FERNANDO ESTEVE MORA
Hubo un tiempo, ya lejano, en que el Mar Menor (y su entorno) fue un enclave natural privilegiado tanto por su singular belleza paisajística como por sus valores ecológicos. Hoy, evidentemente, ya no lo es....ni lo volverá a ser jamás. Hoy es un lugar sucio, maloliente y feo. Y, en el mejor de los casos, en el futuro será un lugar relativamente limpio y hasta quizás inofensivo al olfato, pero por siempre ya será feo. Un ejemplo prístino de lo que los economistas conocen como externalidades negativas.
Dos son los mecanismos, procesos y agentes que han llevado al Mar Menor a su presente situación. En primer lugar, los primeros destructores fueron los que hoy son los propietarios de los innumerables apartamentos que en edificios de alturas estúpidas para un lugar de esas características destrozaron irremediablemente sus valores estéticos, por supuesto con la aquiescencia de los gobiernos murcianos (casi siempre del PP). A ellos se les sumaron todos los propietarios de negocios de servicios para esas gentes de gusto espantoso. El resultado, de sobra conocido, de un urbanismo delirante, tolerado y fomentado por las administraciones públicas, que permitió "ensuciar" para siempre las partes más bellas de la cuota de Naturaleza que le tocó a la zona a cambio de una utilización de esos innúmeros apartamentos de un par de semanas anuales por término medio. Cualquiera que haya ido por allí en primavera, otoño o invierno no habrá encontrado sino edificios vacíos y urbanizaciones desérticas.
Como ya comenté en estas páginas,(https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428705-estetica-economia ) una de las dimensiones que más hecho a faltar en el enfoque económico de los asuntos humanos, sea de la escuela económica que sea, ya sea la neoclásica, la keynesiana o la marxista, es la estética. Los economistas, a lo que parece se preocupan sólo por las cuestiones que afectan a los humanos como productores y como consumidores, pero les importa un bledo la belleza. Y eso que por los antropólogos sabemos que la perspectiva estética es la que nos separa de lo no humanos de una manera más radical. Pero es obviada sistemática por los economistas que siempre juzgan como correcta cualquier política que aumenta eficientemente la producción y la reparte más equitativamente aunque se traduzca en un incremento considerable de los niveles de fealdad que sufren los mismos individuos que, ahora. serían sin embargo "económicamente" más ricos.
Pero volviendo al tema, merece la pena reflexionar más sobre él. Y es que teniendo en cuenta la legislación española que hace de uso público las cotas y riberas de los ríos, la construcción desaforada en el Mar Menor puede interpretarse como una externalidad negativa, un efecto externo negativo que sufrimos el conjunto de los ciudadanos españoles por el ensuciamiento estético y paisajístico que padeció ese entono natural que era de todos, y por el que no se nos compensó nada en absoluto. El resultado fue el que fue: sólo los carentes del más mínimo sentido de la belleza, que los hay y mucho en este país, han seguido yendo al Mar Menor e, incluso, han seguido comprando propiedades a los primeros contaminadores conforme estos abandonaban sus propiedades en busca de espacios menos horrorosos, pues a fin de cuentas, lo que les movió a establecerse inicialmente allí fue la belleza del lugar que, luego y colectivamente, se la cargaron. Así como suena. El Mar Menor, la Manga, Calpe, Mojácar, Denia y Jávea, la Costa Brava, la costa malagueña, etc., etc., etc., incontables ejemplos de destrucción de enclaves naturales únicos gracias a ese urbanismo embrutecedor y salvaje que han esquilmado para siempre, para todas las generaciones futuras, ese capital natural que no era suyo. Merece la pena resaltar, adicionalmente, que esta contaminación estética, esta fealdad artificialmente producida, es, a la larga, tan perjudicial o más que la otra, la más habitual, la procedentes de vertidos y otros polucionantes físicos o químicos que es, en la mayor de los casos, reversible si se controlan esas emisiones.
Lo que nos lleva al segundo tipo de agentes de la destrucción del Mar Menor: los agricultores de la zona, quienes requiriendo para sus cultivos extensivos el uso de fertilizantes nitrogenados en dosis masivas, no se cortaron un pelo en hacerlo (con la convivencia continuada del por siempre pepero gobierno autonómico), con el resultado que en estos días ha saltado a las páginas de los periódicos: la destrucción biológica de la ya mermada riqueza piscícola del Mar Menor.
Poco habría pasado si no fuera porque, asociada a esa contaminación química, llegan también los malos olores, los cienos, las aguas turbias y demás efectos, lo que se traduce en una caída brutal en el valor de los apartamentos de los residentes, los contaminadores estéticos de los que hablaba antes, que -de golpe- parece que han descubierto que, muy muy en el fondo de su derechismo congénito, ellos eran ecologistas "de toda la vida" o se han convertido en radicales defensores de Greenpeace. ¡Vaya por Dios! ¡Qué sorpresa para comentaristas, politólogos y sociólogos! Aunque para cualquier economista que haya adquirido la más mínima mirada cínica que acompaña a la profesión, tal conversión hacia la religión ecologista es claramente un efecto, nada inesperado y totalmente previsible, de esa descapitalización que sufren, de la pérdida de valor económico de sus propiedades ya sean apartamentos, supermercados o alquiler de patines acuáticos..
La situación en el Mar Menor es, por otro lado, de "libro de texto" para aplicar el Teorema de Coase. Los agricultores tienen un interés indirecto en seguir contaminado (es decir, echando sus vertidos alegremente) al Mar Menor pues ello redunda en más producción, mayores ingresos y más valor de sus tierras. Los propietarios de apartamentos y empresas de servicios turísticos tienen un interés en que esas emisiones se corten, pues, de no hacerlo, el valor de sus apartamentos seguirá cayendo aún más.
Pues bien, tenga quien tenga el "derecho", o sea, ya ocurriese que los agricultores tengan la posibilidad (legal o no, en este último caso, por la continuación de la dejación de funciones del gobierno regional) de continuar con sus vertidos, o ya ocurriese que los propietarios de los apartamentos tengan el derecho a paralizar los vertidos, el Teorema de Coase predice que daría igual porque una negociación entre ellos llevaría a que los vertidos disminuyesen hasta el nivel eficiente.
Obviamente, ese resultado no sería igual distributivamente en ambos casos. Si los agricultores tuviesen el "derecho" , los propietarios de los apartamentos habrían de compensarles por la pérdida de ingresos resultado de la disminución en los vertidos -si ello les interesase- . Si, por contra, fuesen los propietarios de los apartamentos quienes tuviesen el derecho a que se mantuviese el valor de sus propiedades, los costes recaerían sobre los agricultores, lo que les llevaría a disminuir sus producciones y sus vertidos.
Obsérvese que, en este caso, resulta de difícil aplicación el principio de que "quien contamina, paga" , pues ambos dos, agricultores y propietarios de apartamentos y de empresas turísticas, han usado y usan abusivamente de lo que no es suyo: el Mar Menor. Obsérvese, también, que agricultores y propietarios comparten un interés común en que sea "otro", o sea, el Estado, quien acabe pagando el desaguisado que hoy amenaza al valor de sus propiedades. En este caso, ambos saldrían ganando: los agricultores porque el Estado les compensaría por la reducción en sus producciones y vertidos, y los propietarios de los apartamentos también, en la medida que sería el Estado quien corriese con las compensaciones y con los costes de limpieza del horror actual y de la delirante "solución" al problema preconizada por el "infamous" gobierno murciano: el hacer una suerte de canal (o, mejor, albañal) que recoja y lleve los vertidos de los agricultores, no al Mar Menor, sino al Mediterráneo, o sea, el exportar la contaminación a otras localidades costeras, cuyos alcaldes -si no son del PP- en mi opinión harían bien en irse preocupando ante lo que se les puede venir encima.
El actual Gobierno central ha dado un primer paso en la dirección correcta: no declarar al Mar Menor como zona catastrófica. Ya veremos cuánto resistirán la presión política y mediática para que, al final, todos los españoles acabemos pagando los destrozos urbanísticos, estéticos y medioambientales que a una "propiedad" que era de todos han causado tanto los propietarios de apartamentos como los agricultores del Mar Menor y su entorno. Y por los que nunca nos compensaron. Pero me da que poco, poco acabarán resistiendo. Lo cual será, por otro lado, otro ejemplo de lo que enseña la teoría económica. Concretamente, de lo que se conoce como la "lógica de la acción colectiva" de Mancur Olson.
Hubo un tiempo, ya lejano, en que el Mar Menor (y su entorno) fue un enclave natural privilegiado tanto por su singular belleza paisajística como por sus valores ecológicos. Hoy, evidentemente, ya no lo es....ni lo volverá a ser jamás. Hoy es un lugar sucio, maloliente y feo. Y, en el mejor de los casos, en el futuro será un lugar relativamente limpio y hasta quizás inofensivo al olfato, pero por siempre ya será feo. Un ejemplo prístino de lo que los economistas conocen como externalidades negativas.
Dos son los mecanismos, procesos y agentes que han llevado al Mar Menor a su presente situación. En primer lugar, los primeros destructores fueron los que hoy son los propietarios de los innumerables apartamentos que en edificios de alturas estúpidas para un lugar de esas características destrozaron irremediablemente sus valores estéticos, por supuesto con la aquiescencia de los gobiernos murcianos (casi siempre del PP). A ellos se les sumaron todos los propietarios de negocios de servicios para esas gentes de gusto espantoso. El resultado, de sobra conocido, de un urbanismo delirante, tolerado y fomentado por las administraciones públicas, que permitió "ensuciar" para siempre las partes más bellas de la cuota de Naturaleza que le tocó a la zona a cambio de una utilización de esos innúmeros apartamentos de un par de semanas anuales por término medio. Cualquiera que haya ido por allí en primavera, otoño o invierno no habrá encontrado sino edificios vacíos y urbanizaciones desérticas.
Como ya comenté en estas páginas,(https://www.rankia.com/blog/oikonomia/428705-estetica-economia ) una de las dimensiones que más hecho a faltar en el enfoque económico de los asuntos humanos, sea de la escuela económica que sea, ya sea la neoclásica, la keynesiana o la marxista, es la estética. Los economistas, a lo que parece se preocupan sólo por las cuestiones que afectan a los humanos como productores y como consumidores, pero les importa un bledo la belleza. Y eso que por los antropólogos sabemos que la perspectiva estética es la que nos separa de lo no humanos de una manera más radical. Pero es obviada sistemática por los economistas que siempre juzgan como correcta cualquier política que aumenta eficientemente la producción y la reparte más equitativamente aunque se traduzca en un incremento considerable de los niveles de fealdad que sufren los mismos individuos que, ahora. serían sin embargo "económicamente" más ricos.
Pero volviendo al tema, merece la pena reflexionar más sobre él. Y es que teniendo en cuenta la legislación española que hace de uso público las cotas y riberas de los ríos, la construcción desaforada en el Mar Menor puede interpretarse como una externalidad negativa, un efecto externo negativo que sufrimos el conjunto de los ciudadanos españoles por el ensuciamiento estético y paisajístico que padeció ese entono natural que era de todos, y por el que no se nos compensó nada en absoluto. El resultado fue el que fue: sólo los carentes del más mínimo sentido de la belleza, que los hay y mucho en este país, han seguido yendo al Mar Menor e, incluso, han seguido comprando propiedades a los primeros contaminadores conforme estos abandonaban sus propiedades en busca de espacios menos horrorosos, pues a fin de cuentas, lo que les movió a establecerse inicialmente allí fue la belleza del lugar que, luego y colectivamente, se la cargaron. Así como suena. El Mar Menor, la Manga, Calpe, Mojácar, Denia y Jávea, la Costa Brava, la costa malagueña, etc., etc., etc., incontables ejemplos de destrucción de enclaves naturales únicos gracias a ese urbanismo embrutecedor y salvaje que han esquilmado para siempre, para todas las generaciones futuras, ese capital natural que no era suyo. Merece la pena resaltar, adicionalmente, que esta contaminación estética, esta fealdad artificialmente producida, es, a la larga, tan perjudicial o más que la otra, la más habitual, la procedentes de vertidos y otros polucionantes físicos o químicos que es, en la mayor de los casos, reversible si se controlan esas emisiones.
Lo que nos lleva al segundo tipo de agentes de la destrucción del Mar Menor: los agricultores de la zona, quienes requiriendo para sus cultivos extensivos el uso de fertilizantes nitrogenados en dosis masivas, no se cortaron un pelo en hacerlo (con la convivencia continuada del por siempre pepero gobierno autonómico), con el resultado que en estos días ha saltado a las páginas de los periódicos: la destrucción biológica de la ya mermada riqueza piscícola del Mar Menor.
Poco habría pasado si no fuera porque, asociada a esa contaminación química, llegan también los malos olores, los cienos, las aguas turbias y demás efectos, lo que se traduce en una caída brutal en el valor de los apartamentos de los residentes, los contaminadores estéticos de los que hablaba antes, que -de golpe- parece que han descubierto que, muy muy en el fondo de su derechismo congénito, ellos eran ecologistas "de toda la vida" o se han convertido en radicales defensores de Greenpeace. ¡Vaya por Dios! ¡Qué sorpresa para comentaristas, politólogos y sociólogos! Aunque para cualquier economista que haya adquirido la más mínima mirada cínica que acompaña a la profesión, tal conversión hacia la religión ecologista es claramente un efecto, nada inesperado y totalmente previsible, de esa descapitalización que sufren, de la pérdida de valor económico de sus propiedades ya sean apartamentos, supermercados o alquiler de patines acuáticos..
La situación en el Mar Menor es, por otro lado, de "libro de texto" para aplicar el Teorema de Coase. Los agricultores tienen un interés indirecto en seguir contaminado (es decir, echando sus vertidos alegremente) al Mar Menor pues ello redunda en más producción, mayores ingresos y más valor de sus tierras. Los propietarios de apartamentos y empresas de servicios turísticos tienen un interés en que esas emisiones se corten, pues, de no hacerlo, el valor de sus apartamentos seguirá cayendo aún más.
Pues bien, tenga quien tenga el "derecho", o sea, ya ocurriese que los agricultores tengan la posibilidad (legal o no, en este último caso, por la continuación de la dejación de funciones del gobierno regional) de continuar con sus vertidos, o ya ocurriese que los propietarios de los apartamentos tengan el derecho a paralizar los vertidos, el Teorema de Coase predice que daría igual porque una negociación entre ellos llevaría a que los vertidos disminuyesen hasta el nivel eficiente.
Obviamente, ese resultado no sería igual distributivamente en ambos casos. Si los agricultores tuviesen el "derecho" , los propietarios de los apartamentos habrían de compensarles por la pérdida de ingresos resultado de la disminución en los vertidos -si ello les interesase- . Si, por contra, fuesen los propietarios de los apartamentos quienes tuviesen el derecho a que se mantuviese el valor de sus propiedades, los costes recaerían sobre los agricultores, lo que les llevaría a disminuir sus producciones y sus vertidos.
Obsérvese que, en este caso, resulta de difícil aplicación el principio de que "quien contamina, paga" , pues ambos dos, agricultores y propietarios de apartamentos y de empresas turísticas, han usado y usan abusivamente de lo que no es suyo: el Mar Menor. Obsérvese, también, que agricultores y propietarios comparten un interés común en que sea "otro", o sea, el Estado, quien acabe pagando el desaguisado que hoy amenaza al valor de sus propiedades. En este caso, ambos saldrían ganando: los agricultores porque el Estado les compensaría por la reducción en sus producciones y vertidos, y los propietarios de los apartamentos también, en la medida que sería el Estado quien corriese con las compensaciones y con los costes de limpieza del horror actual y de la delirante "solución" al problema preconizada por el "infamous" gobierno murciano: el hacer una suerte de canal (o, mejor, albañal) que recoja y lleve los vertidos de los agricultores, no al Mar Menor, sino al Mediterráneo, o sea, el exportar la contaminación a otras localidades costeras, cuyos alcaldes -si no son del PP- en mi opinión harían bien en irse preocupando ante lo que se les puede venir encima.
El actual Gobierno central ha dado un primer paso en la dirección correcta: no declarar al Mar Menor como zona catastrófica. Ya veremos cuánto resistirán la presión política y mediática para que, al final, todos los españoles acabemos pagando los destrozos urbanísticos, estéticos y medioambientales que a una "propiedad" que era de todos han causado tanto los propietarios de apartamentos como los agricultores del Mar Menor y su entorno. Y por los que nunca nos compensaron. Pero me da que poco, poco acabarán resistiendo. Lo cual será, por otro lado, otro ejemplo de lo que enseña la teoría económica. Concretamente, de lo que se conoce como la "lógica de la acción colectiva" de Mancur Olson.