Mucha gente conoce la teoría cuantitativa del dinero que relaciona la inflación con la cantidad de dinero en circulación. Es muy fácil explicarla con un ejemplo fácil.
Si tenemos un submundo de dos personas que quieren comprar una barra de pan, y cada uno de ellos tienen 10 euros, al final esta barra costará 10 euros, porque se irá ajustando la demanda en una subasta.
Si alguien de fuera, (véase, un banco central), le da 10 euros más a cada uno, (una inyección monetaria), cada uno de ellos tendrá 20 de forma que pueden seguir subastando de forma que la barra de pan llegará a 20 euros.
Este es más o menos el proceso que explica que el valor de los bienes en circulación se iguala a la cantidad de dinero en circulación (multiplicado por el número de veces que cambia de manos este dinero, lo que técnicamente se llama velocidad de circulación).
Por supuesto, las economías no se reducen a dos personas y una barra de pan, sino que se componen de múltiples agentes y múltiples bienes, lo cual nos lleva mediante el mismo proceso a la formulita de marras, que no es otra que igualar el valor de la producción de una economía a la cantidad de dinero disponible en la economía. Por supuesto, cuando se inyecta dinero en una economía, la ecuación se iguala de forma que si no existe un incremento igual de los bienes producidos, nos encontramos con el fenómeno de la inflación.
Esta teoría se cumple a nivel global, pero como todos los niveles globales, al final resulta que esconden algunos pequeños matices. Y es que el global no es más que una suma de las demandas individuales de cada uno de los bienes. Cuando leemos los análisis en términos macro, simplemente comprobamos que se olvidan de que las cosas no se trasladan mediante una regla de tres. Es decir. El hecho de que se doble la cantidad de dinero en la economía, sin que se incremente la producción supone que se doble el nivel de precios de la economía, pero no significa que se doblen los precios de los productos de toda la economía, sino que las subidas se van a ir repartiendo en función de las necesidades y por supuesto de quien recibe el dinero.
Realmente no es tan complicado entenderlo. Asumiendo que no todos los agentes de la economía reciben los beneficios de una inyección monetaria y suponiendo, (supongo que no será demasiado difícil asumirlo), que no todo el mundo demanda los mismos bienes, es de suponer que existirá ciertas distorsiones en los precios, de tal forma que aunque en términos globales se incremente la cantidad de dinero disponible nos encontraríamos con que las subidas de precios se pueden concretar en los bienes para los que llega este dinero.
Por tanto, la realidad es que las subidas de precios no son lineales, sino que dependen de los activos que demanden los que incrementan la cantidad de dinero que tienen a su disposición. Este detalle es clave y explica la diferencia entre dos medidas que aparentemente son iguales, como son la que se plantea por ahí de subirse a un helicóptero y soltar billetes, frente a inyectar dinero en la banca. Y la diferencia es esta. La distribución, y el lugar a donde llegan los billetes, marcan la evolución de los precios, según la estructura de gastos del agente económico que recibe el dinero.
De esta forma, si se repartiese el dinero tirándolo de un helicóptero, las personas que estuviesen debajo tendrían más dinero para gastar, de forma que iniciarían el proceso de subida de precios de los bienes que consumen.
Sin embargo y dado que en este caso, las políticas monetarias expansivas se han desarrollado mediante inyecciones, (muy apropiado el símil, para comparar los efectos pensar en una inyección de un medicamento o una ducha con éste), ha acabado en el sistema financiero, lo cual tiene el primer efecto directo muy simple de ver. Suben los precios de los bienes que compran los agentes que sean del sector financiero.
En definitiva si sube la cantidad de dinero que tienen disponible los enfermos, sube el precio de las medicinas y dado que el dinero ha ido al sistema financiero, lo que supone es que han subido todos y cada uno de los mercados financieros.
El primer efecto es claro, y significa que automáticamente todos los activos financieros suben por esta situación. Las correlaciones pierden totalmente el sentido, y lo que ocurre es que suben tanto los activos cíclicos, como los anticíclicos; suben tanto los activos financieros de riesgo, como los activos seguros.
Por supuesto, no es el único efecto que nos encontramos, ya que este chorro, provoca efectos en los precios de los activos afectados. Esto significa que en el caso de las commodities, la traslación a través de la cadena hasta los precios de determinados bienes finales. Es fácil comprobar que la subida del precio de petróleo, impacta sobre los precios que han de pagar las refinerías, y a su vez sobre el precio de las gasolinas refinadas, (que a su vez reciben el impacto directo al ser también commodities), lo cual nos lleva al impacto sobre las estaciones de servicio. Por supuesto, esto acaba llegando al consumidor en un grado que depende de la situación del mercado de referencia.
En otros activos, la traslación es más sutil pero equivalente en síntesis. Es decir, cuando sube el valor de las compañías, nos encontramos con un fondo de comercio, que habrá que repercutir de alguna forma en el valor de los productos que se venden de tal forma que toca subir los precios de la cadena para cuadrar los resultados. De esta forma si Gas Natural compra Fenosa, pagando unas plusvalías a ACS, la realidad es que los consumidores de electricidad tendrán que pagar estas plusvalías, (en caso contrario, el negocio sería ruinoso).
Otro efecto es la necesidad de incrementar los beneficios de las empresas cotizadas, para de esta forma incrementar su valor financiero, lo cual nos lleva a que tendremos a todos los gobiernos tomando las medidas necesarias para que los precios no se desmoronen, entendiendo que los precios de referencia son los que de alguna forma influyen en los mercados financieros. Se renuncia a perseguir pactos, se aprueban subidas en bienes inelásticos con mercados regulados, se subvenciona o se apoya la concentración empresarial, se imponen cuotas y tantas formas, mientras se tratan de bajar los gastos de las cotizadas para justificar el incremento de valor de estas.
En consecuencia, la inyección de dinero, (que no el helicóptero), significa una reducción de presupuesto disponible en la mayoría de las familias, de forma que en algunas el efecto será dramático y en otras será menos grave, pero en la inmensa mayoría tendrán que ajustarse a las nuevas circunstancias.
Este ajuste se hace vía consumo, renunciando a aquellos bienes o servicios más prescindibles de forma que las empresas reciben como un boomerang la caída de las ventas, desencadenando un proceso lento pero inexorable, que continúa con el ajuste de las empresas que se traduce mayoritariamente en la cancelación de inversiones, (trasladan el ajuste a otras empresas) y en despidos. Este círculo vicioso, nos lleva a que a medida que va transcurriendo el proceso, cada vez hay menos personas con rentas, que a su vez son más pequeñas y además están más comprometidas con precios superiores de los bienes de primera necesidad y con los impuestos necesarios para cuadrar esto.
Por supuesto, este fenómeno contrarresta ampliamente los efectos de la inyección monetaria inicial, ya que la capacidad de endeudamiento y el crédito se desploma, (cada vez menos gente pasa los scorings y desde luego cada vez pasan con menos deuda), de forma que la cantidad de dinero en circulación cae a plomo, (como expliqué en su día la cantidad de dinero no es la cantidad de dinero inyectada), y exactamente por la razón por la que se defendían las inyecciones monetarias, caen en definitiva los precios.
De esta forma, acabamos entendiendo las razones por las que el ipc sube, (impacto de los bienes de primera necesidad), mientras tenemos una situación de deflación y mientras los recursos caen, los precios de alimentos, combustibles y demás commodities se incrementan.
El esquema es esencialmente el que ha ocurrido en 2008, tras la debacle de las subprime, y las inyecciones del otoño de 2007 y sobre todo las de primavera de 2008 a cuenta de Bearn.
Lo triste es que en estos días el precio global de los alimentos se dispara y alcanzas niveles no vistos en dos años, en un entorno en el que se comparten los análisis económicos haciendo más atractivo el producto otorgando una subida potencial del 30%, con el relato de los disturbios que comienzan en varios países debido a los problemas de determinadas capas de la sociedad para comer, (pequeños efectos colaterales).
Pero lo grave es lo de la comisión europea, que se dedica a lanzar una pseudo reforma financiera intentando regular la especulación con derivados, pero a su vez afirmando que no se podrá limitar la especulación porque es algo necesario para dar liquidez. Es lo más absurdo que he oído en mi vida, porque tienen tan fácil acabar, (por lo menos momentáneamente), con la especulación como no financiarla. Recordemos que toda esta historia se realiza con el dinero que han puesto los gobiernos, de forma que si quisiesen acabar con la especulación en estos bienes, lo tuvieron facilísimo; “sentarse y esperar”.
Por supuesto, nos queda el problema de que en teoría la especulación sirve para dar liquidez, pero curiosamente, parecemos olvidar otra vez que la liquidez se la ha dado los bancos centrales a los especuladores, de forma que a la sociedad no ha llegado sino las facturas de las intervenciones y dado que sólo han venido los costes, es fácil deducir que en lugar de facilitar liquidez, la especulación en estas condiciones no sólo no da liquidez, sino que la quita.
Tarde o temprano tendremos que preguntarnos lo que propuse en el post de “¿Para que sirve la especulación?”. Y luego aclararnos, porque lo que no tiene sentido es que primero los salvemos y luego nos cuenten que quieren acabar con ella. ieren acabar con ella.