Decía el viejo Marx que el estudio del dinero había llevado a muchos a la locura. Yo no diría tanto, pero sí que es incuestionablemente cierto que al acercarse a los asuntos monetarios y financieros sucede que, como todo el mundo maneja dinero, todo el mundo cree que sabe algo de él, de su ser y su funcionamiento, por lo que rápida y nada sutilmente las buenas gentes (incluyendo a demasiados economistas) se deslizan si no en la locura sí en la estupidez. Así que, una vez más, debo de dejar aparcados mis buenos propósitos de dedicarme a lo más mío, o sea a los asuntos microeconómicos tan divertidos y variados, y meterme una vez en la monótona "cosa" macroeconómica, o sea, en lo que lamentablemente se está convirtiendo en el pannuestro intelectual de cada día. Vamos por ello aquí a tratar de desentrañar algunas dudas elementales que se suelen plantear al respecto de los asuntos financieros.
Lo primero es la cuestión, tan de actualidad candente en estos días, de cómo se paga la Deuda Pública. Cosa aparentemente obvia y elemental...pues con dinero, como es obvio. Pero, ello no hace sino llevar el problema a un estadio ulterior: el de de dónde sale ese dinero. Para acercarse a una respuesta a este problema, vamos a partir de una situación ideal, hoy por hoy, la que tendría un país que mantuviera todavía cierta soberanía monetaria en el mínimo sentidode que fuera capaz de emitir su propio dinero, su propia moneda, y cuyo Estado tuviera la capacidad de imponer su uso como medio de pago y como poder liberador de las deudas, pues para ello ostentaría, como bien señalara Max Weber, el monopolio en el uso legítimo de la violencia. Ello le capacitaría para obligar legalmente a que se aceptase su dinero como medio de pago a cambio de bienes y servicios y también para hacer frente a las deudas que se hubieran contraido tanto en el sector privado como en el público. En suma, partiremos de una situación de una sociedad cuyo Estado puede emitir su propia moneda y que esta es la única de curso legal obligatorio. ¡Vamos! Como pasaba con la peseta hace unos años.
La deuda que emite un Estado con estas características para financiar sus déficits públicos, la Deuda Pública, son unos un títulos que ese Estado vende a cambio de dinero y por la que se compromete a devolver ese dinero y los intereses estipulados en una fecha futura. Observese que cuando ese Estado afronta el pago del principal y los intereses de la deuda que contrajo en el pasado ha de hacerlo en su propio dinero, Y de dónde saca a su vez ese dinero el Estado. Pues lo puede sacar de cuatro fuentes: a)de los impuestos, b)de sus ingresos procedentes de otras fuentes (ya sea de la venta de activos o de bienes y servicios, ya sea de ingresos procedentes de sus inversiones), c) de las emisiones de nueva Deuda Pública, y d) imprimiendo más o nuevo dinero.
Resulta sorprendente que la gente, por lo general, considere que esta cuarta vía para pagar la deuda contraída por el Estado es algo así como una trampa, una salida en falso, una forma incorrecta de hacer frente a sus responsabilidades financieras. Algo así como si los billetes emitidos para tal fin valiesen menos que los que el Estado obtiene por medio de las otras tres vías. Pero, ¿por qué la monetización de la Deuda Pública no se considera un vía adecuada? Pues parece que la razón subyacente es que la gente piensa que si el Estado paga con el dinero así generado con el objetivo de pagar la deuda, lo hace en un dinero "falso" en cierto sentido, pues no le cuesta nada producirlo o conseguirlo, en tanto que si obtiene ese dinero mediante las otras vías, por ejemplo, vía impuestos, le cuesta algo hacerlo: se lo ha de sacar al sector privado convenciéndole de alguna manera en que a cambio hará algo -un gasto público- útil (¿productivo?). En último término, pues, la idea es que el dinero tiene un valor no porque sea util sino porque cuesta conseguirlo. O sea, y a la inversa, que un dinero que no cuesta nada producirlo, no tendría valor. Por supuesto que tal cosa es absurda, que la utilidad del dinero, o sea, su capacidad de cumplir sus funciones como unidad de cuienta, medio de pago y depósitio de valor, no depende de su coste de producción. Pero, como un ejemplo más de la influencia de las ilusiones en el desenvolvimiento económico, no se puede dejar de lado ésta - llamémosla- sensación muy extendida que responde a esa noción tan difícil de superar de que el dinero auténtico ha de tener una base material, como pasaba cuando el dinero era dinero-metálico. En aquél mundo ya lejano en el tiempo, el mundo del dinero metálico, el dinero valía porque costaba extraerlo de la tierra. Hoy ya el dinero carece de base metálica pero la "idea" de que el dinero papel o fiduciario no es un "buen" dinero, de que es un dinero de mentira, todavía afecta a las mentes más primarias. Todavía estoy seguro de que hay mucha gente por ahí que siente que detrás de los billetes está o debería estar un respaldo material como el oro, la plata o algo así.
Pues no, detrás del dinero sólo hay fe y confianza y la obligación legal de aceptarlo como medio de condonar las deudas. Al igual que detrás del papel en que se expresa el título de propiedad de una casa está ese activo, o sea, la casa; detrás del dinero fiduciario, del dinero papel también hay un activo cuasifísco: la confianza de la propia sociedad en sí misma,y eso es un activo, es un capital social tan o más importante que su capital físico (sus fábricas y campos) y su capital humano. Detrás del dinero papel está, pues, la propia sociedad. Por ello, cuando una sociedad está inmersa en una crisis social, cuando duda de sí misma, de su estabilidad o futuro, ese capìtal social se deprecia y consiguientemente su dinero se desvaloriza. Pero, ¡alto aquí!, pues si se piensa un momento, sucede que detrás del la Deuda emitida por el Estado no hay otra cosa que ese mismo capital social, es decir, que la Deuda Pública tiene valor en la medida que pensemos que el Estado que la emite tiene la capacidad de pagarla, o sea, en la medida que esa sociedad respalda a su propio Estado, lo que indudablemente es uno de los elementos de su capital social.
(a propósito: me ha resultado completamente extraño que se siga dudando acerca de la capacidad del Estado gruego para cumplir sus obligaciones tras contemplar como sus funcionarios de policía actuaban en las manifestaciones contra las políticas de ajuste. ¿Qué duda cabe tener acerca de la capacidad del estado griego de cumplir sus obligaciones financieras cuando es capaz de utilizar la violencia sobre sus propios ciudadanos?)
Pero sigamos. La consecuencia de lo anterior es que cuando el Estado paga sus Deudas con dinero por él emitido, lo que está haciendo en último término es cambiar unos papelitos (los títulos de Deuda) por otros (los billetes). (Y ahora ni aún eso, pues todo son apuntes contables en los ordenadores).
Pero, quien lea esto pensará que le estoy engañando, pues bien sabemos, por otro lado, que el dinero se desvaloriza por otro mecanismo diferente a la anomia social: por la inflación. Si el Estado emite demasiado dinero, éste pierde valor pues se hace relativamente abundante respecto a las necesidades a las que hace frente. De acuerdo enteramente. Y, aun más, este es el origen de una de las grandes cuestiones en Economía: la de cuánto dinero ha de emitir el Estado para que el dinero satisfaga correctamente sus funciones de unidad de cuenta, medio de pago y depósito de valor. Como ya dije en el anterior post, a esa pregunta trataron de responder Milton Friedman y los monetaristas, suponiendo que había una determinada relación invariable entre crecimiento económico y cantidad de dinero, de modo que si se emitía poco dinero, la economía se estancaría, pero que si se emitía demasiado lo que ello generaría sería una inflación que si se convertía en hiperinflación como sucedió en tiempos del la República de Weimar en Alemania, desvalorizaría el dinero, y con él, el propio capital social de la sociedad hasta un extremo tal que podría acabar con esa sociedad. Se ha citado a este respecto incontables veces la frase apócrifa de Lenin de que un medio indirecto para generar una revolución social anticapitalista es provocar una hiperinflación. Pero, como ya se dijo, la pretensión de los monetaristas se reveló ilusoria, de modo que no hay una relación constante entre cantidad de dinero y desenvolvimiento de la economía real. Es la política monetaria la que en cada momento ha de buscar y encontrar cuánta cantidad de dinero necesita, y para ello utiliza reglas ad hoc. Por ejemplo, la de que la tasa de inflación no supere determinados niveles. Es una regla de este tipo la que coarta el comportamiento del Banco Central Europeo (BCE) y le impide hacer frente directamente al "problema de la deuda" que estamos viviendo actualmente monetizándola, es decir, facultando al BCE a que intervenga en los mercados primarios de Deuda Pública, pues le obliga a defender un 2% de inflación en la zona euro. ¿Y por qué el 2% y no el 4%? Pues, ahí está mi post anterior: no hay razón razonable, sólo el miedo de Alemania a sus propios fantasmas. La Reserva Federal estadounidense carece de ese miedo y ello le permite una política mucho más activa en situaciones de depresión o incluso para hacer frente a un problema de solvencia "similar" (es un decir, pues no lo es en absoluto) al que aqueja hoy a los mercados de Deuda Pública: el problema de las hipotecas "tóxicas", pues recordemos que lo que ha hecho la Reserva Federal es, en último término, "comprar" toda la basura de deuda basura privada que tenía el sistema financiero norteamericano monetizándola, y dado que debiera estar meridianamente claro que la Deuda Pública griega o la española no es una basura semejante, un economista ingenuo quizás debiera preguntarse el porqué el BCE se pone (o se le imponen) unos absurdos impedimentos para actuar al igual que lo hizo la Reserva Federal.
Pero, dejemos por un instante los problemas de la realidad, y volvamos a nuestro país imaginario. Sigamos pues analizando las cuestiones que afectan a su capacidad de emisión de Deuda Pública. En principio, parece obvio, el problema es muy similar al ya comentado de la cantidad óptima de dinero, dada la similitud de papeles del dinero y de la Deuda Pública. En un país con autonomía monetaria y que sólo emite deuda para sus ciudadanos (o sea, que la Deuda Pública es interna), el problema de cuánta deuda pública ha de emitir el Estado depende de cuál sea la situación económica del país. Si se encuentra en una situación de pleno empleo, la Deuda Pública emitida por el Estado implica que parte del ahorro generado en el país se dirige a financiar al sector público, con lo que el coste de emisión de la misma es que disminuye la financiación del sector privado, y por tanto su tamaño relativo. A esto se lo llama efecto crowding-out o efecto expulsión. Simplemente lo que sucede es que para captar ahorro, el Estado compite con el sector privado, paga tipos de interés más elevados, y hace que disminuya la inversión (y el consumo) privados. La cantidad adecuada de deduda pública dependería, pues, de la relativa eficiencia de lo que hiciese el Estado con esos recursos en relación con lo que hubiera hecho el sector privado.
Si, por contra, la situación es de desempleo, entonces no tiene por qué darse ese efecto expulsión. Ya que mediante el gasto público financiado por la Deuda Pública, se puede generar la suficiente demanda agregada para que la economía crezca, aumente sus niveles de empleo, producción y rentas, y se genere así ahorro suficiente para financiar al sector privado. Obsérvese que en esta situación, no sólo la Deuda Pública no expulsa a la inversión privada sino que puede aumentarla gracias a la generación de expectativas positivas respecto a la marcha de la economía. Obsérvese, también, que por ser la Deuda Pública interna no hay problema para su mantenimiento pues como ya se apuntó en un entrada anterior
(http://www.rankia.com/blog/oikonomia/428829-colonialismo-temporal-einstein)
la deuda pública así emitida no empobrece a las generaciones futuras. Y esto independientemente de cómo se pague cada emisión en su momento de vencimiento. Si es mediante impuestos, habrá una transferencia intrageneracional de rentas entre quienes en el futuro no tengan títulos de deuda y quienes sí los tengan, y si si es via monetización de esa deuda, la inflación afectará a todos los miembros de la sociedad, pero los que tengan títulos de deuda obtendrán unas rentas adicionales compensatorias, por lo que se producirá de igual manera esa transferencia intrageneracional de recursos.
Pero la situación es enteramente distinta si la Deuda Pública está sustancialmente en manos de extranjeros, si es en buena medida externa. Entonces, cuando llegue la hora de pagar su principal más los intereses, el Estado habrá de transferir recursos de los ciudadanos nacionales a los extranjeros propietarios de los títulos. Recursos extraídos directamente por vía impositiva, o bien indirecta, a consecuencia de su monetización. La financiación vía monetización es, entonces, más complicada pues las expectativas de que él así pagar la Deuda Pública genere un repunte de la inflación llevaría a los prestamistas extranjeros a exigir tipos de interés más elevados para contarrestar la pérdida del valor del dinero en que le serían de vueltos sus préstamos. Dicho con otras palabras, en este caso, habría una limitación creciente de la capacidad de eneudamiento del Estado en la medida quie la inflación fuiese un problema estructural en esa economía.
Si ahora nos planteammos la problematica que afecta a un Estado que forma parte de una Unión Monetaria, y que ha perdido por ello su capacidad para emitir su propia moneda, tenemos que, por un lado, y de nuevo si una buena parte de la Deuda Pública está en manos de agentes que son miembros no nacionales de de esa unión, parecería que se volvería a una situación previa, es decir, la situación en que la Deuda Pública es interna, salvo que ahora este país no tendría la posibilidad de monetizar su deuda, pues ya no tiene esa potestad. Para financiar su Deuda sólo le queda, pues, en último término o bien la vía impositiva o bien la emisión de más Deuda Pública.
Si, ahora, añadímos el ingrediente de que el país se encuentra sumido en una recesión económica, la cosa se complica y mucho, pues la vía impositiva es contraproducente ya que deprime más la demanda agregada de la economía, a la vez que las necesidades de aumentar el gasto público crecen en situaciones de crisis, y con todo ello, aumentan las necesidades de financiación del déficit público que se genera inevitablemente en situaciones de recesión. ¿Cómo entonces lograr emitir más Deida Pública y pagar la ya emitida? Esta claro que, ahora, una cuestión determinante es el grado de compromiso del resto de los países que conformen esa unión monetaria, pues las posibilidades de refinanciación de la Deuda Pública de cualquiera de ellos que se encuentre en situación de recesión económica dependerán del grado en que el resto de los países estén dispuestos a actuar como avalistas de sus emisiones ya que ninguno de ellos puede recurrir a financiar con su propio dinero la deuda. Ahora bien, si los países que componen esa unión monetaria han decidido regular su comportamiento monetario y financiero en función de unos objetivos fijas, como son las que componen el llamado Pacto por la Estabilidad y Crecimiento de la zona euro, la regla del 2 - 3 - 60 (el 2% de inflación, el 3% de déficit público y el 60% de ratio de Deuda Pública sobre el PIB) el entero asunto se vuelve extremadamente problemático. Esta sería la situación a la que se enfrenta la economía griega y también la economía española.
En la novela de Joseph Heller, Catch-22, se describe una situación conflictiva en la que las aparentes soluciones a un problema se zancadillean mutuamente, de forma que al final, no hay salida. Su protagonista, un tal Yossarian (creo recordar, pues leí la novela hace ya muchos años), piloto de bombardeos en la II Guerra Mundial, no quiere participar en más acciones de combate. Para ello ha de convencer a sus superiores y el camino más adecuado pasa en principio lógicamente por aparentar estar loco, buscando con ello que le declaren incapaz de pilotar aviones de bombardeo; pero, por otro lado, es reconocido que sus jefes mantienen con total lógica que nadie en su sano juicio querría y podría participar en tales enloquecidas misiones. De modo que si Yosarian se comporta como un loco, entonces resulta que por ello es un tipo perfectamente adecuado para partcipar en tales misiones, en tanto que si decide no ir de loco, es decir, si decide comportarse como una persona cuerda, es por ello oficialmente capaz de pilotar un avión. Yossarian no tiene salida. Y a esta situación en que no hay salida, Heller la llamó Catch-22.
Pues bien, en mi keynesiana opinión, la economía española se encuentra en un catch-22 en el seno de una unión monetaria como lo es la europea que voluntariamente está aherrojada por el llamado Plan de Estabilidad y Crecimiento. La razón de ello es que, para salir de la recesión, lo coherente sería seguir todavía más tiempo con la política fiscal expansiva que se ha estado realizando en los dos últimos años, pero, por otro lado, para poder hacerlo, necesitaría endeudarse aún más (recuérdese por cierto que todavía lo está "poco", dados los niveles medios de la Deuda Pública sobre el PIB en el resto de los países de la zona euro). Ahora bien, sucede que para poder seguir endeudándose, los "mercados" han de colaborar lo que significa que han de confiar en que la Unión Euriopea avala esa política expansiva, pero, dado que esa política expansiva no satisface los criterios del Plan de Estabilidad y Crecimiento, la Unión Europea no puede avalarla, por lo que los "mercados" sólo están dispuestos a seguir prestando al Estado español si este abandona la política expansiva, lo que sumirá a la economía española en una recesión aún más profunda, que, además, acabará dificultando el pago de su deuda.
Ante este Catch-22, el Gobierno español ha optado por plegarse a los imperativos de los "mercados" y acometer un plan de ajuste radical que haga decrecer radicalmente su deficit público para ponerse en sintonía con los requisitos del Plan de Estabilidad y Crecimiento, y así recuperar su "confianza". El plan, avalado no sólo por las instituciones de la UE sino también por el FMI y muchos economistas no keynesianos confía en que una recesión aún mayor en el muy corto plazo se traducirá en una caída de los precios nacionales en relación a los de los otros países de la zona euro de modo que el crecimiento de nuestras exportaciones y la caída en las importaciones reactive en el medio y largo plazo la economía nacional. Para un economista keynesiano este resultado equivale a una rogativa religiosa, más aún cuando en el resto de los países de la eurozona (incluidos Alemania y Francia, las dos locomotoras de la zona euro) también han instrumentado políticas de ajuste para someterse a los dictados del Plan de Estabilidad y Crecimiento.
Pero ¿acaso otra política económica era posible? Sí, en mi opinión, lo era. Esa política económica alternativa habría de establecerse a nivel europeo y pasaba por una decisión política: la decisión de modificar el que, hoy por hoy, es un auténtico Pacto de Inestabilidad y Decrecimiento. Y no, no sería necesario desprenderse de él y actuar como los EE.UU. (cuyo déficit público está ahora mismo en el 9,1% de su PIB, y su nivel de Deuda Pública sobre el PIB creo que supera el 90%). Bastaría con cambiar la regla del 2 -3 - 60. Nada pasaría si el objetivo de tasa de inflación pasase a ser, por ejemplo, el 4%, el objetivo de déficit público pasase a ser el 5% y el nivel de Deuda Pública sobre el PIB se convirtiese en el 80%. Esa alteración seguiría obligando a un mucho más suave proceso de ajuste para una economía como la española, pero le permitiría hacerlo sin hundir aún más en la recesión su economía. Y, por otro lado, posibilitaría la efectividad de ese proceso de ajuste en la medida que las economías alemanas y francesa podría tirar de la economía del resto de países pues tendrían margen más que suficiente para realizar políticas expansivas. California está en bancarrota, pero ello no supone ningún problema para la economía norteamericana, ni afecta a la recuperación económica del estado de Nueva York. ¿Por qué la situación de la Deuda Pública griega ha de suponer la depresión de la economía española?