia de Cataluña, y luego la del País Vasco están cantadas. ¡Ah! Y no sólo serán estados independientes sino que formarán parte, además, de la Unión Europea. Y es que, como ya debería resultar claro incluso a los bobotontos del PP y de VOX, y a los ilustrísimos jueces de la Audiencia Nacional y del Tribunal Supremo, cualquier política que sea vista como "agresiva" respecto al movimiento independentista se encontrará con la oposición en Estrasburgo y Bruselas, que ofrecerá y apoyará como única salida democrática en el seno de la UE una separación pacífica, al estilo de la "revolución de terciopelo" que separó a Chequia de Eslovaquia. .
Pero, ¿cómo pueden ser tan estúpidos los "muy y mucho españoles" votantes de derechas que tanto dicen amar España por encima de todas las cosas? La respuesta es obvia a tenor de lo ya expuesto. Lo son porque cada uno de ellos vota expresivamente al partido o partidos que mejor dice "expresar" sus sentimientos a favor de UNA España unida. Aunque, como sucede en este caso, ese voto sea instrumentalmente el medio radicalmente contrario al necesario para satisfacer esa preferencia suya por una España unificada .