FERNANDO ESTEVE MORA
Una de esas ideas que nunca faltan cuando se les explica Economía a los estudiantes primerizos es la de la ilusión monetaria. Por ella se hace referencia a esa "ilusión" o espejismo mental que lleva a los agentes económicos a confundir las variaciones en los valores monetarios de las variables económicas (ya sean salarios, beneficios, tipos de interés o precios de los bienes y servicios) con las variaciones que realmente se han producido en las mismas.
De forma proverbial o paradigmática se suele hacer referencia a que la entera aproximación keynesiana a la política económica descansa en el supuesto de que la gente, y en concreto, los trabajadores son unos ilusos, por no decir estúpidos, y confunden irracionalmente las subidas en sus salarios monetarios con subidas en sus salarios reales, o sea, en la cantidad de cosas que con sus salarios monetarios pueden adquirir en los mercados. Es decir que para que haya un auténtico o real crecimiento en los salarios debe ocurrir que la variación en los salarios monetarios sea mayor que la variación en los precios, en la tasa de inflación. Por ejemplo, si la tasa de inflación es del 5% y los salarios monetarios crecen también en un 5%, realmente los salarios reales en general (si la tasa de inflación está bien medida) no han subido en nada.
La implicación de lo anterior es la de que si los trabajadores no tienen ilusión monetaria, si son racionales, no se van a dejar engañar por subidas salariales aparentes, por lo que las políticas fiscales o monetarias expansivas que provocan ascensos en los precios no tendrían a la larga efectos sobre la economía en la medida que los trabajadores, ante las caídas en sus salarios reales, exigirían subidas en los salarios monetarios para compensar, lo que se traduciría en que al no variar los salarios reales, nada variaría realmente en la economía, o sea, que esas políticas macroeconómicas expansivas no tendrían efectos reales sobre la economía sino tan sólo un ascenso en los precios. Y, claro está, el mantenimiento de esas políticas expansivas podría estar en el origen de los procesos inflacionistas.
Por supuesto que, en esto, Keynes estaba equivocado. Ciertamente, los trabajadores (y la gente en general) no padece de ilusión monetaria y sabe bien de la diferencia entre subidas salariales monetarias y reales. En descargo de Keynes puede señalarse que, en su tiempo, cuando escribía la Teoría General, aún no había institutos oficiales de estadística que suministraran información relativamente fidedigna acerca de las tasas de inflación, su evolución pasada y sus expectativas, de modo que para los trabajadores les resultaba extraordinariamente difícil saber cuál era la evolución real de sus salarios reales. Adicionalmente ha de recalcarse que el entero edificio de la Economía de Keynes NO descansa en ese supuesto de que los trabajadores adolecen de ilusión monetaria, más bien puede decirse que tal concepción es una mala e interesada y sesgada interpretación de lo que Keynes escribió por parte de los economistas antikeynesianos ya sean de la Escuela Neoclásica o de la Escuela Austríaca por razones intelectualmente espúreas, de tipo político.
En general, estos economistas se apuntan a la hora de construir sus propias elucubraciones teóricas a la consoladora idea de que los agentes económicos no sólo no sufren de ilusión monetaria, sino que son racionales en sus comportamientos económicos. Sencillamente, no se dejan engañar de modo repetido y sistemático. Sí, ciertamente habrá ocasiones en que sean víctimas de sorpresas y engaños más que de ilusión monetaria, o sea, cuando por ejemplo, suceda que la tasa de inflación ; en menor que la que preveían o esperaban: Pero por la cuenta que les trae, pronto aprenderán a comportarse racionalmente. Frente a la idea de la ilusión monetaria como fundamento de la economía keynesiana , estos economistas ponen por contra la idea de la racionalidad última de los comportamientos económicos de los agentes (lo que se conoce en la jerga como hipótesis de las expectativas racionales), fundamento de toda la elaboración teórica que se enseña mayoritariamente en las Facultades de Economía y se aplica de forma generalizada por parte de los ministerios de economía y los bancos centrales por todas partes.
El problema es que, si bien está claro que la idea de que la gente adolece de forma sistemática de ilusión monetaria es falsa por irreal, no lo es menos la idea de que la gente es racional, también de forma sistemática. No. Lo que la Economía del Comportamiento nos ha enseñado es que la gente, por lo general, muestra en su comportamiento (¿sufre?) un sesgo intelectual o mental, conocido como aversión a la pérdida, que se traduce en que en su comportamiento adolecen de un tipo de ilusión monetaria similar pero diferente al descrito previamente, una ilusión monetaria inversa o negativa, que quizás pudiéramos denominar "desilusión" monetaria.
En efecto, lo que los psicólogos, los economistas de comportamiento y los neurólogos han observado es que, a la hora de valorar las consecuencias de nuestros actos los seres humanos ponderamos y valoramos las consecuencias positivas y las negativas no conjunta sino separadamente, en zonas cerebrales distintas. Y además sucede que las las consecuencias negativas de nuestros actos (las pérdidas y costes a ellas asociadas) reciben en nuestras mentes una ponderación mayor (sólo que negativa) que la ponderación que reciben las consecuencias positivas (ganancias) de la misma magnitud. Esta aversión al riesgo se traduce en que, por ejemplo, una situación en la que alguien nos da 1000€ que luego perdemos porque alguien nos los quita, no nos deja indiferentes sino que nos duele, pese a que el efecto neto sobre nuestra riqueza sea nulo. Y es que la ponderación o peso positivo o "subidón" que nuestro cerebro le da a "ganar" 1000€ es más pequeño que la ponderación negativa ("bajón") de perderlos, con el resultado neto de que estamos peor que si no hubiese pasado nada, o sea, nadie nos hubiese dado los 1000€ que luego nos han robado.
¿Qué implicaciones tiene esta aversión a la pérdida en las repercusiones de las políticas macrioeconómicas? Pues muy sencillo, que las gentes, en su comportamiento, no son racionales sino que adolecen de ilusión monetaria inversa o negativa. Por ejemplo, si la tasa de inflación es del 5% y los salarios monetarios crecen en un 5%, cierto lo salarios reales no varían realmente, pero la evaluación que los trabajadores hacen de esta situación es que sus salarios reales no sólo no han subido, sino que tampoco han permanecido constantes sino que "realmente" han bajado pues sienten que están peor que antes. Es decir, que han experimentado una caída en su nivel de vida, pues la valoración positiva de la ganancia que supone un ascenso en sus salarios en un 5% es MÁS PEQUEÑA que la valoración negativa de la pérdida asociada al ascenso en los precios de un 5%. A nadie se le debería de ocultar, y menos a los políticos encargados de gestionar la economía, este peso diferencial negativo que tiene la inflación en la valoración de las gentes de su eficacia. Una economía puede ir muy bien en términos reales (como le pasa ahora mismo a la economía norteamericana o a la española) y, sin embargo, la evaluación que hacen los ciudadanos puede ser mucho más tibia o incluso negativa a consecuencia de la existencia de inflación.
Esta ilusión monetaria inversa, negativa o desilusión monetaria explicaría uno de esos pequeños enigmas que desde siempre han enfrentado los economistas cual es la extraordinaria y generalizada visión negativa que sobre la inflación tiene la gente en general, y no sólo aquellos que por carecer de poder económico y/o de negociación no pueden conseguir ascensos en sus rentas monetarias que les compensen de las subidas de precios.
Otro efecto de este tipo especial de ilusión monetaria es el de que los efectos riqueza sonb más fuertes de lo que la teoría nos da a entender de modo que el comportamiento de acreedores y deudores es muy asimétrico. Y es que para los deudores, la inflación rebaja el valor real de sus deudas, luego es una ganancia, en tanto que los intereses que pagan son una pérdida. Por contra para los prestamistas o ahorradores, la inflación es un pérdida (pues rebaja el valor real de sus créditos) y los intereses son una ganancia. No es por ello nada extraño que sean estos últimos quienes más radicalmente reclaman políticas antiinflacionistas. En consecuencia, una subida en los tipos de interés nominales igual a la tasa de inflación, que no modifica por tanto el tipo de interés real, por lo que no debería afectar a agentes económicos racionales, sí que afecta sin embargo a su comportamiento, y lo hace diferencialmente: estimula a la gente a solicitar préstamos, a endeudarse, por un lado si bien, por otro, desincentiva el ahorro.
Una de esas ideas que nunca faltan cuando se les explica Economía a los estudiantes primerizos es la de la ilusión monetaria. Por ella se hace referencia a esa "ilusión" o espejismo mental que lleva a los agentes económicos a confundir las variaciones en los valores monetarios de las variables económicas (ya sean salarios, beneficios, tipos de interés o precios de los bienes y servicios) con las variaciones que realmente se han producido en las mismas.
De forma proverbial o paradigmática se suele hacer referencia a que la entera aproximación keynesiana a la política económica descansa en el supuesto de que la gente, y en concreto, los trabajadores son unos ilusos, por no decir estúpidos, y confunden irracionalmente las subidas en sus salarios monetarios con subidas en sus salarios reales, o sea, en la cantidad de cosas que con sus salarios monetarios pueden adquirir en los mercados. Es decir que para que haya un auténtico o real crecimiento en los salarios debe ocurrir que la variación en los salarios monetarios sea mayor que la variación en los precios, en la tasa de inflación. Por ejemplo, si la tasa de inflación es del 5% y los salarios monetarios crecen también en un 5%, realmente los salarios reales en general (si la tasa de inflación está bien medida) no han subido en nada.
La implicación de lo anterior es la de que si los trabajadores no tienen ilusión monetaria, si son racionales, no se van a dejar engañar por subidas salariales aparentes, por lo que las políticas fiscales o monetarias expansivas que provocan ascensos en los precios no tendrían a la larga efectos sobre la economía en la medida que los trabajadores, ante las caídas en sus salarios reales, exigirían subidas en los salarios monetarios para compensar, lo que se traduciría en que al no variar los salarios reales, nada variaría realmente en la economía, o sea, que esas políticas macroeconómicas expansivas no tendrían efectos reales sobre la economía sino tan sólo un ascenso en los precios. Y, claro está, el mantenimiento de esas políticas expansivas podría estar en el origen de los procesos inflacionistas.
Por supuesto que, en esto, Keynes estaba equivocado. Ciertamente, los trabajadores (y la gente en general) no padece de ilusión monetaria y sabe bien de la diferencia entre subidas salariales monetarias y reales. En descargo de Keynes puede señalarse que, en su tiempo, cuando escribía la Teoría General, aún no había institutos oficiales de estadística que suministraran información relativamente fidedigna acerca de las tasas de inflación, su evolución pasada y sus expectativas, de modo que para los trabajadores les resultaba extraordinariamente difícil saber cuál era la evolución real de sus salarios reales. Adicionalmente ha de recalcarse que el entero edificio de la Economía de Keynes NO descansa en ese supuesto de que los trabajadores adolecen de ilusión monetaria, más bien puede decirse que tal concepción es una mala e interesada y sesgada interpretación de lo que Keynes escribió por parte de los economistas antikeynesianos ya sean de la Escuela Neoclásica o de la Escuela Austríaca por razones intelectualmente espúreas, de tipo político.
En general, estos economistas se apuntan a la hora de construir sus propias elucubraciones teóricas a la consoladora idea de que los agentes económicos no sólo no sufren de ilusión monetaria, sino que son racionales en sus comportamientos económicos. Sencillamente, no se dejan engañar de modo repetido y sistemático. Sí, ciertamente habrá ocasiones en que sean víctimas de sorpresas y engaños más que de ilusión monetaria, o sea, cuando por ejemplo, suceda que la tasa de inflación ; en menor que la que preveían o esperaban: Pero por la cuenta que les trae, pronto aprenderán a comportarse racionalmente. Frente a la idea de la ilusión monetaria como fundamento de la economía keynesiana , estos economistas ponen por contra la idea de la racionalidad última de los comportamientos económicos de los agentes (lo que se conoce en la jerga como hipótesis de las expectativas racionales), fundamento de toda la elaboración teórica que se enseña mayoritariamente en las Facultades de Economía y se aplica de forma generalizada por parte de los ministerios de economía y los bancos centrales por todas partes.
El problema es que, si bien está claro que la idea de que la gente adolece de forma sistemática de ilusión monetaria es falsa por irreal, no lo es menos la idea de que la gente es racional, también de forma sistemática. No. Lo que la Economía del Comportamiento nos ha enseñado es que la gente, por lo general, muestra en su comportamiento (¿sufre?) un sesgo intelectual o mental, conocido como aversión a la pérdida, que se traduce en que en su comportamiento adolecen de un tipo de ilusión monetaria similar pero diferente al descrito previamente, una ilusión monetaria inversa o negativa, que quizás pudiéramos denominar "desilusión" monetaria.
En efecto, lo que los psicólogos, los economistas de comportamiento y los neurólogos han observado es que, a la hora de valorar las consecuencias de nuestros actos los seres humanos ponderamos y valoramos las consecuencias positivas y las negativas no conjunta sino separadamente, en zonas cerebrales distintas. Y además sucede que las las consecuencias negativas de nuestros actos (las pérdidas y costes a ellas asociadas) reciben en nuestras mentes una ponderación mayor (sólo que negativa) que la ponderación que reciben las consecuencias positivas (ganancias) de la misma magnitud. Esta aversión al riesgo se traduce en que, por ejemplo, una situación en la que alguien nos da 1000€ que luego perdemos porque alguien nos los quita, no nos deja indiferentes sino que nos duele, pese a que el efecto neto sobre nuestra riqueza sea nulo. Y es que la ponderación o peso positivo o "subidón" que nuestro cerebro le da a "ganar" 1000€ es más pequeño que la ponderación negativa ("bajón") de perderlos, con el resultado neto de que estamos peor que si no hubiese pasado nada, o sea, nadie nos hubiese dado los 1000€ que luego nos han robado.
¿Qué implicaciones tiene esta aversión a la pérdida en las repercusiones de las políticas macrioeconómicas? Pues muy sencillo, que las gentes, en su comportamiento, no son racionales sino que adolecen de ilusión monetaria inversa o negativa. Por ejemplo, si la tasa de inflación es del 5% y los salarios monetarios crecen en un 5%, cierto lo salarios reales no varían realmente, pero la evaluación que los trabajadores hacen de esta situación es que sus salarios reales no sólo no han subido, sino que tampoco han permanecido constantes sino que "realmente" han bajado pues sienten que están peor que antes. Es decir, que han experimentado una caída en su nivel de vida, pues la valoración positiva de la ganancia que supone un ascenso en sus salarios en un 5% es MÁS PEQUEÑA que la valoración negativa de la pérdida asociada al ascenso en los precios de un 5%. A nadie se le debería de ocultar, y menos a los políticos encargados de gestionar la economía, este peso diferencial negativo que tiene la inflación en la valoración de las gentes de su eficacia. Una economía puede ir muy bien en términos reales (como le pasa ahora mismo a la economía norteamericana o a la española) y, sin embargo, la evaluación que hacen los ciudadanos puede ser mucho más tibia o incluso negativa a consecuencia de la existencia de inflación.
Esta ilusión monetaria inversa, negativa o desilusión monetaria explicaría uno de esos pequeños enigmas que desde siempre han enfrentado los economistas cual es la extraordinaria y generalizada visión negativa que sobre la inflación tiene la gente en general, y no sólo aquellos que por carecer de poder económico y/o de negociación no pueden conseguir ascensos en sus rentas monetarias que les compensen de las subidas de precios.
Otro efecto de este tipo especial de ilusión monetaria es el de que los efectos riqueza sonb más fuertes de lo que la teoría nos da a entender de modo que el comportamiento de acreedores y deudores es muy asimétrico. Y es que para los deudores, la inflación rebaja el valor real de sus deudas, luego es una ganancia, en tanto que los intereses que pagan son una pérdida. Por contra para los prestamistas o ahorradores, la inflación es un pérdida (pues rebaja el valor real de sus créditos) y los intereses son una ganancia. No es por ello nada extraño que sean estos últimos quienes más radicalmente reclaman políticas antiinflacionistas. En consecuencia, una subida en los tipos de interés nominales igual a la tasa de inflación, que no modifica por tanto el tipo de interés real, por lo que no debería afectar a agentes económicos racionales, sí que afecta sin embargo a su comportamiento, y lo hace diferencialmente: estimula a la gente a solicitar préstamos, a endeudarse, por un lado si bien, por otro, desincentiva el ahorro.