Me van llegando noticias de que la última “ocurrencia” del gobierno en materia de Política Económica con mayúsculas: el cambio en el modelo productivo de la economía española, va paulatinamente cogiendo fuerzas. Más concretamente, se puede observar que van menudeando los encuentros, seminarios, conferencias y demás “eventos” en que economistas, políticos y demás “analistas” (siempre todos por cierto partidarios de esa propuesta, aunque disconformes respecto a los medios para llevarla adelante), se reúnen, hablan de ello y escriben informes al respecto, cobrando por supuesto por su participación en esos debates tanto del erario público como de algunas fundaciones y empresas privadas “muy” interesadas en este asunto.
Y si digo que me van llegando noticias, o sea, que no las voy buscando, es para recalcar el mínimo interés que esto del cambio en el modelo productivo tiene para mí. Lo considero, para decirlo en pocas palabras, un tema de escaso contenido real sólo explicable como añagaza de marketing político a la que se ve obligado a hacer uso un gobierno desbordado por los acontecimientos económicos que desde hace un par de años le golpean inmisericordemente, tanto tanto que amenazan con ponerle definitivamente contra las cuerdas.
Pero el caso, es que lo que me sorprende es que gente que se supone seria y responsable–en principio-, entre quienes citaría fundamentalmente a economistas académicos de reconocido prestigio entre los economistas académicos, participen tan alegremente en estos festejos cuando para mí resulta obvio y evidente que detrás de eso del cambio de modelo productivo hay poco por no decir nada. Humo de pajas.
Porque, veamos, ¿qué significa eso del cambio de modelo productivo? Para empezar a tratar esta cuestión, lo primero sería plantearse qué es eso de “el modelo productivo” que se afirma claramente y con rotundidad que hay que cambiar sin demora y cueste lo que cueste. Y para ello, como siempre, lo mejor es partir de los fundamentos. Pues bien, cuando uno llega a una Facultad de Económicas, de las primeras cosas que se le obliga a aprender es que una economía, cualquier economía, no importando la época histórica o el lugar geográfico en que esté inserta, se enfrenta siempre a un triple problema: el de qué producir, el de cómo hacerlo y el de para quién va destinado lo que se produce. Resulta obvio, entonces, que por modelo productivo se ha de entender la forma concreta en que una determinada economía satisface a las dos primeras preguntas (la de qué y cómo producir). Pero es el caso que, como también uno aprende, la solución a la tercera de esas preguntas –lo que podría denominarse modelo distributivo y consuntivo- es fundamental a la hora de responder a las otras dos, (pues, realmente, un sistema económico no es sino una forma de responder simultáneamente a las tres preguntas básicas).
Pues bien. En las economías de mercado, en tanto que el cómo se ha de producir es un problema del que han de encargarse por su cuenta y riesgo los responsables y organizadores de las unidades productivas, o sea, los empresarios y gerentes, de modo que si organizan la producción ineficientemente o sea, con métodos y técnicas poco adecuadas, el mercado -si el mercado es lo suficientemente competitivo- acaba castigándoles y expulsándoles; el qué se ha de producir no lo deciden ellos sino que lo deciden los consumidores, ya sean estos la miríada de consumidores del sector privado como los del sector público. Y en efecto, es una de las piezas clave de una economía de mercado el respeto al principio de la soberanía de los consumidores, que viene a decir que deben ser ellos quienes determinen qué se ha de producir en función de su propia apreciación de sus necesidades y de su poder de compra.
Es por supuesto un asunto de debate permanente el de si son los consumidores y sólo ellos quienes han de determinar el modelo productivo con sus decisiones de consumo y ahorro, o si también han de participar más o menos otros agentes sociales en mayor o menor grado. Se podrá discutir si debido a la influencia de la publicidad, la soberanía de los consumidores es más o menos real o ficticia en la medida que las necesidades de los consumidores no sean enteramente propias o autónomas sino que en parte les sean inducidas por las empresas (esta era la hipótesis que defendía Galbraith para algunas o muchas de esas necesidades individuales). Se podrá también discutir si el peso relativo que tiene la satisfacción de las necesidades de diferentes individuos es justo o no, dado que en el mercado lo que cuenta son las necesidades respaldadas por “votos monetarios”, o sea, por el dinero que cada uno tiene. En consecuencia, al menos para mí, las necesidades a las que ha de hacer frente el aparato o modelo productivo de una economía han de ser cualificadas en atención a la desigualdad de la distribución de la renta y a lo que se puede estimar que son las necesidades reales de los individuos. Acepto, en consecuencia, que el Estado mediante la política fiscal redistribuya renta y, en consecuencia, altere la demanda que perciben las empresas alterando en consecuencia el modelo productivo. Acepto, asimismo, que el estado penalice diferencialmente algunos bienes que considera nocivos para los individuos como el tabaco o el alcohol, y favorezca el uso de bienes que aumentan el bienestar individual como los bienes culturales. Acepto, finalmente, que el Estado controle la publicidad y prohíba muchos tipos de publicidad como, por ejemplo, la dirigida al público infantil. Pero de ahí a aceptar que el Estado tenga la discrecionalidad para alterar o cambiar el modelo productivo según los criterios que establezcan o definan un grupo de “expertos” va un largo y peligroso trecho. Los ejemplos de la extinta Unión Soviética o de Corea del Norte en la actualidad no deberían ser olvidados por aquellos tan rápidamente dispuestos a cambiar desde arriba el modelo productivo de una economía.
Dicho con otras palabras, si se define la eficiencia microeconómica de un modelo productivo por la adecuación de lo que se produce (el qué y el cómo se produce) a lo que se ha de producir definido por las necesidades sentidas y expresadas por los consumidores en los mercados, entonces si los mercados de bienes y factores son lo suficientemente competitivos no habría en principio demasiadas razones si es que hubiera alguna para inmiscuirse en demasía el diseño del modelo productivo que resulta de la operación de una “mano invisible”, corregida, guiada o regulada puntualmente por la actuación del Estado para corregir los inevitables y de sobra conocidos fallos del mercado (externalidades negativas y positivas, presencia de monopolios, problemas de información, etc.). O sea, que más que dar por supuesta la necesidad de cambiar el modelo productivo porque sí, como se está haciendo, y ponerse a ello, lo primero sería justificar su necesidad y la incapacidad de la propia economía para acertar con el modelo productivo adecuado.
Y esto viene a cuento porque uno de los objetivos del cambio de modelo productivo que se pretende instrumentar es, al margen de hacerlo más sostenible ecológicamente hablando (con lo que uno puede estar plenamente de acuerdo en la medida que los problemas ecológicos son fallos del mercado), fomentar su competitividad exterior, es decir, aumentar su capacidad de generar exportaciones. Pues bien, no debería olvidarse a este respecto que un modelo económico que prioriza las exportaciones como objetivo central de su diseño se caracteriza porque responde a la tercera de las preguntas económicas (la de para quién se ha de producir) en función de las necesidades de los ciudadanos de otras economías, no de la propia. Y eso, sin duda, es una preferencia harto curiosa que “suena” o bien a algo tan desprestigiado como el mercantilismo del siglo XVII, o bien a una actitud de tipo “deportivo”: ganar a las demás economías en una suerte de carrera de fondo en la que lo que importa es el ranking exportador, el a ver quién exporta más . Frente a estos “objetivos”, uno podría pensar que lo definitorio de un modelo productivo de una economía debería ser la satisfacción de las necesidades de los agentes que la componen, como la Economía sostiene, de modo que las exportaciones no deberían ser sino como el ineludible mal al que hay que recurrir para poder pagar las importaciones, que sí contribuyen a la satisfacción de las necesidades de los ciudadanos.
Sin entrar en profundidad, uno podría preguntarse entonces si el modelo productivo español es tan ineficiente microeconómicamente como parece deducirse de tantas y tantas declaraciones de tantos políticos, economistas, periodistas y opinadores profesionales. De salida puede decirse, como ya se ha recalcado antes que lo será en la medida que los mercados españoles no sean competitivos o se pretenda otro objetivo que la satisfacción de las necesidades de los ciudadanos de nuestra economía, pero que si no ocurre así, es decir si cada vez más los mercados de bienes y factores son más competitivos y se vence la tendencia mercantilista a poner los supuestos objetivos de la Nación por encima de los intereses de la gente de la nación, la cuestión no está nada clara. Se dice, por ejemplo, que es un modelo centrado en el ladrillo, y se ha hablado y habla sin cesar de la burbuja inmobiliaria como fuente de todos nuestros males económicos. A esto la respuesta es relativamente simple, y es que si los ciudadanos quieren “ladrillo”, entonces un modelo productivo es eficiente microeconómicamente si proporciona ese “ladrillo”, es decir, que si la gente lo ha comprado de una manera tan alegre hasta hace un par de años, pues será porque lo necesitaba o le gustaba y -en principio- no sé qué autoridad moral se tiene para negarle a la gente ese supuesto “capricho”, o sea,. La posibilidad de vivir en viviendas más dignas. Si la gente quería tener mejores casas o más casas, y está dispuesta a pagar por ello, ¿por qué ello es “malo” desde el punto de vista económico? Oigo, sin parar a tantos y tantos que señalan que los que la gente debería hacer no es invertir o comprar pisos sino invertir en “alta tecnología”, pero qué autoridad les asiste para ponerse por encima de “la gente”. ¿Saben ellos mejor que “la gente” lo que a la gente le ha de gustar e interesar? El paternalismo típico del despotismo por más ilustrado que sea resuena en estas argumentaciones. Algo semejante me sucede siempre que oigo esas críticas furibundas contra el modo que se llevó a cabo el famoso Plan E del Gobierno Zapatero de financiación municipal. Olvidemos la pertinencia del Plan desde un punto de vista macroeconómico y centrémonos en su eficiencia microeconómica. He oído hasta la saciedad que fue un auténtico despropósito, un derroche porque se utilizaron esos fondos para arreglar aceras, plantar arbolitos, pintar edificios públicos y demás, en vez de invertir en alta tecnología. Y, claro está, no deja de ser curioso que los mismo que critican por ineficientes tal uso de los fondos públicos son los mismos que estiman más que bien empleados los fondos que dedican a adornar y arreglar sus pisos ¿Es que acaso el arreglar el pasillo de la propia casa es eficiente pero arreglar las calles, el pasillo de todos, es una ineficiencia? No dudo que se hayan hecho gastos ineficientes y chapuzas, pero la habitual descalificación de un gasto porque se dedica a satisfacer necesidades de los ciudadanos de hoy en lugar de dedicarlos a una inversión en alta tecnología que a lo mejor sirve para satisfacer las futuras necesidades de los ciudadanos futuros me parece, de salida, una actitud antieconómica propia de ingenieros y demás técnicos, no de economistas.
No se me oculta, sin embargo que el modelo productivo español peca de una clara disfuncionalidad, a la que se podría denominar escasa eficiencia macroeconómica, que se traduce en que siempre está necesitado de financiación exterior. Es decir que para satisfacer las necesidades de los ciudadanos residentes en España siempre es necesario recurrir a que nos presten recursos del exterior. Esa ineficiencia macroeconómica se ha agudizado, por otra parte, en los últimos años en que tras la entrada a destiempo en el euro (recuérdese: se quería que la economía española entrase entre los primeros porque sí, al margen de que todos los economistas supiesen que la zona euro no era un área monetaria óptima, lo que como se ha visto supone un fuerte riesgo para países como el nuestro), el tipo de interés ha caído tanto que el recurso a los préstamos exteriores ha sido tan barato y fácil que ha llevado a un excesivo endeudamiento. Dicho con otras palabras, el modelo productivo español está hipertrofiado en determinadas direcciones (por ejemplo, el “ladrillo”) debido precisamente a ese tipo de interés tan bajo que no se corresponde con el tipo de interés natural de la economía española a tenor de su nivel de desarrollo económico y capitalización. La ineficiencia del modelo productivo por tanto vendría no porque el modelo productivo sea ineficiente per se sino a que se ha ajustado eficientemente a que las señales que se le han trasmitido desde los mercados hasta no eran correctas. Y si esto es así, entonces el problema es un problema de señalización defectuosa que requeriría otras políticas distintas a las de un cambio planificado del modelo.