Hoy quiero escribir una líneas para agradecer a los pocos españoles que aún hacen honor a su palabra.
En concreto me estoy refiriendo a cierta persona que se vio involucrada hace unos meses en una subasta que yo me había adjudicado por Adjudicación Directa y que finalmente cumplió su palabra y me entregó las llaves del piso que perdió por su mala cabeza. De la misma manera que yo hubiera cumplido la mía de haber salido las cosas como él había esperado.
Pero dicho así la cosa parece ciertamente confusa. A ver si consigo explicarme:
A don Luis le colocaron el piso en cuestión hace cinco o seis años en pago a unas deudas que el promotor tenía con él y como el valor del piso ni siquiera entonces cubría el total de la deuda, no se le ocurrió otra cosa que decidir no incrementar el coste con el ITP. De manera que tomó la errónea decisión de no cumplir con Hacienda, aún a costa de no poder inscribir su título.
Y esto, que según mi opinión siempre es un error, si le añades que quien te ha transmitido la propiedad es un moroso empedernido, obligado liquidar sus deudas con pagos en especie, se convierte en un grandísimo error, pues esta gente es un imán para los embargos y se corre el riesgo de que la propiedad acabe embargada por deudas de otro.
Que fue exactamente lo que ocurrió.
Con tan mala suerte para Don Luis que el inquilino del piso no solo no le pagaba el alquiler sino que tampoco le notificaba los avisos que llegaban de Hacienda. Y como el promotor moroso tampoco le dijo nada, el resultado es que el piso se subastó y Tristán se lo adjudicó.
¿Y Tristán tampoco se enteró de que el piso no era del deudor sino que era de una tercera persona?
Pues no, porque para entonces el inquilino moroso había sido lanzado, que es el fin natural de toda esta gentuza que firma contratos de alquiler y luego no paga sus compromisos y cuando llegó el momento de la subasta el piso estaba vacío y los vecinos del inmueble no sabían quien era el propietario del mismo y les pareció de lo más natural que todavía fuera la empresa promotora.
De manera que para cuando el verdadero propietario se enteró de lo que había pasado, yo ya tenía la Certificación de la Adjudicación y la estaba inscribiendo en el Registro de la Propiedad tras la mordida del ITP. No puedo ni imaginar el careto de don Luis cuando le expliqué por teléfono que ya era tarde para hacer cualquier cosa y que había perdido la casa con todas las de la Ley y que nada de lo que hiciera le serviría de nada. Otra cosa hubiera sido de haber podido reaccionar antes de que la AEAT hubiera emitido el certificado de adjudicación, pero ya estaba emitido y registrándose.
Finalmente llegamos al siguiente acuerdo:
El iba a intentar, a través de una serie de contactos de alto nivel que todos los españoles nos creemos que tenemos, pero que en realidad no sirven de nada en la moderna España actual, él iba a intentar, digo, que los de Hacienda echasen atrás las actuaciones y suspendieran la subasta.
Por mi parte, yo me comprometía a no hacer nada por impedirlo e incluso a darle a conocer esa postura a los empleados de Hacienda. Naturalmente eso era imprescindible para sus planes pues nadie de Hacienda se atrevería a retorcer tanto los argumentos teniendo en frente al adjudicatario en pie de guerra en defensa de sus derechos, máxime con el título ya inscrito en el Registro de la Propiedad y la fe registral y todas esas cosas.
Por su parte, él se comprometió a que si no conseguía que Hacienda diera marcha atrás y suspendiese la subasta, él mismo me entregaría las llaves sin más lucha.
Así que tras un mes y medio en el que don Luis ha removido Roma con Santiago y lo ha intentado todo, finalmente se ha resignado a la pérdida y ha cumplido su palabra, me ha entregado las llaves.
No va a pleitear.
Y esto, que hoy en día habrá muchos que no lo entiendan, seguro que a nuestros abuelos les habría parecido lo más natural del mundo.